Igual ha llegado el momento de preocuparse por la inteligencia artificial
?Puede Google crear robots asesinos por accidente? Bill Gates y Stephen Hawking advierten sobre los peligros de la tecnolog¨ªa "sin sentido com¨²n"
El pasado mayo arranc¨® con un fen¨®meno y una an¨¦cdota. El fen¨®meno fue How old do I look (Qu¨¦ edad represento), una aplicaci¨®n de Microsoft capaz de escanear los rostros de cualquier foto y, en funci¨®n de sus rasgos, calcular la edad de los retratados. Durante un fin de semana el artefacto goz¨® de una popularidad casi enfermiza. Millones de usuarios de todo el mundo subieron sus fotos y compartieron los resultados en redes sociales hasta hacer de #HowOld un pegajoso trending topic. Televisiones y webs de medio mundo escanearon fotos de famosos, de Helen Mirren a Barack Obama, y publicaron los datos.
Lo otro, la an¨¦cdota, la protagoniz¨® Elon Musk, el ¨²nico empresario-visionario de Silicon Valley m¨¢s exc¨¦ntrico y respetado que Mark Zuckerberg. Su mayor miedo, se supo, es que Google cree un ej¨¦rcito de robots asesinos por accidente. El pasado enero, Musk hab¨ªa donado diez de sus muchos millones de d¨®lares a una instituci¨®n para prevenir la existencia de estos robots. Pero esto no evit¨® que el asunto resonara entre el p¨²blico. A la declaraci¨®n le pas¨® lo que al invento de Microsoft, que acab¨® entre lo m¨¢s compartido del mes en redes sociales. Y as¨ª, nada m¨¢s nacer, mayo ya estaba ahondando en la obsesi¨®n menos verbalizada y m¨¢s inquebrantable de nuestros tiempos: la inteligencia artificial.
El concepto, viejo como la Grecia cl¨¢sica, no ha cambiado mucho desde que se empez¨® a popularizar en los a?os cincuenta del siglo pasado: sistemas computacionales capaces de realizar tareas hist¨®ricamente reservadas para la inteligencia y la percepci¨®n humanas. Pero en los ¨²ltimos a?os se ha colado por derecho propio en lo alto del zeitgeist tecnol¨®gico y cultural. Los interfaces que entienden y obedecen nuestras voces en los smartphones est¨¢n basados en ella. Como lo est¨¢ la funci¨®n de autocompletar las b¨²squedas de Google, que adivina lo que necesitamos de la Red antes de que se lo pidamos.
Se ha establecido una carrera armament¨ªstica por desarrollar el dron m¨¢s letal. O un robot superinteligente programado para acabar con el c¨¢ncer que razone que lo m¨¢s f¨¢cil es acabar con los humanos gen¨¦ticamente propensos a contraerlo
Y las recomendaciones de Amazon, que saben lo que nos va a gustar aunque nosotros no lo conozcamos. Y nuestros muros de Facebook, que aprenden con cada "me gusta" y cada clic lo que nos interesa. Y eso ci?¨¦ndonos a lo conocido: los proyectos relacionados con inteligencia artificial han movido casi 20.000 millones de d¨®lares (unos 18.000 millones de euros) desde 2009. El Pent¨¢gono est¨¢ desarrollando balas que cambian de rumbo en el aire y robots que puedan andar, abrir puertas, subir escaleras, conducir y, en fin, ahorrarle al ser humano cuantas situaciones peligrosas pueda. Los coches aut¨®nomos de Tesla y Google ya se ven en California transportando personas que ni tocan el volante. Los drones libran las guerras americanas y el a?o pasado la empresa japonesa Deep Knowledge contrat¨® a ROBOT, un cerebro artificial, como miembro directivo por su talento para predecir el mercado mejor que los humanos.
Watson, el robot de IBM que en 2011 acert¨® todas las adivinanzas del concurso televisivo Jeopardy!, se dedica ahora a la medicina, usando sus incre¨ªbles procesadores para diagnosticar enfermedades (por ahora se limita a la teor¨ªa), y en una guarder¨ªa aleda?a a la Universidad de California, en San Diego, hay otro capaz de jugar con ni?os porque reconoce las emociones que transmiten sus gestos. El consenso es claro: este es el mundo al que nos encaminamos. ¡°Mi opini¨®n es que la inteligencia artificial nos est¨¢ dominando¡±, confirma Sebastian Thrun, uno de los principales responsables del coche aut¨®nomo de Google. ¡°Cada vez habr¨¢ menos humanos a cargo de cosas¡±. S¨®lo hay otra cosa que todo el mundo tiene clara: nadie sabe c¨®mo ser¨¢ este futuro exactamente.
La tormenta tecnol¨®gica perfecta
Si esta edad dorada no ha llegado antes, con lo longevo que es el concepto, es porque sus bases son relativamente j¨®venes. La industria del videojuego no abarat¨® hasta 2005 unos poderosos chips dedicados al procesamiento masivo de gr¨¢ficos, capaces de recalcular millones de p¨ªxeles varias veces por segundo. Y a¨²n hubo que esperar a 2009 para que un equipo de investigaci¨®n de Stanford se diera cuenta que estos chips val¨ªan para recrear los procesos del cerebro humano, donde una neurona habla simult¨¢neamente con millones de sus vecinas. Los algoritmos que se usan ahora beben del retoque deep learning que se dise?¨® en la Universidad de Toronto en 2006. Y entonces no exist¨ªa la cantidad de datos que hay hoy almacenados sobre cualquier materia y que llamamos big data: es lo que un cerebro artificial entiende y, quiz¨¢, interpreta.
La tormenta es tan perfecta que ahora los agoreros que siempre han temido el poder de las m¨¢quinas ya no se desahogan en novelas de ciencia ficci¨®n sino en ensayos y charlas. El apocalipsis ya no ser¨¢ Terminator sino un coche sin conductor que se detenga en mitad de una autopista por un fallo de software y que genere cientos de heridos. Una carrera armament¨ªstica por desarrollar el dron m¨¢s letal. O, sencillamente, un robot superinteligente programado para acabar con el c¨¢ncer que razone que lo m¨¢s f¨¢cil es acabar con los humanos gen¨¦ticamente propensos a contraerlo.
En enero de este a?o, Bill Gates alert¨® durante una entrevista: ¡°No entiendo por qu¨¦ no hay m¨¢s gente preocupada por esta cuesti¨®n: la inteligencia artificial es una amenaza real¡±. Un mes antes, Stephen Hawking hab¨ªa insistido en que esta tendencia ¡°podr¨ªa ser el final de la raza humana: los robots podr¨ªan empezar a redise?arse a s¨ª mismos a una velocidad a la que nosotros, los humanos, no podr¨ªamos competir¡±. Es algo parecido a lo que opina James Barrat, autor de Our final invention: Artificial intelligence and the end of the human era (Nuestro invento final: La inteligencia artificial y el fin de la era humana): ¡°No dirigimos el futuro porque seamos las criaturas m¨¢s fuertes del planetas, sino porque somos las m¨¢s listas. Con lo cual, en cuanto haya algo m¨¢s inteligente que nosotros, nos dominar¨¢¡±, escribe en un correo electr¨®nico.
Es triste que muchas de las investigaciones sobre inteligencia artificial que se hacen estos d¨ªas se conforman con sistemas que solo lean cantidades masivas de datos, sin sentido alguno¡± Hector Levesque, profesor em¨¦rito de la universidad de Toronto
Su libro plantea la esperada verdadera inteligencia artificial, una r¨¦plica de la humana que llegar¨¢ tarde o temprano, seguramente antes de que acabe el siglo. Una que ir¨¢, l¨®gicamete, ampliando sus objetivos, cultivando ideas propias y madurando el concepto de la autoconservaci¨®n hasta que incluya ¡°ataques proactivos contra amenazas futuras¡±. Es tan dif¨ªcil imaginar la forma que tendr¨¢ esta tecnolog¨ªa que resulta imposible sentirse preparado. ¡°?Puede nadar un submarino? S¨ª, pero no como un pez. ?Y vuela un avi¨®n? S¨ª, pero no como un p¨¢jaro¡±, prosigue Barrat. ¡°La inteligencia artificial venidera no ser¨¢ como nosotros. Ser¨¢ una versi¨®n intelectual definitiva de nosotros¡±.
Retraso artificial?
Hay un factor con el que Barrat no cuenta y que Hector Levesque s¨ª: los ordenadores de hoy son francamente est¨²pidos. Un smartphone puede descodificar las vibraciones que produce nuestra voz en el aire, trocearlas, asignar letras y s¨ªlabas a cada fonema y formar palabras y frases a las que responder en funci¨®n de lo que le chiva una creciente base de datos. Pero no sabe si una rata puede leer. Delegar¨¢ esa pregunta a Google, que en todo caso devolver¨¢ resultados con las palabras ratas y leer. Pero no puede hacer el razonamiento b¨¢sico de que la inteliencia de un roedor no da para leer.
Levesque, profesor em¨¦rito de la universidad de Toronto, ha dise?ado una forma de medir la verdadera capacidad intelectual de un robot: hacerle preguntas de l¨®gica imposibles para una m¨¢quina que no entiende de l¨®gica. Por ejemplo, ¡°Joan le agradeci¨® a Susan toda la ayuda que le hab¨ªa prestado. ?Qui¨¦n prest¨® la ayuda, Joan o Susan?¡±. Google no puede responder eso. Ese es el fantasma que le falta a la m¨¢quina, seg¨²n Levesque. El sentido com¨²n. ¡°Es triste que muchas de las investigaciones sobre inteligencia artificial que se hacen estos d¨ªas se conforman con sistemas que solo lean cantidades masivas de datos, sin sentido alguno¡±, nos comenta Levesque. ¡°Estos son los sistemas que deber¨ªan asustarnos. Los que tienen autonom¨ªa sin sentido com¨²n¡±.
No entiendo por qu¨¦ no hay m¨¢s gente preocupada por esta cuesti¨®n: la inteligencia artificial es una amenaza real¡±, alerta Bill Gates
¡°Si miras el volumen de personas que murieron ahogadas en una piscina cada a?o y el n¨²mero de pel¨ªculas que protagoniz¨® Nicolas Cage ese mismo a?o, ver¨¢s que la gr¨¢fica es id¨¦ntica¡±, explica Klaas Bolihoefer, alem¨¢n especializado en analizar big data, en el comedor de una universidad de Zurich. ¡°Tambi¨¦n hay una correlaci¨®n entre el consumo de queso anual per capita y el n¨²mero de gente que muere enredada en sus propias s¨¢banas a?o tras a?o. ?Significan algo estas casualidades? No lo sabemos. Tenemos los datos pero no su sentido, que probablemente en estos casos no exista. Pero eso es exactamente lo que pasa por una mente artificial ahora mismo. Sufren apofenia: conectan patrones entre datos sin saber qu¨¦ les aporta. Ese es el verdadero estado de la inteligencia artificial hoy en d¨ªa¡±.
?Por qu¨¦ entonces parece que se habla m¨¢s que nunca, se invierte m¨¢s que nunca y se predice m¨¢s que sobre la inteligencia artificial? Quiz¨¢ porque as¨ª ha sido siempre. Basta con ver otra gr¨¢fica: la que muestra nuestro inter¨¦s por el tema a lo largo de los a?os. La conforman picos entusiastas, llenos de fant¨¢sticas posibilidades incumplidas (The New York Times anunci¨® en 1958 que el Ej¨¦rcito pensaba dedicar 100.000 d¨®lares (91.000 euros) a construir una ¡°m¨¢quina pensante¡± para el a?o siguiente: nunca pas¨®). Entre medias, hay profundas depresiones, tan frecuentes que tienen su propio nombre: A.I. winters. El m¨¢s famoso ocurri¨® entre 1974 y 1980 y termin¨® cuando varias empresas invirtieron miles de millones en un nuevo software capaz de crear expertos para empresas. La falta de resultados provoc¨® otra racha de desinter¨¦s entre 1987 y 1993.
Y as¨ª seguimos hoy. Atrapados entre la fascinaci¨®n por la idea y la desesperaci¨®n con lo lento que es en realidad el progreso. Entre los robots asesinos que un d¨ªa crear¨¢ Google y una aplicaci¨®n b¨¢sica que calcula edades en fotos. Ah¨ª vive el verdadero combustible de los robots: la imaginaci¨®n humana.
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