El deseo de desconectar
Queremos libertad pero nos sentimos cojos sin compa?¨ªa tecnol¨®gica. Hay que buscar la felicidad de estar ilocalizables
Cuanto m¨¢s complejas se vuelven nuestras sociedades, m¨¢s proclives son a generar paradojas como aquella que hizo furor unos a?os atr¨¢s: ¡°Vivimos mejor a costa de sentirnos peor¡±. Nuestras vidas transcurren entre dualidades por las que surfeamos intentando encontrar cierta mesura aristot¨¦lica. ?C¨®mo conciliar el ritmo acelerado con la serenidad? ?C¨®mo conjugar la inmediatez con la reflexi¨®n? ?C¨®mo crear nada si no tenemos tiempo?
Para saber m¨¢s
Libro
¡®El aroma del tiempo¡¯. Byung-Chul Han (Herder)
Pel?cula
¡®Her¡¯. Spike Jonze. Un relato cada vez m¨¢s certero sobre un futuro pr¨®ximo.
Otra de las paradojas actuales, quiz¨¢s la m¨¢s llamativa, tiene que ver con la sed de desconectarse. En un mundo que se mantiene hoy m¨¢s que nunca a trav¨¦s de la conectividad, es sintom¨¢tico tanto deseo de desconexi¨®n. Vivimos conectados, deseando desconectarnos.
No es de extra?ar que se oiga con insistencia: ?nos vamos el fin de semana a desconectar! En realidad, no es m¨¢s que otra paradoja. Realmente lo que hacemos es ir a encontrarnos con lo que probablemente sea lo ¨²nico y m¨¢s necesario: buscarnos por un rato a nosotros mismos, a los nuestros, a lo que es verdaderamente aut¨¦ntico, a lo natural m¨¢s que lo artificial. La sustancia frente a la materia.
?Qu¨¦ tiene la conectividad que nos atrapa tanto? Doy por hecho el car¨¢cter ¨²til y funcional de las tecnolog¨ªas y programas que a?aden valor a la sanidad, la educaci¨®n, el ocio y las relaciones interpersonales. Aunque se exigen grandes dotes de distinci¨®n entre el grano y la paja, la socializaci¨®n del conocimiento y la informaci¨®n, incluso de las opiniones personales, no tiene parang¨®n.
No obstante, la insaciable capacidad del ser humano de practicar el autoenga?o y crear estados ilusorios convierte los mismos instrumentos en se?uelos a los que se sucumbe por su poder seductor. Veamos algunos:
Cada alma es y se convierte en lo que contempla
Plotino
Cada alma es y se convierte en lo que contempla
Plotino
Cuando uno se pasa el d¨ªa consultando, opinando, chateando, respondiendo al minuto ante todo lo que pasa, o bien es su trabajo, o bien ha quedado atrapado en la red, nunca mejor dicho. Quiz¨¢s la idea de estar todo el d¨ªa conectados esconde una dificultad mayor: llenarse de algo que no existe. Es solo un espejismo pasajero. Como el adicto, se necesita huir del propio vac¨ªo, o dolor, o tristeza, para abrazar lo que sucede all¨ª, en un mundo aparente, donde no paran de ocurrir cosas que, en realidad, les pasan a los dem¨¢s.
Tomarlo como obligaci¨®n. No cabe duda de que la comunicaci¨®n interpersonal se ha visto alterada por la obligaci¨®n de la conectividad. Aparecen hoy m¨²ltiples formas de conflictos entre parejas, padres e hijos o colegas de trabajo. No solo por cuestiones de malos entendidos y presuposiciones sobre los mensajes, sino por las exigencias que se atribuyen a la conectividad: hay que estar siempre disponible. Por ah¨ª se cuela un conflicto, de nuevo, entre la libertad y la necesidad.
Extenuados
El fil¨®sofo y ensayista bilba¨ªno Daniel Innerarity escribi¨® para EL PA?S del domingo 24 de mayo de 2015 un art¨ªculo titulado La libertad como desconexi¨®n. El autor reflexiona sobre la sensaci¨®n m¨¢s habitual de estar desbordados, sometidos a un torrente de est¨ªmulos que requieren nuestra perpetua atenci¨®n. La obligaci¨®n de estar conectados invade todos los ¨¢mbitos de la sociedad y convierte la cotidianidad en un asunto extenuante.
La confianza hoy no se basa en la sinceridad, sino en la pruebas. Las ingeniosas aplicaciones de los m¨®viles tienen una contrapartida controladora que nos puede convertir en polic¨ªas del otro. ?C¨®mo es que estabas conectado y no me contestaste? Me consta que recibiste el mensaje, ?d¨®nde estabas? ?Mu¨¦strame la conversaci¨®n si es verdad que no tienes nada que ocultar! ?De qui¨¦n son esas fotos?
Los m¨®viles, los chats, los mensajes son hoy fuente de sospecha. No nos fiamos de la persona, sino del instrumento, como si fuera la m¨¢quina de la verdad. En las consultas de los especialistas hay gente que confiesa haber hecho lo inimaginable: meterse en la cuenta de Internet de su pareja; hurgar las conversaciones del m¨®vil; consultar el historial de p¨¢ginas y lugares que visita... No tener el m¨®vil a la vista o cerrar con contrase?a el ordenador son fuente de angustia y de prop¨®sitos perversos. No pueden ser entendidos como actos de libertad o autonom¨ªa. Son evidencias que someten la relaci¨®n a consideraci¨®n.
Es una aut¨¦ntica incomodidad relacionar la privacidad con el enga?o. Dicho de otro modo, si alguien enga?a no ser¨¢ por culpa de los instrumentos. En cambio, su uso como pruebas permanentes de sinceridad y de lealtad se convierten en un ataque a la parcela personal y un control desmedido al espacio relacional. La exigencia de transparencia puede convertirse en una necesidad peligrosa. Hay que aprender a ser libremente responsables y resolver, si los hay, los problemas de fondo de toda relaci¨®n.
Vivir a destiempo. Una de las caracter¨ªsticas m¨¢s llamativas de la vida en conectividad es su capacidad de romper las barreras del tiempo. Hoy vivimos a destiempo, aunque se imponen la inmediatez y el entretiempo. En el caso de la inmediatez hay que hablar ya de una aut¨¦ntica obsesi¨®n por permanecer conectados y activos, hasta el extremo de conducir mandando mensajes. Nos jugamos la vida por no tener paciencia, por creer que estamos obligados a responder de inmediato, porque hemos acelerado tanto la existencia que ya nos olvidamos de vivir. Cuenta solo el instante. Cuenta hacer la foto m¨¢s que vivir la experiencia. Tiene prisa el que manda el mensaje y tiene prisa el que lo espera.
La conectividad es tanto un imperativo t¨¦cnico como moral
Daniel Innerarity
Por otro lado, ser¨ªa interesante comprobar las horas que pasamos conectados. No importa el contenido, sino su entretenimiento. No hay espacio para m¨¢s mientras estamos en ese entretiempo en el que, en realidad, no sucede absolutamente nada. Porque lo importante est¨¢ dicho con pocas palabras. Porque lo que realmente importa ocurre. El resto es mera distracci¨®n.
Al final llegamos a la conclusi¨®n de que tal vez ser¨ªa bueno empezar a desconectar o, al menos, reducir los momentos y la necesidad de mantenerse enchufados. De hecho, cada d¨ªa aparecen m¨¢s personas que proclaman su baja en las redes. Lo viven como una liberaci¨®n, como quien se aligera de una pesada carga, de una obligaci¨®n.
Es necesario recuperar el propio ritmo, ser coherentes con nuestra manera de estar y vivir la vida. No hay que acelerarse; no hay que atender todas las demandas, no hay que saberlo todo, ni estar al d¨ªa de cualquier cosa que suceda. Hay que rechazar las comunicaciones innecesarias y poner la atenci¨®n en lo que realmente tiene valor. Hay que aislarse de tantos est¨ªmulos y de tanto ruido comunicativo. Hay que encontrar tiempo para uno mismo, para las relaciones reales, e incluso para no hacer nada, para simplemente contemplar. Existe un gran aliado: el silencio. Y existe una estrategia: la felicidad de estar ilocalizable, como dir¨ªa Miriam Meckel.
La ¨²ltima paradoja es la siguiente: los aparatos que nos conectan posibilitan tambi¨¦n la desconexi¨®n. As¨ª, no es la tecnolog¨ªa la culpable de nuestros males, sino la actitud que tenemos ante ella. Enredarse es una decisi¨®n. Apropiarse del tiempo y del espacio, una liberaci¨®n.
elpaissemanal@elpais.es
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