?Por qu¨¦ la gente no sonr¨ªe en las fotos antiguas?
Inauguramos una nueva serie en la que expertos responden a algunas de las b¨²squedas m¨¢s curiosas que los usuarios realizan en Google
?Por qu¨¦ la gente no sonr¨ªe en las fotos antiguas? Tal y como los usuarios que le hacen esa pregunta a Google han podido comprobar con exactitud, existe una l¨²gubre ausencia de sonrisas en las primeras fotograf¨ªas de la historia. Los retratos fueron uno de los principales atractivos de la fotograf¨ªa desde su invenci¨®n. En 1852, por ejemplo, una chica pos¨® para un daguerrotipo?con la cabeza ligeramente girada, lanzando al objetivo una mirada firme y segura, y sin sonre¨ªr. As¨ª, queda conservada para siempre como una joven de lo m¨¢s severo.
Esa severidad aparece por doquier en las fotograf¨ªas victorianas. Charles Darwin, que seg¨²n todas las fuentes era un hombre afable y un padre cari?oso y bromista, parece congelado en la melancol¨ªa en todas sus fotos. En el gran retrato del astr¨®nomo John Frederick William Herschel realizado en 1867 por Julia Margaret (ver m¨¢s abajo), su profunda introspecci¨®n taciturna y su pelo enmara?ado, ba?ado por la luz, le daban el aire de un rey Lear tr¨¢gico. ?Por qu¨¦ nuestros ancestros, desde los desconocidos que posaban para retratos familiares a los personajes famosos y de renombre, se pon¨ªan tan sumamente tristes delante del objetivo?
No hay que observar durante mucho tiempo estas antiguas y solemnes fotograf¨ªas para ver cu¨¢n incompleta est¨¢ la respuesta aparentemente obvia: que congelan sus caras para poder aguantar los largos tiempos de exposici¨®n. En el retrato que Julia Margaret Cameron le hizo a Tennyson, el poeta rumia y sue?a, su rostro es la m¨¢scara sombreada de un genio. No se trata de una mera extravagancia t¨¦cnica, sino de una elecci¨®n est¨¦tica y emocional.
Los victorianos se tomaban con humor incluso los aspectos m¨¢s l¨²gubres de su sociedad
La gente del pasado no era necesariamente m¨¢s pesimista que nosotros; las personas no deambulaban por el mundo en un estado de tristeza perpetua, aunque, de haberlo hecho, estar¨ªan justificados, al vivir en un mundo con alt¨ªsimas tasas de mortalidad en comparaci¨®n con el Occidente actual, con una medicina del todo deficiente para nuestros est¨¢ndares. De hecho, los victorianos se tomaban con humor incluso los aspectos m¨¢s l¨²gubres de su sociedad. El libro de Jerome K. Jerome Tres hombres en una barca ofrece una imagen reveladora del sentido del humor victoriano, juguet¨®n e irreverente. Cuando el narrador bebe un trago de agua del r¨ªo T¨¢mesis, sus amigos bromean dici¨¦ndole que probablemente pille el c¨®lera. La broma es fuerte teniendo en cuenta que estaban en 1889, solo unas d¨¦cadas despu¨¦s de que dicha enfermedad arrasara Londres. Aunque ah¨ª estaba Chaucer escribiendo Los cuentos de Canterbury, que a¨²n arrancan carcajadas, en el siglo de la peste negra. O Jane Austen, que encontr¨® cantidad de elementos tronchantes en la ¨¦poca de las guerras napole¨®nicas.
La risa y el regocijo no solo eran habituales en el pasado, sino que estaban mucho m¨¢s institucionalizados que hoy en d¨ªa: desde los carnavales medievales, donde comunidades enteras disfrutaban con payasadas y extravagancias c¨®micas desenfrenadas, hasta las imprentas georgianas, donde la gente se reun¨ªa para enterarse de los ¨²ltimos chistes. Lejos de reprimir los festivales y la diversi¨®n, los victorianos, que inventaron la fotograf¨ªa, tambi¨¦n confirieron a la Navidad el car¨¢cter de fiesta laica que tiene en la actualidad.
As¨ª las cosas, la seriedad de la gente en las fotograf¨ªas del siglo XIX no puede ser prueba de una tristeza y depresi¨®n generalizada. No se trataba de una sociedad que viv¨ªa en una desesperanza perenne. M¨¢s bien, la verdadera respuesta tiene que ver con la actitud hacia el retrato en s¨ª.
Las personas que posaban para las primeras fotograf¨ªas, desde las severas familias de clase media que dejaban constancia de su estatus hasta los famosos captados por el objetivo, las conceb¨ªan como un momento significativo. La fotograf¨ªa a¨²n era muy poco corriente y hacerse una foto no era algo que ocurriera todos los d¨ªas. Para mucha gente, pod¨ªa tratarse de una experiencia ¨²nica en la vida.
Posar para la c¨¢mara, en otras palabras, no era muy distinto de hacerlo para un cuadro. Era m¨¢s barato, m¨¢s r¨¢pido (a pesar de los largos tiempos de exposici¨®n) y significaba que unas personas que nunca hab¨ªan tenido la oportunidad de ser pintadas ahora pod¨ªan hacerse un retrato; pero, al parecer, la gente se lo tomaba con la misma seriedad que se reservaba a los cuadros. Aquello no era una ¡°instant¨¢nea¡±. Al igual que los cuadros, la fotograf¨ªa se conceb¨ªa como el registro atemporal de una persona.
Los retratos al ¨®leo tampoco est¨¢n plagados de sonrisas. Las obras de Rembrandt ser¨ªan muy distintas si todo el mundo estuviera sonriendo. De hecho, rezuman conciencia de la mortalidad y del misterio de la existencia, que no son precisamente motivos para re¨ªrse. Desde la mirada rojiza del papa Inocencio X retratado por Vel¨¢zquez a la Violante de Tiziano y su seriedad ¨ªntima, son contados los retratos con caras sonrientes que encontramos en los museos.
La fotograf¨ªa a¨²n era muy poco corriente y hacerse una foto no era algo que ocurriera todos los d¨ªas. Para mucha gente, pod¨ªa tratarse de una experiencia ¨²nica en la vida
La excepci¨®n m¨¢s famosa es, claro est¨¢, la Mona Lisa, y Leonardo da Vinci se esforz¨® durante a?os para que esa sonrisa ¡°funcionase¡±. Sus coet¨¢neos se sorprendieron al ver un retrato sonriente. En el siglo XVIII, los artistas pintaban a personas risue?as ¡ªel escultor Houdon incluso dio a la estatua de m¨¢rmol de Voltaire una sonrisa ¡ª para captar la nueva actitud, sociable y alegre, de la Ilustraci¨®n. No obstante, en l¨ªneas generales, la melancol¨ªa y la introspecci¨®n dominan el retrato al ¨®leo, y esa sensaci¨®n de la seriedad de la vida pas¨® de la pintura a los albores de la fotograf¨ªa.
De hecho, la pregunta podr¨ªa reformularse: ?por qu¨¦ las fotograf¨ªas antiguas son mucho m¨¢s conmovedoras que las modernas?
Lo cierto es que la grandeza existencial de los retratos tradicionales, la gravedad de Rembrandt, a¨²n sobrevive en la fotograf¨ªa victoriana. Hoy en d¨ªa nos sacamos tantas fotos sonriendo que la idea de que alguien pueda encontrar aut¨¦ntica profundidad y poes¨ªa en la mayor parte de ellas es absurda. Las fotos representan la sociabilidad: queremos transmitir que somos gente sociable y feliz. As¨ª que sonre¨ªmos, nos re¨ªmos y hacemos el tonto en selfis infinitos, infinitamente compartidos.
Un selfi risue?o es la ant¨ªtesis de un retrato solemne, una mera representaci¨®n moment¨¢nea de la felicidad. No tiene ninguna profundidad, y por ende ning¨²n valor art¨ªstico. Como documento humano resulta inquietantemente desechable. (De hecho, ni siquiera es lo bastante s¨®lido como para hacer una bolita: basta con pulsar ¡°borrar¡±).
La pregunta podr¨ªa reformularse: ?por qu¨¦ las fotograf¨ªas antiguas son mucho m¨¢s conmovedoras que las modernas?
Qu¨¦ hermosas y cautivadoras son las fotograf¨ªas antiguas en comparaci¨®n con nuestros rid¨ªculos selfis. Probablemente aquella gente seria se divert¨ªa tanto como nosotros, si no m¨¢s. Pero no ten¨ªan la necesidad hist¨¦rica de demostrarlo con fotos. Al contrario, cuando posaban para una fotograf¨ªa pensaban en el tiempo, la muerte y la memoria. La presencia de esas realidades solemnes en las fotograf¨ªas del pasado las hace mucho m¨¢s valiosas que las instant¨¢neas con una felicidad tonta colgadas en Instagram. A lo mejor, nosotros tambi¨¦n deber¨ªamos dejar de sonre¨ªr a veces.
Traducci¨®n de News Clips
? 2015 The Guardian
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