Justicia para L¨®pez
Apoyar a Maduro y su gente es apoyar una variante del fascismo.
Hay pa¨ªses con los que la historia tiende a ensa?arse de mala manera, como Venezuela, donde la tiran¨ªa est¨¢ envuelta en un ropaje de inmaculada democracia. En Venezuela se cumple el primer requisito de la limpieza pol¨ªtica, y es que los procesos electorales se desarrollan de manera muy pulcra: se vota y se cumple el mandato de las urnas.
Parad¨®jicamente, Leopoldo L¨®pez ha sido condenado a 13 a?os de c¨¢rcel, en la sentencia m¨¢s injusta que se ha dado en Am¨¦rica en muchos a?os. El juez que la ha dictado ha aplicado un a?o m¨¢s de los que ped¨ªa el fiscal. Nadie en Venezuela ignora que es una sentencia que va contra la justicia, los que est¨¢n a favor de ella y los que est¨¢n en contra de esa monstruosidad.
Por una vez, en Espa?a, el stablishment y la mayor¨ªa de la oposici¨®n coinciden en su postura al respecto. La postura de Margallo y la de Felipe Gonz¨¢lez resumen a la perfecci¨®n lo que piensa el 90% del Parlamento. No nos importa lo que piensen los radicales nacionalistas vascos. Lo que importa en lo referente a lo sucedido cuando apoyan al Gobierno de Maduro y sus jueces domesticados es que est¨¦n ah¨ª los que han votado una supuesta alternativa radical y progresista, como es Podemos y formaciones similares. Apoyar a Maduro y su gente es apoyar una variante del fascismo. Una variante que en este caso tiene una caracter¨ªstica muy peculiar: da respaldo a una presunta democracia basada en el derecho colectivo. En Venezuela, la tendencia es esa. No se trata de los derechos individuales, sino de los derechos de los ciudadanos como pueblo. Porque, seg¨²n Maduro, seg¨²n Ch¨¢vez en su momento, de lo que se trata es de defender la revoluci¨®n bolivariana, y ya sabemos que la revoluci¨®n se come casi siempre a sus presuntos beneficiarios. Leopoldo L¨®pez es un dem¨®crata, pero un obst¨¢culo para la revoluci¨®n. Entonces, se acaba con ¨¦l, aunque sea pisoteando la justicia y la cabeza de L¨®pez.
En una Espa?a atribulada por la puesta en cuesti¨®n de su propia existencia, la situaci¨®n de L¨®pez no preocupa, por supuesto, a Iglesias y compa?¨ªa. Tampoco a los dem¨¢s ensimismados en la identidad. De eso nos sobra en este pa¨ªs (o estos pa¨ªses).
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