El moderno patriotismo
?Es posible una comunidad pol¨ªtica basada en la ciudadan¨ªa democr¨¢tica y no en las preexistentes identidades nacionales?
Una de las grandes paradojas del nacimiento de la modernidad pol¨ªtica es la confluencia de los conceptos de patria y naci¨®n y, como consecuencia, de las ideolog¨ªas a ellos asociadas, patriotismo y nacionalismo. Dos t¨¦rminos en origen sino antit¨¦ticos al menos de relaciones ambiguas a los que la evoluci¨®n del lenguaje acab¨® convirtiendo, tal como hoy los entendemos, en sin¨®nimos o casi sin¨®nimos.
En el lenguaje pol¨ªtico de la primera Ilustraci¨®n, tal como se refleja por ejemplo en la obra del padre Feijoo, por patria se entiende el conjunto de los que viven bajo las mismas leyes; por naci¨®n el de los que tiene el mismo origen, lengua y costumbres. El amor a la primera dar¨ªa origen al patriotismo, una virtud c¨ªvica; el generado por la segunda al nacionalismo, una pasi¨®n no necesariamente virtuosa. El sujeto pol¨ªtico era la patria y en su interior pod¨ªan convivir, y conviv¨ªan, naciones distintas ya que la identidad, con la excepci¨®n de la religiosa, no formaba parte del ¨¢mbito de lo p¨²blico sino de lo privado.
Hacer de la identidad el eje de la vida pol¨ªtica no parece lo m¨¢s razonable, salvo que la apuesta sea la homogenizaci¨®n forzosa y la exclusi¨®n ¨¦tnico-cultural
La que podr¨ªamos denominar extravagancia de la modernidad fue la conversi¨®n de la naci¨®n, los que tienen el mismo origen, lengua y costumbres, en lo que nunca antes hab¨ªa sido, el sujeto exclusivo y excluyente de legitimaci¨®n del ejercicio del poder, con la identidad y su dif¨ªcil gesti¨®n erigida en centro de la vida pol¨ªtica. Una tr¨¢gica extravagancia si consideramos que, tal como afirma el historiador brit¨¢nico Hobsbawm, ¡°desde que el mundo es mundo, ning¨²n territorio ¨Ccualquiera que sea su tama?o¨C ha sido habitado por una poblaci¨®n homog¨¦nea, ya sea cultural, ¨¦tnica, o de cualquier otro aspecto¡±. Hacer de la identidad el eje de la vida pol¨ªtica no parece en estas condiciones lo m¨¢s razonable, salvo que la apuesta sea la homogenizaci¨®n forzosa de poblaciones naturalmente heterog¨¦neas y/o la exclusi¨®n ¨¦tnico-cultural. El resultado, razonable o no, fue la conversi¨®n del ¡°a cada naci¨®n su patria y a cada patria su naci¨®n¡± en el axioma pol¨ªtico por excelencia del mundo contempor¨¢neo con ambos t¨¦rminos, sino como sin¨®nimos, s¨ª al menos como intercambiables, tambi¨¦n los de patriotismo y nacionalismo.
Una identificaci¨®n, patria/naci¨®n y patriotismo/nacionalismo, particularmente nociva ya que ha llevado a una clara hegemon¨ªa de los conceptos de naci¨®n y nacionalismo en detrimento de los de patria y patriotismo. La idea de una comunidad pol¨ªtica basada en la libre voluntad de los ciudadanos y no en la metaf¨ªsica realizaci¨®n de la naci¨®n ha desaparecido casi por completo de nuestro horizonte ideol¨®gico. Somos esclavos de una concepci¨®n fatalista del fundamento de la comunidad pol¨ªtica que nos hace ser miembros de una determinada naci¨®n al margen, e incluso en contra, de nuestra voluntad. No existe un patriotismo c¨ªvico, en el sentido preconizado por Habermas de ¡°sociedad de ciudadanos con patriotismo constitucional¡±, y s¨ª un nacionalismo esencialista, de tipo cultural, que despu¨¦s cada uno canaliza en funci¨®n de sus peculiares creencias: espa?ol, catal¨¢n, berciano, ruso, moravo... y, como dir¨ªa Josep de Maistre, dicen que hasta persa.
La legitimidad del Estado podr¨ªa descansar en su capacidad para preservar los derechos y libertades?
Una conciencia de patria que defina la comunidad pol¨ªtica en t¨¦rminos de ciudadan¨ªa democr¨¢tica y no de preexistentes identidades nacionales est¨¢ todav¨ªa por construirse en la mayor¨ªa, si no en todos los pa¨ªses del mundo. La pregunta ser¨ªa si este tipo de patriotismo anacional es posible o si, por el contrario, hay una dimensi¨®n m¨ªtica en toda identidad colectiva que exige un imperativo de filiaci¨®n al margen de la voluntad individual; si en este desencantamiento del mundo producido por la modernidad la pervivencia de formas de identidad de tipo m¨ªtico, y la naci¨®n es sin duda una de ellas, es s¨®lo un mero resto del pasado al que nos aferramos o una necesidad antropol¨®gica que nos aferra.
La respuesta, desde la perspectiva de una visi¨®n desacralizada de lo pol¨ªtico, es obvia. Se tratar¨ªa de hacer descansar la legitimidad del Estado no en la realizaci¨®n de la naci¨®n sino en su capacidad para preservar los derechos y libertades de los ciudadanos y de garantizar una razonable distribuci¨®n de bienes y servicios. Algo que exigir¨ªa recuperar el viejo sentido de patria y patriotismo en detrimento de los de naci¨®n y nacionalismo. No es cierto, como de manera expl¨ªcita o impl¨ªcita parecen creer los nacionalistas, que todos lo seamos, de una u otra naci¨®n. Se puede ser patriota y no nacionalista, basta con considerar la identidad un asunto privado y no el eje de la vida pol¨ªtica.
Tom¨¢s P¨¦rez Vejo pertenece al Instituto Nacional de Antropolog¨ªa e Historia de M¨¦xico.
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