Nacionalizar el pasado
El ¡®¨¦rase una vez¡¯, ese cuento de hadas de la falacia retrospectiva, se convierte, en el mejor de los casos, en un cuento de miedo; en el peor, en una historia de exclusi¨®n destinada a quebrar una convivencia en paz
Era 30 de abril de 1937 y un joven historiador catal¨¢n, Jaume Vicens Vives, decidi¨® enviar a Manuel Aza?a, ¡°primer ciudadano de la naci¨®n¡±, un libro que recog¨ªa el ¡°modesto fruto de mis ¨²ltimos trabajos¡±. Escrib¨ªa Vicens, apenas una semana antes de que en Barcelona estallara una guerra civil catalana dentro de la Guerra Civil espa?ola, que con aquel libro solo hab¨ªa pretendido contribuir desde su ¡°posici¨®n de trabajo al esfuerzo colectivo que hoy realizamos todos los espa?oles ¡ªentre los cuales cabe contar a nosotros, los catalanes¡ª para asegurarnos un porvenir, rico en promesa de libertad y cultura¡±. Y a?ad¨ªa que la obra que ten¨ªa el honor de ofrecer al presidente de la Rep¨²blica era ¡°hija directa de su pol¨ªtica y de la comprensi¨®n que V. E. tuvo de los problemas catalanes. ?Qui¨¦n hubiera podido so?ar, antes, en la publicaci¨®n de una tesis doctoral, pensada y escrita en catal¨¢n, en la Universidad de Barcelona?¡±.
Cuando Vicens envi¨® su carta a Aza?a no hab¨ªan transcurrido a¨²n tres a?os de la agria disputa que le enfrent¨® a Antoni Rovira i Virgili, cuando este le reproch¨® desde La Humanitat la falta de ¡°sensibibilitat catalanesca¡± que hab¨ªa mostrado en su trabajo sobre ¡°La pol¨ªtica de Ferran II durant la guerra remen?a¡±. Vicens le respondi¨® con una carta abierta publicada en La Veu de Catalunya que si hab¨ªa prescindido ¡°de l'esperit nacional en analitzar el regnat de Ferran II ¨¦s perqu¨¦ a la documentaci¨® de l'¨¨poca no hi ha res que en revel¨¦s un estat de consci¨¨ncia nacional¡±. Con ello, establec¨ªa Vicens como norma inexcusable del oficio de historiador no sucumbir a esa falacia retrospectiva que consiste en proyectar sobre el pasado el esp¨ªritu nacional propio del presente si los documentos de la ¨¦poca no atestiguan de ninguna manera la existencia de tal esp¨ªritu.
Otros art¨ªculos del autor
Que esa posici¨®n de Vicens Vives no fue meramente circunstancial lo prueba bien que, pocos meses antes de su temprana y muy sentida muerte, escribiera en Serra d¡¯Or que la ¡°coacci¨®n rom¨¢ntica¡± segu¨ªa planeando sobre ¡°les produccions dels nostres m¨¦s eminents historiadors, algun dels quals arrib¨¢ a confondre hist¨°ria rom¨¤ntica amb hist¨°ria nacional¡±. Este es el mismo Vicens que en diciembre de 1956 hab¨ªa dirigido a la Juventut de Catalunya una llamada a formar la ¡°Alian?a pel Redre? de Catalunya¡± como piedra singular de la reordenaci¨®n de Europa y de Espa?a; el mismo que, adem¨¢s de propugnar para Espa?a un ¡°Estado federativo gradual¡±, aleccionaba a los j¨®venes catalanes record¨¢ndoles que ¡°el separatisme ¨¦s una actitud de ressentiment col.lectiu incompatible amb tota missi¨® universal¡±.
Pero aquel catalanismo que vinculaba la defensa del hecho diferencial catal¨¢n con la activa participaci¨®n en las instituciones espa?olas, comenz¨® a hacer agua cuando en los primeros a?os del siglo XXI son¨® la hora de la nacionalizaci¨®n del pasado por iniciativa de las nuevas clases pol¨ªticas de las comunidades aut¨®nomas que, apoy¨¢ndose en cient¨ªficos sociales ¡ªhistoriadores, soci¨®logos, polit¨®logos¡ª, llegaron a la conclusi¨®n de que el consenso constituyente de 1978 hab¨ªa periclitado. No atrevi¨¦ndose con la Constituci¨®n, en la que radicaba el fundamento de su poder, procedieron a reformarla por la puerta de atr¨¢s, asegurando que se limitaban a revisar los estatutos de autonom¨ªa cuando, en realidad, se afanaron en la elaboraci¨®n de estatutos de nueva planta, basados en la generalizada afirmaci¨®n de unas realidades nacionales que remontaban al origen de los tiempos.
Si el historiador inventa, en lugar de narrar lo que descubre tras investigar, traiciona su oficio
Para legitimar esta operaci¨®n no encontraron mejor recurso que nacionalizar cada cual el pasado de su propio territorio, en unos pre¨¢mbulos construidos seg¨²n el g¨¦nero de ¡°¨¦rase una vez¡±. Cient¨ªficos sociales, m¨¢s o menos marxistas en sus a?os j¨®venes, todos muy viajados y muy cosmopolitas, se convirtieron en fervientes nacionalistas, dispuestos a aportar su grano de arena a esos cuentos de hadas, sonrojantes para cualquier historiador, que son los pre¨¢mbulos de los estatutos de autonom¨ªa de 2006/2007. De las nacionalidades y regiones de la Constituci¨®n se pas¨® a realidades nacionales de los estatutos, con la vista puesta en una pr¨®xima conversi¨®n de todas ellas en naciones.
Pues llegados a este punto, solo era cuesti¨®n de tiempo y oportunidad que las realidades nacionales se declararan naciones pol¨ªticas en plenitud de soberan¨ªa exclusiva. Y no menos de esperar era que, como ya hab¨ªa ocurrido en 1931 y otra vez en 1978, los catalanes se condujeran como primog¨¦nitos: por su rica tradici¨®n de catalanismo pol¨ªtico, por la constante acci¨®n nacionalizadora impulsada desde la Generalitat a partir de las elecciones de 1980, por la abundancia de asociaciones y plataformas creadas al servicio de la misma causa, y en fin, aunque no en ¨²ltimo lugar, por la disponibilidad de un pu?ado de historiadores, que r¨¢pidamente se mostraron muy deferentes con el poder y muy sol¨ªcitos a la hora de convertir una historia compleja en la m¨¢s simple de todas las historias jam¨¢s contadas, la de Espa?a contra Catalu?a.
Cient¨ªficos sociales, todos viajados y cosmopolitas, se convirtieron en fervientes nacionalistas
Y as¨ª, requerido por el poder, acudi¨® un plantel de historiadores a contar que ya desde principios del siglo XVIII, una naci¨®n, Espa?a, decidi¨® exterminar por las armas a otra naci¨®n, Catalu?a: la guerra de sucesi¨®n a la dinast¨ªa austriaca, liquidada con el triunfo de la dinast¨ªa francesa, se convirti¨®, por ese arte de birlibirloque en que son maestros los historiadores nacionalistas, en guerra entre dos naciones hechas y derechas, Espa?a y Catalu?a: una invenci¨®n en toda regla que habr¨ªa merecido de Vicens la cr¨ªtica que en su Noticia de Catalu?a dirigi¨® a ¡°los historiadores rom¨¢nticos de uno y otro lado del Ebro¡± cuando presentaban lo ocurrido de 1705 a 1714 ¡°desde un ¨¢ngulo ajeno por completo al adoptado por aquellos antepasados nuestros¡±. Narrar el pasado respetando el ¨¢ngulo adoptado por los antepasados es el arte y tambi¨¦n la obligaci¨®n del historiador. Pero si en lugar de narrar lo que, tras un arduo trabajo de indagaci¨®n, descubre, el historiador presenta lo que, por coacci¨®n rom¨¢ntica o por acudir en auxilio del poder en plaza, inventa, entonces comete lo que parafraseando a Julien Benda podr¨ªa llamarse la trahison des historiens. Nacionalizar el pasado con el prop¨®sito de remontar la existencia de la naci¨®n propia a tiempos inmemoriales para, de esa manera, legitimar una operaci¨®n pol¨ªtica es una traici¨®n de los historiadores a lo que constituye la m¨¦dula de su oficio.
Una traici¨®n, como la cometida por los intelectuales en los albores de la Gran Guerra, catastr¨®fica en sus resultados porque los historiadores que acuden al canto de sirena del poder pol¨ªtico para inventar la historia de una naci¨®n contra otra construyen el soporte desde el que ese poder legitima su llamada a la uni¨®n sagrada ¡ª?campesinos, proletarios, burgueses, terratenientes, banqueros: un¨ªos, la patria os llama!¡ª contra el enemigo, contra la naci¨®n extranjera, contra ese Otro que nos roba y nos expolia y pretende exterminarnos. El ¨¦rase una vez, ese cuento de hadas de la falacia nacionalizadora, se convierte as¨ª, en el mejor de los casos, en un cuento de miedo; en el peor, en una historia de exclusi¨®n destinada a quebrar una convivencia en paz.
Santos Juli¨¢ es historiador
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