El rey de la irreverencia
Denostado y admirado por igual, el dise?ador Jeremy Scott ha vuelto a convertir a Moschino en una marca pol¨¦mica y rentable
Muchos dise?adores detestan tener que salir a saludar despu¨¦s del desfile. A Phoebe Philo y Raf Simons, por ejemplo, casi se les dibuja una mueca de dolor en el rostro. Otros toleran la pr¨¢ctica o la aman en secreto. Y despu¨¦s est¨¢ Jeremy Scott (Kansas City, 1974). Lejos de aparecer sobre la pasarela con cara de circunstancias, como exige un protocolo no escrito de la moda, Scott surge con uno de sus atuendos maximalistas acorde con la colecci¨®n, como sol¨ªa hacer John Galliano. Sonr¨ªe, saluda, se contonea y deja claro que est¨¢ disfrutando y no piensa pedir perd¨®n por ello.
Fue doloroso: me di cuenta de lo falsa y fr¨ªvola que puede ser la gente de la moda
En la pasada edici¨®n de la feria Pitti Uomo de Florencia ¨Cuna de las m¨¢s influyentes dentro de la moda masculina¨C, donde acudi¨® como director creativo de Moschino, Scott invent¨® el resaludo. Una hora despu¨¦s del desfile, irrumpi¨® en la fiesta posterior tocado con corona de oro y piedras falsas ¨Cpor el aire dieciochesco de la colecci¨®n¨C y del brazo de su musa y amiga Katy Perry. Con un lento paso teatral, ambos fueron recorriendo las cuatro esquinas del patio del impactante Palazzo Corsini, en el que se hab¨ªa instalado la pasarela, y arrastrando en el proceso a un enjambre cada vez mayor de groupies, que se descoyuntaban para sacarse fotos con ellos. Es dif¨ªcil, por no decir imposible, imaginar a otro dise?ador en activo en una escena similar.
¡°Me encanta¡±, admite al d¨ªa siguiente, sentado en el sal¨®n de su hotel en la capital toscana. ¡°La cosa se descontrol¨®. Algunos se emborracharon, y cuando una mujer me agarr¨® del jersey pens¨¦: ¡®Vale, esto ya es demasiado. Pero es muy halagador que les guste tanto mi trabajo¡¯. Lo ¨²nico que quiero es llevar felicidad a la gente, traer alegr¨ªa al mundo¡±.
La fiesta, los famosos y los selfies son una parte intr¨ªnseca de la experiencia Scott, lo mismo que la mezcla y el exceso. La colecci¨®n que pudo verse en Florencia, y con la que la firma estrenaba su l¨ªnea masculina, pasa el siglo XVIII por el filtro de los ochenta ¨Ces verla y o¨ªr la pegadiza banda sonora de Amadeus¨C y casa la est¨¦tica de los ciclistas y los corredores de motos con los brocados y los jacquards. ¡°Soy muy ego¨ªsta y siempre pienso en qu¨¦ me gustar¨ªa llevar a m¨ª, qu¨¦ falta en mi armario. As¨ª que empec¨¦ con la idea de los pilotos de carreras porque me encanta toda esa ropa, pero siempre est¨¢ hecha para gente con un 0% de grasa corporal, que no es mi caso. Y de ah¨ª evolucion¨¦ a la idea de la realeza. Quer¨ªa hacer cosas con telas tan ricas que casi fuesen mareantes, como los perfumes fuertes¡±, cuenta.
En su colecci¨®n para hombre tambi¨¦n hay logos y estampaciones de dibujos animados, una constante en el universo Scott. ¡°Si yo te ense?o un Mickey Mouse, lo vas a reconocer igualmente por muy distorsionado que est¨¦. Y eso va a pasar en Florencia, en Madrid, en Dub¨¢i o en Tombuct¨². Los dibujos y los logos forman un lenguaje universal, y eso me encanta¡±, argumenta.
Tuve un ascenso muy r¨¢pido, pero despu¨¦s quer¨ªan acabar conmigo
Por eso Bob Esponja y Bart Simpson se colaron hace a?o y medio en su primera colecci¨®n para Moschino, junto a los arcos dorados de McDonald¡¯s y los envoltorios de ganchitos y chocolatinas. Scott consigui¨® lo que buscaba: millones de likes y un bombazo comercial. Las tiendas multimarca, que hab¨ªan arrinconado a la firma desde la muerte de su fundador en los noventa, volvieron a reclamar por docenas sus reconocibles jers¨¦is extragrandes y, lo que es seguramente m¨¢s importante, se despacharon miles de carcasas de iphones simulando un paquete de patatas fritas de McDonald¡¯s. Ese fue, durante al menos dos meses de 2014 ¨Cuna eternidad pop¨C, el accesorio obligatorio de aquellos que cuentan sus usuarios de Instagram de mil en mil.
Michelle Stein, la presidenta del grupo Aeffe, propietario de Moschino, confirm¨® el pasado verano que las ventas de la marca ¡°se han multiplicado por 10¡± desde el fichaje de Scott. ¡°Tiene una idea descarada de la cultura popular y est¨¢ al cabo de la calle como nadie¡±, le pirope¨®. Moschino se ha convertido en la etiqueta m¨¢s lucrativa del grupo, muy por encima de Pollini y Alberta Ferretti, de manera que a nadie le extra?¨® que Aeffe firmase en junio un acuerdo multimillonario para expandir Jeremy Scott, la marca propia del dise?ador.
Los dibujos y los logos forman un lenguaje universal, y eso me encanta
Pero no todo el mundo aplaudi¨® su trabajo. Algunos empleados de McDonald¡¯s se sintieron insultados. Se habl¨® de glorificaci¨®n de la comida basura. Vanessa Friedman, actual cr¨ªtica de moda de The New York Times y entonces articulista del Financial Times, afe¨® al dise?ador que se dedicase a contar ¡°una serie de chistes malos¡± mientras ¡°Kiev ard¨ªa¡± ¨Cel desfile coincidi¨® con las sangrientas protestas en Ucrania¨C y le compar¨® (para mal) con Miuccia Prada, la excomunista que acababa de presentar una colecci¨®n inspirada en las pel¨ªculas de Fassbinder.
El dise?ador asegura tener asumido ese rechazo, pero las cicatrices permanecen a¨²n ah¨ª. ¡°Si un c¨®mico hace un papel muy triste para decir esto, le aplaudimos y le damos todos los premios. Ahora, si hace una comedia, nada. Pero es la misma persona, y lo m¨¢s probable es que todos veamos m¨¢s veces la comedia y la disfrutemos m¨¢s. En la moda pasa lo mismo. Los hay que sienten que tienen que apuntarse a cosas muy austeras y rigurosas para darse m¨¦rito¡±, explica. Poco despu¨¦s cita a Keith Haring como alguien que vivi¨® una experiencia an¨¢loga a la suya: ¡°Cuando trabaj¨¦ con su fundaci¨®n, pude leer sus diarios personales. En un pasaje hablaba de lo cruel que hab¨ªa sido el mundo del arte con ¨¦l por ser un populista. Explicaba c¨®mo en una ocasi¨®n compr¨® pintura con su propio dinero y se fue a hacer un mural a un hospital de ni?os para subirles la moral. Los cr¨ªticos le machacaron por eso y ¨¦l no lo entend¨ªa. Leer eso me reconfort¨®. Ah¨ª estaba alguien que ahora es muy respetado, pero que mientras estaba vivo y en la cima de su carrera segu¨ªa siendo malinterpretado por la gente de su industria. Yo tambi¨¦n lo he sentido, pero no me regodeo en ello¡±.
Esa tensi¨®n est¨¢ tambi¨¦n presente de Jeremy Scott, el dise?ador del pueblo, el documental de los productores de Valentino, el ¨²ltimo emperador, que se estren¨® en Estados Unidos a mediados de septiembre. En la pel¨ªcula hablan de ¨¦l Katy Perry, Miley Cyrus, A$Ap Rocky, Rita Ora y otras de las estrellas que han encumbrado a Scott como el modisto preferido del mundo del espect¨¢culo, pero tambi¨¦n, y m¨¢s significativamente, las hermanas y los padres del dise?ador, que habitan en una galaxia muy lejana en Kansas City (Misuri).
Scott suele explicar que sufri¨® agresiones f¨ªsicas y verbales ¡°todos los d¨ªas de su infancia¡±, lo que jam¨¢s le quit¨® las ganas de vestirse de manera extravagante. ¡°?Mira! Aqu¨ª estaba en mi etapa intensa¡±, dice, mostrando en el m¨®vil una foto suya de adolescente en la que aparece con los dedos llenos de anillos y una americana de brocados chinos. ¡°Fui un ni?o poco com¨²n. Pero viv¨ªa en mi propio mundo. Sab¨ªa lo que quer¨ªa y que aquel no era el lugar para hacerlo. Estudiaba franc¨¦s para poder trabajar en el mundo de la moda, ve¨ªa pel¨ªculas y le¨ªa libros de arte, y no me dejaba llevar por las estupideces del colegio¡±, relata.
Tras pasar por el prestigioso instituto Pratt, de Nueva York, en sus ¡°a?os salvajes¡±, cuando llevaba cresta y las cejas afeitadas, pudo poner en pr¨¢ctica todo ese franc¨¦s aprendido en Misuri: en 1996 se traslad¨® a Par¨ªs. ¡°Cuando llegu¨¦, ten¨ªa tan poco dinero que algunas veces dorm¨ªa en el metro¡±, rememora. Tan solo seis a?os despu¨¦s ya era, para bien o para mal, una estrella de la moda. Y lo que ocurri¨® en ese tiempo servir¨ªa como guion para una f¨¢bula sobre esa vol¨¢til industria, con sus puntos ¨¢lgidos ¨Csu primer desfile, celebrado en un bar y con vestidos elaborados a base de batas de hospital, lleg¨® a los o¨ªdos de Karl Lagerfeld, que lo adopt¨® como protegido¨C y sus momentos negros. En 1997 present¨® una colecci¨®n hecha solo en color dorado y calz¨® a las modelos con tacones desiguales que les hac¨ªan cojear. Le llamaron vulgar y mis¨®gino. Andr¨¦ Leon Talley, el respetado cr¨ªtico de Vogue, escribi¨® que Jeremy Scott no deber¨ªa volver a dise?ar jam¨¢s.
¡°Tuve un ascenso muy r¨¢pido al ¨¦xito¡±, afirma sin mucha vanagloria, ¡°y despu¨¦s experiment¨¦ c¨®mo quer¨ªan acabar conmigo. Fue muy doloroso porque no me di cuenta de lo falsa y fr¨ªvola que puede ser la gente de la moda. Un d¨ªa no entienden una colecci¨®n y al d¨ªa siguiente es lo m¨¢s copiado. Tuve que buscar en mi interior la forma de que me importase una mierda¡±.
En 2001 dio por concluida la etapa parisiense e hizo algo que hoy resultar¨ªa l¨®gico, pero entonces parec¨ªa suicida: se mud¨® a Los ?ngeles, ciudad que en aquel momento pintaba en moda m¨¢s o menos lo mismo que Kansas City. Rechaz¨® trabajos para Pucci, Versace, Paco Rabanne y Chlo¨¦. En lugar de eso, visti¨® a Britney Spears en el v¨ªdeo de Toxic y a Madonna en la Super Bowl, y estrech¨® su muy s¨®lida y lucrativa colaboraci¨®n con Adidas.
La estrategia funcion¨® y por eso se sinti¨® listo para dar el s¨ª cuando Moschino llam¨® a su puerta. Curiosamente, Scott hab¨ªa sido becario de la marca cuando estudiaba en Nueva York y, seg¨²n dice, amaba sus a?os dorados cuando era un ni?o: ¡°Recuerdo perfectamente el vestido de osos de peluche, los anuncios ic¨®nicos como el de la mujer que beb¨ªa perfume con pajita. Franco Moschino, Gianfranco Ferr¨¦ y Thierry Mugler eran muy distintos, pero todos ten¨ªan en com¨²n el sentido del humor. Me parece muy triste que a la moda de hoy le falte ese elemento. ?Por qu¨¦? Re¨ªr es lo mejor del mundo¡±.
elpaissemanal@elpais.es
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