La muerte provisoria
El haitiano Max Beauvoir estaba llamado a convertir el vud¨², un culto un poco desaforado, en una religi¨®n como cualquiera
Hillary y Bill Clinton eran rubios y j¨®venes y estaban asustados. Una mujer negra decapitaba un pollo de un mordisco, un hombre negro se pasaba una antorcha por el pecho, dos o tres m¨¢s se agitaban como pose¨ªdos. Hillary y Bill, quietos en un rinc¨®n, se apretaron las manos: era su luna de miel, hab¨ªan pagado 20 d¨®lares y no dejar¨ªan que nada lo arruinara. Los hombres y mujeres bailoteaban, el sacerdote negro gritaba cosas raras.
Despu¨¦s, cuando los esp¨ªritus de la luz y las sombras se cansaron, el sacerdote les explic¨® que, en el vud¨², Dios se manifiesta en esos alborotos, y les profetiz¨® un futuro de grandeza; se lo podr¨ªa considerar un visionario si no fuese porque les promet¨ªa lo mismo a todos. Como los visitantes segu¨ªan interesados, les cont¨® su vida: se llamaba Max Beauvoir, hab¨ªa estudiado qu¨ªmica en Nueva York y bioqu¨ªmica en la Sorbona e investigaba la s¨ªntesis de ciertos esteroides hasta aquella tarde en que su abuelo, sacerdote vud¨², reuni¨® ante su lecho de muerte a la familia. Fue entonces cuando ¨¦l, Beauvoir ¨Cles dijo¨C, entendi¨® que los caminos del Se?or son realmente inescrutables:
¨CT¨² seguir¨¢s la tradici¨®n.
Dijo el abuelo, y lo apunt¨® con un dedo huesudo; no era algo que se pudiera rechazar. Ni era tan original: en Hait¨ª hay 6.000 houngans ¨Csacerdotes vud¨²¨C, muchos m¨¢s que m¨¦dicos o curas. Tambi¨¦n hay 401 esp¨ªritus activos pero, faltaba m¨¢s, un solo dios: el vud¨² tiene ra¨ªces africanas y cristianas.
Beauvoir aprendi¨® las ideas y las t¨¦cnicas y, en unos meses, un cient¨ªfico ateo y racionalista se hab¨ªa vuelto un jinete de esp¨ªritus. A mediados de los setentas, ya cuarent¨®n, viv¨ªa, sobre todo, de montar ceremonias para los turistas. Tambi¨¦n en su pa¨ªs, uno de los m¨¢s pobres, los que pod¨ªan usaban su religi¨®n para pagar las cuentas.
No era el ¨²nico uso. Durante d¨¦cadas, el vud¨² fue parte importante del aparato de poder de los dictadores Duvalier ¨CPapa Doc, Baby Doc¨C: les serv¨ªa para aterrar opositores, legitimar matanzas, refinar torturas. A veces las religiones hacen cosas de ¨¦sas. Cuando Baby Doc cay¨®, masas enfurecidas mataron a un centenar de houngans; Beauvoir se salv¨® de milagro. A?os m¨¢s tarde, cuando otro religioso, el excura Jean-Bertrand Aristide, lleg¨® a la presidencia, Beauvoir se sinti¨® amenazado y emigr¨® a Washington, donde vivi¨® muy pobre, mont¨® un templo en su piso de tres piezas, insisti¨® en que la suya era una religi¨®n tan seria como todas ¨Cy que nunca clavaban alfileres en mu?ecos.
Aristide lo seguir¨ªa poco despu¨¦s: en 1994, expulsado por unos generales, lleg¨® a la capital y se hizo muy amigo de los Clinton; Bill, ya presidente, estuvo a punto de lanzar una invasi¨®n ¨Cla Operaci¨®n Democracia¨C para reponerlo. Faltaban horas ¨Chelic¨®pteros y submarinos listos¨C cuando alguien pens¨® en pedirle a Beauvoir que convenciera al general usurpador de entregar el mando. Su llamado fue un ¨¦xito.
Aristide volvi¨®, volvi¨® a caer; Beauvoir se qued¨® en Washington. En 2008 los houngans haitianos decidieron organizarse y le ofrecieron ser su sumo sacerdote; en Puerto Pr¨ªncipe lo recibieron con un tapiz de p¨¦talos de rosa. Deb¨ªa poner orden en la danza zombi, convertir un culto un poco desaforado en una religi¨®n como cualquiera. Para eso ten¨ªa un templo coqueto en las afueras de la ciudad, desde donde predicaba a los m¨¢s pobres y hambrientos, su grey natural, y a todo el resto.
Hasta que se muri¨®, hace unos d¨ªas. Me hab¨ªa impresionado su historia muchos a?os atr¨¢s, cuando fui a su isla a entrevistar a Aristide, y ahora me carcome una duda: me pregunto c¨®mo ser¨¢ morirse si uno cree, como creen los vud¨²s, que las personas no viven una vez sino 18, nueve como hombres, nueve como mujeres. Lo imagino como un mal trago, nada muy tremendo: una anestesia general. Eso, claro, si es que lo cre¨ªa.
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