El ¨²ltimo Aza?a
Lejos de la vida p¨²blica, el presidente de la Rep¨²blica dedic¨® su tiempo en el exilio a escribir sobre las causas de la guerra y de su catastr¨®fico final. Muri¨® hace 75 a?os, falto de todo poder pero l¨²cido en su raz¨®n y en su palabra
No hay nada que hacer: con esas palabras termin¨® Vicente Rojo, general jefe del Estado Mayor Central, su an¨¢lisis de la situaci¨®n ante los presidentes de la Rep¨²blica y del Gobierno, Manuel Aza?a y Juan Negr¨ªn, en la reuni¨®n que mantuvieron la noche del 28 de enero de 1939 cerca de la frontera francesa. Rojo present¨® pocos d¨ªas despu¨¦s un informe al Consejo de Ministros en el que, ¡°para terminar la guerra de una manera digna¡±, propon¨ªa un plan de rendici¨®n muy simple: anunciar la suspensi¨®n de hostilidades y enarbolar en todas las unidades bandera blanca a la misma hora. El Gobierno no se atrevi¨® a tomar tal decisi¨®n, la guerra continuaba y los reunidos atravesaron el 5 y el 9 de febrero la frontera, Negr¨ªn para volver de inmediato a la zona Centro-Sur; Aza?a y Rojo, con la firme decisi¨®n de no regresar.
Manuel Aza?a hab¨ªa insistido, desde que la batalla de Teruel culmin¨® con la llegada de las tropas franquistas al Mediterr¨¢neo, en la necesidad de poner fin a la guerra por medio de una mediaci¨®n internacional. Juan Negr¨ªn, sin embargo, mantuvo su pol¨ªtica de resistir es vencer planeando en el Ebro una nueva batalla decisiva, de las que valen en teor¨ªa para cambiar el curso de una guerra. Pero la singular estrategia de resistir pasando al ataque acab¨® en un segundo y, ahora s¨ª, decisivo derrumbe del frente republicano, que abri¨® a Franco las puertas de Catalu?a sin encontrar apenas resistencia. Y en este punto, ya no hab¨ªa nada que hacer: la guerra hab¨ªa terminado en derrota para la Rep¨²blica.
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Aza?a no regres¨®, pues, a la zona Centro-Sur, y Francia y Gran Breta?a le pusieron en bandeja la ocasi¨®n de dimitir cuando reconocieron al general Franco como jefe del nuevo Estado espa?ol y procedieron al intercambio de embajadores. Al d¨ªa siguiente, Aza?a dimiti¨®, provocando las iras de quienes a¨²n manten¨ªan la pol¨ªtica de resistencia. En la reuni¨®n que la Diputaci¨®n Permanente del Congreso celebr¨® en Par¨ªs el 31 de marzo, Negr¨ªn afirm¨® que la decisi¨®n del presidente influy¨® ¡°de manera decisiva en el proceso de descomposici¨®n y rebeld¨ªa militar¡± contra su Gobierno y en el reconocimiento de Franco por parte de Francia y de Inglaterra. Dolores Ibarruri, por su parte, acus¨® a Aza?a de haber traicionado a ¡°este pueblo que durante tres a?os hab¨ªa estado vertiendo su sangre en defensa de la Rep¨²blica¡±.
No hac¨ªan falta estas condenas de los suyos para que, en el bando de sus enemigos, se repitiera lo que de ¨¦l se ven¨ªa diciendo de tiempo atr¨¢s: que era un engendro espurio, aborto de logias, pervertido, cruel, infame, una bolsa de odios y de fracasos, que alimentaba un orgullo sat¨¢nico en an¨®nimas jornadas de bur¨®crata oscuro, incapaz de ternura, ajeno a la emoci¨®n, dominado por el resentimiento. Un sapo, una hiena, un monstruo de vientre gelatinoso. Y para colmo, un delincuente com¨²n, un forajido, un ladr¨®n que huy¨® de Espa?a llev¨¢ndose un cargamento de joyas y piedras preciosas, de collares y alhajas, varios lingotes de oro y un cofre conteniendo millones de monedas extranjeras.
En la derrota fue determinante la pol¨ªtica de no intervenci¨®n de Francia e Inglaterra
Aza?a, mientras tanto, convencido de que la guerra hab¨ªa aniquilado su utilidad pol¨ªtica, ech¨®, como ¨¦l mismo dijo, por el solo camino que le hab¨ªan dejado: ¡°Un apartamiento radical, del que ha venido a ser s¨ªmbolo fortuito mi reclusi¨®n en esta aldea¡±, Collonges-sous-Sal¨¨ve, a un paso de la frontera suiza. Hasta all¨ª le lleg¨® noticia de lo que de ¨¦l dec¨ªan unos y otros, y hasta all¨ª lleg¨® tambi¨¦n la propuesta de firmar, junto al presidente de Catalu?a y al presidente de Euskadi, un mensaje que una asociaci¨®n republicana de amigos de Francia, dividida en tres secciones, espa?ola, vasca y catalana, pensaba dirigir al Gobierno franc¨¦s. Aza?a se neg¨® a firmar diciendo que si catalanes y vascos quer¨ªan continuar en la emigraci¨®n los costos¨ªsimos dislates que hab¨ªan cometido durante la guerra, all¨¢ ellos, y que si pensaban ¡°recobrar la Rep¨²blica y hacer la burra nuevamente, sobre la base de las nacionalidades y dels pobles iberiques est¨¢n lucidos¡±. Por hacer la burra se refer¨ªa quiz¨¢ a los sucesivos memorandos que hab¨ªan presentado vascos y catalanes al Foreign Office y al Quai d¡¯Orsay en abril, junio y octubre de 1938 con planes de mediaci¨®n sobre la base de una divisi¨®n territorial de Espa?a en cuatro zonas, present¨¢ndose ellos como una tercera fuerza, un grupo moderado, ¡°equidistante de los dos elementos extremistas ahora en guerra¡±. Espa?a dividida en cuatro: Catalu?a, Euskadi, y los dos Spanish parties now fighting. ?Un dislate? S¨ª, y tambi¨¦n una continuada deslealtad a la Rep¨²blica.
Lejos de la pol¨ªtica, dedic¨® su tiempo a escribir sobre las causas de la guerra y de su catastr¨®fico final: ninguna duda sobre el crimen de lesa patria cometido por los rebeldes, ni lo determinante que fue para su triunfo la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista, tanto como la ciega pol¨ªtica de no intervenci¨®n de Francia e Inglaterra. Pero ninguna duda tampoco sobre el papel que en la derrota tuvieron ¡°los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos¡± del campo republicano, con la revoluci¨®n sindical, las divisiones en los partidos y el ¡°eje Bilbao-Barcelona¡±. El resultado no pod¨ªa ser m¨¢s desolador: la Rep¨²blica hab¨ªa muerto y nada podr¨ªa restaurar las condiciones m¨ªnimas de convivencia entre espa?oles ¡°mientras vivan las generaciones actuales¡±.
Al final de sus d¨ªas aspir¨® a que unos cientos de personas dieran fe de que no fue un bandido
Estas fueron solo algunas de las ¡°verdades penosas de decir, ¨¢speras de o¨ªr¡±, que Aza?a no ahorraba a sus lectores, convencido de que la historia de la guerra civil, de sus antecedentes y de sus resultados, ¡°ser¨¢ una gigantesca mixtificaci¨®n, y que las generaciones hoy vivientes nunca conocer¨¢n la verdad¡±, como hab¨ªa escrito a Lafora en plena guerra. Ahora, en el exilio, esa convicci¨®n se convirti¨® en amarga evidencia cuando sinti¨® caer sobre Espa?a la mezcla de crueldad y estupidez fundidas en el nuevo r¨¦gimen, cuyos ¡°amos y rectores incluyen en el generalato a la Virgen de Covadonga y fusilan en nombre de Nuestro Se?or Jesucristo¡±, seg¨²n escribi¨® a Blanco Amor.
A ¨¦l tambi¨¦n pretendieron fusilarlo. Varios esbirros de Falange, con Pedro Urraca al frente, acecharon la ocasi¨®n de secuestrarlo con el prop¨®sito de someterlo a un consejo de guerra y llevarlo al pared¨®n, como ya hab¨ªa ocurrido con Llu¨ªs Companys, y como ocurrir¨¢ con Juli¨¢n Zugazagoitia, Francisco Cruz Salido y Joan Peir¨®. Aza?a logr¨® escapar de su residencia en Pyla-sur-Mer, con los alemanes pis¨¢ndole los talones, hasta llegar a Montauban. All¨ª, en el Hotel de Midi, convertido en un despojo, solo aspira ¡°a que queden unos cientos de personas en el mundo que den fe de que yo no fui un bandido¡±. Entre ellos qued¨® el eminente historiador Ram¨®n Carande, que muchos a?os despu¨¦s dec¨ªa a sus amigos: hay que leer a Aza?a; ustedes, los j¨®venes, tienen que leer a Aza?a. Tambi¨¦n a este ¨²ltimo Aza?a, desaparecido hoy hace 75 a?os, falto de todo poder, pero tan l¨²cido como siempre en su raz¨®n y en su palabra.
Santos Juli¨¢ es historiador.
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