As¨ª era la Espa?a Kitsch de Franco
M¨¢s all¨¢ del amargo recuerdo de una dictadura cruel, el franquismo trajo a Espa?a una rompedora est¨¦tica hoy considerada hortera
"Haga usted el plan econ¨®mico que le d¨¦ gana¡±. Con estas palabras, Franco se dirig¨ªa a su reci¨¦n nombrado ministro de Hacienda, Mariano Navarro Rubio, despu¨¦s de la insistencia de ¨¦ste y de sus predecesores para convencerle de que la autarqu¨ªa no pod¨ªa continuar. Estaban en bancarrota. Ese sistema econ¨®mico, impuesto personalmente por el dictador, hund¨ªa a Espa?a en una situaci¨®n de miseria dif¨ªcil de imaginar.
Espa?a, como pa¨ªs que ten¨ªa como prioridades absolutas en pol¨ªtica exterior sus relaciones con Washington y el anticomunismo, no ten¨ªa m¨¢s remedio que rendirse a las bondades del capitalismo; s¨ª, ese sistema que libraba con el bloque sovi¨¦tico la ¨²ltima gran contienda de nuestro tiempo: la Guerra Fr¨ªa. Y ¡°fr¨ªa¡± significaba que no se libr¨® con armas, sino con estrategias paramilitares: sobre todo, una guerra en la que jug¨® la diplomacia y la imagen. Y esto ¨²ltimo se tradujo en batallas de propaganda para convencer a todo el planeta de que su sistema econ¨®mico era el acertado, el que les har¨ªa vivir m¨¢s felices y m¨¢s libres.
Por todo esto, con Estados Unidos intentando dulcificar la imagen de Espa?a ¨Cpuesto que era amigo y aliado¨C, lleg¨® el Plan Nacional de Estabilizaci¨®n Econ¨®mica, que se tradujo en lo que despu¨¦s se conoci¨® como ¡°Milagro Econ¨®mico Espa?ol¡± de los 60. Vend¨ªamos m¨¢s, compr¨¢bamos m¨¢s: hab¨ªa m¨¢s dinero. Est¨¢bamos a a?os luz de otros pa¨ªses del bloque capitalista ¨Cen Gran Breta?a, mientras los espa?oles estaban bien entrados los setenta con tiendas de ultramarinos, all¨ª los centros comerciales ten¨ªan escaleras mec¨¢nicas desde los a?os 30¨C y, aunque segu¨ªamos siendo vergonzantemente pobres, esa ¡°nueva era¡± nos invitaba ser consumistas. A hacer, a nuestra humilde manera, ¡°lo que hac¨ªan los americanos¡±: comprar como forma de ocio, haga o no haga falta.
Lo mismo que para un reci¨¦n millonario es un Rolex y un Ferrari, para aquellos espa?olitos lo kitsch hab¨ªa entrado en sus vidas.
Y, ante la evidente carencia a todos los niveles que sufr¨ªa Espa?a para dise?ar productos atractivos para el p¨²blico masivo, el mal gusto, la improvisaci¨®n y el conformismo eran las ¨²nicas herramientas de marketing para una sociedad que abandonaba lentamente la pobreza y se erig¨ªa como ¡°nueva clase media¡±. Lo mismo que para un reci¨¦n millonario es un Rolex y un Ferrari, para aquellos espa?olitos lo kitsch hab¨ªa entrado en sus vidas: el pop de lo hortera, el cutrelux. Una subrama cultural que define al consumismo sin sentido, a lo que est¨¢ de moda sin cuestionar su est¨¦tica. Y as¨ª se cre¨® el monstruo. As¨ª, con Franco, a Espa?a lleg¨® el kitsch.
¡®La Collares¡¯: el kitsch de clase alta
En 1947, Evita Per¨®n visit¨® Espa?a tras ser invitada por el Caudillo. El evento, debidamente magnificado desde los medios de comunicaci¨®n del r¨¦gimen, no s¨®lo supuso un gran acontecimiento en la deprimida vida de los espa?oles de los a?os 40: el c¨ªrculo privado del dictador tambi¨¦n se vio sacudido.
En cada acto oficial, Do?a Carmen ve¨ªa eclipsado su protagonismo por una Evita deslumbrante y con un Franco que no paraba de adular a la argentina. Ella, corro¨ªda por pasar a ser la segundona en todos los actos, plane¨® una curiosa forma de llamar la atenci¨®n: vestir enormes collares. De esta manera, y a pesar de que sus joyas no le dotaban de m¨¢s presencia, consegu¨ªa llamar m¨¢s la atenci¨®n. Hasta tal punto lleg¨® su afici¨®n por cubrir su cuello de perlas que, adem¨¢s de ser rebautizada por toda Espa?a como ¡°La Collares¡±, se recorr¨ªa las joyer¨ªas de Madrid en busca de las piezas m¨¢s grandes y caras.
Ella dio el primer paso, ella se pod¨ªa permitir ser kitsch. El resto de Espa?a todav¨ªa no.
Benidorm: la cuna de la cultura ca?¨ª
El desarrollismo y la apertura al exterior dio la bienvenida a un nuevo motor econ¨®mico: el turismo. Espa?a, al principio, solo pod¨ªa vender sol, mar y hoteles de muy baja gama; suficiente para los turistas de ingresos medios procedentes de unos pa¨ªses en los que su dinero, al cambio, era una aut¨¦ntica fortuna.
La estrategia consisti¨® en identificar los estereotipos m¨¢s conocidos de los espa?oles y ofrec¨¦rselos a los turistas de una forma amable para que se mostrara la cara alegre de un pueblo sometido a una dictadura cruel.
Lleg¨® la hora de darles algo m¨¢s: espect¨¢culo, cultura, algo que hacer por la noche. El typical spanish. La estrategia consisti¨® en identificar los estereotipos m¨¢s conocidos de los espa?oles y ofrec¨¦rselos a los turistas de una forma amable para que, adem¨¢s de hacerles saber d¨®nde estaban, se mostrara la cara alegre de un pueblo sometido a una dictadura cruel. Esto ¨²ltimo era lo que se sab¨ªa de Espa?a fuera, y poco m¨¢s.
Mujeres vestidas de sevillanas y hombres de flamencos, paellas en todas sus variantes, la sangr¨ªa, el humor asociado al catetismo y a la incultura¡ Benidorm, cuyo alcalde consigui¨® que se dejara de prohibir el bikini en sus playas, elev¨® por entonces al municipio a capital indiscutible del turismo espa?ol. Hoy lo sigue siendo.
Desde all¨ª, los extrajeros comenzaron a exportar esta imagen del pa¨ªs: un pueblo de playa convertido en la Disneylandia de lo espa?ol de los a?os 60. O, mejor dicho: de lo que se quer¨ªa que se pensase de los espa?oles.
Hoy Benidorm, a¨²n con los cambios l¨®gicos del paso del tiempo y del cambio pol¨ªtico, contin¨²a siendo ¨Cfascinantemente¨C el lugar referente de lo ca?¨ª: lo kitsch a lo espa?ol.
La rebeli¨®n de los electrodom¨¦sticos: el futuro ya est¨¢ aqu¨ª
Las mujeres espa?olas pasaron en pocos a?os de lavar la ropa a mano a meter toda su colada en una caja blanca con ventana y ver c¨®mo sal¨ªa de all¨ª limpia y reluciente. Parec¨ªa magia. Junto a ella ¨Cy para disfrute de las madres y del resto de miembros de sus casas¨C, otros aparatos el¨¦ctricos como el frigor¨ªfico, la radio o la televisi¨®n hab¨ªan tra¨ªdo una peque?a dosis de futuro a una Espa?a gobernada por el pasado y anclada en la oscuridad.
Esa mezcla de lo antiguo con lo moderno en la decoraci¨®n de las casas hizo llegar lo kitsch al ¨¢mbito dom¨¦stico: las figuritas encima del televisor, la radio sobre un pa?ito de encaje¡ incluso los electrodom¨¦sticos llevaron lo hortera y el exceso a la propia est¨¦tica humana en s¨ª. ?De d¨®nde hubieran salido los cardados lacados de no haber sido por aquellas enormes secadoras de pelo?
Hasta los propios dise?os de los aparatos sorprend¨ªan por su est¨¦tica: ?televisores de madera adherida a una peque?a mesa con ruedas? Estaban rodeados¡
La televisi¨®n: el espect¨¢culo en casa
El televisor es el instrumento de control base de cualquier sistema pol¨ªtico: con ¨¦l, la poblaci¨®n sabe qu¨¦ tiene que consumir, c¨®mo tiene que comportarse y a qu¨¦ debe temer.
En 1964, Televisi¨®n Espa?ola pas¨® a hacer sus emisiones desde Prado Del Rey, unos estudios mucho m¨¢s grandes y producidos para la ocasi¨®n ante la creciente venta de televisores. Hac¨ªa falta m¨¢s espacio, m¨¢s programas, m¨¢s espectacularidad. M¨¢s im¨¢genes bondadosas de un r¨¦gimen aborrecido.
?Hay algo m¨¢s kitsch que Eurovisi¨®n? Todav¨ªa hoy, a pesar de los intentos de maquillaje y modernidad, lo sigue siendo. Y mucho.
Programas como ¡®Salto a la fama¡¯ o ¡®Gran Parada¡¯, donde nuevos talentos a lo ¡®Espa?a profunda¡¯ aprovechaban al m¨¢ximo su oportunidad para mostrar sus cualidades art¨ªsticas; concursos como ¡®Un, dos, tres¡¯ o ¡®Un mill¨®n para el mejor¡¯, donde se invitaba a los espectadores a fabular con ser ricos; y el obligado t¨¢ndem de pareja de presentadores hombre/mujer, donde la f¨¦mina era la cara amable y una cuasi azafata del var¨®n que ten¨ªa la autoridad y que expon¨ªa las cuestiones serias, constitu¨ªan una programaci¨®n kitsch a la que acompa?aba una publicidad televisiva en pa?ales que, vista hoy, s¨®lo puede provocarnos una sonrisa.
Eurovisi¨®n: Espa?a entre el kitsch europeo
El a?o 1961 fue el primero en el que Espa?a particip¨® en el festival de Eurovisi¨®n. Una Conchita Bautista vestida por un vestido a medio camino entre uno de gala y otro de sevillana, cubriendo sus hombros con una mantilla negra de manola, hizo ver a toda Europa que Espa?a tambi¨¦n pod¨ªa ser kitsch. El mal gusto no s¨®lo era cosa de ellos.
Massiel y Salom¨¦, ¨²nicas ganadoras por Espa?a del festival, proclamaron su victoria en la d¨¦cada de los 60, con un r¨¦gimen ¨¢vido de apoyo extranjero y de lavar de imagen. Lo cierto es que, m¨¢s que ganar un festival musical, ganaron un festival folcl¨®rico: un concurso de expresi¨®n nacionalista y costumbrista de un pa¨ªs en forma de canci¨®n, acompa?ados orgullosamente de una modernidad mal entendida. ?Hay algo m¨¢s kitsch que eso?
Est¨¢bamos a a?os luz en lo econ¨®mico y en lo pol¨ªtico¡ pero s¨ª: est¨¢bamos ah¨ª, compitiendo con ellos. Con una canci¨®n y una est¨¦tica que ten¨ªa que identificar ante todo al pa¨ªs del que se proced¨ªa. ?Hay algo m¨¢s kitsch que Eurovisi¨®n? Todav¨ªa hoy, a pesar de los intentos de maquillaje y modernidad, lo sigue siendo. Y mucho.
China: la f¨¢brica de objetos in¨²tiles
Durante el colmo del aperturismo, ya en el a?o 1969 y como forma de relanzar la econom¨ªa, se comenz¨® a establecer relaciones comerciales con uno de los buques insignia del comunismo mundial, s¨®lo superado por la URSS: la Rep¨²blica Popular China. A pesar de que las sensibilidades de muchos colegas de Franco pod¨ªan verse heridas, nadie pod¨ªa rendirse a la tentaci¨®n de mercanc¨ªa barata y abundante, otra de las promesas del tan defendido capitalismo.
As¨ª, adem¨¢s de poder comprar objetos ¨²tiles a un precio mucho menor que al que se hab¨ªa acostumbrado el mercado espa?ol, se pusieron a disposici¨®n productos adaptados al capricho y a la vanidad: objetos de decoraci¨®n de dudoso gusto, artilugios que facilitaban la limpieza del hogar o la cosm¨¦tica personal, aparatos electr¨®nicos de gama baja, juguetes baratos para ni?os y adultos¡ quien no lo ten¨ªa era porque no quer¨ªa.
No importaba si era bonito o no: importaba su posesi¨®n, su compra como modo de entretenimiento. Un pa¨ªs comunista nos hizo sentir, desde el principio, las bondades del capitalismo salvaje y del ¡®consumismo porque s¨ª¡¯. ?Qu¨¦ cosas¡!
El kitsch ahora: un legado d¨¦bil pero vivo
Lo que durante con Franco vivo se impuso, ahora es s¨®lo una extravagancia cultural. Una vez muerto el dictador y con la movida en plena ebullici¨®n, adherirse a este movimiento pas¨® a ser opcional. Quien lo era, lo era porque quer¨ªa.
Quienes adoptan actitudes o est¨¦ticas kitsch en la actualidad lo hacen, normalmente, como una forma de reivindicaci¨®n contra el gusto de las clases altas o lo pol¨ªticamente correcto en forma de clamor antisistema. Como dec¨ªa la canci¨®n ¡°Hacia el abismo¡± de Alaska y Dinarama, ¡°s¨ª: mi reino no es de Dios, me gusta lo peor¡±.
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