Cr¨®nica de un gran error
La t¨ªa Chinwe despertaba la admiraci¨®n de todos. Ten¨ªa belleza, educaci¨®n, fortuna. Pero tales atributos no bastaban para escapar de las obligaciones de la feminidad La escritora nigeriana que firma este texto aprendi¨® la lecci¨®n: nunca renunciar¨ªa a s¨ª misma por el aplauso del mundo
La primera vez que supe que exist¨ªa la m¨¢sca?ra de pesta?as de color azul fue por mi t¨ªa Chinwe. Un s¨¢bado vino a ver a mi madre, con las trenzas cuidadosamente recogidas en el cuello, los bordados plateados de su caft¨¢n relucientes y las pesta?as de color brillante. Sobre su piel oscura, el efecto era espectacular.
¡°?T¨ªa, tus pesta?as son azules!¡±, dije.
Yo ten¨ªa 11 a?os.
¡°S¨ª, querida. Es r¨ªmel azul¡±, me respondi¨® con una sonrisa. Siempre estaba sonriendo, con los ojos arrugados y los dientes muy blancos.
Casi todos los amigos de mi madre me ca¨ªan bien ¨Chab¨ªa mujeres divertidas, mujeres bondadosas, mujeres inteligentes, y un hombre de voz suave¨C, pero solo a ella le podr¨ªa haber dicho algo as¨ª. ?T¨ªa, tienes las pesta?as azules!
Ten¨ªa un aire de tolerancia infinita, de magn¨¢nima delicadeza; cualquier habitaci¨®n en la que entraba se transformaba en un espacio cautivador, a salvo de todo peligro. Con los ni?os parec¨ªa una persona a punto de repartir regalos en envoltorios maravillosos, no porque fuera un cumplea?os o Navidad, sino sencillamente porque los ni?os merec¨ªan tener regalos.
Cada vez que ven¨ªa de visita, yo me colaba en el sal¨®n y escuchaba las conversaciones entre ella y mi madre. Como ella beb¨ªa fanta en vaso, llena de elegancia, yo dej¨¦ de tomar mi coca-cola en botella y me pas¨¦ tambi¨¦n a los vasos. Me gustaba mirarla: menuda, gr¨¢cil y regordeta, con una tez muy oscura que hac¨ªa pensar a la gente que era de Ghana, o de Gambia, o de alg¨²n otro sitio, no de Nigeria, donde las mujeres hermosas ten¨ªan la piel azulada. En su cl¨ªnica, pon¨ªa inyecciones con la mayor dulzura. Cada vez que yo enfermaba de malaria, mis padres me llevaban a Enugu, donde viv¨ªa ella, a una hora de distancia, porque sab¨ªan que, para que me estuviera quieta y me pudieran medicar, ten¨ªa ser t¨ªa Chinwe la que me pinchara con la jeringuilla.
Personalidad sin aristas
Cuando ten¨ªa 13 a?os, mis padres pensaron en cambiarme de colegio, a uno todav¨ªa m¨¢s estricto que el m¨ªo, que ya lo era bastante. El examen de acceso solo se pod¨ªa hacer en Enugu ¨Cla ciudad universitaria en la que viv¨ªamos, Nsukka, era demasiado peque?a para ser un centro regional de ex¨¢menes¨C, as¨ª que mi madre me llev¨® a dormir con la t¨ªa Chinwe, a su casa enorme, de escalera majestuosa y grandes habitaciones.
Sus tres hijos, m¨¢s peque?os que yo, correteaban con unos juguetes que se mov¨ªan y emit¨ªan zumbidos cada vez que apretaban los botones. Su suegra estaba siempre sentada en la veranda, desde donde daba ¨®rdenes a la t¨ªa Chinwe y a las criadas. Su marido, el t¨ªo Emeka, un hombre guapo y sociable, aficionado a los chistes, pon¨ªa discos de m¨²sica funk a todo volumen. Parec¨ªa una familia normal y corriente, pero la presencia de t¨ªa Chinwe le daba, para m¨ª, un aire m¨¢gico. Otra amiga de mi madre, t¨ªa Ngozi, dijo una vez: ¡°Chinwe es la ¨²nica mujer que conozco que verdaderamente se lleva bien con su familia pol¨ªtica. Y su suegra es una bruja¡±.
Siempre ten¨ªan invitados. El t¨ªo Emeka soltaba un chiste tras otro y se re¨ªa de todos y de s¨ª mismo. Una de sus historias era sobre cuando hab¨ªa viajado a Estados Unidos y no hab¨ªa sabido usar una m¨¢quina expendedora. Otra, de alguien que se hab¨ªa tirado un pedo de lo m¨¢s sonoro en un avi¨®n y hab¨ªa fingido no darse cuenta. ¡°?M¨¢s bebidas!¡±, dec¨ªa a menudo. Me parec¨ªa un hombre al que le gustaba contar con la gratitud de la gente.
Pas¨¦ muchas horas con la t¨ªa Chinwe. La acompa?¨¦ cuando fue a visitar a uno de sus pacientes, un diab¨¦tico con un corte en un pie que no acababa de cerrarse. Al salir de su casa, le confes¨¦: ¡°La verdad es que no quiero estudiar Medicina en la Universidad¡±. Mis profesores y mis padres pensaban que iba a hacerlo porque era muy buena estudiante. Nunca le hab¨ªa dicho a nadie lo mucho que me aburr¨ªa la biolog¨ªa, ni que lo ¨²nico que quer¨ªa hacer era leer y escribir.
La t¨ªa Chinwe se mostr¨® considerada y amable. ¡°No hace falta que lo decidas ahora. Espera hasta que est¨¦s por lo menos en quinto [el pen¨²ltimo a?o de Secundaria]. No tiene por qu¨¦ ser Medicina, pero s¨ª debes buscar algo que te d¨¦ de comer¡±.
Sus palabras me aliviaron. Le ense?¨¦ un relato breve que estaba escribiendo, en un cuaderno de renglones que tambi¨¦n utilizaba para clase.
¡°Aseg¨²rate de conservar todas las historias que escribas¡±, me dijo. ¡°Un d¨ªa ser¨¢s importante¡±.
La noche antes de que me fuera, uno de sus invitados habl¨® de un hombre que hab¨ªa mentido sobre su fecha de nacimiento en una entrevista de trabajo porque la empresa quer¨ªa gente m¨¢s joven y ahora estaba intentando por todos los medios conseguir un certificado de nacimiento falso.
El t¨ªo Emeka exclam¨®: ¡°?Igual que me minti¨® Chinwe cuando la conoc¨ª y me dijo que era virgen!¡±.
Se rio a carcajadas. Era una broma extra?a y que no ven¨ªa a cuento. El visitante solt¨® una risita inc¨®moda. T¨ªa Chinwe sonri¨® y cambi¨® de tema, pero me dio tiempo a ver que, por un instante, apretaba la mand¨ªbula. No dijo nada, no porque no quisiera, sino porque pens¨® que no deb¨ªa. El visitante pareci¨® aliviado, agradecido de que ella no le hubiera provocado a¨²n m¨¢s bochorno.
Entonces comprend¨ª que t¨ªa Chinwe ten¨ªa una personalidad sin aristas. Las hab¨ªa borrado. Era un oc¨¦ano de amabilidad infinita.
La esposa devota
Yo ten¨ªa 15 a?os y no paraba de hacer preguntas sobre el mundo. La t¨ªa Chinwe visit¨® a mi madre para contarle que quer¨ªa celebrar una fiesta sorpresa por el cumplea?os del t¨ªo Emeka. De una bolsa de cuero con forma de cubo sac¨® dibujos de tartas, listas escritas a mano, un peque?o mont¨®n de fotograf¨ªas. Le dio todo a mi madre y le pregunt¨® qu¨¦ foto del t¨ªo Emeka pod¨ªa quedar mejor en los regalos de recuerdo de la fiesta; estaba haciendo tazas de cer¨¢mica y abrebotellas. Mi madre examin¨® una de las fotograf¨ªas y yo me acerqu¨¦ a ver. Parec¨ªa reciente, tomada en una boda llena de globos; la t¨ªa Chinwe vest¨ªa falda y blusa roja, y el t¨ªo Emeka, corbata roja y un traje oscuro tan a medida que parec¨ªa cortado a cuchillo.
¡°Aqu¨ª est¨¢ muy bien¡±, dijo mi madre. ¡°Deber¨ªan quitarte a ti y usar esta¡±.
Me molestaba que la perfecci¨®n de la t¨ªa Chinwe solo estuviera determinada por lo que hac¨ªa por su marido
T¨ªa Chinwe mir¨® la foto. ¡°Aquel d¨ªa no se hab¨ªa afeitado¡±, coment¨®.
No estoy segura de por qu¨¦ recuerdo con tanta claridad aquello hoy, muchos a?os despu¨¦s. Aquel d¨ªa no se hab¨ªa afeitado. Su forma de decirlo, con tono de intimidad, de orgullo, como si la foto le trajera un recuerdo muy valioso pero que no quer¨ªa compartir. Un tono que hablaba de algo que era suyo y de nadie m¨¢s.
¡°?Trescientos invitados! ?No va a ser una fiestecita de nada!¡±, exclam¨® mi madre. Unas palabras matizadas, llenas de elogios impl¨ªcitos: qu¨¦ esposa tan devota era la t¨ªa Chinwe, qu¨¦ impresionante que se gastara su propio dinero en la fiesta, para empezar, qu¨¦ estupendo que tuviera ese dinero.
La t¨ªa Chinwe rest¨® importancia a la admiraci¨®n de mi madre, con la soltura de una persona acostumbrada a los elogios. ¡°?A qui¨¦n voy a invitar y a qui¨¦n no?¡±, dijo en igbo, para despu¨¦s a?adir en ingl¨¦s: ¡°Tengo que incluir a todo el mundo¡±.
Mis padres ten¨ªan buenos puestos en la Universidad y viv¨ªan envueltos en las comodidades de la clase media. Ten¨ªan dos coches, una casa y una serie de familiares a los que pagaban su educaci¨®n, pero ninguno se pod¨ªa permitir organizar una fiesta de 300 invitados sin que el otro se enterase, porque para hacerlo necesitaban el dinero de los dos. Recuerdo que mi hermano les pidi¨® un videojuego de Pac-man cuando los videojuegos todav¨ªa eran objetos ex¨®ticos, e intent¨® darle normalidad diciendo que un compa?ero de clase ten¨ªa uno. ¡°Eso es porque esa gente tiene ingresos extras¡±, respondi¨® mi madre. Se refer¨ªa a profesores que ten¨ªan alg¨²n negocio adem¨¢s de sus clases, como el catedr¨¢tico que invent¨® una m¨¢quina de aplastar batatas o el que fabricaba vino a partir de anacardos. Nosotros no ten¨ªamos ese dinero extra. La t¨ªa Chinwe, s¨ª. Su padre era de una familia rica que hab¨ªa comerciado aceite de palma con los brit¨¢nicos hac¨ªa cien a?os y ten¨ªa propiedades por todo el este de Nigeria. En Enugu, donde se hab¨ªa criado, hab¨ªa una calle que llevaba el nombre de su padre. Aunque no hubiera ejercido como m¨¦dica en su propia cl¨ªnica, ten¨ªa dinero. Y eso, desde mi punto de vista, a?ad¨ªa una p¨¢tina de glamour a su vida. El dinero significaba que pod¨ªa elegir, que pod¨ªa planear una fiesta sorpresa cuando quer¨ªa.
¡°Si¨¦ntate como una mujer, cari?o¡±
Mi madre y yo fuimos a casa de la t¨ªa Chinwe la v¨ªspera de la fiesta para ayudar con los preparativos. En realidad, los que cocinaban eran los de la empresa de catering, as¨ª que nosotras nos limitamos a hacer chinch¨ªn, yo a enrollar la masa y aplastarla, mi madre a cortarla en cuadraditos y t¨ªa Chinwe a fre¨ªrlos hasta que nos invad¨ªa un olor delicioso. A t¨ªo Emeka le hab¨ªa dicho que la comida era para la baby shower de un familiar que se celebrar¨ªa al d¨ªa siguiente.
Yo estaba sentada a caballo de un taburete bajo, con la mezcla de harina delante, cuando t¨ªa Chinwe me dijo: ¡°Si¨¦ntate como una mujer, cari?o¡±.
Siempre habl¨¢bamos en una mezcla de igbo e ingl¨¦s. Esto lo dijo en igbo. Nwanyi quiere decir tanto ¡°ni?a¡± como ¡°mujer¡±.?
Su forma de decirlo, en voz baja, parec¨ªa indicar que yo estaba haciendo algo vergonzoso pero que nadie m¨¢s ten¨ªa que enterarse. Cuando era peque?a, mi madre me ense?¨® a sentarme como era debido. ¡°Cierra las piernas¡±, me correg¨ªa. Los muslos apretados. Una vez le pregunt¨¦ por qu¨¦, y ella me explic¨®: ¡°Porque eres una ni?a, y las ni?as llevan vestido y tienen que sentarse con las piernas cerradas para que no se les vea nada¡±. Quiz¨¢ mi madre vio que me parec¨ªa una raz¨®n endeble, porque a?adi¨® que, una vez, a una ni?a que estaba sentada con las piernas abiertas se le hab¨ªa colado una hormiga y le hab¨ªa picado ah¨ª.
Yo llevaba pantalones, y la forma m¨¢s c¨®moda de sentarme en el taburete no era con las piernas juntas.
¡°T¨ªa, llevo pantalones¡±, repuse.
La t¨ªa Chinwe me mir¨® con asombro. ¡°Si¨¦ntate bien, cari?o. Si¨¦ntate bien siempre, como una mujer¡±.
Me di cuenta de que aquello de sentarse bien era un ritual obligado. Un ritual sobre la virtud y la verg¨¹enza femenina. Uno de esos ritos por los que todo el mundo estaba contento contigo si los llevabas a rajatabla y no hac¨ªas preguntas. Si¨¦ntate como una mujer era un ejemplo menor de otros rituales m¨¢s importantes. S¨¦ discreta y amable como una mujer. No hables alto, no te enfades, no seas dura, no seas demasiado ambiciosa.
Yo no quer¨ªa respetar esos rituales. Quer¨ªa ser capaz de sentarme de la manera que me pareciera m¨¢s c¨®moda. M¨¢s adelante comprender¨ªa que toda la vida de t¨ªa Chinwe consist¨ªa en practicar los rituales de la feminidad. Ten¨ªa la aprobaci¨®n del mundo, y la llevaba como si fuera su vestido favorito.
Las delicadas flores de papel de seda blanco que hab¨ªan hecho colgaban de una rama que enmarcaba la puerta. Las mesas estaban cubiertas con manteles blancos. Hab¨ªa rosas blancas en jarrones. Era una atm¨®sfera limpia, con el grado justo de sofisticaci¨®n.
¡°Chinwe di egwu¡±, dijo mi madre.
La expresi¨®n igbo di egwu es dif¨ªcil de traducir porque est¨¢ llena de matices, de significados cambiantes. Es algo excepcional, extraordinario, maravilloso. Mi madre la usaba tanto para hablar de personas a las que admiraba como de las que le parec¨ªan peculiares.
?Por qu¨¦ no se hab¨ªa enfurecido ante su humillaci¨®n? Y si lo hubiera hecho, ?por qu¨¦ eso no ser¨ªa admirable?
La noche que hubo un percance
La t¨ªa Chinwe estaba preciosa con un vestido de color melocot¨®n. ¡°?Creo que Emeka lo ha sabido desde el principio!¡±, dijo con una sonrisa. En el cuello llevaba un collar de coral. Ten¨ªa tanta energ¨ªa como una actriz de teatro el d¨ªa del estreno, llena de entusiasmo, nerviosa, deseosa de convencer a su p¨²blico con la versi¨®n de s¨ª misma que les iba a mostrar.
Le di a t¨ªo Emeka la enorme tarjeta de cumplea?os que hab¨ªamos comprado y me abraz¨®. ¡°?Qu¨¦ r¨¢pido est¨¢s creciendo! Enseguida empezar¨¢n a llegar pretendientes. ?Pero antes tienen que venir a pedirme permiso!¡±.
Antes de cortar la tarta pronunci¨® un discurso. Dijo que la t¨ªa Chinwe era su reina. Que era perfecta y que hac¨ªa muchos sacrificios por ¨¦l, que sab¨ªa exactamente lo que ¨¦l quer¨ªa comer cada d¨ªa, que le daba consejos sobre el negocio, y le compraba toda la ropa, y sab¨ªa d¨®nde estaba todo lo que ten¨ªa, y le hab¨ªa dado tres hijos maravillosos, y decid¨ªa todo lo de la casa, y que ¨¦l era muy afortunado.
Los invitados aplaudieron y lanzaron v¨ªtores. Se oyeron elogios en toda la sala. T¨ªa Chinwe se vio sepultada en halagos. Estaba sonriente y luminosa.
¡°La esposa perfecta¡±, dijo una amiga de mi madre.
Me molestaba que la perfecci¨®n de la t¨ªa Chinwe solo estuviera determinada por lo que hac¨ªa por su marido, no por lo que era ella. No depend¨ªa de su inteligencia, de su sentido del humor ni de lo bien que pon¨ªa las inyecciones. A?os despu¨¦s me enterar¨ªa de que hab¨ªa nacido en una familia anglicana, se hab¨ªa convertido al catolicismo para casarse con el t¨ªo Emeka. Se transform¨® totalmente para ser la persona que ¨¦l quer¨ªa.
La noche de la fiesta hubo un percance. Una mujer, borracha por todas las botellas de Guinness que hab¨ªa bebido, empez¨® a decirle cosas a t¨ªa Chinwe. Sobre t¨ªo Emeka. Sobre el hijo de dos a?os que ten¨ªa con una chica del Estado de Imo. T¨ªa Chinwe se fue a llorar a la habitaci¨®n de invitados, en brazos de mi madre. Parec¨ªa confusa, perdida. Hablaba en voz muy baja. ¡°No he gritado a Emeka¡±, le dijo a mi madre.
Un rato despu¨¦s, o¨ª a mi madre y a t¨ªa Ngozi que hablaban sobre la t¨ªa Chinwe. Estaban las dos de acuerdo en que hab¨ªa llevado muy bien la situaci¨®n. Era lo mejor que pod¨ªa hacer. ?Para qu¨¦ pelearse y levantar m¨¢s polvareda?
T¨ªa Chinwe era un ideal, una idea. Quiz¨¢ mi madre y otras mujeres a las que yo conoc¨ªa no eran como ella, pero la idealizaban. No solo aceptaban lo que representaba, sino que aspiraban a ser como ella. Su experiencia no fue el origen de las preguntas que yo empezaba a hacerme, pero desde luego influy¨® en ellas. Su vida alent¨® mis reflexiones.
?Por qu¨¦ deb¨ªa tener una reacci¨®n contenida para que la admirasen? ?Por qu¨¦ no se hab¨ªa enfurecido ante su humillaci¨®n? Y si lo hubiera hecho, ?por qu¨¦ eso no ser¨ªa admirable? A m¨ª me parec¨ªa m¨¢s humano, m¨¢s sincero. Nunca ped¨ªa nada al hombre al que amaba, y eso era digno de elogio. Amar era dar, pero amar tambi¨¦n ten¨ªa que ser recibir. ?Por qu¨¦ ella no ped¨ªa nada? ?Por qu¨¦ no se atrev¨ªa? ?Por qu¨¦ su perfecci¨®n depend¨ªa de que no pidiera nada?
Poco despu¨¦s de la fiesta, t¨ªa Chinwe se cambi¨® el nombre, de doctora (se?ora) Chinwe Nwoye a doctora (se?ora) Chinwe Emeka-Nwoye. Eran los a?os noventa, y estaba de moda entre las nigerianas de clase media y alta adoptar el nombre y apellido de sus maridos, separados por un guion. Pero que t¨ªa Chinwe lo hiciera me result¨® raro. No era una reci¨¦n casada, y en su generaci¨®n no hab¨ªa costumbre. Era como si su respuesta a la humillaci¨®n fuera borrarse todav¨ªa m¨¢s, hundirse a¨²n m¨¢s, sumergirse sin distinci¨®n en el t¨ªo Emeka. O decirle al mundo que, aunque ¨¦l hubiera tenido un hijo con otra mujer, ella segu¨ªa siendo su esposa, y ser su esposa era lo importante.
Porque eres mujer
A partir de ese momento, mis sentimientos hacia la t¨ªa Chinwe empezaron a agriarse. Las cualidades que antes tanto admiraba empezaron a irritarme. Lo que me hab¨ªa parecido bondad et¨¦rea se convirti¨® en una simple adicci¨®n a las recompensas superficiales que el mundo ten¨ªa reservadas a las mujeres dispuestas a esconder una parte de s¨ª mismas. Y, sobre todo, su experiencia me asust¨® y me confundi¨®, porque no era f¨¢cil de explicar.
Yo ten¨ªa 15 a?os y estaba llena de ingenuidad y de las certezas categ¨®ricas de la juventud. Despu¨¦s volver¨ªa a admirarla y a buscar su sabio consejo en distintos momentos de mi vida. Despu¨¦s comprender¨ªa que el problema no era la t¨ªa Chinwe sino nuestra sociedad. No eran las mujeres, sino las fuerzas que las obligaban a encogerse. T¨ªa Chinwe me ense?¨® que la riqueza no proteg¨ªa a una mujer contra esas fuerzas. Ni tampoco la educaci¨®n ni la belleza. Me ayud¨® en mi decisi¨®n de vivir mi condici¨®n de mujer con toda su gloria y su complejidad. De negarme a que me alegaran ¡°porque eres mujer¡± como raz¨®n v¨¢lida para cualquier cosa. De esforzarme para ser la persona m¨¢s sincera y humana posible, pero sin jam¨¢s renunciar a m¨ª misma para buscar el aplauso del mundo.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Chimamanda Ngozi Adichie es escritora nigeriana. Su ¨²ltimo libro es Todos deber¨ªamos ser feministas (Literatura Random House). Con la novela Americanah (LRH) obtuvo el Premio de la Cr¨ªtica de Estados Unidos en 2013.
elpaissemanal@elpais.es
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