Juezas, el peso de la ley
Las mujeres son mayor¨ªa en la judicatura. Nos adentramos en el tercer poder del Estado para explicar el fen¨®meno.
Diecisiete hombres de rostro severo y gruesos bigotes decoran las paredes de la sala de juntas. Desde su marco, clavados en el pasado, los presidentes de la vieja Audiencia Territorial de Valencia, hoy el Tribunal Superior de Justicia, escrutan a una mujer menuda y en¨¦rgica. La primera de su especie. Viste traje de pantal¨®n y chaqueta. Lleva el pelo recogido en una coleta firme. Y es el centro de atenci¨®n de un grupo de universitarios. El profesor de T¨¦cnicas Jur¨ªdicas la presenta: ¡°A lo m¨¢ximo a lo que pod¨¦is llegar en Valencia es a ser Pilar¡±. Y la aludida, Pilar de la Oliva, presidenta del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, comienza entonces un canto a favor de su gremio: ¡°Esto es un trabajo muy din¨¢mico, de actualizaci¨®n constante. Colma tus inquietudes intelectuales, y de compromiso con la sociedad, porque revierten en ella tus conocimientos. Adem¨¢s, eliges el orden que m¨¢s se adec¨²a a tus gustos. Y te da una estabilidad en la vida. ?Qu¨¦ m¨¢s puedes pedir?¡±. Son cerca de las diez de la ma?ana de un jueves de oto?o y no hay tiempo para m¨¢s. Desde la sala de juntas, De la Oliva accede directamente a su despacho, amplio y se?orial, abre la portezuela de un armario y extrae una toga. Probablemente la ¨²nica concesi¨®n al g¨¦nero: ¡°Las nuestras suelen estar entalladas¡±, dice mientras se coloca la prenda. Y a?ade sobre su cargo: ¡°Esto es muy bonito. Un ¨®rgano muy vivo. Un desaf¨ªo diario. Vengo de los juzgados de instrucci¨®n, donde nunca sabes qu¨¦ va a pasar; es esa adrenalina del qu¨¦ te encontrar¨¢s cada d¨ªa¡±. Con paso firme, supera otra estancia donde los funcionarios despliegan papeles sobre la mesa y no deja de sonar un tel¨¦fono. Se adentra en un laberinto de pasillos estrechos, atraviesa la zona de aseos para jueces y, como si fuera el backstage de un concierto, al final del corredor surge la sala de vistas.
En un extremo de la bancada de acusados se sienta ?lvaro P¨¦rez, el Bigotes; en el otro, Francisco Correa, el hombre cuyo apellido le puso nombre al caso G¨¹rtel. Ambos procesados consultan el m¨®vil con gafas de ver de cerca, mientras las tres filas de abogados van tomando asiento. Una lucecita azul se ilumina en el micr¨®fono de De la Oliva. La presidenta pronuncia: ¡°?Audiencia p¨²blica!¡±. Y entra el primer testigo de la tercera jornada de la vigesimosexta semana de juicio oral de la trama Fitur.
De la Oliva, de 59 a?os, hija de juez, fue la primera de su sexo en el juzgado de Calamocha (Teruel), su destino inicial a principios de los ochenta; la primera juez de instrucci¨®n que hubo en Valencia y hoy la ¨²nica magistrada al frente de un Tribunal Superior de Justicia en Espa?a; la segunda que accede al cargo en el pa¨ªs, tras Maria Eug¨¨nia Alegret, en Catalu?a (2004-2010). Acostumbrada a abrir puertas, dice: ¡°Es cierto que he ido rompiendo barreras, pero no lo he vivido como una cosa extra?a¡±. Pertenece a la generaci¨®n que se form¨® en los estertores de la dictadura. Comenz¨® Derecho en 1973. Se licenci¨® tras la muerte de Franco. Ingres¨® en la carrera cuando Felipe Gonz¨¢lez lleg¨® al poder.
Esta profesi¨®n colma tus inquietudes intelectuales y de compromiso con la sociedad¡±, dice Pilar de la Oliva
Pionera en tierra de hombres, tras ella lleg¨® un goteo incesante de juezas en los ochenta. Un aluvi¨®n en los noventa. Y en 1997 ocurri¨® un hecho in¨¦dito: aprobaron m¨¢s opositoras que opositores. Comenzaba el trasvase. El equilibrio en la balanza. Desde entonces, los hombres no han supuesto nunca m¨¢s del 40% de los aptos en el examen. A ese ritmo, en 2012 se produjo el sorpasso inevitable: por primera vez, la judicatura cont¨® con m¨¢s mujeres que hombres. Hoy la mayor¨ªa es ya estable. Y creciente. Suman 2.781 frente a 2.571, seg¨²n el Consejo General del Poder Judicial; un 52% del total; un holgado 62,5% entre menores de 51 a?os; un abrumador 65,3% por debajo de los 40. En la ¨²ltima promoci¨®n, de 35 nuevos jueces, 25 eran mujeres: el 71%.
En Valencia, mientras De la Oliva conduce el juicio de Fitur, el letrado de cortes Jes¨²s Olarte, de 58 a?os, exsecretario de Gobierno del TSJ, asegura: ¡°Las oposiciones son muy duras. Y las mujeres son m¨¢s persistentes y concienzudas. El examen exige no distraerte. Y fuerza de voluntad. Es solo estudiar. Encaja con ese car¨¢cter de conseguir un objetivo que poseen las mujeres. Obviamente estoy generalizando una barbaridad¡±. La mayor¨ªa de entrevistados para este reportaje aducen una explicaci¨®n similar. Al menos a priori. En un receso de la vista, Juan Climent, magistrado y compa?ero de De la Oliva, a?ade: ¡°Lo ocurrido es una evoluci¨®n natural¡±. Y se remonta a aquella ¨¦poca del ¡°dep¨®sito de la mujer casada¡± y de su ausencia de ¡°autonom¨ªa¡±. La mujer tuvo prohibido presentarse a unas oposiciones hasta 1961. Pero en aquella disposici¨®n se excluy¨® expresamente el acceso a la carrera de juez. En 1966 se levant¨® la prohibici¨®n. Y hasta 1977 no ingres¨® por oposici¨®n una mujer en la judicatura: Josefina Triguero, que administr¨® justicia hasta 2014 y sol¨ªa describir situaciones chocantes: ¡°Nadie se cre¨ªa que yo era juez. Buscaban a un se?or con bigote¡±.
En palabras de Juan Climent, ¡°ahora parece ciencia-ficci¨®n, pero muchos lo hemos vivido¡±. Y a?ade: ¡°Nunca me preocupo del sexo del juzgador o juzgadora. De la Oliva es la primera presidenta en Valencia, pero no noto una diferencia sustancial. S¨ª en las formas. Pero eso va con las personas. No destacar¨ªa el sexo. Que no somos iguales es evidente. Aunque profesionalmente s¨ª lo somos: si tapara los nombres de una sentencia, no sabr¨ªa decir qui¨¦n la ha redactado¡±.
De los tres poderes del Estado, el Judicial es el ¨²nico cuyo acceso se encuentra regulado por una prueba a la que concurren ambos sexos en igualdad. Tambi¨¦n es el ¨²nico sin mayor¨ªa de hombres en sus filas. El desfase, sin embargo, persiste en la c¨²pula, en los nombramientos discrecionales. Ocupan una de las 17 presidencias en los TSJ. Presiden 9 de las 50 Audiencias Provinciales. No mandan en ninguna sala del Supremo. Y son minor¨ªa en el Consejo General del Poder Judicial. Pero para muchos es solo cuesti¨®n de tiempo. De que vayan subiendo en el escalaf¨®n: ¡°?Por qu¨¦ hay una mayor¨ªa de presidentes? Porque las mujeres a¨²n no han alcanzado ese tramo¡±, dice Climent. ¡°Cuando lleguen, habr¨¢ muchas m¨¢s presidentas que presidentes¡±.
El poder judicial femenino, de momento, se concentra en la base de la pir¨¢mide
El poder femenino, de momento, se concentra en la base de la pir¨¢mide. En los ¨®rganos unipersonales. En Barcelona, por ejemplo, las mujeres se encuentran al frente de un 67% de los juzgados de primera instancia y de un 61% de los de instrucci¨®n. Y la decana, Merc¨¨ Caso, es una magistrada de 52 a?os, relampagueante, de lengua viva, chupa de cuero y melena escarolada. Dispara: ¡°La jurisdicci¨®n plenamente masculina es la mercantil: la pasta¡±. Ella viene de los juzgados de familia, donde sucede lo contrario. Camina a trav¨¦s del vest¨ªbulo moderno, espacioso y funcional de la Ciudad de la Justicia de Barcelona. Se adentra en el edificio C, de civil. Y un ascensor inteligente la eleva hasta la planta donde se encuentra su compa?era Nuria Alonso, al frente del Juzgado de Primera Instancia n¨²mero 28. Radiante, Alonso, de 48 a?os, explica que acaba de ser nombrada profesora de la Escuela Judicial. Luego se sienta a charlar con la decana. Y a la tertulia se incorporan otras dos magistradas del orden civil, Eva Atar¨¦s y Rosa Mar¨ªa M¨¦ndez. Con cuatro juezas de entre 46 y 52 a?os, los temas vuelan de forma vertiginosa de la maternidad a las presiones pol¨ªticas.
Nuria Alonso. Cuando empec¨¦ a estudiar, un presidente de TSJ me dijo: ¡°Reconozco que era contrario a que entraran las mujeres. Ahora me arrepiento¡±.
Merc¨¨ Caso. A la gente mayor ya le cost¨®.
N. A. Ve¨ªas a¨²n aquellas reuniones de hombres, de beber¡ Al final, dijo que estaba contento porque aport¨¢bamos otro enfoque.
Eva Atar¨¦s. He notado en ocasiones que te tratan de una manera diferente los profesionales [abogados]. Es algo inconsciente. Creo que a veces, cuando le mandas a un hombre, se sienten atacados.
Rosa Mar¨ªa M¨¦ndez. Tienes que a?adir un plus de autoridad.
E. A. Y a veces noto competitividad femenina. Ahora tengo un chico como juez en pr¨¢cticas y me gusta esa diversidad.
Tenemos las habilidades adecuadas, para la oposici¨®n y para el desempe?o¡±, seg¨²n Merc'a Caso, juez decana de Barcelona
M. C. Nuestro gran handicap es el salto a los puestos de responsabilidad. Nuestro propio salto. Hemos de cre¨¦rnoslo. Ha de ser nuestra gran reivindicaci¨®n (¡). ?Por qu¨¦ hay mayor¨ªa de mujeres? Creo que ser juez entra?a responsabilidad, esfuerzo y disciplina para llegar. Las mujeres tenemos las habilidades adecuadas. Para la oposici¨®n y para el desempe?o: capacidad de decisi¨®n, de empatizar con el problema, organizativa, de trabajo y de estar en varios temas a la vez.
E. A. En la funci¨®n p¨²blica no existe discriminaci¨®n. Se ha conseguido lo que no se ha logrado en la empresa privada.
M. C. Tambi¨¦n somos moderadamente ambiciosas econ¨®micamente. Y cuando llegas se te reconoce tu trabajo, ya no tienes que venderte como empleado (¡). Adem¨¢s, nos gusta mandar. Y que se respeten nuestras decisiones.
Poco a poco, a medida que avanza la conversaci¨®n, comienzan a surgir motivaciones alejadas de la seguridad en el empleo y la objetividad en el acceso. Razones profundas para hacerse juez. La mayor¨ªa han sido estudiantes brillantes. N¨²meros uno desde la infancia. Con posibilidad de elegir. Y, de entre todas las opciones, decidieron enfrentarse a una prueba extrema: 322 temas que uno ha de manejar como su propio cuerpo; y una media de algo m¨¢s de cuatro a?os de estudio. ¡°Hay un elemento vocacional, de intervenir en el conflicto entre las partes para hacer de este mundo un lugar mejor¡±. ¡°Es vocaci¨®n de servicio p¨²blico¡±. ¡°De contribuir aunque sea a peque?a escala¡±. ¡°Redactar una buena sentencia de civil es un trabajo intelectual agotador. Me encanta¡±, concluye Eva Atar¨¦s. Ella, antes de dedicarse a este orden, pas¨® a?os al frente de un juzgado de instrucci¨®n. Decidi¨® dejar penal cuando se qued¨® embarazada. Dice que no se vio capaz de seguir tomando declaraci¨®n a detenidos mientras le daba patadas el ni?o en la tripa. ¡°Quiz¨¢ las mujeres nos implicamos m¨¢s emocionalmente¡±, confiesa.
La justicia ha mejorado con ellas: tienen m¨¢s obligaciones y las reuniones duran menos¡±, afirma el magistrado Jos¨¦ Mar¨ªa Fern¨¢ndez Seijo
Tras la conversaci¨®n, Atar¨¦s muestra su despacho, forrado de dibujos infantiles. Y donde se encuentra, en una esquina, el juez en pr¨¢cticas asignado a su cargo, Alfonso Cod¨®n, de 27 a?os, reci¨¦n salido de la Escuela Judicial. Un hombre acostumbrado a desenvolverse en minor¨ªa: ¡°Ya en la universidad, las estudiantes de Derecho son muchas m¨¢s¡±. En Espa?a, las universitarias son mayor¨ªa (un 54,4%) y suponen un holgado 65,2% de los egresados en Ciencias Sociales y Jur¨ªdicas, seg¨²n el ¨²ltimo informe del Ministerio de Educaci¨®n. Tambi¨¦n, y desde 2011, son mayor¨ªa entre el mill¨®n y medio de funcionarios de la Administraci¨®n p¨²blica.
La visita prosigue en el office donde los jueces comen de carmanyola (fiambrera). Tiene vistas espectaculares al Tibidabo. Y cerca de la cumbre se?alan el edificio de la Escuela Judicial. Lo dirige Gema Espinosa. Juez de familia e hija de profesores. Tampoco ella parece poseer una explicaci¨®n para la mayor¨ªa femenina: ¡°Igual tenemos, no s¨¦, m¨¢s vocaci¨®n de ayudar. Yo quise serlo por ese componente social, porque puedes ayudar a que la familia, las personas, est¨¦n mejor¡±. En las orlas de los ¨²ltimos a?os, colgadas en una de sus salas, cuesta hallar rostros de hombres.
De vuelta en la Ciudad de la Justicia, la decana explica que existe un office para almorzar en cada planta. Inaugurado en 2009, el complejo ha cuidado estos detalles que hablan de la nueva composici¨®n de sus miembros. En la planta octava, por ejemplo, suelen almorzar ocho jueces. Solo uno es hombre. Y todas, salvo una, con hijos. Comen r¨¢pido, cuentan, y as¨ª llegan a recogerlos al colegio.
Poco despu¨¦s, en el vest¨ªbulo del luminoso edificio central, el magistrado de lo Mercantil Jos¨¦ Mar¨ªa Fern¨¢ndez-Seijo, famoso por haber logrado un freno jur¨ªdico al proceso de desahucios en Espa?a, cruza con el almuerzo en la mano. A vuela pluma, argumenta: ¡°Con las mujeres, la justicia ha mejorado. Tienen m¨¢s obligaciones y las reuniones y ese tipo de cosas duran menos¡±. Con esa idea de una judicatura que come de tupper y preocupada por la eficiencia organizativa, nos encontramos con Zita Hern¨¢ndez Larra?aga y Miriam de Rosa. Ambas del orden penal. Juezas desde 1999. Reci¨¦n cruzados los 40 y sin hijos. ¡°Nosotras somos de batalla. De trinchera¡±, dicen. Curtidas en instrucci¨®n, se han encargado de asuntos comprometidos como el del hotel del Palau de la M¨²sica, una pieza separada del saqueo del Palau, y por la que ya han sido condenados F¨¨lix Millet y Jordi Montull (Miriam de Rosa), y el de la herencia de los Pujol (Zita Hern¨¢ndez, que hoy se dedica a la ejecuci¨®n de sentencias). Hablan con pasi¨®n de la intensidad de las guardias de detenidos. Y de su contrapartida: la dificultad para compaginarlo con una vida personal. ¡°Hay un ¨ªndice alt¨ªsimo de juezas sin familia¡±, seg¨²n De Rosa. Sobre todo entre instructoras. ¡°Y eso no pasa con los hombres¡±.
Igual nosotras tenemos m¨¢s vocaci¨®n de ayudar. Existe un componente social¡±, dice Gema Espinosa, directora de la Escuela Judicial
A diferencia de las pioneras, ninguna hab¨ªa tenido contacto previo con la judicatura. Hern¨¢ndez fue la primera licenciada de su familia. Pero su madre, cuenta, no se extra?¨® al verla vestida de toga. ¡°Siempre dec¨ªa que de ni?a era la que defend¨ªa las causas perdidas¡±. La oposici¨®n, a finales de los noventa, y con la sombra de la crisis a¨²n reciente, planteaba adem¨¢s ciertas ventajas. En palabras de Hern¨¢ndez, ¡°no hay diferencias salariales. Ni barreras para el ascenso. Aunque al empezar no piensas en esto. Me gustaba el Derecho. Aunque no quer¨ªa ser abogada. Por la parcialidad que supon¨ªa¡ Y si s¨¦ que es culpable y consigo que lo absuelvan, ?voy a dormir tranquila?¡±. Miriam de Rosa, a su lado, cuenta que lo que le enganch¨® fue la prueba en s¨ª: ¡°Cuando descubr¨ª que se pod¨ªa llegar a ser juez, no imaginaba que el camino fuera ese [la oposici¨®n]. Era un proceso que estaba hecho para m¨ª. ?nicamente ten¨ªas que memorizar cosas. Estudiar mucho. Y ya est¨¢. Me lo tom¨¦ como un reto personal (¡). Y a medida que avanzaba sent¨ªa una especie de misi¨®n cumplida que me daba mucha satisfacci¨®n. Es la prueba intelectual m¨¢s alta que me he marcado. Y consegu¨ª superarla¡±.
En ¨¦poca de ex¨¢menes, el Sal¨®n de los Pasos Perdidos del Tribunal Supremo, en Madrid, es probablemente una de los espacios m¨¢s angustiosos de Espa?a. Un distribuidor de techos infinitos y suelos y columnas de m¨¢rmol por donde deambulan los candidatos y sus familiares el d¨ªa en que son convocados al tercer y ¨²ltimo ejercicio de la oposici¨®n a jueces y fiscales. Cuando se lo juegan todo para conseguir una de las plazas: 100 en 2015; 65 para jueces y 35 para fiscales. Empezaron casi 4.000 aspirantes en abril. El 73,5% eran mujeres. Y en la tercera prueba quedan 280 opositores. Se examinan 8 cada d¨ªa. En el Supremo. Y van cayendo como moscas. El silencio a las puertas de la Sala Segunda, donde se celebran por la ma?ana las vistas de penal y por la tarde se reconvierte en un tribunal de oposici¨®n, resulta sobrecogedor. Se habla en murmullos. Hay rostros tensos, p¨¢lidos y desencajados. Denotan a?os de r¨¦gimen de estudio intensivo. De sacrificio y renuncia. De nervios frente al abismo. Los opositores son llamados a la sala. Sacan cinco bolas de un bombo, cada una con un n¨²mero: el tema. Preparan un esquema en 20 minutos. Y cantan las materias durante una hora. Como una m¨¢quina taladradora, a un ritmo hiperrevolucionado solo interrumpido para tomar aire y generar saliva. Cuando concluyen, abandonan la estancia, exhaustos. El tribunal se re¨²ne a puerta cerrada para deliberar. Y comienza la espera angustiosa.
Alicia D¨ªaz-Santos acaba de cantar, tiene 27 a?os, ha pasado los tres ¨²ltimos estudiando 12 horas diarias seis d¨ªas a la semana ¨Clos ¨²ltimos seis meses, 14 horas y sin descanso¨C. Se encuentra al otro lado. Ah¨ª fuera. Mordi¨¦ndose los labios entre el m¨¢rmol del Sal¨®n de los Pasos Perdidos. En el interior de la Sala Segunda, el presidente del tribunal, el magistrado del Supremo Andr¨¦s Mart¨ªnez Arrieta, le pide al bedel que la convoque. La sala resulta amenazadora, casi tenebrista. Hay un enorme lienzo representando una crucifixi¨®n frente al estrado. Un sol que irradia potentes rayos con la palabra ¡°justitiae¡± grabada en su interior. Las paredes han sido cubiertas con papel de seda de color sangre. Una enorme l¨¢mpara de ara?a cuelga del techo. Apenas se filtra luz por las vidrieras. Se abre la puerta. Y entra la joven aspirante. El presidente le da la noticia: ¡°Has aprobado¡±. Transcurren instantes de incomprensi¨®n: ?aprobada?, ?qu¨¦ significa?, ?con nota suficiente para elegir plaza? ¡°Has hecho un muy buen examen¡±, le confirman. La opositora se lleva las manos al rostro. Los ojos se le inundan de l¨¢grimas. Le preguntan si ya ha decidido si optar¨¢ por juez o fiscal. No duda: ¡°Juez¡±.
El c¨®ctel de emociones es tan potente que todas las entrevistadas para este reportaje, salvo una, recuerdan la fecha exacta de su examen. La magistrada Ana Ferrer (¡°11 de octubre de 1983¡±) rememora incluso una an¨¦cdota: tras cantar, se le qued¨® enganchado un tac¨®n en la rejilla de la calefacci¨®n encastrada en la tarima. Se agach¨® y se descalz¨® antes de despedirse. Un problema que hasta entonces apenas se daba. ¡°En 1978 hab¨ªa dos mujeres en el escalaf¨®n judicial. Cuando aprob¨¦, en el a?o 1983, ¨¦ramos todav¨ªa residuales. Pero en mi promoci¨®n sum¨¢bamos ya una tercera parte¡±. En 2014 se convirti¨® en la primera mujer en acceder a la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo en sus 200 a?os de historia.
Ferrer tambi¨¦n es hija de juez. Su padre ejerci¨® como magistrado en la Audiencia Provincial de Madrid. Y ella sinti¨® el zarpazo de la vocaci¨®n siendo una cr¨ªa, ah¨ª mismo, en la puerta del edificio donde hoy se ubica el Supremo: ¡°Era domingo. Mi padre estaba de guardia. Vinimos a buscarle. Y hubo un momento en que vi pasar a un se?or esposado. Me impact¨®. No s¨¦ decir por qu¨¦. Si el hecho de que tuvieras que tomar la decisi¨®n o valorar c¨®mo hab¨ªa llegado a esa situaci¨®n¡¡±. Puede que para muchas otras mujeres, ella se convirtiera a?os despu¨¦s en ese mismo fogonazo: en 1994 lleg¨® a su juzgado de instrucci¨®n el caso Rold¨¢n y los focos se posaron entonces sobre una juez treinta?era, de melena rubia y breve y embarazada de su primera hija. ¡°Fue una imagen llamativa porque era una mujer, adem¨¢s embarazada, y coincidi¨® con el comienzo del paseo de la clase pol¨ªtica por los juzgados¡±.
Tal y como sucedieron los hechos, Luis Rold¨¢n se dio a la fuga, Ferrer tuvo a su hija, disfrut¨® de la baja y poco despu¨¦s fue detenido el pr¨®fugo en Laos. Le respet¨® la maternidad. Y dict¨® el auto de conclusi¨®n poco antes de dar a luz a su segundo hijo. En 1996 la nombraron magistrada de la Audiencia Provincial de Madrid. En 2008 fue la primera de su sexo en ocupar la presidencia de ese ¨®rgano. ¡°Hace a?os era comprensible que hubiera menos mujeres en puestos discrecionales¡±, lamenta. ¡°Pero hoy por hoy, con este porcentaje, y ya con grados de antig¨¹edad y excelencia suficientes, sigue habiendo menos nombramientos¡±. Al tiempo.
elpaissemanal@elpais.es
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