Prince, la eterna resurrecci¨®n
Es un mito, aunque desde 2006 ninguno de sus discos haya conquistado el n¨²mero uno. A sus 57 a?os, contin¨²a siendo una mezcla de genialidad, man¨ªas y sombras Un encuentro peculiar en alg¨²n lugar perdido de Minnesota con un artista ¨²nico
Lucy, la recepcionista del Country Inn and Suites de Chanhassen, Minnesota, no puede evitar re¨ªrse. Es el tercer cambio para la cita con el taxi en apenas dos horas. ¡°No te preocupes, puedes hacerlo diez veces m¨¢s si quieres. Es Prince¡±, dice. Si la primera modificaci¨®n del programa lleg¨® en forma de lac¨®nico correo desde Dinamarca, esta vez han usado el tel¨¦fono. Trevor Guy, asistente de Prince, nos comunica que la hora del encuentro con su jefe ser¨¢ finalmente a las siete de la tarde y que nos han preparado ¡°un mont¨®n de sorpresas¡±.
No es que los retrasos sean sorprendentes. Prince ha cultivado siempre la imagen que mantiene hoy: un brillante y esquivo genio, virtuoso en docenas de instrumentos, que apenas habla ni mira a nadie a los ojos. Un ser que solo piensa en su arte, que solo ¨¦l puede crear. Y la prensa no encaja en esas coordenadas. En 1982, en su primera campa?a de promoci¨®n, con su quinto ¨¢lbum, 1999, concedi¨® una sola entrevista y sali¨® jurando que era la ¨²ltima. Cumpli¨® su palabra durante dos a?os y medio. En los noventa, un periodista pas¨® seis d¨ªas alrededor de Paisley Park, su estudio fortaleza de Minnesota, el Medio Oeste estadounidense, para terminar hablando con Prince por tel¨¦fono.
Parece disfrutar jugando al gato y al rat¨®n. Desperdigados por los hoteles de la zona hay cinco periodistas de cinco pa¨ªses. La convocatoria ha sido precipitada y vaga y lleg¨® con solo dos d¨ªas de antelaci¨®n: Si quer¨ªamos ¡°encontrarnos¡± con Prince, hab¨ªa que estar a las cinco de la tarde del s¨¢bado en Paisley Park. Sin grabadora. Solo papel y bol¨ªgrafo. Nos dir¨¢ despu¨¦s: ¡°Hice un brainstorming hace dos noches y pens¨¦: ¡®Traigo unos cuantos periodistas, les digo que no cuenten nada, y al d¨ªa siguiente lo sabr¨¢ todo el mundo¡¯. Pero amo a los cr¨ªticos, porque ellos me aman. No bromeo. Mira, todo el mundo nota cuando alguien es perezoso, y ahora, con Internet, es imposible que un redactor lo sea, porque todos le se?alar¨¢n. Ahora es embarazoso decir algo falso. Te conviene decir la verdad¡±.
Hemos recorrido 9.000 kil¨®metros hasta llegar a Chanhassen, un pueblo de 20.000 habitantes a unos 30 minutos ¨Cen coche. Aqu¨ª las distancias se miden as¨ª¨C de la urbe que componen Minneapolis y St. Paul, donde naci¨® Prince Rogers Nelson en 1958. Un chico bajito, hijo de un pianista y una vocalista de jazz, ambos negros. Chanhassen fue elegido segundo mejor lugar de EE UU para vivir, por Money Magazine en 2009. Coquetas y anodinas calles residenciales. Lo que llaman la plaza es una zona comercial. Solo se camina por sus aceras para pasear al perro. Y al mediod¨ªa de este soleado s¨¢bado de noviembre el term¨®metro marca tres grados. Todo el mundo aqu¨ª conoce Paisley Park, un complejo compuesto por tres estudios de grabaci¨®n y dos salas de conciertos. Lo m¨¢s excitante que le ha pasado en 30 a?os a la localidad. Prince lo abri¨® en 1985, en el cenit de su popularidad. En 1984 amenaz¨® a Warner con no renovar su contrato si no le dejaban protagonizar una pel¨ªcula. Aparecer en las pantallas de cine del mundo le parec¨ªa la forma de llegar a un p¨²blico m¨¢s heterog¨¦neo. La multinacional prefiri¨® concederle el capricho antes que dejarle escapar. El resultado fue Purple Rain, un ¨¦xito absoluto, 20 millones de copias vendidas, Oscar a la mejor banda sonora. Y su conversi¨®n en un artista negro para todos los p¨²blicos. Durante un periodo fue tan grande como Michael Jackson. Cualquier artista se quejar¨ªa de la alargada sombra de ese ¨¢lbum. Pero ¨¦l asegura no sentirse aburrido de tocar siempre esas canciones. ¡°?T¨² te cansar¨ªas de que te aplaudan? Nunca te cansas del aplauso. Nunca te aburre. Y no puedes aplaudir algo que no has o¨ªdo antes, que no conoces. Si tocara una canci¨®n que conoces, ser¨ªa una experiencia para ti en la que est¨¢s implicado. Usas una parte diferente del cerebro que cuando escuchas algo que no conoces¡±.
Versi¨®n de 'Creep', de Radiohead, interpretada por Prince en el Festival de Coachella de 2008. Es el ¨²nico v¨ªdeo suyo que hay en Youtube. / YOUTUBE
Al parecer, Paisley Park est¨¢ aqu¨ª al lado. En alg¨²n lugar a cinco minutos del motel ¨Cen coche, claro¨C se encuentra el feudo del ¨²ltimo gran exc¨¦ntrico del rock. Ayer dio un concierto all¨ª, cuentan. Uno de esos directos sorpresa que hace convocando a sus fans por Twitter. ¡°Va por rachas. En los ¨²ltimos meses lo ha hecho mucho. Debe de llevar 10 o 12¡±, cuenta uno de los camareros de un bar del pueblo.
¡°Cuando se fueron todos, estuve en el escenario tocando y cantando solo para m¨ª otras tres horas. Y fue maravilloso¡±, dir¨¢ luego Prince. Hab¨ªa entrado en lo que llama ¡°la zona¡±. ¡°No pod¨ªa parar. Es como experimentar que has abandonado tu cuerpo. Como estar sentado entre el p¨²blico vi¨¦ndote a ti mismo. Eso es lo que quieres. Trascender. Y cuando eso sucede¡¡±, hace un gesto con la cabeza y suelta, ¡°oh, muchacho¡±.
Parece de lo m¨¢s c¨®modo y relajado. Lleva un rato sentado al piano en uno de los escenarios de Paisley Park. Ha aparecido de repente y est¨¢ desgranando sus teor¨ªas sobre la m¨²sica, la industria y su pr¨®xima gira. Un tour solo con piano por capitales europeas que suspender¨¢ pocos d¨ªas antes de su comienzo como consecuencia de los atentados de Par¨ªs, que han dejado 130 muertos y tres centenares de heridos. Ya se hab¨ªan puesto a la venta las entradas para los conciertos brit¨¢nicos. El tir¨®n de Prince es tal que a las pocas horas la reventa ped¨ªa 2.500 euros por un tique.
Ni por asomo se dir¨ªa que tiene 57 a?os. Parece mucho m¨¢s joven, quiz¨¢ 40. Quiz¨¢ menos, incluso. Aunque es posible que ese aspecto se lo d¨¦ la luz tenue que ilumina la sala. Lleva un peinado afro, y va vestido de blanco de arriba abajo con lo que parece la versi¨®n pijama de esos quimonos que Elvis usaba en Las Vegas. Calza sandalias blancas de plataforma con calcetines blancos. Una combinaci¨®n singular, que resulta m¨¢s curiosa cuanto m¨¢s la miras.
Cuando se fueron todos, estuve en el escenario tocando para m¨ª tres horas. No pod¨ªa parar.?Eso es lo que quieres, trascender. Y cuando eso sucede¡, ?oh, muchacho!¡±
Y es inevitable mirar, porque estoy, literalmente, a los pies de Prince. La entrevista para la que hemos recorrido 9.000 kil¨®metros a la carrera consiste en recostarnos sobre un escenario mientras ¨¦l toca el piano. La situaci¨®n recuerda una de esas l¨¢minas en las que Cristo habla a disc¨ªpulos que le escuchan arrobados.
Antes de llegar a pasar una hora en esta inc¨®moda postura, los cinco periodistas europeos, de Reino Unido, Italia, Holanda, B¨¦lgica y Espa?a, nos hemos visto las caras de noche ante una valla cerrada, en un cruce de carreteras en medio de la nada, que hemos identificado como la entrada principal de Paisley Park. No hay se?al visible de ser humano cerca ni timbre al que llamar. Al fondo se adivinan un grupo de edificios, uno de los cuales est¨¢ iluminado por un foco p¨²rpura. Su color fetiche. Es todo muy fr¨ªo, muy pr¨¢ctico. Una nave industrial no es la idea de la madriguera de uno de los m¨²sicos vivos m¨¢s extravagantes.
Trevor Guy nos recibe en la entrada de carga y descarga que da a la sala donde despu¨¦s veremos a Prince. Ofrece una visita guiada por lo que llama ¡°el pa¨ªs de las maravillas de la m¨²sica¡±. Los estudios son enormes. Hay una sala revestida de granito, de arriba abajo, para grabar pianos. Otra a oscuras, con estrellas fosforescentes, que llaman ¡°the galaxy room¡± y se usa para meditar. En las paredes, sus premios. No est¨¢ la estatuilla del Oscar, pero en lo que llaman la oficina de producci¨®n est¨¢ aparcada la mism¨ªsima moto p¨²rpura de la portada del disco Purple Rain. Un icono de la historia del rock. Al pasar por un estudio se?alan un folio abandonado con unos garabatos como si fuera una reliquia, la prueba de que ha estado trabajando aqu¨ª mismo hace poco. ¡°No tiene sentido del tiempo. Con ¨¦l no hay horarios. Siempre est¨¢ trabajando. A cualquier hora¡±.
Huele a lavanda. ¡°Tenemos velas perfumadas 24 horas al d¨ªa¡±, dice Trevor, que se disculpa por no ense?arnos las zonas privadas. ¡°?l no vive aqu¨ª, no puedo decir d¨®nde vive porque no lo s¨¦. Cuando no est¨¢ en Paisley Park, se desvanece¡±. Todo indica que reside habitualmente en Los ?ngeles desde 2008, tras su segundo divorcio.
En un pasillo, un mural mesi¨¢nico ¨Cen general todo tiene un desasosegante aroma a culto a la personalidad¨C sit¨²a a Prince en el centro. A su derecha, sus predecesores: Santana, Hendrix¡ Un lugar destacado lo ocupa Larry Graham, bajista, la persona que convirti¨® a Prince a la fe de los testigos de Jehov¨¢ en 2001.
Su fe impregna el ambiente. En Paisley Park no se sirve ni carne ni alcohol. Sus canciones ya no son aquellas incitaciones al sexo de sus primeros a?os. En 1980 edit¨® Dirty Mind, un manifiesto de 30 minutos a favor de la liberaci¨®n sexual y la ruptura de los tab¨²s, pero ya no quiere hablar de temas como Head, en el que aparec¨ªa eyaculando en el vestido de una novia que se dirige a su boda. ¡°Tienes una copia de ese disco, ?no? He escrito tantas canciones que ni pienso en ella. No me siento atado a un tema de esa manera. No podr¨ªa avanzar si estuviera vinculado a una canci¨®n de mi pasado. Ser testigo de Jehov¨¢ ha hecho que me esfuerce m¨¢s en contar las mismas cosas de otra manera. Me ha acercado a la verdad. Adem¨¢s, ahora los fans son mayores, tienen familia, quieren traer a sus hijos. Es un buen movimiento, llegas a un p¨²blico mayor para que experimente lo mismo¡±.
Un poco antes de su conversi¨®n hab¨ªa recobrado su nombre. Durante los noventa se enzarz¨® en una disputa legal con su discogr¨¢fica. Entre otras cosas, Warner hab¨ªa registrado su nombre y ¨¦l decidi¨® rebautizarse con un s¨ªmbolo impronunciable. Ahora est¨¢ en todos los tama?os posibles adornando las paredes de Paisley Park.
Prince es la creaci¨®n de Prince Roger Nelson. Un prototipo fabricado por ¨¦l bas¨¢ndose en un modelo te¨®rico dise?ado tambi¨¦n por ¨¦l. Ha funcionado tan bien que, sin haber publicado un disco de aut¨¦ntico ¨¦xito desde 2006, sigue teniendo las prebendas de una superestrella. Aunque si definimos superestrella como un personaje universalmente reconocible m¨¢s all¨¢ de fronteras, razas o generaciones, Prince ya no encaja. Genera noticias y llena estadios, pero aunque el suyo es un nombre familiar para mayores de 30 a?os, aquellos capaces de recordar lo que era importante entre 1984 y 1994, apenas existe para la mayor¨ªa de los menores de 25. A los que adem¨¢s aconseja que no firmen contratos con discogr¨¢ficas. ?l, que firm¨® el primero con 17 a?os. ¡°No soy qui¨¦n para decirles a los j¨®venes lo que tienen que hacer, pero es evidente que las compa?¨ªas ya no tienen dinero. Yo no consegu¨ª lo que consegu¨ª por una discogr¨¢fica. Si no hubiera logrado un contrato, hubiera seguido tocando. Ten¨ªamos una gran banda y toc¨¢bamos. Y cada vez que toc¨¢bamos, ¨¦ramos mejores. Ten¨ªamos un estudio para grabar. Y cuanto m¨¢s grab¨¢bamos, mejor lo hac¨ªamos. Las compa?¨ªas no me ense?aron nada, yo ten¨ªa mis propios maestros¡±.
Adem¨¢s, asegura que a la m¨²sica actual le falta riesgo. ¡°?Cu¨¢ndo fue la ¨²ltima vez que te asust¨® alguien? En los setenta, entonces daba miedo. Ahora no hay nada que copiar¡±.
Es curioso, porque construy¨® su mito intentando ser un artista que pudiera entrar en el sal¨®n de cualquier casa. Al principio evitando ser visto como un artista para el p¨²blico negro. Algo que todav¨ªa considera un lastre para las relaciones con la industria. ¡°Solo hay que mirar la historia. U2 ama a su compa?¨ªa discogr¨¢fica. En cambio [la estrella del soul] Sam Cooke muri¨® por su culpa¡±, afirma rotundo cuando se le pregunta si las relaciones con los sellos son m¨¢s dif¨ªciles en el caso de los artistas negros. En sus inicios incluso ocult¨® su origen asegurando que su madre era italiana. Hoy parece haberlo olvidado y se r¨ªe del caso de la activista pro derechos de los afroamericanos Rachel Dolezal, que minti¨® sobre su raza. ¡°Esa se?ora que aseguraba que era negra cuando era blanca¡±, suelta con un gesto p¨ªcaro.
Ahora se siente apreciado, dice. ¡°M¨¢s respetado y escuchado que nunca. Hoy puedo hacer muchas m¨¢s cosas¡±. Tras probar todo tipo de distribuciones para sus ¨¢lbumes, lleva 38 en 37 a?os de carrera, cree haber dado con la clave: Tidal, la plataforma que ha creado el rapero Jay Z para hacer la competencia a Spotify y Apple Music. En ella ha publicado su ¨²ltimo disco, Hit n¡¯Run, en septiembre. Solo en formato digital. ?l, que dijo que Internet hab¨ªa muerto. ¡°Y ten¨ªa raz¨®n: dime un m¨²sico que se haya hecho rico con las ventas digitales. Sin embargo, a Apple le va bastante bien con ello, ?no?¡±.
Se baja del escenario sin apenas despedirse. Nos espera la ¨²ltima sorpresa, un concierto en nuestro honor. Lo ha convocado esa misma tarde, pero la sala est¨¢ a rebosar. Delante del escenario ha colocado sillones y cojines. El resto est¨¢ lleno de mesas altas con taburetes. La orden es no empezar hasta que todo el p¨²blico est¨¦ sentado. ¡°?Pero por qu¨¦ tengo que sentarme?¡±, le dice un veintea?ero a uno de los porteros. Est¨¢ apoyado en una pared sin molestar a nadie y, si se agacha, no ver¨¢ nada. ¡°Porque ¨¦l lo quiere as¨ª¡±, le responden. Y el joven se acomoda en el suelo. Hay cosas que no se discuten.
Un as en la manga
Parafraseando a Mario Vargas Llosa, deber¨ªamos preguntarnos: ?en qu¨¦ momento se jodi¨® la carrera de Prince? Digamos que fue hacia 1993, cuando exigi¨® ser identificado por un s¨ªmbolo impronunciable. Tras el choteo inevitable, los medios decidieron rebautizarle ¡°el artista antes conocido como Prince¡±.
Hab¨ªa cierto m¨¦todo en su locura. Algunos sugieren que realmente cre¨ªa que, cambiando de nombre, anulaba el acuerdo firmado con Warner Bros. Al final, resolvi¨® sus compromisos contractuales sacando cinco ¨¢lbumes entre 1994 y 1996. Discos comercialmente poco atractivos, que recordaban el conflicto original: Warner quer¨ªa dosificar sus lanzamientos, dado que sus ventas iban en descenso desde 1989, cuando lleg¨® al n¨²mero uno con la banda sonora de Batman, gracias al m¨²sculo promocional de Hollywood.
Nadie discute el talento de Prince, capaz de grabar discos enteros en solitario, tocando todos los instrumentos y cambiando incluso de voz. Sin olvidar su eclecticismo: sin esfuerzo, salta del funk al rock o al pop. Otro asunto es que supiera c¨®mo prolongar el inter¨¦s del gran p¨²blico, atra¨ªdo por Purple Rain y los extraordinarios ¨¢lbumes que vinieron a continuaci¨®n.
El problema: su contrato resultaba oneroso para Warner, ya que inclu¨ªa financiar su sello particular, Paisley Park Records, que no generaba ¨¦xitos. Y Prince se negaba a mirar las cuentas. Existen t¨¦cnicas para mantener la visibilidad, la reputaci¨®n de un artista cuyas ventas pasan por un bache; son argucias leg¨ªtimas que dominan precisamente las multinacionales.
Por el contrario, Prince se independiz¨® y tom¨® decisiones equivocadas. Edit¨® abundantes discos de los que pocos se enteraron (se vend¨ªan por correo o a trav¨¦s de peque?as distribuidoras). Tambi¨¦n public¨® material vistoso en potentes compa?¨ªas ¨CEMI, Arista, Columbia, Universal, ?y hasta volvi¨® con Warner!¨C que esperaban asegurarse sus servicios a largo plazo. Y no: para el siguiente proyecto, probaba con otra discogr¨¢fica. Parece disfrutar tom¨¢ndolas el pelo: pact¨® con Sony la distribuci¨®n mundial de Planet Earth (2007) sin avisar que se iban a regalar millones de copias con el peri¨®dico brit¨¢nico The Mail on Sunday. Extremadamente celoso de sus derechos, sus empleados patrullan Internet para evitar que aparezca cualquier v¨ªdeo o audio que no sea oficial. Ha amenazado con demandas millonarias a los sitios web que aglutinan a sus fans.
Los directos son el as que esconde en la manga. En el show business estadounidense se susurra que Prince suele ser el promotor de sus propios conciertos: alquila recintos y espera que funcione el boca a boca. Y funciona: los fieles saben que sus actuaciones son imprevisibles, torrenciales. As¨ª, sin pagar a intermediarios o hacer publicidad, se lleva mayor porci¨®n de la tarta que sus colegas.
Hasta rentabiliza sus legendarias apariciones after show. Antes se trataba de un desahogo: tras actuar en un espacio grande, buscaba un local peque?o para tocar a capricho. Ahora esas actuaciones ¨ªntimas est¨¢n anunciadas y tarifadas con entradas de precios astron¨®micos. Aqu¨ª tampoco hace excepciones en cuestiones de copyright: cuando alg¨²n espectador vip saca el m¨®vil, es inmediatamente expulsado por su servicio de seguridad.
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.