Acuarelas contra el olvido
Lapin y Sagar son documentalistas que dan testimonio de una Barcelona que desaparece
Lapin cuenta, sombrero Stenson y camisa de flores, que en Par¨ªs se ha pasado 12 horas al d¨ªa dibujando. Sagar cuenta, camiseta de Naranjito y gafas de pasta negra, que ¨¦l no pudo dedicarle tanto tiempo al sketching en Roma porque viajaba en familia. Aunque est¨¦n ah¨ª, al otro lado de la mesa del bar, en carne y hueso, no puedo evitar imaginarlos como caricaturas, porque ellos mismos se han representado en el interior de sus cuadernos de viaje y en sus p¨¢ginas web como dibujos animados. Pero Lapin y Sagar son, sobre todo, documentalistas. Porque el bol¨ªgrafo, el rotulador, el l¨¢piz o la acuarela no son menos eficaces que la fotograf¨ªa o el v¨ªdeo como herramientas contra el olvido. Y ambos est¨¢n dando testimonio de una Barcelona que desaparece.
Los dos artistas artesanos han quedado hoy para dibujar la librer¨ªa Negra y Criminal del barrio de la Barceloneta ¨Cantes pesquero, ahora turista¨C, que cerrar¨¢ sus puertas ma?ana. Repiten el mismo gesto desde hace meses: a solas o en compa?¨ªa acuden a un establecimiento emblem¨¢tico que pronto dejar¨¢ de serlo, dibujan su interior y su fachada, su cara m¨¢s o menos demacrada y sus intestinos y su coraz¨®n todav¨ªa palpitante, con el propietario al fondo, casi jubilado, casi fantasma. Paco Camarasa, el librero, los recibe con una sonrisa no demasiado triste, una de esas sonrisas leves que te surgen autom¨¢ticamente en los aeropuertos o en los hospitales, aunque el viaje sea largo o el familiar est¨¦ grave, porque hay que disimular para seguir tirando. Antes de este local, fueron la tienda de dise?o Vin?on, el Colmado Qu¨ªlez, la Filatelia Monge o el cine Urgell, progresivamente espectrales.
Lapin y Sagar pertenecen a una tradici¨®n antigua: la de los viajeros ilustrados que dibujaban las tortugas gal¨¢pagos o los helechos gigantes; la de Goya y sus desastres; la de todos los pintores del siglo XX que tomaron notas del natural. Paco Camarasa tambi¨¦n pertenece a una tradici¨®n venerable: la de los editores ilustrados que acog¨ªan tertulias en sus salones, la de los buquinistas del Sena, la de Sylvia Beach y todos los libreros del siglo XX que apostaron por la calidez y la conversaci¨®n y las distancias cortas. No me extra?a que en este precioso momento ambas tradiciones se est¨¦n encontrando en estos cuadernos, que abiertos parecen pasaportes, pero cerrados pasar¨ªan por novelas negras que denuncian cr¨ªmenes diminutos.
Son s¨®lo dos de los millones que se abren en estos momentos en todo el mundo, porque el sketching se ha convertido en un movimiento masivo. Aunque no haya una plataforma central, como s¨ª la tiene la fotograf¨ªa (Instagram) o el v¨ªdeo (YouTube), s¨ª existen miles que recogen el trabajo de aficionados y profesionales del esbozo en vivo y en directo. La m¨¢s visible es la de Urban Sketchers, creada en 2007 por el artista espa?ol Gabriel Campanario, con sede en Estados Unidos y de junta directiva absolutamente deslocalizada e internacional; en su manifiesto se incluye el deber de compartir la obra online y dibujar el mundo, dibujo a dibujo. Para ello, como dice siempre Sagar, no es necesario ser un genio, ni siquiera aprender a dibujar, sencillamente hay que recuperar un h¨¢bito que fue para nosotros muy familiar en la infancia y que, como tantas otras cosas que se pierden en la adolescencia, hab¨ªamos olvidado.
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