El futuro de nuestra salud sigue en peligro
No se puede bajar la guardia porque cuando una crisis se olvida vuelven a aparecer los ap¨®stoles de la pseudociencia como si nada hubiera ocurrido
Seg¨²n par¨¢metros generalmente aceptados, no sujetos a controversia por la simple raz¨®n de que se pueden medir, la salud de los europeos, estad¨ªsticamente hablando, no estar¨ªa en peligro; en Espa?a, la esperanza de vida al nacer era de algo menos de 40 a?os a comienzos del siglo XX, y ahora es de m¨¢s de 80. De las mayores amenazas conocidas para la salud como ¨¦bola o sida, por ejemplo, y sin que se pueda decir que est¨¢n controladas, se sabe qu¨¦ las causa, cu¨¢l su peligro y, aunque no se apliquen, se conocen los tratamientos para prevenirlas.
Aqu¨ª me voy a referir a peligros para la salud menos tangibles, que buena parte de la poblaci¨®n no considera tales: informaciones sin rigor que circulan libremente, llegan al gran p¨²blico y someten la salud de los consumidores a cada vez un mayor n¨²mero de peligros, de origen natural o econ¨®mico, simplemente porque son tambi¨¦n una inmensa oportunidad de negocio; los que viven de la alarma no dudan en crearla, incluso de la nada si es preciso.
La alarma gratu¨ªta tiene una larga tradici¨®n en el mundo civilizado y, por raro que parezca, en los pa¨ªses m¨¢s avanzados. Alemania, pa¨ªs donde no hace mucho se atribuy¨® al pepino espa?ol un efecto t¨®xico que caus¨® varios muertos, toxicidad que acab¨® demostr¨¢ndose se deb¨ªa a la falta de control de productos de agricultura ecol¨®gica nacionales, tiene el dudoso honor de ser el pa¨ªs origen de la homeopat¨ªa, que avanza en todas las sociedades desarrolladas, muchas veces con la complicidad de autoridades pol¨ªticas y lo que es m¨¢s grave, acad¨¦micas, a pesar de que sus virtudes, m¨¢s all¨¢ de un supuesto efecto placebo, jam¨¢s han llegado a ser demostradas
Tambi¨¦n es la cuna del movimiento anti-vacunas, y el tr¨¢gico ejemplo que hemos vivido en las ¨²ltimas semanas en Espa?a, por muy grave que haya sido, todav¨ªa se considera una peque?a an¨¦cdota, una especie de da?o colateral por los que han contribuido a poner en riesgo un sistema que funciona perfectamente. Calmado el inter¨¦s de los medios, cuando parec¨ªa que todo estaba claro, sorprendentemente vuelven a aparecer charlas y conferencias en distintos puntos que, como si nada hubiera ocurrido, ponen en duda las ventajas de la vacunaci¨®n, a veces con la complicidad de organizadores que s¨®lo piensan en llenar su sala. Tristemente, en los ¨²ltimos d¨ªas hemos visto un ejemplo en un centro de educaci¨®n p¨²blico.
Francia es otro templo de la credulidad, en este caso ante los movimientos quimi¨®fobos que se ceban, ente otros, con los supuestos riesgos de los disruptores endocrinos. Por ejemplo, aprob¨® una ley que restringe (prohibe en la pr¨¢ctica) el uso del Bisfenol A (BPA), sustancia de la que tanto la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria como la Food and Drug Administration de EE. UU. han certificado su seguridad. Despu¨¦s de que el el Consejo Constitucional de Francia dictaminara el pasado 17 de septiembre que prohibir materiales fabricados a partir de BPA destinados al contacto con alimentos y su exportaci¨®n es anticonstitucional, no sabe c¨®mo salir del atolladero, porque tiene que desandar el camino andado, que por cierto ha costado a las industrias del pl¨¢stico y del envase met¨¢lico miles de millones de euros. En este escenario sorprende especialmente que en Espa?a un partido pol¨ªtico que compite en las elecciones generales de diciembre haya incluido esta trasnochada prohibici¨®n en su programa, lo que denota que la ciencia no tiene un papel destacado por el momento en sus planteamientos.
Hay que intentar alarmar lo m¨¢s posible a la poblaci¨®n, bajo la excusa de una serie de peligros, generalmente imaginarios, y con frecuencia asociados a la denostada industria qu¨ªmica que convierte sustancias de distinta procedencia, natural o sint¨¦tica, en sustancias con una composici¨®n y propiedades definidas y controladas que en general son de utilidad para la humanidad.
Con la premisa de que todas las enfermedades est¨¢n causadas por nuestras emociones y que bautizan sus pr¨¢cticas como bioemocionales, medicinas ancestrales, alternativas o integrativas tambi¨¦nse sigue captando la atenci¨®n, y los dineros, de incautos por doquier.
Algunas organizaciones ambientales son presa f¨¢cil de los ap¨®stoles de la alarma
Entre los que viven ¡ªo pretenden vivir¡ª de la alarma hay una serie de caracter¨ªsticas comunes. La primera es la falta de rigor en sus alegaciones. Raramente se basan en alg¨²n estudio cient¨ªfico, entendiendo como tal al que se lleva a cabo por cient¨ªficos de instituciones acreditadas, validado por las autoridades internacionales de seguridad alimentaria o agencias del medicamento, ni por supuesto en lo publicado en las revistas internacionales de prestigio. Este es el lugar natural para publicar los resultados de todo tipo de investigaciones, previo examen de otros expertos del ¨¢rea, revisores o referees, que formulan objeciones, interpelan a los autores y piden aclaraciones fundamentadas antes de aceptar una publicaci¨®n, y quede constancia de que el trabajo que se pretende publicar se ha desarrollado teniendo en cuenta el conocimiento cient¨ªfico anterior, y, que las investigaciones o experimentos los puedan reproducir en sus propios laboratorios otros grupos de investigaci¨®n que validen la exactitud o precisi¨®n de los resultados.
Desafortunadamente algunas organizaciones ambientales son presa f¨¢cil de los ap¨®stoles de la alarma, y de hecho algunas viven exclusivamente de ella, confundiendo ¨¦sta con la denuncia de hechos claramente punibles como talar un bosque o realizar un vertido t¨®xico ilegal. Quiz¨¢ el ejemplo m¨¢s claro sea el interminable y est¨¦ril debate sobre los organismos gen¨¦ticamente modificados. Un ejemplo muy reciente es el intento de declarar Madrid "zona libre de transg¨¦nicos", iniciativa sin ning¨²n fundamento cient¨ªfico, tal como se puso de manifiesto en un debate del pasado verano en el que tuve la oportunidad de participar, y en el que se manej¨® un concepto de democracia verdaderamente chocante como era, para algunas personas, que la peligrosidad de determinadas sustancias se pueda decidir por votaci¨®n y no por el conocimiento cient¨ªfico: los organismos gen¨¦ticamente modificados ser¨ªan peligrosos porque as¨ª lo cree buena parte de los ciudadanos.
As¨ª un fin absolutamente honorable como es proteger el medioambiente se convierte en una actividad claramente pseudocient¨ªfica que mina su credibilidad. Un concepto tan razonable y fundamentado como el principio de precauci¨®n, que se debe aplicar cuando la evaluaci¨®n cient¨ªfica no determina un riesgo con suficiente certeza, se convierte en una coletilla que lleva a posicionamientos absurdos como prohibir algo por si fuera peligroso, o reclamar demostrar que no lo es. Pero eso no es posible. No se puede demostrar que el agua que bebemos no tiene ars¨¦nico. Se puede comprobar que tiene menos ars¨¦nico que el que detecta el instrumento m¨¢s preciso, y si para ese nivel de concentraci¨®n no se ha demostrado ning¨²n efecto nocivo, pero nada m¨¢s. Es algo complicado de entender, sobre todo para los que no quieren entrar en el rigor del debate cient¨ªfico sino imponer sus creencias.
As¨ª se hace la ciencia, pero los nuevos ap¨®stoles no est¨¢n interesados en el m¨¦todo cient¨ªfico. Se da por zanjado el asunto simplemente porque el peligro "es de sobra conocido" y las decisiones de salud se fundamenten en creencias u opiniones en lugar de por el conocimiento cient¨ªfico. Y uno de los riesgos m¨¢s importantes a los que nos enfrentamos en estos momentos es la entrada de estos conceptos en el ideario de algunos de los nuevos grupos y partidos que han abrazado la pseudociencia entre sus planteamientos.
Un fin honorable como es proteger el medioambiente se convierte en una actividad pseudocient¨ªfica que mina su credibilidad
El principal riesgo para la salud podemos encontrarlo no en la adopci¨®n de pr¨¢cticas en su mayor parte inocuas, sino en el abandono de tratamientos y procedimientos que tienen acreditada su eficacia. Incluso investigaciones acad¨¦micas recientes han comenzado a explicar con estudios ad hoc, realizados con m¨¦todos cient¨ªficos, por qu¨¦ hay personas que, en favor de terapias pseudocient¨ªficas, rechazan la medicina convencional basada en la evidencia, es decir, generan una especie de incapacidad para distinguir entre la realidad y la ilusi¨®n.
El caso reciente de la difteria, y muchos otros menos conocidos pero no por ello menos frecuentes y sobre todo tr¨¢gicos, como el abandono de tratamientos eficaces contra el c¨¢ncer por terapias ineficaces deber¨ªa llamar la atenci¨®n de las autoridades, y claramente deber¨ªan llevar a criminalizar determinadas pr¨¢cticas y a los que las ofrecen sin escudarse en que los pacientes eligen libremente adoptar o no un tratamiento.
Tambi¨¦n me gustar¨ªa recordar a los medios de comunicaci¨®n, y lamentablemente en el ¨²ltimo a?o hemos vivido y seguimos viviendo multitud de ejemplos, que ante este tipo de informaciones es esencial extremar la precauci¨®n, contrastar las fuentes todas las veces que haga falta, y sobre todo no ser equidistantes entre la charlataner¨ªa y el aut¨¦ntico conocimiento. No se puede bajar la guardia, porque en el momento en que una crisis o alarma se olvida vuelven a parecer los ap¨®stoles de la pseudociencia como si nada hubiera ocurrido. Las alegaciones basadas en planteamiento falsos nunca pasan de moda, porque no es preciso actualizarlas a la vista de los desarrollos y avances en el conocimiento.
Despu¨¦s de muchos siglos de progreso, no podemos permitirnos poner innecesaria y gratuitamente en peligro nuestra salud.
?Miguel Aballe es f¨ªsico y director de la Asociaci¨®n de Latas de Bebidas
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