Sufragistas: la fuerza de la mitad
¡°Que la rapidez y el ¨¦xito de nuestra causa depende del celo y de los esfuerzos, tanto de los hombres como de las mujeres, para derribar el monopolio de los p¨²lpitos¡±. Declaraci¨®n de S¨¦neca Falls, 1848
Veo la pel¨ªcula Sufragistas el 19 de diciembre, en plena jornada de reflexi¨®n antes de un domingo en el que, espero, se abra un nuevo ciclo pol¨ªtico en nuestro pa¨ªs. A ser posible, sue?o, desde el convencimiento de que el feminismo nos ofrece repuestas a buena parte de los interrogantes que hoy nos seguimos planteando. Hay colas en las taquillas pero me temo que la mayor¨ªa de los espectadores, como parece ser que hicieron algunos de nuestros l¨ªderes pol¨ªticos, esperaban ansiosos la nueva entrega deStars Wars. A pesar de todos los pesares, me sigo emocionando cada vez que tengo la posibilidad de votar. Pese a todas las insastisfacciones con el sistema, me siento en ese momento parte de un todo, poseedor de poder, de la parte al¨ªcuota de soberan¨ªa que a todas y a todos nos corresponde. Y pienso en las mujeres y en los hombres de mi familia que no tuvieron los mismos derechos que yo, y siempre, inevitablamente, me acuerdo de mis abuelas, a las que la II Rep¨²blica concedi¨® el voto pero que luego se vieron recluidas en las habitaciones oscuras del franquismo. Una de ellas no sab¨ªa leer ni escribir, a la otra, a¨²n sabiendo, no la dejaron tener su habitaci¨®n propia.
Sufragistas, aunque est¨¦ muy lejos de ser la obra cinematogr¨¢fica que muchos esper¨¢bamos, deber¨ªa ser de visi¨®n obligatoria en escuelas, institutos, centros c¨ªvicos y hogares en general. Una lecci¨®n en cualquier temario de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa y un cap¨ªtulo, me temo que todav¨ªa inexistente, en cualquier clase de Historia. Me sorprende comprobar como algunos de los libros que siguen consultado mi alumnado contin¨²an hablando de sufragio universal en momentos hist¨®ricos donde ellas, la mitad, no pod¨ªan ejercerlo. Es decir, los libros, no es que solo oculten parte de la historia, es que contin¨²an mintiendo. De ah¨ª la importancia de recuperar y de poner en el lugar que le corresponde una historia ¨¦pica, la de las mujeres que lucharon por ser tratadas como iguales, para que desde ejercicio de memoria podamos entender mucho mejor el presente y, entre otras cosas, nos dotemos de argumentos para reivindicar y celebrar la necesidad del feminismo.
La historia que nos cuenta Sufragistas, de manera a mi parecer demasiado esquem¨¢tica y fr¨ªa, y con demasiados a?adidos sentimentales que poco suman a lo que de verdad importa, es un cap¨ªtulo esencial en las conquistas de la democracia, en la definici¨®n de los derechos humanos y, en definitiva, en la construcci¨®n de un mundo m¨¢s justo. Las reividincaciones de mujeres como Emily Davison, Elizabeth Garreth o la m¨ªtica Pankhurst, a las que se sumaron algunos hombres como Stuart Mill,part¨ªan nada m¨¢s y nada menos que de la exigencia del reconocimiento de la mitad de la Humanidad. Una mitad que no participaba en la elecci¨®n de sus representantes, ni por tanto en la definici¨®n de las leyes a las que estaban sometidas, y que las trataban como menores de edad. Algo que ya puso de manifiesto a finales del XVIII Mary Wollstonecraft en suVindicaci¨®n de los derechos de la mujer y que Olimpia de Gouges reivindic¨® en la Declaraci¨®n de derechos de la mujer y la ciudadana de 1791: ¡°La ley debe ser expresi¨®n de la voluntad general; todas las ciudadanas y los ciudadanos deben contribuir personalmente, o por medio de sus representantes, a su formulaci¨®n¡±. A Olimpia, como a la mitad femenina en general, acabaron cort¨¢ndole la cabeza.
En estos tiempos de alianzas perversas entre neoliberalismo y patriarcado, de neomachismo que consolida y prorroga la subordinaci¨®n de la mitad, es m¨¢s necesario que nunca recuperar y celebrar la genealog¨ªa sin la que es imposible entender lo que el feminismo significa en cuanto teor¨ªa pol¨ªtica y en cuanto movimiento vindicativo.
No solo es de justicia poner nombre y rostro a las mujeres que lucharon por que finalmente tuvi¨¦ramos una aut¨¦ntica democracia, sino tambi¨¦n para entender como los derechos humanos se han conquistado gracias a procesos de lucha, a rebeliones contra el silencio, al permanente compromiso de personas, como esas lavanderas que nos muestra la pel¨ªcula, que se plantean qu¨¦ mundo van a dejarle a sus hijos e hijas.
En unos sistemas democr¨¢ticos donde, pese a las conquistas formales, ellas lo siguen teniendo m¨¢s complicado, en los que los liderazgos contin¨²an siendo masculinos y en los que es taninusual que los hombres renunciemos a nuestros privilegios para que ellas al fin puedan compartir el poder con nosotros, es necesario recuperar la voz de las que siempre fueron traicionadas en las revoluciones. De las que se atrevieron a desafiar los ¡°pactos juramentados¡± entre varones de los que habla Celia Amor¨®s. De las que incluso tuvieron que recurrir a la violencia porque era la ¨²nica manera de ser visibles en mundo de hombres. De las que decidieron no quedar sujetas al papel de esposas, madres e hijas. De las que con su acci¨®n pol¨ªtica dejaron en evidencia que una democracia que no cuente con ellas no merece tal nombre.
La pel¨ªcula Sufragistas, que me temo que solo podr¨ªa haber sido dirigida y escrita por mujeres, ayuda a que pongamos rostros a esas mujeres que contin¨²an sin aparecer en los manuales. Su modestia, que desde el punto de vista cinematogr¨¢fico le resta buena parte dela emoci¨®n¨¦pica que hubiera merecido la historia, no le resta sin embargo fuerza ¡°empoderadora¡±. Sobre todo cuando en pleno siglo XXI hay lugares del planeta donde las mujeres a¨²n contin¨²an siendo lavanderas y en el que, en pa¨ªses avanzados como el nuestro, contin¨²an sometidas a todo tipo de violencias patriarcales. De ah¨ª el valor de esta pel¨ªcula cuya raz¨®n ¨²ltima no deber¨ªa ser otra que reivindicar los eslabones de una cadena, la de la revoluci¨®n feminista, que todav¨ªa hoy necesita seguir sumando mujeres, y tambi¨¦n hombres, convencidas y convencidos de que la democracia o es paritaria o no es. Y que mientras que no acabemos con el monopolio masculino de los p¨²lpitos las heridas de Emily Davison y otras muchas continuar¨¢n abiertas.
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