No ha votado Espa?a
El 20-D no ha hablado la sociedad ni el pueblo, sino los ciudadanos individuales
Puede parecer un puntillismo, pero creo que esta es la reflexi¨®n necesaria para adoptar una conducta democr¨¢ticamente productiva ante el complicado futuro que nos espera: ni Espa?a, ni la sociedad, ni el pueblo, ni ning¨²n otro ente colectivo ha votado o ha hablado el pasado d¨ªa 20. Por mucho que sea la met¨¢fora favorita de los comunicadores de opini¨®n, tal idea es una falacia. Quienes han hablado han sido los ciudadanos individuales. Unos cuantos millones de personas.
Otros art¨ªculos del autor
?Y no es lo mismo? Pues no, es sustancialmente diverso en sus consecuencias simb¨®licas. Y la pol¨ªtica es una pr¨¢ctica altamente simb¨®lica. Decir que ha hablado el pueblo, o la sociedad, o el pa¨ªs, adem¨¢s de introducir a entes metaf¨ªsicos, permite atribuirles un mensaje colectivo ¨²nico. Por ejemplo, que la sociedad quiere el cambio, quiere la nueva pol¨ªtica, quiere la revoluci¨®n, o quiere la tranquilidad. Y, sobre todo, permite al int¨¦rprete de turno se?orear el mensaje y convertirse en el int¨¦rprete privilegiado de esa voz que ha o¨ªdo. Espa?a ha hablado y exige una regeneraci¨®n profunda, un cambio radical, una nueva Constituci¨®n, lo que sea.
Por el contrario, si atendemos a la realidad y olvidamos la metaf¨ªsica, tendremos que decir algo tan prosaico como que¡ los ciudadanos han hablado y dicho algo que es profundamente diverso y divergente: un porcentaje quiere que le represente un partido, otra parte otro, y as¨ª sucesivamente. No han dicho colectivamente nada porque no son un ser colectivo, sino una pluralidad de individuos. Y la pluralidad es forzosamente dispersa, diversa y antag¨®nica entre s¨ª. Eso es la democracia real, construir algo con una opini¨®n cacof¨®nica, porque el pueblo o la sociedad no existen como entes o lugares pol¨ªticamente reales, son solo la imagen de un lugar vac¨ªo, como Claude Lefort explicaba.
Aceptar esta humilde verdad, la de que nadie puede presumir de haber o¨ªdo voces del m¨¢s all¨¢ o del m¨¢s ac¨¢, pone a los representantes de los ciudadanos en su verdadero lugar. Que es el de representar a una parte de la sociedad, pero aceptando que nunca podr¨¢n representar a toda la sociedad y, por tanto, en ning¨²n momento podr¨¢n pretender legitimarse en la voluntad del pueblo con exclusividad. El pueblo no existe, existen los ciudadanos.
La pol¨ªtica espa?ola fue durante mucho tiempo el territorio de la exclusi¨®n, como el profesor Varela Ortega ha historiado. Y la principal arma para excluir de la escena p¨²blica a una parte de la sociedad fue, precisamente, la invocaci¨®n del todo social (metaf¨ªsico, ideol¨®gico u org¨¢nico) y sus mensajes radicales. Nosotros ¡ªse ha dicho una y otra vez¡ª representamos a la Espa?a eterna, o al pa¨ªs verdadero, o a la Rep¨²blica, o a la nueva pol¨ªtica, o a la sociedad sana. Y, por tanto, no hay lugar para ustedes en pol¨ªtica, salvo el del sometimiento o la conversi¨®n.
La transici¨®n de 1978 no fue sino el decidido abandono por la pol¨ªtica del arma de la exclusi¨®n, nada m¨¢s y nada menos
La Transici¨®n de 1978 no fue sino el decidido abandono por la pol¨ªtica del arma de la exclusi¨®n, nada m¨¢s y nada menos. Un abandono que, visto lo visto en los dos ¨²ltimos decenios, amenaza con haber sido solo transitorio, puesto que con la llegada del siglo resucitaron los intentos de excluir del campo pol¨ªtico a la derecha, aunque ello no se verificase a golpes como en el pasado hizo parte de esta con la izquierda, sino usando del anatema moral. Pero la democracia, para funcionar como sistema de sucesi¨®n gubernamental, debe ser razonablemente amoral.
Por ello ser¨ªa especialmente importante que, en el nuevo escenario pol¨ªtico que la pluralidad de la sociedad ha provocado, ninguno de los actores caiga en la tentaci¨®n de asignarse la representaci¨®n de la sociedad completa alegando que solo ellos han o¨ªdo el mensaje o que solo ellos representan a la parte sana de Espa?a, o que ven y sienten en exclusiva el futuro, y que por eso son los que saben tambi¨¦n en exclusiva lo que todos necesitamos. Y que lo saben con intransigencia. Que acepten algo tan prosaico y decepcionante como representar n¨²meros. Que son, oh maravilla, m¨¢s combinables que los mensajes de ultratumba. La paradoja de la democracia en el acto del sufragio es que, precisamente cuando la soberan¨ªa popular se manifiesta, el ciudadano es extra¨ªdo de todas sus determinaciones sociales para ser convertido en una unidad contable. Mis electores son tantos, los tuyos cuantos, ninguno vale moralmente m¨¢s que otro, sus opiniones son distintas, no existe un v¨®rtice desde el que predicar altanero que se ha divisado el nuevo mundo. Saber manejar la decepci¨®n, eso es lo que precisamos. Y pedimos.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.