Refer¨¦ndum y ciudadan¨ªa
Ceder a la exigencia de Podemos de celebrar un refer¨¦ndum sobre la independencia en Catalu?a ser¨ªa un error catastr¨®fico para el Estado
La posibilidad de celebrar un refer¨¦ndum de independencia en Catalu?a (y en todas las naciones que vayan surgiendo por el Estado) vuelve a suscitarse, ahora que Podemos lo exige como condici¨®n para asistir a un hipot¨¦tico gobierno del PSOE. Personalmente creo que ceder a esta exigencia ser¨ªa un error catastr¨®fico para el Estado. Bastar¨ªa quiz¨¢ con insistir en las buenas razones que daban en estas p¨¢ginas Pau Mar¨ª-Klose e Ignacio Molina (El refer¨¦ndum no es la soluci¨®n). Ah¨ª se dec¨ªa: ni es claro que ese famoso 80% de los catalanes anhele el referendo, ni este permitir¨ªa elucidar los deseos de la sociedad catalana (m¨¢s bien nos informar¨ªa del estado de ¨¢nimo de una franja en el centro del espectro identitario), ni la votaci¨®n, que ahondar¨ªa en la fractura social, es garant¨ªa de zanjar el problema, dado que el nacionalismo no aceptar¨ªa aquietarse en caso de perder la apuesta.
En esa ocasi¨®n, los autores prefer¨ªan dejar de lado la fundamentaci¨®n del derecho de autodeterminaci¨®n y centrarse en explicar la inutilidad de la herramienta aplicada a nuestro caso. Pero dado que los demandantes del refer¨¦ndum hacen de su defensa una cuesti¨®n de principios democr¨¢ticos quiz¨¢ merezca la pena explorar el conflicto de valores subyacente entre quienes nos oponemos al ¡°derecho de decidir¡± y los que hacen de ¨¦l su bandera.
Otros art¨ªculos del autor
Cuando Ada Colau o Pablo Iglesias insisten en el refer¨¦ndum como un requerimiento democr¨¢tico elemental demuestran tener una concepci¨®n pobre de la democracia, que queda contra¨ªda al acto de votar. Una definici¨®n que creo m¨¢s completa es esta: la democracia es la extensi¨®n universal de la ciudadan¨ªa. Se aprecia que ambas concepciones pueden entrar en conflicto, porque a trav¨¦s de una votaci¨®n tambi¨¦n se puede desposeer a alguien de sus derechos ciudadanos. No hace falta traer fantasmas del terrible siglo XX. S¨®lo hace unos d¨ªas que Eslovenia decidi¨® en refer¨¦ndum prohibir el matrimonio homosexual. Estoy seguro de que muchos soberanistas sienten malestar cuando se percibe que una votaci¨®n soberana puede servir tambi¨¦n para privar a otros de derechos. Y eso es exactamente lo que pensamos muchos que pasar¨ªa si se permite un refer¨¦ndum en Catalu?a, y luego otro en Pa¨ªs Vasco, y otro en Navarra, y otro en Galicia, y as¨ª sin fin. Con independencia del resultado, se nos excluye al resto de opinar en una cuesti¨®n que podr¨ªa tener como resultado nuestra p¨¦rdida de derechos pol¨ªticos en esas comunidades, donde, sencillamente, se estar¨ªa decidiendo si los dem¨¢s espa?oles pasamos a ser extranjeros. Si todos los que tienen alg¨²n motivo para sentirse diferentes pudieran votar para salirse y fundar su propio Estado, el principio de una ciudadan¨ªa compartida y multicultural, que es el ¨²nico interesante y fecundo, quedar¨ªa hecho a?icos.
Ante esta objeci¨®n los abogados del derecho a decidir pueden alegar que la votaci¨®n diferenciada est¨¢ justificada por el hecho de que ciertos territorios de nuestro Estado son naciones y cada naci¨®n tiene derecho a la autodeterminaci¨®n. Tienen derecho a pensar as¨ª, pero entonces nosotros tambi¨¦n tenemos todo el derecho del mundo a desenmascararlos como nacionalistas corrientes y molientes. Ernest Gellner resumi¨® bien el programa de todo nacionalista: que las fronteras del estado coincidan con las de la naci¨®n. La ciudadan¨ªa resultante de esos nuevos estados ya no estar¨ªa basada en la capacidad de compartir ciertos valores c¨ªvicos, sino en la agrupaci¨®n en funci¨®n de algunos rasgos ¨¦tnicos, en concreto, de la lengua. S¨ª, la lengua es un elemento ¨¦tnico. Y en Espa?a lo ¨²nico que nos induce a pensar que hay varias naciones distintas es la existencia de varias lenguas con arraigo (la lengua es el ¨²nico marcador diacr¨ªtico, en terminolog¨ªa de Gellner, a nuestra disposici¨®n). De modo que Iglesias y Colau pueden creerse modernos, pero en realidad lo ¨²nico que hacen es apoyarse en una vieja p¨¢gina de perdurable influencia, escrita por el fil¨®sofo alem¨¢n Fichte en 1808 en sus Discursos a la naci¨®n alemana: que cada lengua espec¨ªfica tenga su naci¨®n espec¨ªfica. Y atrapada en esa p¨¢gina de 1808 la izquierda soberanista quiere gobernar la Espa?a de 2015.
Si en el lugar de la lengua pusi¨¦ramos otro marcador, el retroceso ser¨ªa a¨²n m¨¢s evidente. ?Se autodeterminan los ricos en virtud de su renta? ?Los hombres en virtud de su g¨¦nero? ?Los blancos en funci¨®n de su color de piel? ?Los cat¨®licos alegando su credo? No. ?Qu¨¦ raz¨®n hay, entonces, para que algunos se autodeterminen en raz¨®n de su lengua o cultura? Salvo que estas ¨¦stas est¨¦n siendo atacadas, cosa que no sucede en Espa?a, s¨®lo se me ocurre alguien que querr¨ªa partir la comunidad de ciudadanos por estos motivos: un nacionalista.
Cuando Colau o Iglesias insisten en el refer¨¦ndum como un requerimiento democr¨¢tico elemental demuestran tener una concepci¨®n pobre de la democracia
Llegamos al meollo del asunto. A quienes nos enfrenta el derecho a decidir no nos separa la creencia democr¨¢tica sino una concepci¨®n distinta de la ciudadan¨ªa, que es tambi¨¦n un distinto entendimiento de cu¨¢l es, en Espa?a, el cuerpo ciudadano ¨Cel demos¨C que comparte derechos y obligaciones. Esto es as¨ª seguramente porque cada uno ha recibido una socializaci¨®n distinta. Por ejemplo, yo fui educado en la creencia de que hab¨ªa una comunidad pol¨ªtica soberana llamada Espa?a formada de ciudadanos libres e iguales, y en paz con su diversidad cultural y ling¨¹¨ªstica. Hubiera tenido dificultades para creerlo durante el franquismo, pero no a partir de 1978. Vascos, gallegos y catalanes son conciudadanos. Y bajo esta idea de Espa?a como una ¨²nica ciudadan¨ªa, compatible con una visi¨®n federal del Estado, Ada Colau podr¨ªa ma?ana ser alcaldesa de Madrid si quisiera presentarse. Y desde luego puede votar en cualquier asunto que nos afecte a todos los espa?oles. La izquierda soberanista de Podemos y el nacionalismo catal¨¢n, vasco y gallego en general, en cambio, no creen que exista esa comunidad pol¨ªtica llamada Espa?a, sino una serie de ¡°pueblos¡± emparentados, yuxtapuestos a lo largo del Estado, cada uno soberano y definidor de un demos distinto cuyo rasgo espec¨ªfico ser¨ªa la lengua. Entre nosotros no somos conciudadanos, sino parientes de pueblos cercanos. (Tampoco es que hayan inventado la p¨®lvora: algo parecido sosten¨ªa la derecha tradicional cat¨®lica a lo largo de todo el siglo XIX).
En definitiva, unos pensamos en una ¨²nica ciudadan¨ªa multicultural. Y otros piensan en t¨¦rminos de muchas culturas con derecho a fundar su propio espacio ciudadano. Si los segundos se imponen, Espa?a como espacio de convivencia compartida dejar¨¢ de existir. Para los que no se han enterado: Los que defendemos la unidad de Espa?a no estamos defendiendo un trozo del mapa, sino un cuerpo ciudadano multicultural y no divisible por razones ¨¦tnicas. No solo nos parece esto lo progresista, sino que defender que la comunidad de ciudadanos, y la trama de solidaridad que los imbrica, pueda deshacerse por pujos identitarios (cuando ninguna identidad es atacada) nos parece profundamente antiprogresista. Y nos podemos ver a nosotros mismos como dem¨®cratas plenos porque no discriminamos: todos somos ciudadanos. Esa era la idea de 1978.
Ahora bien, empieza a ser patente que es la otra idea (diversas culturas con derecho a tener su Estado) la que comienza a infiltrarse en el electorado urbano de izquierdas. Ni una sola pancarta en las acampadas del 15-M ped¨ªa un refer¨¦ndum de independencia, ni en Madrid ni en Barcelona. Pero en pol¨ªtica como en econom¨ªa la machacona oferta acaba encontrando su propia demanda. Me resulta un misterio por qu¨¦ a tantos votantes de Podemos les resulta indiferente que su c¨²pula quiera deshacer la ciudadan¨ªa com¨²n, convertir a Espa?a en Yugoslavia y abocarla, a medio plazo, a un humillante proceso de descomposici¨®n ¨¦tnica que no ayudar¨¢ a la implantaci¨®n de ninguna agenda social avanzada. Pero si fuera el PSOE, empezar¨ªa a recuperar apoyos explicando no s¨®lo las nefastas consecuencias del discurso territorial de Podemos, sino tambi¨¦n su presupuesto impl¨ªcito: que lo espa?oles ya no somos conciudadanos.
Juan Claudio de Ram¨®n Jacob-Ernst es ensayista
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