Lynch, cabeza reveladora
Lo 'lynchiano' tiene que ver con una estrat¨¦gica distorsi¨®n de lo cotidiano que cumple el sue?o del cine expresionista de abrir una puerta al otro lado

Nadie lo defini¨® mejor que Mel Brooks cuando dijo eso de que era un Jimmy Stewart venido de Marte. David Lynch: 50% americano tranquilo, fiable, luminoso, quiz¨¢ algo simpl¨®n, pero siempre de una pieza; 50% inconsciente, sue?o, irracionalidad, arrebato, magma surreal, complejidad y capacidad de representar lo inefable. La imagen cinematogr¨¢fica en la que qued¨® mejor encarnada esa dicotom¨ªa parad¨®jica ¡ªaunque solo supuestamente parad¨®jica¡ª fue, sin duda, la que cerraba el pr¨®logo de Terciopelo azul (1986): la c¨¢mara abism¨¢ndose en el c¨¦sped de una norteam¨¦rica de postal, casi sacada de una ilustraci¨®n de Norman Rockwell, para descubrir un bullicioso sustrato de oscuridad, insectos acechantes y horror intangible.
A muchos incondicionales de Lynch les cuesta asimilar que a este cineasta ¨²nico y esencial le fascinara, en su momento, la figura de Ronald Reagan, al que vio como el paternal cowboy que lo dar¨ªa todo por su comunidad, por la preservaci¨®n de una Am¨¦rica ang¨¦lica frente al acoso de las fuerzas malhechoras: en el fondo, aunque nos duela, quiz¨¢ no haya opci¨®n pol¨ªtica m¨¢s l¨®gica para quien, de hecho, no ha sido exactamente un poeta de la oscuridad americana, sino todo lo contrario. Es decir, alguien capaz de levantar un sofisticado mundo imaginario sobre los peligros (sobrenaturales y metaf¨ªsicos) que acechan a la idea de una inocencia y pureza americanas encarnadas en el espacio arc¨¢dico de ese Twin Peaks (1990-91) que no sabemos si era met¨¢fora del mundo o, directamente, ventana abierta a la idea del ed¨¦n que podr¨ªa tener su creador. Un para¨ªso de abetos Douglas, tarta de cerezas, beicon muy crujiente y caf¨¦ cargad¨ªsimo.
Formado como artista pl¨¢stico, Lynch entendi¨® la pantalla cinematogr¨¢fica como lienzo en movimiento y logr¨®, a trav¨¦s de su profundo inter¨¦s en el dise?o de sonido, convertir cada proyecci¨®n de sus pel¨ªculas en una suerte de macroinstalaci¨®n art¨ªstica bajo el influjo de un mal rollo destilado en perturbador masajeo subs¨®nico. El autor de Cabeza borradora (1977) se cuenta entre los privilegiados creadores capaces de convertir su apellido en adjetivo elocuente: lynchiano. Lo lynchiano tiene que ver con una estrat¨¦gica distorsi¨®n de lo cotidiano que, a trav¨¦s del poder hipn¨®tico de sus im¨¢genes, cumple el sue?o del cine expresionista de abrir una puerta al otro lado. Su influencia es perceptible tanto en pel¨ªculas como Enemy (2013), de Denis Villeneuve, como en el grueso del cine de terror contempor¨¢neo, sin olvidar ni la nueva comedia (Louie, 2010) ni las nuevas ficciones televisivas de la incertidumbre. Lynch es, dig¨¢moslo claro, insoslayable.
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