Molenbeek, la guarida del yihadismo en Europa
En este barrio de bruselas los terroristas se camuflan entre los vecinos y el Estado Isl¨¢mico intenta atraer a los j¨®venes musulmanes sin futuro para que se enrolen en la yihad Un viaje al interior de este territorio de la vieja Europa donde abundan las mezquitas, arrasa el desempleo y donde es tan f¨¢cil comprar un fusil de asalto como una dosis de hach¨ªs.
A sus 18 a?os, Anis andaba perdido. No ten¨ªa claro qu¨¦ hacer con su futuro. Cuando por fin decidi¨® que la fisioterapia era lo suyo, ya se hab¨ªa cerrado el plazo de inscripci¨®n en la universidad. Tendr¨ªa que esperar hasta el a?o siguiente. Su madre, Geraldine Henneghien, le dijo que no pensara que se iba a tirar un a?o sin hacer nada; que, si no estudiaba, ten¨ªa que trabajar. Aquel fue el principio de una crisis personal que le iba a inducir a convertirse sin saberlo en el candidato perfecto para los reclutadores del Estado Isl¨¢mico.
Estaba perdido. Anis, cuatriling¨¹e, asist¨ªa a numerosas entrevistas de trabajo, de las que sal¨ªa siempre con la misma respuesta: ¡°Ya te llamaremos¡±. No tard¨® en darse cuenta de que tener un nombre marroqu¨ª y ser de Molenbeek, un barrio de Bruselas con mala reputaci¨®n, no le estaba ayudando. ¡°Mi hijo estaba enfadado con la sociedad belga. Dec¨ªa que a los musulmanes nos estigmatizan, nos discriminan¡±. Siempre me repet¨ªa: ¡®Mam¨¢, aqu¨ª no me consideran belga y en Marruecos me ven como extranjero¡¯. No supe valorar la gravedad de su crisis de identidad¡±, relata Geraldine, una mujer rubia convertida al islam.
Pronto Anis dej¨® de buscar trabajo. Y sus padres empezaron a notar cambios. Le preocupaba la situaci¨®n de Palestina. Luego fue Siria. ¡°Soy musulm¨¢n y no puedo permitir que masacren a nuestro pueblo. A ning¨²n pa¨ªs le importa lo que pasa all¨ª¡±, clamaba. Anis, a quien de peque?o hab¨ªa que empujarle para ir a la mezquita los viernes, empez¨® a rezar cinco veces al d¨ªa. Geraldine, su madre, averigu¨® m¨¢s tarde que por los alrededores del templo rondaba un tipo que se acercaba a los j¨®venes, les explicaba el horror que padec¨ªan los sirios y les animaba a hacer algo por sus hermanos. Un d¨ªa Anis anunci¨® que se iba de casa y que ten¨ªa planeado viajar a Siria. Geraldine comprendi¨® que no hab¨ªa tiempo que perder, que aquello iba en serio. Se present¨® con su marido en una comisar¨ªa para suplicar que prohibieran a su hijo salir del pa¨ªs. La polic¨ªa les explic¨® que para eso deb¨ªan considerarle miembro de un grupo terrorista. Los padres dieron su consentimiento.
¡°Mam¨¢, abrir¨¦ la puerta del para¨ªso para ti", dijo Anis desde la violenta Siria
A finales de enero del a?o pasado Geraldine recibi¨® una llamada. Pens¨® que ser¨ªa su hijo, que le iba a echar una bronca por entrometerse en su vida e impedirle viajar. Era su hijo, s¨ª, pero llamaba desde Turqu¨ªa, a punto de cruzar la frontera con Siria. Despu¨¦s se enteraron de que un juez belga dictamin¨® que, al ser mayor de edad, no pod¨ªan impedir el viaje. El problema es que nadie se lo comunic¨® a Geraldine y ya era demasiado tarde. ¡°Mam¨¢, no llores. Voy a ayudar a la gente. Abrir¨¦ la puerta del para¨ªso para ti¡±, le asegur¨® por tel¨¦fono. Una vez por semana la llamaba desde Siria. ¡°Mam¨¢, tienes que venir aqu¨ª. No puedes seguir trabajando con hombres y con kufar [infieles]¡±. En Siria se cas¨® con una chica francesa ¡°para repoblar el mundo isl¨¢mico¡±. Pas¨® temporadas en algunos de los rincones m¨¢s peligrosos del conflicto sirio: en Raqqa, Alepo y Deir el Zor.
El relato de esta familia es calcado al de cientos de familias de B¨¦lgica, el pa¨ªs con el mayor n¨²mero de europeos en proporci¨®n luchando en Siria y que los atentados de Par¨ªs han puesto en el punto de mira. Tres de los terroristas que ba?aron de sangre la capital francesa proced¨ªan de B¨¦lgica, en concreto de ese mismo barrio de Molenbeek. Las pesquisas iniciales indican que fue en este municipio donde se idearon parte de los ataques. Apuntan tambi¨¦n a posibles errores policiales y pol¨ªticos. Hasta qu¨¦ punto han fallado los servicios de seguridad belgas y de coordinaci¨®n con las autoridades francesas es algo que solo las investigaciones internas en marcha determinar¨¢n con exactitud. Sobre el terreno, B¨¦lgica ha pisado el acelerador de las reformas legales y los recortad¨ªsimos servicios secretos est¨¢n recuperando efectivos. Mientras, los habitantes de Molenbeek viven una sucesi¨®n de redadas policiales como el en¨¦simo s¨ªntoma de la discriminaci¨®n contra los musulmanes. La distancia que les separa del resto de los belgas se ampl¨ªa y esos sentimientos de divisi¨®n solo benefician a los reclutadores del Estado Isl¨¢mico. Los extremistas agitan y alimentan un discurso binario, de v¨ªctimas (musulmanes) y verdugos (Occidente), que cala muy hondo en j¨®venes musulmanes como Anis y para los que la muerte de ni?os en Siria y la discriminaci¨®n de los musulmanes en Europa son apenas distintas caras de una misma moneda.
La conexi¨®n de Molenbeek con el terrorismo internacional no es nueva. El asesinato de Ahmed Shah Masud, adversario de los talibanes, en Afganist¨¢n en 2001; la matanza de Madrid en 2004, el atentado contra el Museo Jud¨ªo de Bruselas el a?o pasado o el ataque contra el Thalys de Par¨ªs este a?o son solo algunos de los atentados con conexiones con este barrio. El yihadista m¨¢s joven conocido, Yunes Abaaoud, de 13 a?os, tambi¨¦n sali¨® de aqu¨ª el a?o pasado. Vol¨® rumbo al para¨ªso en el mismo avi¨®n que Anis y ahora ha jurado volver a Europa para vengar la muerte de su hermano Abdelhamid, cerebro de los ataques de Par¨ªs. Molenbeek es un barrio incrustado en el coraz¨®n de la zona Schengen de la UE, con una fuerte presencia musulmana e ideal para camuflarse y ejercer de base de operaciones.
Este barrio bruselense no es un gueto al estilo de las banlieues parisienses. Para empezar, porque se puede caminar por ¨¦l sin peligro y entablar conversaciones con los vecinos sin temor, porque aqu¨ª casi todo sucede de puertas adentro. Tambi¨¦n porque est¨¢ pegado al centro de Bruselas, separado apenas por un canal navegable de la calle de Antoine Dansaert, la m¨¢s chic de la ciudad, donde los dise?adores locales exponen sus m¨¢s refinadas creaciones. De la plaza de Molenbeek a la Grand Place, epicentro del chocolate y la cerveza de Bruselas, hay unos 15 o 20 minutos andando. La distancia mental que separa a los habitantes de Molenbeek, en su gran mayor¨ªa de origen marroqu¨ª, del resto de ciudadanos es, sin embargo, abismal. Entre los sentimientos que albergan los j¨®venes musulmanes del barrio ¨Ctambi¨¦n los triunfadores que trabajan¨C domina el de discriminaci¨®n y racismo por parte de los que ellos llaman ¡°los blancos¡± o ¡°los belgo-belgas¡±, es decir, los que no son de origen magreb¨ª.
Aqu¨ª viven unas 100.000 personas entre la parte alta y adinerada del barrio y el viejo Molenbeek, m¨¢s deprimido y con mayor concentraci¨®n de inmigrantes. Tienen hasta 100 nacionalidades y hay unos 4.000 indocumentados, pero sobre todo los musulmanes de origen magreb¨ª han hecho de este barrio densamente poblado y apodado ¡°el peque?o Manchester¡± su hogar. Fue en los a?os sesenta y setenta cuando llegaron los campesinos turcos y los marroqu¨ªes despu¨¦s de que sus Gobiernos firmaran acuerdos bilaterales con B¨¦lgica para venir a trabajar a la industria instalada a lo largo del canal. Al arribar al viejo Molenbeek ocuparon el vac¨ªo que dejaron los obreros que hab¨ªan tomado el ascensor social y se hab¨ªan mudado a la parte alta del barrio, m¨¢s all¨¢ de la v¨ªa de tren.
Hoy el paisaje humano de la parte vieja del barrio es predominantemente magreb¨ª. En los cafetines los hombres conversan y juegan al parch¨ªs, y en las confiter¨ªas los dulces chorrean miel y pistachos. Dentro de los comercios, las huchas de lata acumulan donativos para Siria. En un chafl¨¢n, grupos de hombres fuman a las puertas de un caf¨¦ y en otra esquina se entregan al trapicheo. Una mujer se cruza con chador hasta los pies y guantes negros que impiden que nadie vea ni un cent¨ªmetro de su piel, pero tambi¨¦n pasa otra chica en minifalda. En la plaza del Ayuntamiento, a las puertas de una tienda de telas, sobre una maniqu¨ª de unos tres a?os cuelga una jalabiya hasta los pies y un velo oscuro le cubre la cabeza de pl¨¢stico. Enfrente, en una de las t¨ªpicas maison de ma?tre belgas, con bonitas y estrechas fachadas, un nombre escrito en el telefonillo destaca sobre los dem¨¢s: Abdeslam. Es la casa de la familia de dos de los terroristas de Par¨ªs, a escasos metros de la sede municipal.
En Molenbeek la religi¨®n est¨¢ de moda. La poblaci¨®n se ha vuelto m¨¢s conservadora y las terceras generaciones de inmigrantes encuentran en ella un salvavidas identitario. Ya no quedan apenas caf¨¦s mixtos y las barbas largas son cada vez m¨¢s visibles. Las j¨®venes madres se re¨²nen para tomar t¨¦ a la menta con pastas mientras ven programas religiosos en la tele y las academias de ciencias isl¨¢micas hacen su agosto. El desembarco en el barrio de supuestos sabios rigoristas y la distribuci¨®n masiva y gratuita de textos saud¨ªes han contribuido a que la interpretaci¨®n literalista del Cor¨¢n y la ortodoxia en la pr¨¢ctica religiosa hayan ido ganando terreno. En la plaza principal de Molenbeek est¨¢ la gran comisar¨ªa de polic¨ªa. La nube de periodistas que ocuparon el bulevar los d¨ªas posteriores a los atentados de Par¨ªs se ha esfumado. Ahora quedan los puestos del mercado el jueves, las furgonetas de la polic¨ªa y un blindado del Ej¨¦rcito. Dentro, el comisario y portavoz Johan Berckmans da a entender que andan a ciegas y dice que necesitan m¨¢s polic¨ªas de origen magreb¨ª. De los 900 que se registran en Bruselas Oeste, calcula que apenas una veintena habla ¨¢rabe. Cuatro polic¨ªas forman parte de la c¨¦lula de radicalizaci¨®n que vigila los movimientos extra?os entre los vecinos y dan parte a la polic¨ªa federal. Las observaciones del comisario Berckmans sobre el terreno coinciden en el calendario con el recrudecimiento de la guerra de Siria y el auge del Estado Isl¨¢mico. ¡°Las salidas a Siria empezaron a aumentar hace dos o tres a?os¡±.
Seg¨²n un comisario, ¡°las salidas a Siria comenzaron hace dos a?os¡±
Berckmans explica que el barrio tiene adem¨¢s un problema de drogas, sobre todo de hach¨ªs, pero cada vez m¨¢s de coca¨ªna y hero¨ªna. Es lo que aqu¨ª se conoce como la ¡°econom¨ªa secundaria¡±. Las armas tambi¨¦n circulan con cierta libertad. ¡°Peri¨®dicamente encontramos armas en domicilios. Hay un circuito ilegal y, s¨ª, se pueden comprar pistolas y Kal¨¢shnikov. A menudo son piezas desmontadas que vienen del Este¡±. Mientras habla, el ruido de las h¨¦lices de un helic¨®ptero anuncia la en¨¦sima redada.
En 2010 salieron los primeros yihadistas a Somalia desde Molenbeek, ¡°provocando no poca admiraci¨®n en el vecindario, que los consider¨® h¨¦roes humanitarios, algo as¨ª como brigadistas internacionales¡±, explica Johan Leman, un veterano antrop¨®logo que trabaja con j¨®venes en el barrio. En 2012 comenz¨® la gran oleada rumbo a Siria, que alcanz¨® su pico m¨¢s alto el a?o pasado. Ahora, una decena de j¨®venes salen cada mes de B¨¦lgica, es decir, al menos dos a la semana. La mitad de ellos son desconocidos por los servicios de seguridad, seg¨²n los c¨¢lculos de Claude Moniquet, director del European Strategic Intelligence and Security Center, un think tank especializado en terrorismo. En Siria trabajan como Anis en puestos t¨¦cnicos, de alba?iles, m¨¦dicos y profesores. Medio centenar son combatientes y otro medio polic¨ªas o guardas de prisi¨®n, asegura Moniquet.
Una decena de fuentes describen con detalle c¨®mo se recluta en Molenbeek: primero, los reclutadores salen al encuentro de los j¨®venes a los caf¨¦s, a los gimnasios, a las puertas de las mezquitas o de los supermercados ¨Cuno que se pon¨ªa en el Aldi, por ejemplo, era de todos conocido¨C. Reparten folletos sobre el sufrimiento de civiles en Siria y establecen contacto con los j¨®venes que se dejan. Hay reclutadores que vienen de otros pa¨ªses ¨Ceuropeos o del Golfo¨C y los hay tambi¨¦n locales. Enseguida se corre la voz de que han llegado al barrio y se organizan encuentros. A partir de 2013, tras la detenci¨®n de los integrantes de Sharia4 Belgium, la gran incubadora de la radicalizaci¨®n en B¨¦lgica, el reclutamiento deja de ser a plena luz del d¨ªa y se realiza en reuniones clandestinas en casas y garajes y en las redes sociales. A los chicos agotados por el deporte les ponen a jugar a videojuegos de guerra y les martillean el cerebro con v¨ªdeos de ni?os sirios con brazos amputados. Consumen horas y horas de plegarias de los telepredicadores m¨¢s extremistas, que explican que trabajar para un no creyente es lo mismo que trabajar para el enemigo; que los civiles europeos son culpables por haber votado a gobernantes que deciden bombardear pa¨ªses musulmanes. Si conduces el tranv¨ªa, eres c¨®mplice de los infieles; si pagas impuestos, tambi¨¦n, les dicen. Es parte del lavado de cerebro, que consiste en inocular una visi¨®n del mundo binaria ¨Chalal (permitido) / haram (prohibido)¨C que los reclutadores funden con calculada maestr¨ªa con los sentimientos victimistas que albergan los que se sienten marginados en Europa. En el esquema de nosotros contra ellos, de buenos y malos, las ideas b¨¢rbaras penetran con mayor facilidad. Con la cabeza ya amueblada, llega el momento en que ¡°se dejan atrapar por el viento caliente¡±, como explica Mohamed Yusufi, un im¨¢n conservador de la corriente Tabligh, en su casa de Molenbeek.
Esto es lo que los investigadores llaman ¡°radicalizaci¨®n de garaje¡±, un proceso individualizado. Porque, como en otras ciudades de Europa, en Bruselas las mezquitas han dejado de ser centros de radicalizaci¨®n. Est¨¢n demasiado controladas y regentadas por imames incapaces de conectar con j¨®venes llenos de dudas y a los que los predicadores youtubers responden con eficiente vehemencia. Uno de cada dos imames no habla franc¨¦s y dos tercios proceden de su pa¨ªs de origen, de donde traen un islam tradicional, poco adaptado a la realidad europea. Predican como si estuvieran en su pueblo de Marruecos, cuentan la vida del Profeta y lo que sucede m¨¢s all¨¢ de los muros de la mezquita no existe para ellos. ¡°Los radicales han venido y se han encontrado a la gente perdida. Debemos tener un argumentario serio. Esta es una guerra dial¨¦ctica¡±, piensa Jamal Habbachich, que preside el consejo que representa a 22 mezquitas de Molenbeek. Hasta ocho familias llamaron a su puerta el a?o pasado pidiendo ayuda para evitar que sus hijos viajaran a Siria.
Habbachich habla en su mezquita de Molenbeek mientras levanta constantemente la mirada hacia las pantallas de las c¨¢maras del recinto. Han recibido una carta con amenazas de muerte tras los atentados de Par¨ªs y ahora extreman la seguridad. En su opini¨®n, son los peque?os centros de culto los que plantean m¨¢s problemas. All¨ª van cambiando los imames sin control. ¡°Empiezan a llegar fetuas de Oriente Pr¨®ximo y los imames europeos no saben c¨®mo reaccionar¡±. Habbachich critica a las autoridades belgas porque cree que ¡°durante a?os han dado carta blanca a grupos para predicar y reclutar en nombre de la libertad de expresi¨®n¡±.
125 yihadistas han regresado. ¡°controlarlos es muy dif¨ªcil¡±, dice un exjefe de espionaje
Al menos dos de los presuntos terroristas de Par¨ªs figuraban en una lista de 85 personas radicalizadas que los servicios secretos belgas hab¨ªan entregado al Ayuntamiento de Molenbeek. La lista para todo B¨¦lgica suma 800 nombres e incluye a los que est¨¢n en Siria o Irak (250), los muertos (75) y los que han vuelto (125), detalla Kristof Clerix, experto belga en asuntos de espionaje y seguridad. Controlarlos a todos es una tarea casi imposible, como reconoce Alain Winants, jefe de los servicios secretos belgas hasta 2014 y durante los ocho ¨²ltimos a?os, coincidiendo con el auge del yihadismo. Winants recibe a EL PA?S en el Palacio de Justicia de Bruselas, donde ahora ejerce de abogado general. Explica que en B¨¦lgica han tardado muchos a?os en legalizar pr¨¢cticas como las escuchas telef¨®nicas y hay adem¨¢s un problema de recursos. Que con la crisis financiera llegaron tambi¨¦n los recortes para los servicios secretos. ¡°Se dej¨® de reclutar agentes y a los que se jubilaban no se les reemplazaba. Lleg¨® un momento en que era imposible cortar m¨¢s. Vigilar a un individuo 24 horas al d¨ªa requiere unas 15 o 20 personas por sospechoso¡±. Tras los ataques de Par¨ªs, los pol¨ªticos han aprobado una partida de 400 millones para los servicios secretos. Winants tiene claro que los recursos ayudan, pero no garantizan la paz. ¡°No hay ni un servicio secreto en el mundo capaz de asegurar que no vaya a haber ataques terroristas. El riesgo cero no existe¡±.
Los legisladores trabajan ahora en una bater¨ªa de reformas que incluyen la expulsi¨®n de cl¨¦rigos radicales o incluso brazaletes electr¨®nicos para los sospechosos, adem¨¢s de penas de c¨¢rcel para los que vuelven de Siria, a pesar de que las prisiones son grandes focos de radicalizaci¨®n. Quieren tambi¨¦n permitir los registros en casas durante la noche, ahora prohibido entre las nueve de la noche y las cinco de la madrugada. El propio ministro de Justicia, Koen Geens, ha dejado entrever que Salah Abdeslam, presunto terrorista del atentado de Par¨ªs, se les pudo escapar por esperar a que amaneciera antes de entrar a inspeccionar un piso en Molenbeek. La aprobaci¨®n de algunas de estas medidas sin embargo no ser¨¢ f¨¢cil, ya que el debate sobre el equilibrio entre las libertades y la seguridad es especialmente intenso en B¨¦lgica.
Uno de los grandes problemas con los que se enfrenta B¨¦lgica es precisamente el seguimiento de los que, como Abdelhamid Abaaoud, cerebro de los atentados de Par¨ªs, vuelven de Siria. Ahora hay 120 retornados. Sarah Turine es concejala de Juventud y Cohesi¨®n Social de la comuna de Molenbeek, adonde han regresado decenas desde Siria. Ella cree que es fundamental ¡°trabajar con los que vuelven porque el Daesh puede volver a contactarles¡±. Pero tambi¨¦n dice que les falta informaci¨®n, que las autoridades no les avisan cuando alguien retorna. La concejala cuenta que el 23% de los j¨®venes entre 18 y 25 a?os cobran el subsidio social y que la discriminaci¨®n es evidente. ¡°Desde el 11-S, la islamofobia no ha dejado de crecer. Antes les consideraban extranjeros, ahora musulmanes¡±. La brecha social es de tal calado que el propio Winants tiene claro que nuevas leyes y m¨¢s polic¨ªa no bastan. ¡°Hay que atacar los problemas sociales, los econ¨®micos, los educativos¡±.
Gran parte de la vida de los vecinos no supera la frontera psicol¨®gica del canal, explica Hajar Boulaich, una joven de 25 a?os que naci¨® en Molenbeek, donde todav¨ªa vive con sus padres. Ella estudi¨® primaria en un colegio en el que ¡°no hab¨ªa ni un solo blanco¡±. El nivel de las escuelas ¨C¨¦cole poubelle (escuela basura) las llaman¨C es precisamente otra de las grandes asignaturas pendientes. ¡°Pertenezco a la tercera generaci¨®n. ?Cu¨¢ndo me van a considerar una verdadera belga?¡±, se pregunta.
Un mediod¨ªa de principios de diciembre se levanta la persiana oxidada de un garaje en Molenbeek. Ismael Akhlal, vestido con una camiseta en la que se lee ¡°muslim ranger¡±, y su amigo Mohamed Ouachen se presentan con un apret¨®n de manos. La puerta del garaje da paso a una nave inmensa y abandonada donde planean construir un caf¨¦-teatro. ¡°Aqu¨ª estar¨¢n los camerinos, aqu¨ª el patio de butacas¡±. En las paredes cuelgan bocetos del teatro. Quieren que sea un lugar que la gente del barrio sienta como propio, quieren hacer ¡°teatro del oprimido¡±. Ismael y Mohamed pertenecen a Ras el Hanout, un proyecto cultural con el sello del barrio. La conversaci¨®n pronto deriva a su gran preocupaci¨®n: ¡°La discriminaci¨®n y el racismo¡±. Comparan la situaci¨®n de los musulmanes en Europa a la de los negros en Am¨¦rica. ¡°?C¨®mo es posible que haya tantos puestos de trabajo en Bruselas y no contraten a gente de este barrio?¡±, se pregunta Ismael, que explica que han logrado recaudar 60.000 euros para pagar juicios a mujeres a las que no contratan por llevar velo.
Salim Haouach es el tercer miembro de Ras el Hanout. Cuenta que cuando ¨¦l creci¨® hab¨ªa muchos nombres flamencos en los telefonillos de su calle. Hoy son todos ¨¢rabes. Es un triunfador, una de esas flores en un desierto que acumula un 40% de paro juvenil. Fue a un buen colegio fuera del barrio y ha sido directivo de una gran cadena de electrodom¨¦sticos. Ahora dirige una exposici¨®n en el centro de Bruselas sobre La Meca. ¡°No habr¨¢ paz civil hasta que no haya justicia. Yo me rebelo contra la injusticia a trav¨¦s del arte y la acci¨®n social. Otros deciden rebelarse de manera violenta¡±, sentencia.
El socialista Philippe Moureaux ha sido el alcalde del barrio durante 23 a?os y hasta hace tres. La oposici¨®n le culpa de permitir que el barrio se radicalizara a?o tras a?o sin que ¨¦l se inmutara. En su casa de la parte noble del barrio de Moureaux se encuentra abatido. Dice que ¡°siempre ha habido una minor¨ªa radical¡± y achaca parte de lo ocurrido ¡°a fallos terribles de los servicios de seguridad¡±. Que ¨¦l intent¨® un modelo de integraci¨®n a caballo entre el multicultural brit¨¢nico y el asimilacionista franc¨¦s. ¡°Mi conclusi¨®n es que con el odio hacia Occidente fruto de las guerras da un poco igual la pol¨ªtica que apliques. El cambio tiene que ser a nivel internacional¡±. Y afirma que si de algo se arrepiente es de no haber sabido inyectar esperanza a los j¨®venes.
Los hay que s¨ª conservan la esperanza, pero dicen que la Administraci¨®n no les tiene en cuenta y que sin la participaci¨®n de los musulmanes no hay soluci¨®n posible. Zaki Chairi es un exitoso youtuber que trabaja en Arabel, una radio magreb¨ª. All¨ª, con gafas de pasta y chaqueta con chaleco, cuenta que despu¨¦s de los atentados de Charlie Hebdo 50 asociaciones musulmanas presentaron al Gobierno sus propuestas para combatir el radicalismo. ¡°Nos escucharon, pero no nos volvieron a llamar¡±. Ahora han vuelto a ofrecerse bajo el lema #OnEstl¨¤, algo as¨ª como ¡°estamos aqu¨ª¡±. Hasta hoy.
A finales de febrero de este a?o, Geraldine recibi¨® un mensaje en el m¨®vil. Era un amigo de Anis. Le dec¨ªa que su hijo hab¨ªa muerto por el impacto de una bala en el ?aeropuerto de Deir el Zor, al este del pa¨ªs. All¨ª qued¨® su cuerpo. Geraldine lo intent¨®, pero fue incapaz de hacer su duelo en torno a un mensaje de m¨®vil. ¡°No tengo su cuerpo, no tengo nada¡±, llora todav¨ªa. As¨ª que, junto a otras madres, decidi¨® viajar a la frontera turco-siria, rehacer el camino que llev¨® a su hijo hasta la muerte. En Kilis, justo antes de entrar a Siria, rez¨® en la Mezquita Azul junto a j¨®venes de medio mundo que, embriagados de hero¨ªsmo, se preparaban para cruzar la frontera. Unos metros m¨¢s all¨¢, ya en tierra siria, vio ondear la bandera blanca y negra del Estado Isl¨¢mico.
elpaissemanal.com
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