Cuando el aceite de palma se interpone en la vida de los ni?os
Los desalojos, la p¨¦rdida de ingresos familiares y otras adversidades ligadas a presas, carreteras y proyectos diversos financiados por el Banco Mundial son especialmente perjudiciales para los m¨¢s peque?os
Revan Pragustiawan amaba su hogar junto al r¨ªo. Los antepasados del chico lo construyeron en la selva de la isla indonesia de Sumatra al estilo tradicional de la tribu Batin Sembilan, usando cortezas y hojas de la zona. A lo largo de los a?os, su padre lo hab¨ªa ido mejorando con madera y un tejado de metal.
Revan se sent¨ªa a salvo all¨ª. Dorm¨ªa api?ado con su familia sobre una esterilla de pl¨¢stico y pasaba el d¨ªa jugando con su hermana y echando una mano en las tareas cotidianas. En el verano de 2011 ten¨ªa cinco a?os y ya era lo bastante mayor como para ayudar a su madre a traer agua potable del r¨ªo y esperar con impaciencia a colaborar en un nuevo huerto que su padre y algunos vecinos ten¨ªan pensado plantar a lo largo de la ribera. La ma?ana del 10 de agosto todo cambi¨® para ¨¦l.
Estaba en casa cuando oy¨® disparos. Poco despu¨¦s llegaron dos docenas de polic¨ªas y 20 empleados de la empresa de aceite de palma PT Asiatic Persada en veh¨ªculos pesados.
Las tensiones entre la compa?¨ªa y la poblaci¨®n, que viv¨ªa en terrenos que el Gobierno hab¨ªa arrendado a Asiatic Persada para que la empresa pudiera instalar una plantaci¨®n de palma de aceite a escala industrial, hab¨ªan ido en aumento. Ahora, la empresa se propon¨ªa tomar medidas. Los hombres dispararon al aire, llamaron ¡°cerdos¡± y ¡°animales¡± a los vecinos de la aldea y les ordenaron que se largasen, seg¨²n denunciaron m¨¢s tarde los lugare?os.
Revan huy¨® con su familia por el bosque hasta el r¨ªo, mientras volv¨ªan la cabeza para vislumbrar el avance de las excavadoras. Cuando las m¨¢quinas redujeron su hogar a un mont¨®n de madera y chapas de metal, Revan llor¨® desconsoladamente con el rostro surcado por las l¨¢grimas. Su padre recuerda que le aterroriz¨® tanto ver su casa destruida que empez¨® a decir cosas sin sentido.
Al final del d¨ªa, los operarios hab¨ªan arrasado las 35 viviendas del pueblo. La comunidad de Revan hab¨ªa desaparecido, barrida por el af¨¢n de Asiatic Persada por satisfacer el creciente apetito de aceite de palma de su empresa matriz. La exigencia estaba impulsada en parte por los m¨¢s de 145 millones de d¨®lares en pr¨¦stamos y garant¨ªas del Grupo del Banco Mundial que ayudaron a la matriz a ampliar sus actividades de plantaci¨®n y procesamiento.
La historia de Revan ejemplifica un caso extremo del trauma que pueden sufrir los ni?os cuando su vida se cruza en el camino de iniciativas respaldadas por dinero del Grupo del Banco Mundial, un gigante financiero internacional que se autodenomina palad¨ªn de la lucha contra la pobreza.
La historia de Revan ejemplifica un caso extremo del trauma que pueden sufrir los ni?os cuando su vida se cruza en el camino de iniciativas respaldadas por dinero del Banco Mundial
Los desalojos, la p¨¦rdida de ingresos familiares y otras adversidades ligadas a presas, carreteras y proyectos diversos pueden ser especialmente perjudiciales para los m¨¢s j¨®venes. Los estudios muestran que los ni?os cuyas familias han sido obligadas a trasladarse tienen mayor riesgo de caer enfermos, pasar hambre o quedar privados de educaci¨®n.
Las pol¨ªticas de salvaguarda sociales y medioambientales del banco proh¨ªben los desalojos repentinos por m¨¦todos violentos. Es obligatorio instalar en hogares nuevos a las familias afectadas por ¡°reasentamientos involuntarios¡± o compensarlas de manera que sus condiciones de vida sean tan buenas o mejores que antes.
Pero, tal como revelaron en abril el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigaci¨®n, EL PA?S y otros medios de comunicaci¨®n asociados, el banco no aplica estas normas, lo cual tiene efectos devastadores para los adultos y los ni?os que viven en o cerca de los terrenos objeto de explotaci¨®n.
En las orillas del golfo de Kutch, en India, un estudio elaborado por activistas proderechos humanos descubri¨® que la contaminaci¨®n procedente de una central t¨¦rmica respaldada por el Banco Mundial estaba causando perjuicios a los poblados agr¨ªcolas y a las zonas pesqueras, lo que obligaba a muchas familias a sacar a sus hijos del colegio para que pudiesen trabajar y compensar la p¨¦rdida de ingresos. Seg¨²n el estudio, para las adolescentes obligadas a ir a trabajar como criadas, esto supon¨ªa su exposici¨®n a la explotaci¨®n sexual.
En Camboya, los ni?os vieron c¨®mo demol¨ªan sus casas en una oleada de desalojos de un ¨¢rea de Phnom Penh supuestamente protegida por un programa de ordenaci¨®n del territorio financiado por la entidad crediticia. En una presentaci¨®n organizada por defensores de los derechos de los ni?os, un peque?o cuyo hogar hab¨ªa sido destruido escribi¨® a Jim Yong Kim, presidente del Grupo del Banco Mundial, para pedirle que no ¡°se quedase sentado tranquilamente mientras se violaban los derechos humanos con fondos del Banco Mundial¡±. Otra joven desahuciada, esta vez una chica preadolescente, escribi¨®: ¡°A pesar de ser una ni?a, me pegaron. He perdido toda posibilidad de ir al colegio¡±.
El Grupo del Banco Mundial rechaz¨® las reiteradas peticiones de comentarios sobre este asunto.
En declaraciones p¨²blicas, el organismo financiero afirma que su actividad en Camboya, India, Indonesia y otros pa¨ªses ha sido beneficiosa para los ni?os al mejorar la educaci¨®n, promover la atenci¨®n sanitaria a los reci¨¦n nacidos y reducir la mortalidad infantil. Entre 2003 y 2013, los fondos del banco para los pa¨ªses m¨¢s pobres garantizaron la vacunaci¨®n de casi 600 millones de ni?os.
Sin embargo, el banco est¨¢ incrementando su apoyo financiero a presas y otras costosas iniciativas que, con toda probabilidad, desplazar¨¢n a gran n¨²mero de personas, a pesar de haber reconocido que a menudo no hace un seguimiento de las repercusiones para la gente que est¨¢ sobre el terreno.
La gu¨ªa de 468 p¨¢ginas del Banco Mundial sobre c¨®mo gestionar los reasentamientos incluye una p¨¢gina y media en la que se resumen las ¡°buenas pr¨¢cticas¡± ¡ªcomo, por ejemplo, comprobar la escolarizaci¨®n¡ª que los prestatarios pueden adoptar para reducir los da?os a la poblaci¨®n infantil.
El banco est¨¢ incrementando su apoyo financiero a presas y otras costosas iniciativas que, con toda probabilidad, desplazar¨¢n a gran n¨²mero de personas
En opini¨®n de las organizaciones pro derechos humanos, no basta con las recomendaciones. Quieren normas claras acerca de los pasos que deber¨ªan dar el banco y sus clientes para proteger a los ni?os. En 2012, una carta de m¨¢s de 75 organizaciones de todo el mundo inst¨® a la entidad de cr¨¦dito a reforzar sus normas de protecci¨®n exigiendo a los planificadores de los proyectos que eval¨²en detalladamente los probables impactos para los peque?os, ¡°incluida la posibilidad de violencia y explotaci¨®n¡±.
En julio, los defensores sufrieron una decepci¨®n cuando los funcionarios del banco hicieron p¨²blico un nuevo borrador de un proyecto de revisi¨®n de las pol¨ªticas de protecci¨®n que inclu¨ªa los cr¨¦ditos a iniciativas patrocinadas por los gobiernos. El borrador afirma que las normas de amparo aspiran a ¡°eliminar los obst¨¢culos que afectan negativamente a aquellos que suelen quedar excluidos de los procesos de desarrollo, como las mujeres, los ni?os, los j¨®venes y las minor¨ªas¡±, pero no especifica c¨®mo se debe proteger a los menores si sus familias son desplazadas.
¡°Limitarse a tener en cuenta a los ni?os no es suficiente para resolver los problemas¡±, denuncia Elana Berger, directora del Programa de Derechos del Ni?o del Centro de Informaci¨®n del Banco, una organizaci¨®n en defensa de los derechos humanos que vigila las pr¨¢cticas del Banco Mundial. ¡°Hay que tener un plan para responder a sus necesidades¡±.
¡°Sigue asust¨¢ndose¡±
Es una sofocante tarde de mayo. Revan y su padre est¨¢n sentados en la exigua choza donde vive ahora la familia. El padre de Revan, un hombre de 35 a?os con perilla llamado Irsan Saiful, construy¨® la estructura con las planchas recuperadas de los restos de su antigua casa. Tras un aluvi¨®n de publicidad negativa por los desalojos de 2011, la empresa permiti¨® que la familia y otros miembros de la comunidad levantasen nuevas construcciones en una zona situada m¨¢s o menos a un kil¨®metro y medio de sus antiguos hogares, dentro de los 275 kil¨®metros cuadrados de la concesi¨®n a la productora de aceite de palma.
Ahora Revan tiene nueve a?os, pero parece mucho m¨¢s joven. Sus pantalones hasta la rodilla, sujetos a la cintura para que no se le caigan, amenazan con tragarse su cuerpo larguirucho, y la visera de su gorra de b¨¦isbol oculta su rostro redondo y atento. El padre de Revan se lleva la mano al coraz¨®n cuando cuenta el precio emocional de los desalojos.
Durante tres d¨ªas, la familia no tuvo nada que comer. Adem¨¢s de la casa, los equipos de demolici¨®n destruyeron ropa, comida, utensilios de cocina, recuerdos de boda, e incluso el certificado de nacimiento del peque?o.
En las semanas que siguieron a la expulsi¨®n, Revan y su familia vivieron bajo un toldo que les dio el Gobierno. Las organizaciones humanitarias les proporcionaron vestido y comida. Varias familias fueron compensadas por los da?os. La de Revan recibi¨® unos 1.000 d¨®lares a cambio de acceder a construir su nuevo hogar m¨¢s lejos del r¨ªo. La polic¨ªa se qued¨® semanas en la zona, disparando al aire diariamente y hostigando a los desalojados, relatan los Batin Sembilan.
Los estudios muestran que los ni?os cuyas familias han sido obligadas a trasladarse tienen mayor riesgo de caer enfermos, pasar hambre o quedar privados de educaci¨®n
Mientras su padre habla, Revan permanece sentado tan cerca de ¨¦l que casi est¨¢ en su regazo. Han pasado cuatro a?os y todav¨ªa es un ni?o temeroso y asustado, incapaz de superar la conmoci¨®n de presenciar c¨®mo demol¨ªan su casa. Echa de menos las horas que pasaba jugando junto al r¨ªo con sus amigos, y sigue mascullando cosas como ¡°malo¡± y ¡°ellos nos echaron¡± cuando ve a un guarda de seguridad o a un polic¨ªa. ¡°Mi hijo no es normal¡±, dice Irsan Saiful con tristeza. ¡°Sigue asust¨¢ndose si alguien grita un poco¡±.
Los desalojos han pasado factura a todos los ni?os de la comunidad Batin Sembilan. Cuando se le pregunta por los acontecimientos de agosto de 2011, un chico de 12 a?os llamado Aldi dice que no puede recordar nada.
¡°Tiene un trauma¡±, afirma su t¨ªa a modo de explicaci¨®n.
La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas afirma que los desalojos forzosos pueden tener impactos psicol¨®gicos permanentes para los ni?os. ¡°Con frecuencia desarrollan s¨ªndromes de estr¨¦s postraum¨¢tico, como pesadillas, ansiedad, apat¨ªa y retraimiento¡±.
Los estudios muestran que, adem¨¢s de los da?os psicol¨®gicos, los desplazamientos y los grandes proyectos industriales pueden afectar a la salud f¨ªsica y al progreso del aprendizaje de los ni?os.
Por ejemplo, en la regi¨®n de Akosombo, en Ghana, la tasa de infecci¨®n por esquistosomiasis ¡ªuna enfermedad transmitida por el agua que puede provocar anemia, dificultades de aprendizaje y da?os en el colon¡ª entre ni?os en edad escolar era del 5% antes de la construcci¨®n de una presa respaldada por el Banco Mundial, pero aument¨® al 90% despu¨¦s de que la obra se concluyese en la d¨¦cada de los sesenta, seg¨²n los especialistas en ciencias ambientales que estudiaron el proyecto.
Los desalojos han pasado factura a todos los ni?os de la comunidad Batin Sembilan. Cuando se le pregunta por los acontecimientos de agosto de 2011, un chico de 12 a?os llamado Aldi dice que no puede recordar nada
Michael Cernea, un antiguo funcionario del Banco Mundial que elabor¨® las primeras normas de reasentamiento de la entidad, ha observado que los traslados ¡°suelen interrumpir los estudios, y para algunos ni?os eso significa que nunca volver¨¢n al colegio¡±.
Un sondeo puso de manifiesto que alrededor de la mitad de las familias desplazadas del estado Indio de Bengala Occidental hab¨ªan sacado a sus hijos del colegio porque necesitaban que trabajasen para compensar el golpe a su econom¨ªa que hab¨ªa supuesto la p¨¦rdida de sus tierras.
Berger se?ala que, incluso si es temporal, la perturbaci¨®n de la asistencia a la escuela, los ingresos familiares y las condiciones de vida puede tener efectos devastadores para el desarrollo de un menor.
¡°Cada a?o que pierde un ni?o, ya no se le puede devolver¡±, sentencia.
Antes y despu¨¦s
En Sumatra, los padres de Revan y otros adultos que crecieron antes de la proliferaci¨®n de las plantaciones industriales recuerdan una infancia diferente de la que viven ahora Revan y otros j¨®venes de los Batin Sembilan.
¡°Jugaba en el bosque¡±, cuenta Damsi (habitualmente, los indonesios tienen solo un nombre), el jefe tribal de la zona, de 38 a?os. ¡°Sol¨ªa buscar le?a y trabajar el campo. Recog¨ªa savia que us¨¢bamos como pintura y rat¨¢n para las construcciones¡±.
En la selva abundaban los cocoteros y los ¨¢rboles de papaya, jaca y mango silvestre. Los Batin Sembilan cazaban ciervos, cultivaban hortalizas y pescaban peces gato y cangrejos en el r¨ªo. Cuando era adolescente, el padre de Revan cultivaba cacao, caf¨¦ y chiles.
Las cosas empezaron a cambiar dr¨¢sticamente a comienzos de la d¨¦cada de 1980. La tribu semin¨®mada perdi¨® cientos de kil¨®metros cuadrados de tierra a causa de un plan de ¡°transmigraci¨®n¡± financiado por el Banco Mundial que traslad¨® a millones de indonesios de las islas m¨¢s pobladas del archipi¨¦lago y los reasent¨® en otras donde viv¨ªa menos gente, como Sumatra. Se crearon nuevas granjas que se entregaron a los colonos a base de invadir tierras que las tribus hab¨ªan habitado y en las que hab¨ªan cazado y cultivado durante generaciones. ¡°La transmigraci¨®n tuvo un gran impacto negativo y probablemente irreversible en los ind¨ªgenas¡±, conclu¨ªa m¨¢s tarde un supervisor interno del Banco Mundial.
A principios de la d¨¦cada de los noventa, el banco asesor¨® y financi¨® las pol¨ªticas forestales de Indonesia, que, a lo largo del ¨²ltimo cuarto de siglo, han desembocado en la p¨¦rdida de alrededor de un tercio de la masa arb¨®rea del pa¨ªs a favor de las industrias de producci¨®n de madera y aceite de palma, entre otras. Dos tercios de la superficie boscosa de Jambi ¡ªla provincia donde viv¨ªan originariamente los Batin Sembilan¡ª se cedi¨® a los intereses de la silvicultura y la agroindustria.
En los ¨²ltimos a?os, Wilmar International Limited, la mayor empresa agraria de Asia, se ha convertido en un importante actor en los campos de palma de aceite de Sumatra. Controla aproximadamente el 40% del comercio mundial de aceite de palma, que se emplea en galletas, dent¨ªfricos, pintalabios, helados e innumerables productos que representan, como m¨ªnimo, la mitad de los que se encuentran en los estantes de las tiendas de alimentaci¨®n de Estados Unidos.
Entre 2003 y 2008, la Corporaci¨®n Financiera Internacional (CFI) ¡ªla secci¨®n del Banco Mundial que concede cr¨¦ditos a empresas¡ª apoy¨® el negocio de aceite de palma de Wilmar con cuatro inversiones: dos cr¨¦ditos por un total de 62,5 millones de d¨®lares y dos garant¨ªas financieras por un total de 83,33 millones de d¨®lares. En 2006, en plena inyecci¨®n de recursos, Wilmar adquiri¨® Asiatic Persada.
Despu¨¦s de la compra, Wilmar se desvincul¨® de la promesa de Asiatic Persada de reservar m¨¢s de seis kil¨®metros cuadrados de su concesi¨®n para uso de los Batin Sembilan. En vez de ello, les propuso crear una cooperativa en lo que seguir¨ªan siendo terrenos administrados por la empresa, a unos 30 kil¨®metros del pueblo de Revan, que compartir¨ªan con otros grupos ind¨ªgenas. Los Batin Sembilan rechazaron la oferta, en parte porque tem¨ªan encontrarse con conflictos cuando intentasen compartir un territorio limitado con otros grupos. Las tensiones entre Wilmar y los habitantes fueron en aumento, y la empresa acab¨® por prohibir a los Batin Sembilan que recogiesen los frutos ca¨ªdos de los ¨¢rboles, cuya venta era uno de las pocas fuentes de ingresos que les quedaban. En julio de 2011, la empresa llam¨® a la polic¨ªa. Un mes despu¨¦s, tras un enfrentamiento con un aldeano acusado de robar fruta, llegaron las excavadoras. Los obreros arrasaron el pueblo de Revan y otros dos asentamientos y expulsaron a un total de 83 familias, incluidas docenas de ni?os.
Wilmar declin¨® responder a las preguntas sobre los desalojos y otros asuntos relacionados con sus actividades, alegando que ¡°ya no les corresponde hacer comentarios sobre el caso¡±, dado que hace dos a?os vendieron Asiatic Persada. En una declaraci¨®n hecha p¨²blica dos semanas despu¨¦s de las expulsiones de 2011, la empresa se refer¨ªa a los habitantes de las aldeas como a ¡°ocupantes ilegales¡± y afirmaba: ¡°Ninguno de ellos ha sido expulsado de sus tierras por la fuerza¡±.
¡°Son incidentes desafortunados¡±, prosegu¨ªa la declaraci¨®n, ¡°pero creemos firmemente que, igual que las comunidades locales tienen derecho a disfrutar de los derechos humanos, los agentes de la ley deben hacer que se respeten las normas y el orden con el fin de apuntalar tales derechos, as¨ª como para protegerse a s¨ª mismos. Del mismo modo, Wilmar tiene la obligaci¨®n de proteger a sus empleados de da?os y peligros¡±.
Nada es sagrado
El paisaje que ahora Revan y otros ni?os Batin Sembilan llaman su hogar consiste en un mar infinito de palmas de aceite.
La flora nativa pr¨¢cticamente ha desaparecido. Todo aqu¨ª, incluso los volquetes que atestan a todas horas del d¨ªa las carreteras llenas de baches, queda empeque?ecido por las enormes hojas que cuelgan sobre el lugar como las alas de alguna gigantesca ave prehist¨®rica. Con frecuencia, el retumbar de los camiones y otros equipos empleados para el transporte y el mantenimiento asusta a los ni?os al recordarles a las excavadoras que destruyeron sus hogares.
En medio de la tierra de color nuez y el verde apagado de los ¨¢rboles, el ¨²nico contraste de color procede de los frutos naranja brillante de la palma de aceite que resplandecen en los erizados montones de hojas apilados a intervalos junto a la carretera.
El clima templado de la zona es cosa del pasado. Las palmas de aceite, que consumen unos 300 litros de agua al d¨ªa, absorben la humedad del suelo como una gigantesca esponja. Seg¨²n un estudio de 2014 realizado por investigadores de las universidades de Stanford y Minnesota, la pr¨¢ctica de deforestar para ganar tierras de cultivo hace que aumente la temperatura del agua del lugar. Los lugare?os aseguran que la ausencia de cubierta forestal provoca que ocurra lo mismo con la temperatura del aire.
Durante los desalojos de hace cuatro a?os, los pocos frutales que quedaban en el pueblo de Revan, que hab¨ªan sido plantados por los antepasados de la comunidad, fueron arrancados y tirados al suelo.
Ahora Revan y los dem¨¢s ni?os comen sobre todo hojas de yuca y el arroz que les suministra el Gobierno. La ¨²nica tienda abierta cerca de las comunidades que viven dentro de la concesi¨®n rara vez tiene frutas u hortalizas. En su lugar, los paquetes de brillantes colores de caramelos y aperitivos fritos comparten los estantes con m¨²ltiples marcas de cigarrillos de clavo.
A veces, la madre de Revan trae pescado del r¨ªo. Los habitantes de la zona dicen que hay una especie resistente que logra sobrevivir en las aguas de color t¨¦, densas por la escorrent¨ªa de la plantaci¨®n y, seg¨²n afirman, contaminadas por los fertilizantes y los pesticidas. M¨¢s o menos una vez al mes la familia consigue reunir suficiente dinero para comprar carne o huevos.
El chico y sus familiares siguen usando el r¨ªo para ba?arse y lavar la ropa. Llegar hasta all¨ª supone gastar dinero en gasolina para su moto ¡ªya que est¨¢ demasiado lejos para ir andando¡ª y pasar junto al lugar en el que un d¨ªa estuvo su casa, ahora cubierto de hierbajos. Un se?al cercana advierte de que ¡°causar da?os a las tierras¡± tendr¨¢ como consecuencia cinco a?os de c¨¢rcel y una multa de hasta 5.000 millones de rupias, lo que equivale a m¨¢s de 322.000 euros.
Subestimar los riesgos
Las poblaciones ind¨ªgenas obligadas a abandonar sus hogares por la expansi¨®n de las plantaciones de Wilmar pidieron ayuda al Grupo del Banco Mundial y presentaron una serie de quejas ante el Defensor del Pueblo y Asesor en Materia de Observancia de la entidad, que se ocupa de los asuntos que afectan a los cr¨¦ditos a clientes empresariales.
Las demandas acusaban a la CFI, la rama del Grupo del Banco Mundial dedicada al sector privado, de haber hecho caso omiso de sus propias normas de protecci¨®n social, lo que hab¨ªa permitido a la empresa quedarse con las tierras tradicionales de las poblaciones ind¨ªgenas sin el debido proceso de consulta. Una reclamaci¨®n de 2007 denunciaba que eso provoc¨® conflictos sociales que desencadenaron las ¡°acciones represivas¡± de las fuerzas de seguridad de la empresa y del Gobierno.
M¨¢s tarde, la unidad del Defensor del Pueblo descubri¨® que los funcionarios de la CFI hab¨ªan subestimado los riesgos de sus inversiones en Willmar. Seg¨²n un informe de 2009, la Corporaci¨®n sab¨ªa desde hac¨ªa m¨¢s de 20 a?os que el sector del aceite de palma de Indonesia estaba perjudicando al medio ambiente y alterando las vidas de las poblaciones locales, pero cedi¨® a las ¡°presiones comerciales¡± para que ignorase los problemas en las plantaciones pertenecientes a la cadena de suministro de Wilmar.
A comienzos de 2012, el Defensor del Pueblo hab¨ªa ayudado a negociar una serie de acuerdos que reduc¨ªan la presencia policial en la concesi¨®n de Sumatra y estipulaban el pago de compensaciones a la familia de Revan y a otras que hab¨ªan perdido sus casas. Pero, en abril de 2003, Wilmar vendi¨® su participaci¨®n en Asiatic Persada a un par de empresas, una de las cuales era propiedad del hermano menor del cofundador de la casa matriz. Los nuevos propietarios se retiraron de las negociaciones, lo cual dej¨® todos los acuerdos sin validez en la pr¨¢ctica.
Posteriormente, el Defensor del Pueblo hizo p¨²blico un informe que afirmaba que la venta ¡°tuvo consecuencias adversas directas e indirectas para las comunidades afectadas¡±. El caso, que expuso a la CFI a la cr¨ªtica de que sus normas de protecci¨®n se pod¨ªan burlar mediante un cambio de propiedad de cualquier parte infractora, todav¨ªa se est¨¢ investigando.
Asiatic Persada ha reanudado sus t¨¢cticas agresivas en la concesi¨®n. En diciembre de 2013, expuls¨® a 150 familias y destruy¨® sus hogares en una acci¨®n que record¨® a los desalojos de 2011, seg¨²n informaron diversos medios informativos nacionales e internacionales. En marzo de 2014, uno de los habitantes muri¨® de una paliza y cinco fueron heridos durante otro choque con el personal de seguridad en la concesi¨®n de Jambi.
Los reiterados intentos de obtener una respuesta referente a este asunto por parte de Asiatic Persada o de sus nuevos propietarios fueron infructuosos.
Este es nuestro sitio
Algunas familias se han marchado de la concesi¨®n de Jambi, cansadas de los enfrentamientos y del ambiente claustrof¨®bico que hay en ella. ¡°Estamos m¨¢s tranquilos fuera de las puertas¡±, afirma una mujer llamada Rogaya, que se mud¨® con su marido y sus tres hijos a la casa de un familiar en un pueblo cercano.
La familia de Revan se ha quedado cerca del lugar donde estaba su antiguo hogar con la esperanza de mantener las conexiones tradicionales de la tribu ¡ªy de los ni?os¡ª con la tierra.
Durante siglos, los Batin Sembilan han educado a sus hijos e hijas en la veneraci¨®n a la tierra, el agua y las plantas, y en el respeto a los esp¨ªritus de los antepasados que, seg¨²n sus creencias, habitan el territorio de la tribu.
A Irsan, el padre de Revan, le preocupa que su hijo y sus hijas est¨¦n perdiendo su identidad de ni?os ind¨ªgenas, y mudarse no har¨ªa m¨¢s que empeorarlo. Dice que aunque la empresa le ofreciese lo que para ¨¦l ser¨ªa una fortuna ¡ª200 millones de rupias, es decir, unos 14.000 euros¡ª, no bastar¨ªa para apartarlo de las tierras donde los Batin Sembilan han dado a luz y han muerto desde que se tiene memoria.
¡°No me importa lo que valga la casa. Lo que me importa es que nuestros ancestros nos dejaron esto a nosotros¡±, declara el padre. ¡°Este es nuestro sitio¡±.
Ya no est¨¢n solos. Los guardas de seguridad de la empresa son una presencia constante en el laberinto de caminos que serpentean entre las hileras de palmas de aceite. A los lugare?os les intranquiliza relacionarse con los visitantes. Cuando el sol empieza a ponerse, los echan nerviosamente de la propiedad de la empresa. Insin¨²an que un periodista y un fot¨®grafo tienen que irse de inmediato, por temor a que todos puedan correr peligro si los guardas los sorprenden hablando.
¡°Hay mucha intimidaci¨®n¡±, confiesa el padre de Revan. ¡°Tengo miedo y estoy confuso¡±.
Su hijo tiene la esperanza de que, alg¨²n d¨ªa, ¨¦l, sus padres y sus hermanas puedan recuperar sus tierras y rehacer sus vidas junto al r¨ªo. En cuanto se sientan seguros, Revan tiene la intenci¨®n de ayudar a su padre a desmontar los gastados y desiguales tablones de su nueva casa en el asentamiento a donde fueron trasladados para poder volver a montarlos en el lugar donde naci¨® su madre.
S¨ª, dice Revan en voz baja, todav¨ªa est¨¢ furioso con la empresa del aceite de palma. Pero sabe que sus oportunidades para el futuro son limitadas, as¨ª que espera conseguir alg¨²n d¨ªa un empleo en la plantaci¨®n. Tal vez como guarda.
¡°Si trabajo en la seguridad¡±, reflexiona, ¡°no tendr¨¦ tanto miedo. A lo mejor podr¨¦ llevar un arma¡±.
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