Palabra santa
La pr¨®xima gran noticia sacra ser¨¢ la canonizaci¨®n de una mujer que se llam¨® Agnes ?Gonxha Bojaxhiu antes de hacerse llamar Madre Teresa de Calcuta
Enero llega, su vac¨ªo: ya pas¨® la furia del consumo en recuerdo de aquel ni?o pobre. Ahora, si su padre celestial no lo remedia, la pr¨®xima gran noticia sacra ser¨¢ la canonizaci¨®n de una mujer que se llam¨® Agnes ?Gonxha Bojaxhiu antes de hacerse llamar Madre Teresa de Calcuta. La anunci¨® hace unos d¨ªas, para celebrar su propio cumple?a?os, la Santidad Bergoglio, y es probable que se concrete el 4 de septiembre. Su ascenso est¨¢, dicen los doctos, entre los m¨¢s veloces de la historia.
Cada vez hay m¨¢s santos: entre 6.599 y 19.200, seg¨²n las fuentes, y en aumento. De tanto en tanto la Iglesia de Roma descansa de sus esfuerzos por exhibir modernidad y retorna a sus fuentes: postula que una persona es capaz de operar ciertas magias que su l¨¦xico llama ¡°milagros¡± y que consisten en deshacer el orden natural y producir efectos sorprendentes. Para que alguien se convierta en santo se necesitan dos, aunque un papa tiene el poder de obviar, por supuesto, cualquier requerimiento. En el caso de la se?orita Bojaxhiu, el milagro que termin¨® de consagrarla fue que, ya muerta, la esposa de un se?or en coma le rez¨® para que lo salvara y el se?or se despert¨® en pleno quir¨®fano, se sorprendi¨®, quiso saber qu¨¦ estaba haciendo all¨ª. Probada de tal guisa la santidad de la interfecta, s¨®lo falta la ceremonia que la consagre eterna.
Aunque la se?orita ya llevaba sus a?os consagrada: en vida a¨²n, logr¨® erigirse en la Gran Buena. Parece que la funci¨®n es necesaria: toda comunidad precisa una figura que adore como ejemplo de bondad. La se?orita Bojaxhiu la llen¨® con su silueta adorablemente enclenque y su inter¨¦s por los desabrigados y sus discursos bruscos.
La se?orita, lo sabemos, hab¨ªa nacido en 1910 en Skopje, entonces Albania y ahora Macedonia, pero se hizo famosa en su establecimiento de Calcuta, que fund¨® en 1950. Yo llegu¨¦ all¨ª hace m¨¢s de veinte a?os, cuando ya era c¨¦lebre y premio Nobel de la Paz y su corporaci¨®n recib¨ªa dinero y m¨¢s dinero. Entonces, me sorprendi¨® ver que su centro, tan precario, no era un sanatorio sino un moritorio: sus trabajadores no intentaban curar sino ayudar a bien morir ¨Carreglados, limpitos¨C a los pobres que recog¨ªan en las calles. En esos d¨ªas, por ejemplo, un hombre que hab¨ªa entrado con una pierna rota no sobrevivi¨®.
¨CNo podemos curarlos. No somos ?m¨¦dicos. Tenemos un m¨¦dico que viene dos veces por semana, pero tampoco tenemos equipos ni remedios suficientes. Lo que hacemos es confortarlos, cuidarlos, darles afecto, ofrecerles que se mueran ?dignamente.
Me dijo, entonces, un voluntario. El problema no era econ¨®mico: la se?orita era famosa, recaudaba millones y hab¨ªa abierto cientos de centros en el mundo. Era una decisi¨®n: se necesita mucha creencia, mucha ideolog¨ªa, para que tu meta no sea ayudar a vivir sino a morir. Y mucha, tambi¨¦n, para cobrar d¨¢divas y pagar elogios a dictadores como Papa Doc Duvalier o Enver Hoxha, y mucha para encabezar campa?as contra el aborto y la contracepci¨®n con frases que se hicieron c¨¦lebres: ¡°El aborto es hoy la mayor amenaza para la paz mundial¡±, dijo al recibir su Nobel, y despu¨¦s, para no dejar dudas: ¡°La contracepci¨®n y el aborto son moralmente equivalentes¡±.
Pero es probable que esa ideolog¨ªa nunca haya quedado tan clara como aquella tarde en un ghetto negro de Washington, cuando el entonces alcalde negro Marion Barry le pregunt¨® si ense?aba a los pobres a aceptar su suerte, y la se?orita Bojaxhiu le contest¨® que la pobreza era un don de su dios: ¡°Hay algo muy bello en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como la pasi¨®n de Jesucristo. El mundo gana con el sufrimiento de los pobres¡±, dijo ¨Cy eso, ahora, va a ser palabra santa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.