Trucos que unen lo separado
Si no se respeta el valor que las palabras tienen, la comunicaci¨®n pol¨ªtica se torna imposible
Los catalanes se pronunciaron el 27 de septiembre de tres maneras, a grandes rasgos: una parte apoy¨® expresamente a los partidos que propugnan la independencia; otra porci¨®n expresamente no apoy¨® a los partidos que propugnan la independencia; y finalmente una tercera fracci¨®n no apoy¨® expresamente a los partidos que propugnan la independencia. Aunque estas dos ¨²ltimas oraciones parezcan id¨¦nticas, hay matices que las distinguen.
En el primer grupo de los citados (el expreso apoyo), se anotan sin duda el 47,8% de los votantes, que respaldaron con claridad los programas secesionistas. En el segundo (el expreso no apoyo), el 52,2% restante de los sufragios, que rechazaban esas propuestas (aqu¨ª con un margen de duda sobre la postura de Catalunya S¨ª que es Pot, que algunos consideraban ambigua; y quiz¨¢s tambi¨¦n para el voto en blanco). Y en el tercero (el no expreso apoyo), el 25,0% del censo que o bien decidi¨® no votar o bien no pudo hacerlo; as¨ª como el porcentaje que se haya detra¨ªdo del segundo apartado.
Como los votos sumaron un n¨²mero equivalente al 74,9% del censo (una vez deducida la abstenci¨®n), resulta que el 36,5% de los ciudadanos apoy¨® expresamente a los partidos que propugnan la independencia. Y, por tanto, el 63,5% de los censados no lo hizo. Unos con m¨¢s claridad que otros, desde luego, pues muchos la rechazaron expresamente y otros no la rechazaron expresamente pero tampoco expresamente la apoyaron.
Podemos decir bien ¡°la orquesta toca una sinfon¨ªa¡±; pero no ¡°la orquesta apoya a su director¡± si s¨®lo se expres¨® as¨ª un 36,5% de los m¨²sicos
Al lado de ese contexto, Carles Puigdemont pronunci¨® en su investidura afirmaciones como ¨¦stas: ¡°El pueblo se expres¨® con una claridad inapelable¡±; ¡°el encargo que nos hacen los ciudadanos es n¨ªtido, expl¨ªcito y democr¨¢tico¡±; ¡°es la voluntad de este Parlament porque es la voluntad de la ciudadan¨ªa¡±; ¡°(...) culminar este proc¨¦s que nos ha encargado la ciudadan¨ªa¡±; ¡°el programa de gobierno es hijo de este encargo ciudadano (...), un proyecto en comuni¨®n con una inmensa mayor¨ªa de la gente¡±.
El primer deber de las palabras es respetar su significado, aquel del que se impregnaron por su uso al trav¨¦s de los siglos. Y que puede variar, desde luego, pero nunca de un d¨ªa para otro; y mucho menos por la decisi¨®n interesada de quien las use.
Podemos decir bien ¡°la orquesta toca una sinfon¨ªa¡±; pero no ¡°la orquesta apoya a su director¡± si s¨®lo se expres¨® as¨ª un 36,5% de los m¨²sicos. Cuando no se respeta el valor que los nombres colectivos tienen, la comunicaci¨®n pol¨ªtica se torna imposible. Por ejemplo, cuando esos sustantivos en singular constituidos por muchos sujetos en plural (¡°el pueblo¡±, ¡°la ciudadan¨ªa¡±...) no realizan acciones conjuntas sino fraccionadas, pero se nos presentan como si fueran homog¨¦neas; cuando se prescinde de los individuos por el m¨¦todo de diluirlos en un sujeto gramaticalmente correcto pero sem¨¢nticamente manipulado.
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