¡®T¨®mbola¡¯ ha vuelto
Hay que reconocer a los hacedores de tertulias un m¨¦rito: hacernos creer, a quienes presenciamos el espect¨¢culo, que nos mueve el inter¨¦s por Espa?a
Estoy segura de que a usted le pasa lo que a m¨ª. Lo que a m¨ª me pasa, y puede que a usted que lee esto tambi¨¦n, es que tras estas dos semanas sufro un agotamiento severo de la pol¨ªtica espa?ola. No s¨¦ qu¨¦ porcentaje ser¨¢ el de las personas a las que nos pasa esto, porque que yo sepa jam¨¢s el CIS ha considerado realizar una encuesta sobre el nivel de hartazgo que provocan los debates prolongados, pero igual no somos tan pocos, aunque seamos algo invisibles e incluso molestos. En Espa?a se ha creado un h¨¢bitat en el que conviven en perfecta relaci¨®n simbi¨®tica pol¨ªticos y opinadores. Ahora mismo, son los reyes del mambo. En el marco televisivo, es decir, en cuanto a shows medi¨¢ticos se refiere, han venido a desplazar incluso a los programas basurescos, tal vez porque muy astutamente los jefes de la tele, que se olieron el negocio, supieron copiar el formato de esa madre del cordero que fue T¨®mbola, donde los opinadores a fuerza de aparecer una semana tras otra acababan convirti¨¦ndose en sus propias caricaturas y eran ya tan relevantes como los protagonistas de la cr¨®nica rosa. Puede haber quien celebre que esta ¨¦poca de debate pol¨ªtico sin fin haya sustituido a aquella otra en que parec¨ªa que s¨®lo la llamada reina del pueblo era capaz de provocar emociones a la audiencia, pero mi duda, una de ellas, es si en realidad esta manera de discutir de pol¨ªtica no provoca en nosotros, el pueblo que presencia los rifirrafes de la ma?ana a la noche, un pensamiento est¨¦ril y solamente reactivo, enroc¨¢ndonos a¨²n m¨¢s en la idea de que el mal est¨¢ siempre en los otros y la virtud en los nuestros.
Pero hay que reconocer, a los hacedores de tertulias, un m¨¦rito: hacernos creer, a quienes presenciamos el espect¨¢culo, que nos mueve el inter¨¦s por Espa?a. Es algo que nos permite estar enganchados a un vicio sin experimentar culpa alguna. Gracias. A eso hay que a?adir que luego, a fin de descargar la adrenalina que nos provocan los debates, nos valemos de las redes sociales para reaccionar airadamente cada bobada que se convierte en pol¨¦mica y sentirnos un poco contertulios. A¨²n dir¨ªa m¨¢s, de ser protagonistas de nuestra historia al estilo galdosiano, ¡°por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela¡±, hemos acabado convencidos de que somos hacedores de la Historia. Much¨ªsimas gracias.
Pero hay gato encerrado en todo esto, lo hay, porque en realidad debatir-debatir se debate poco. M¨¢s bien lo que han conseguido, con la sobrepresencia en los medios de los pol¨ªticos y sus locos analistas, es que no se discuta verdaderamente de nada, ni tan siquiera de los temas que presumen haber puesto sobre el tapete. No hay m¨¢s que ruido y mala pedagog¨ªa. Un beb¨¦ en el Congreso no provoca un debate siempre aplazado, por cierto, sobre la conciliaci¨®n laboral. S¨®lo sirve para que nos situemos a favor o en contra de un partido. No me deja de entristecer que esa palabra, beb¨¦, que contiene la imagen m¨¢s preciosa y sagrada de nuestro vocabulario, se convierta en arma arrojadiza de esas tensiones pol¨ªticas que nos excitan tanto. Me niego. Como resultado, las personas razonables acabamos callando nuestra verdadera opini¨®n o esperando a que lleguen momentos m¨¢s serenos para hablar.
Imagino que para la clase pol¨ªtica es una indudable victoria el que andemos posicion¨¢ndonos a diario a favor de ¡°nuestro¡± partido con la misma violencia pueril con que uno se entrega a los colores de un equipo de f¨²tbol, sin entrar jam¨¢s a considerar que en ocasiones el adversario tiene alguna raz¨®n o al menos el derecho a ser escuchado.
Todo esto nos hace m¨¢s idiotas. As¨ª lo creo, y me incluyo en la idiotez colectiva porque yo tambi¨¦n me he visto discutiendo a gritos por cosas que no dejan de ser anecd¨®ticas. Nos han hecho creer que debatimos, nos sentimos part¨ªcipes, nos alistamos de inmediato en pelotones, nos enrocamos en nuestra posici¨®n y acabamos siendo obedientes hooligans de un equipo. Respetable para quien ese papel de hincha le haga sentirse realizado, pero a los que enseguida nos aturdimos con el barullo de la masa esto nos resulta descorazonador.
La preguntas que me hago cada ma?ana son, ?c¨®mo evitar el sentirse alterada? ?c¨®mo esquivar el encono? ?hay que desconectarse de radios, teles, redes, webs? Habr¨¢ quien diga que se trata de una excusa para eludir el compromiso con la realidad, pero a m¨ª la realidad me sigue pareciendo otra cosa. La realidad se aprecia cuando se sale a la calle y se encuentra una con que el trabajo tozudo de la gente con la que te vas cruzando consigue mantener en pie un pa¨ªs que pol¨ªticamente vive en un estado de provisionalidad. A aquellos que desde Bruselas advierten de que no podemos seguir prosperando sin Gobierno yo les invitar¨ªa a pasear un rato por cualquier calle de Espa?a. Milagrosamente, la cosa funciona.
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