Dar la mano
Hoy sin salir de la habitaci¨®n tampoco est¨¢s a salvo de esa peste aviar en la que se han convertido las redes sociales
Dijo Pascal: todo lo malo que me ha pasado en la vida ha sido por haber salido de casa. Eso mismo le puede suceder hoy a cualquiera, no importa el camino por d¨®nde le lleven sus zapatos. Tal vez corre uno menos peligro en un callej¨®n oscuro a las tres de la madrugada que en medio de una fiesta luminosa llena de celebridades o en el palco de honor de un estadio de f¨²tbol o en el c¨®ctel de una empresa o en la presentaci¨®n de un libro o en el propio hemiciclo del Congreso de los Diputados. En un callej¨®n solitario puede que te salga al paso una navaja de la que tal vez lograr¨¢s zafarte con una d¨¢diva de 50 pavos y si te rajan, aunque la herida sea profunda, siempre podr¨¢s abrirte la camisa y presumir de cicatriz con los amigos a pie de una barra. Pero incluso en un funeral corres el riesgo de darle la mano a un pol¨ªtico o a un empresario de moda a quien todos abrazan, al que ver¨¢s ma?ana en un telediario esposado camino del trullo y t¨² a su lado en una foto de agencia ri¨¦ndole la gracia como un idiota. Por mi parte he saludado a un asesino que sin conocerme me invitaba a caf¨¦ y puedo asegurar que era amable, simp¨¢tico y seductor. Tambi¨¦n tengo en mi agenda a un diputado y a un financiero a punto de entrar en la c¨¢rcel, que cre¨ªa intachables siendo en realidad unos golfos. Pero hoy sin salir de la habitaci¨®n tampoco est¨¢s a salvo de esa peste aviar en la que se han convertido las redes sociales. Hay en el mundo m¨¢s de dos mil millones de pollos y gallinas picoteando d¨ªa y noche banalidades, rebuznos y sandeces en los teclados de las tabletas. Nadie ha acertado todav¨ªa con la forma de eludir esta basura, que se ha apoderado del espacio amparada por el anonimato. No basta con tirar el m¨®vil a un pozo. Esa nube t¨®xica forma parte sustancial del aire que respiras y se colar¨¢ por todas las rendijas hasta emponzo?arte.
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