Lecci¨®n
El corrupto espa?ol seduce a la sociedad provinciana porque da de comer a un sobrino, coloca a un hijo y te subvenciona el equipo de f¨²tbol.
Las recreaciones de la corrupci¨®n en la ficci¨®n espa?ola siempre han padecido de un error de apreciaci¨®n. Los corruptos han sido retratados como personajes torvos, oscuros y amargados. Por culpa de una disfunci¨®n a la hora de observar, muy pocos han querido reconocer que no eran l¨¢nguidos nuestros corruptos, que no escond¨ªan bajo su criminalidad un sentimiento de culpa ni una negra sombra de duda. Es la aspiraci¨®n a una moral ¨ªntima la que tergiversa esa forma de pintarlos y darles vida, el mismo error que el de pensar que a un asesino lo intuyen sus familiares y vecinos. No. Por eso es tan fascinante detenerse un segundo a apreciar la apabullante naturalidad de, por ejemplo, Alfonso Rus, uno de los presuntos cabecillas del en¨¦simo ramal de la corrupci¨®n levantina. Dan ganas de parar las imprentas, de refundar las escuelas de interpretaci¨®n, de reorientar los cursos de escritura creativa y decirles a todos, mirad ah¨ª, copiad de ah¨ª.
Los corruptos espa?oles son chispeantes, desbordan vida y color. Puede que sean toscos, pero lanzan un palo y corremos todos detr¨¢s como el perro m¨¢s obediente. El corrupto espa?ol seduce a la sociedad provinciana porque da de comer a un sobrino, coloca a un hijo con problemas, te arregla la caldera de casa y te subvenciona el equipo de f¨²tbol. El corrupto espa?ol no sabe qui¨¦n es Al Pacino, sino que canta en los karaokes, levanta la copa de champ¨¢n y se come la boca con el presidente del Gobierno y el presidente de la Diputaci¨®n. No hay negrura ni sabor amargo, sino el convencimiento de que alguien ten¨ªa que hacerlo, que alguien ten¨ªa que llev¨¢rselo, que el dinero p¨²blico est¨¢ ah¨ª para ellos, porque ellos lo saben repartir y que les quede para poner piscina en casa, colgar joyas en la pechuga de la parienta y mandar a su hija a que aprenda idiomas donde hay que aprenderlos.
Mientras Mariano Rajoy deshoja la margarita de las manos del Rey, dudando si la loter¨ªa existe o se ama?a, atajada la corrupci¨®n de ra¨ªz pero con Rita Barber¨¢ en su asiento en el Senado, no queda en Valencia otra cosa que una gestora para cerrar el trimestre en su partido. Porque la fiesta fue tan obscena y tan ruidosa que ha terminado en las comisar¨ªas y los juzgados, que es donde toda fiesta que se precie tiene que terminar siempre. Pero aprendamos la lecci¨®n de nuestros corruptos y no caigamos en la tentaci¨®n de retratarlos con el perfil bajo, el ala del sombrero ca¨ªda y los ojos hundidos por haber dormido entre pesadillas. Eso no.
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