Pablo Heras-Casado, la batuta que conquista el mundo
A sus 38 a?os cuenta ya con una carrera consolidada y es uno de los j¨®venes directores de orquesta m¨¢s aclamados a nivel mundial
Tiene 38 a?os y ya ha consolidado su carrera. Es uno de los j¨®venes directores de orquesta m¨¢s aclamados a nivel mundial. En octubre conquist¨® la Metropolitan Opera de Nueva York con su Rigoletto y el pasado 30 de enero debut¨® al frente de la Filarm¨®nica de Viena, un honor que solo han alcanzado dos espa?oles: ¨¦l y Pl¨¢cido Domingo. Esta es la historia de Pablo Heras-Casado.
V?DEO / L.M Rivas. FOTO / Jordi Soc¨ªas
Eran m¨¢s de las once de la noche y Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) se dispon¨ªa a salir a Nueva York despu¨¦s de haber dirigido en la Metropolitan Opera la d¨¦cima y ¨²ltima funci¨®n de Rigoletto. Reci¨¦n duchado, vestido con un pantal¨®n vaquero, unas zapatillas de deporte, una sudadera sobre el jersey, cerr¨® la puerta del camerino que hab¨ªa ocupado de manera intermitente durante los ¨²ltimos dos meses y ech¨® a andar en¨¦rgicamente por el laberinto deshabitado de corredores y zonas de servicio que forman la parte sumergida de un gran teatro de ¨®pera. Al llegar a la cabina donde permanec¨ªa una guarda de seguridad uniformada se despidi¨® c¨¢lidamente de ella en espa?ol. Con acento latinoamericano, la guarda le dijo: ¡°Ay qu¨¦ pena. Hasta pronto, maestro¡±. No es probable que muchos directores de orquesta hubieran tenido con ella esa amabilidad. Heras-Casado nos guiaba expertamente hacia la salida al fot¨®grafo Fernando Sacho y a m¨ª, pero al pasar junto a una puerta que daba al foso de la orquesta se me ocurri¨® pedirle que nos dejara verlo. En medio de los atriles hab¨ªa un artefacto como un fuelle enorme. ¡°Es una m¨¢quina de viento¡±, dijo Heras-Casado. ¡°El mismo modelo que en un teatro de hace un siglo¡±. Subiendo unos pelda?os huecos se llegaba al podio del director. Desde all¨ª la vista del enorme teatro era abrumadora, a pesar de la penumbra y de los asientos vac¨ªos, un espacio expandi¨¦ndose c¨®ncavamente en todas direcciones, un v¨¦rtigo dif¨ªcil de imaginar, cuando la sala est¨¦ llena y resplandeciendo de luces, cuando estalle el largo vendaval de un aplauso.
Heras-Casado los ha recibido de una intensidad inusitada al final de cada una de las funciones de este Rigoletto. Las cr¨ªticas, como ya es habitual cuando dirige en la ciudad, han sido entusiastas. Pero en estos dos meses que ha pasado en ella no solo ha trabajado en la Metropolitan Opera. Heras-Casado es un hombre joven que no parece cansarse ni desalentarse nunca. Ha dirigido en el Carnegie Hall a la orquesta de St. Luke¡¯s, de la que es titular, en un programa de Stravinski y Chaikovski. Ha hecho una residencia en la Juilliard School, trabajando con su orquesta espl¨¦ndida de profesores y alumnos obras de Prok¨®fiev, Stravinski y Rachmaninov. Pero tambi¨¦n dio una masterclass en el departamento de m¨²sica antigua de la Juilliard, y unos d¨ªas antes del estreno de Rigoletto tom¨® un avi¨®n a Berl¨ªn para dirigir la gala de los premios alemanes de la m¨²sica cl¨¢sica, uno de los cuales recib¨ªa ¨¦l mismo. Al d¨ªa siguiente se encontraba de vuelta en Nueva York, a punto para el estreno de la ¨®pera. Y adem¨¢s tuvo que estar disponible para esas tareas neoyorquinas de relaciones p¨²blicas que son inevitables para los directores de orquesta en una cultura que depende tanto de los patrocinios privados: recepciones, galas dedicadas al incesante fundraising, el cuidado y el halago de aficionados con mucho dinero dispuestos a firmar cheques a cambio de ver sus nombres en listas prestigiosas de benefactores ¨Cy de recibir exenciones de impuestos¨C.
Esta noche todo eso queda atr¨¢s. Cansado y contento, hasta euf¨®rico ¨Cla descarga de adrenalina de un concierto hace que luego le cueste dormirse¨C, Heras-Casado se dispone a disfrutar de una cena en un sitio que le gusta mucho, el Caf¨¦ Luxemburg, y a preparar de nuevo una maleta ligera para viajar de regreso a Madrid, y de ah¨ª a Granada, donde celebrar¨¢ su cumplea?os en el fin de semana, primero con una gran comida en casa de sus padres, despu¨¦s, por la noche, con una fiesta entre amigos, en una taberna popular que se llama La Tana. Cuando vuelve al camerino despu¨¦s de dirigir, con su traje oscuro empapado, con el sudor del pelo brill¨¢ndole en la cara, lo primero que hace Heras-Casado es tomarse una gran cerveza espumosa y muy fr¨ªa, a ser posible, cuando est¨¢ en Espa?a, una Alhambra.

La ¨®pera ha terminado tarde y el director tiene esta noche mucha sed y mucha hambre. Se le ve bajar del taxi y entrar en el restaurante con una actitud de jovial expectativa. M¨¢s joven que la mayor parte de los clientes, con un aire m¨¢s moderno, Heras-Casado parece menos que nunca un director de orquesta. Su capacidad de disfrutar de todos los placeres de la vida es id¨¦ntica a su manera de apasionarse por una parte inmensa del repertorio de la m¨²sica, por compositores y ¨¦pocas que podr¨ªan ser juzgados como incompatibles. Con la misma solvencia con que lo he visto esta noche dirigir Rigoletto lo vi hace unos a?os dirigiendo en el Teatro Real el Mahagonny de Kurt Weill. En un mismo programa incluye a Haydn y Anton Webern. Var¨¨se y Pierre Boulez est¨¢n entre sus compositores m¨¢s frecuentados. En una instituci¨®n musicalmente tan poco aventurada como la Chamber Music Society de Lincoln Center dirigi¨® el invierno pasado un programa completo en torno a Boulez y su influencia en otros compositores contempor¨¢neos.
La expectativa del vuelo transatl¨¢ntico no le causa ning¨²n des¨¢nimo. Dice que ama ese momento en que ha comenzado ya el vuelo y puede relajarse con una copa de vino, con tantas horas por delante, tiempo de sosiego para estudiar partituras y perfilar futuros conciertos. Con el alivio de haber llegado al final de dos meses de trabajo y la alegr¨ªa anticipada del regreso a Granada y la celebraci¨®n, Heras-Casado se toma un dry martini muy fr¨ªo y pide un steak muy jugoso. Ma?ana a estas horas andar¨¢ muy lejos, pero esta noche todav¨ªa est¨¢ ¨ªntegramente aqu¨ª, disfrutando con plenitud de la cena, de la atm¨®sfera c¨¢lida y la decoraci¨®n del restaurante, de la conversaci¨®n animada por el dry martini y luego el vino tinto. Dice que eso es algo que ha aprendido con el tiempo, y que le gusta mucho. Lo dice apoyando con fuerza las dos manos sobre la mesa, para subrayar una certeza de anclaje: le gusta estar por completo all¨¢ donde est¨¦, aunque sea solo uno o dos d¨ªas, y eso es probablemente una decisi¨®n y al mismo tiempo un talento innato, que le sirve para no aturdirse y no extenuarse en un calendario de traslados incesantes. Se concentra en estar en una ciudad como lo hace en disfrutar de esta cena, o en sumergirse en la partitura que tendr¨¢ que dirigir al cabo de unos d¨ªas. Una parte de su cordialidad personal tiene que ver con esa disposici¨®n de presencia verdadera, que es compatible con una flexibilidad extraordinaria. Pablo Heras-Casado est¨¢ del todo all¨¢ donde est¨¦, desde el momento de la llegada al de la partida, pero su profesi¨®n y el destino errante de su vida lo hacen estar sucesivamente en muchos sitios diversos, atravesar idiomas, pa¨ªses, ciudades, mundos sociales. En un sal¨®n reservado del Carnegie Hall se ha movido con desenvoltura entre los invitados a un c¨®ctel de patronos y benefactores neoyorquinos de la m¨²sica; pero pasado ma?ana estar¨¢ paseando por su antiguo barrio popular del Zaid¨ªn, donde viven todav¨ªa sus padres, e ir¨¢ a tomar ca?as y raciones con sus amigos granadinos a las tabernas que ya frecuentaba cuando a¨²n no hab¨ªa salido de la ciudad y se dedicaba a pegar ¨¦l mismo por los escaparates los carteles de las agrupaciones musicales que organizaba y dirig¨ªa.
Conchita Cort¨¦s, profesora de literatura en un instituto del Albaic¨ªn, se acuerda de cuando lo vio aparecer por primera vez en el coro de aficionados donde ella participaba, el Ciudad de Granada. Heras-Casado era, con diferencia, el miembro m¨¢s joven del coro, pero ya lo distingu¨ªa su entusiasmo y su inquieta curiosidad, que lo llevaba a buscar piezas inusitadas en el repertorio de los coros no profesionales, a investigar en los archivos de la catedral de Granada en b¨²squeda de partituras de compositores olvidados del Renacimiento y el Barroco. Cort¨¦s recuerda que Heras-Casado organiz¨® un grupo coral e instrumental, la Capella Exaudi, que caus¨® sensaci¨®n en el ambiente de la m¨²sica en Granada: dirigidos por Heras-Casado, interpretaron la cantata Membra Jesu Nostri, de Buxtehude, que hasta entonces no se hab¨ªa escuchado en la ciudad, y lo hicieron en la iglesia del antiguo convento de San Jer¨®nimo, una de las m¨¢s bellas de Granada, con una ac¨²stica perfecta para la m¨²sica antigua.
Disfruta de los peque?os placeres igual que se apasiona por m¨²sicos y ¨¦pocas
que parecen incompatibles
Granada es el lugar de origen de Pablo Heras-Casado y el destino ¨²ltimo de todos sus regresos. Puede terminar un concierto de amplitudes heroicas en Berl¨ªn o en San Petersburgo y encadenar varios vuelos desde esa misma noche para pasar un solo fin de semana en su ciudad, m¨¢s ahora que tiene una casa en ella, un carmen (vivienda t¨ªpica de Granada) en el Albaic¨ªn desde el que se ve la Alhambra. Su familia paterna proviene del barrio: su abuelo ten¨ªa un taller donde fabricaba zapatos a mano. Su padre, polic¨ªa nacional, estuvo muchos a?os destinado en Barcelona. Pablo Heras-Casado se crio en el barrio popular y emigrante de Rub¨ª. All¨ª, en el aula de preescolar, las maestras advirtieron su buen o¨ªdo, el modo instintivo en que reaccionaba a la m¨²sica. Su madre lo recuerda respondiendo a cualquier canci¨®n en el carrito infantil. Carmen, su madre, tambi¨¦n granadina, sigui¨® a sus padres a la emigraci¨®n y trabaj¨® unos a?os en D¨¹sseldorf. ¡°Yo estaba habl¨¢ndole siempre, desde que era muy chico¡±, recuerda. ¡°Le cantaba canciones, le contaba cuentos por la noche, le ense?aba a rezar. A los dos a?os ya hablaba¡±.
El ni?o segu¨ªa a la madre mientras ella hac¨ªa las tareas de la casa escuchando la radio, cantando ella tambi¨¦n las canciones que m¨¢s le gustaban. ¡°Canciones modernas, de las que hab¨ªa entonces¡±. Se acuerda de una que ella y su hijo cantaban al un¨ªsono: Mammy Blue. En los largos viajes entre Barcelona y Granada para las vacaciones hab¨ªa siempre m¨²sica en el coche familiar: ¡°Cosas de entonces¡±, dice Carmen, ¡°que a ¨¦l y a su hermana le gustaban, Los Payasos, Enrique y Ana¡±. Cuando Pablo y su hermana todav¨ªa eran muy ni?os, el padre pudo solicitar un cambio de destino y la familia se mud¨® a Granada. De un barrio popular a otro: de Rub¨ª al Zaid¨ªn, el m¨¢s populoso de la ciudad, uno de esos barrios crecidos en los a?os sesenta que en el tr¨¢nsito a la democracia conocieron un poderoso activismo vecinal, una reivindicaci¨®n obstinada de mejores servicios, parques, escuelas, instalaciones deportivas.
La vocaci¨®n y el porvenir musical de Pablo Heras-Casado parecen regidos por un azar improbable y ben¨¦volo. En su colegio de barrio, un maestro, don Rafael Garc¨ªa, dirig¨ªa un coro que interven¨ªa en las misas y en las celebraciones escolares, con un repertorio de canciones religiosas pos-Vaticano II, folk cristiano con guitarras. El ni?o se inscribi¨® r¨¢pidamente en ¨¦l. Ten¨ªa una voz clara y entonada y en la siguiente fiesta de comuniones cant¨® uno de los solos. Por otro azar lleg¨® a los pocos a?os a un coro de m¨¢s envergadura. Cada vez que la familia iba de visita a casa de un hermano del padre, en el barrio de F¨ªgares, o¨ªan unas voces que llegaban de un local cercano. Eran los miembros del coro Garc¨ªa Lorca, y Heras-Casado se uni¨® a ellos, acompa?ado por su madre, que no quer¨ªa dejarlo solo. Empezaron a cantar los dos en la cuerda de contraltos.

En la escuela empez¨® a ense?ar solfeo y canto una profesora, la se?orita Encarnita, que se fij¨® pronto en ¨¦l, y se ofreci¨® a darle clases particulares en su casa. Fue la primera vez que Pablo Heras-Casado se sent¨® delante de un piano. Se acuerda de que era un Pleyel vertical, y del nerviosismo que sent¨ªa al extender los dedos sobre el teclado, intentando seguir las instrucciones de la profesora, observado por sus padres, que hab¨ªan ido con ¨¦l. Alentados por ella, decidieron comprarle un piano, un gasto enorme que afrontaron a plazos. Antes de tener la edad m¨ªnima de ingreso en el conservatorio hizo el primer curso por libre. La se?orita Encarnita lo hab¨ªa introducido en la rigurosa disciplina f¨ªsica y mental del piano, y aunque ¨¦l era un estudiante muy aplicado comprendi¨® en seguida que su vocaci¨®n no estaba en pasarse muchas horas de pr¨¢ctica solitaria delante de una pared, ejerciendo lo que ¨¦l llama ¡°la gimn¨¢stica del piano¡±, el entrenamiento obsesivo, la b¨²squeda de la postura exacta de la espalda.
La actitud de Pablo Heras-Casado hacia la m¨²sica es mucho m¨¢s expansiva, con un tir¨®n comunicativo y comunitario, influida para siempre por su experiencia formativa con los coros de aficionados, gente de educaciones y oficios diversos que tiene pocos conocimientos t¨¦cnicos pero mucha vocaci¨®n, un entusiasmo est¨¦tico que se construye arduamente entre todos y se goza en com¨²n. En el coro Garc¨ªa Lorca el joven aprendiz descubri¨® que entre todo el repertorio hab¨ªa ciertas piezas que le atra¨ªan m¨¢s que cualquiera de las otras, despert¨¢ndole una afinidad instintiva: pronto supo que eran obras de la gran m¨²sica religiosa espa?ola, de Victoria, Guerrero, Morales. De ah¨ª vino, por otro azar beneficioso, su inter¨¦s por la m¨²sica antigua, por un despojamiento y una gravedad expresiva que no hab¨ªa encontrado hasta entonces, y que tal vez le prepararon el camino para otro descubrimiento que lleg¨® solo unos a?os m¨¢s tarde, ya al final de la adolescencia, la m¨²sica contempor¨¢nea.
¡°Llevo toda mi vida dedicado a esto. No tengo la sensaci¨®n de que todo haya ido demasiado r¨¢pido¡±
Heras-Casado, como cualquier director de orquesta, trabaja sobre todo el gran repertorio que va desde el clasicismo hasta el posromanticismo, pero una parte de su originalidad al interpretarlo viene quiz¨¢s de que lleg¨® a ¨¦l despu¨¦s de haber dado un provechoso rodeo por m¨²sicas mucho menos frecuentadas, menos propensas a la opulencia sonora y al conformismo reverencial hacia los grandes maestros evidentes. El divismo arrogante del gran director aislado en su podio por encima de los m¨²sicos y del p¨²blico le es tan ajeno como la soledad neur¨®tica del virtuoso. En Granada, aparte de dirigir sus formaciones de m¨²sica antigua y m¨²sica contempor¨¢nea, copiaba a mano partituras, escrib¨ªa notas de programa y los llevaba, junto a carteles, a la imprenta, los repart¨ªa luego por las tiendas del centro de la ciudad, en las que solicitaba tambi¨¦n peque?as ayudas para cubrir gastos. Haciendo m¨²sica con personas siempre mayores que ¨¦l, un adolescente entre adultos, empez¨® a cultivar esa destreza suya para moverse con soltura entre varios mundos. Despu¨¦s de una actuaci¨®n iba a tomar cervezas con la gente del coro y asist¨ªa a conversaciones sobre trabajos, hijos y familias. M¨¢s tarde, esa misma noche, iba a buscar a los amigos de su edad y era tambi¨¦n uno de ellos. Caminaban por Granada hasta el amanecer, compartiendo unas cervezas, subiendo por las cuestas del Albaic¨ªn hasta los miradores m¨¢s altos y aventur¨¢ndose por los senderos del Sacromonte, donde descubr¨ªan de pronto, en una cueva iluminada, a deshoras, a un grupo de flamencos viejos que tocaban y cantaban no para los turistas de las visitas diurnas, sino para ellos mismos, como m¨²sicos de jazz en una jam session. De aquellas noches le viene un amor por el flamenco que dura todav¨ªa. En sus caminatas de ahora por el Albaic¨ªn muchas veces recala en la pe?a legendaria de la Plater¨ªa. ¡°Oyes buen flamenco y parece que est¨¢s oyendo Stravinski. Algo muy salvaje y a la vez muy sofisticado¡±, dice, una torrencialidad sometida a un estricto control, ¡°t¨¦cnica y llanto¡±, en las palabras de Garc¨ªa Lorca.
Ese arrebato controlado es el que se ve en ¨¦l cuando est¨¢ dirigiendo, con una mezcla de energ¨ªa y de naturalidad, de delicadeza y de furia, que se acent¨²an seg¨²n va ganando experiencia, seg¨²n se pone delante de algunas de las orquestas de personalidad m¨¢s imponente del mundo. En San Petersburgo dirigi¨® Chaikovski y Rachmaninov con la orquesta del Teatro Mariinsky, invitado por Valery Gergiev, y unos d¨ªas m¨¢s tarde hizo el Concierto para cello de Elgar con la London Symphony en Londres. Dice que lo que m¨¢s le gusta de la m¨²sica es su arraigo en la vida y en los mundos reales en los que surgi¨®. Despu¨¦s de dirigir un vendaval de sinfonismo ruso se dio un largo paseo de media noche por San Petersburgo, por las avenidas resplandecientes y desiertas bajo la nieve. La primera vez que estuvo en Viena se intern¨® en un parque tan espeso y grande como un bosque y entendi¨® el sentido de la naturaleza entre exaltado y sombr¨ªo de los compositores alemanes. El pulso sincopado de la m¨²sica americana le da alas en los pies cuando camina una ma?ana por Nueva York con unas zapatillas de deporte. Despu¨¦s de tantos a?os estudiando las polifon¨ªas italianas fue a Venecia, y al entrar en San Marcos comprendi¨® mejor a Monteverdi y a Gabrieli escuchando la sonoridad de los pasos y de los murmullos bajo aquellas c¨²pulas de mosaicos, viendo el juego de la luz de las velas en los oros y los azules. Un d¨ªa, a la orilla de un lago suizo, oy¨® unos sonidos de trompas que ven¨ªan de un bosque, las waldhorns tradicionales de los Alpes: le pareci¨® que sonaban en una de esas brumosas distancias orquestales de Brahms o Wagner.

La ventaja de vivir en Granada es que salgo andando de mi casa en el Albaic¨ªn y al cabo de un rato ya estoy en el campo¡±, dice. Heras-Casado, que es muy aficionado a correr y a dar largas caminatas all¨¢ donde se encuentre, no escucha m¨²sica en esos paseos. Rara vez lo hace cuando se encuentra en su casa, y nunca en los hoteles. Prefiere el silencio y los paisajes sonoros. Durante una estancia en Aix-en-Provence subi¨® al monte Sainte-Victoire, el que C¨¦zanne pintaba y dibujaba sin descanso, y recuerda c¨®mo sonaba el viento en las copas de los pinos. Al jard¨ªn de su casa de Granada llegan amortiguados por la distancia los sonidos de la ciudad: los p¨¢jaros, el rumor de la gente que pasa por las calles estrechas, los pasos, las campanas de las iglesias, cada una con un timbre distinto, las sirenas de las ambulancias, la campana en la torre de la Vela. En el sonido de las grandes ciudades se acuerda de una de las obras musicales que prefiere, todav¨ªa futurista perturbadora al cabo de un siglo de su estreno, las Am¨¦riques de Edgard Var¨¨se, uno de esos compositores a los que defiende y programa con un celo militante de justicia po¨¦tica.
Dos meses despu¨¦s de aquella cena en Nueva York vuelvo a verlo en Madrid. Me da algo de mareo nada m¨¢s que pensar en todo lo que habr¨¢ hecho en este tiempo, todas las ciudades y los aeropuertos y las salas de conciertos y los teatros de ¨®pera en los que ha estado. Lleg¨® por la ma?ana de Londres y cuando vuelvo a llamarlo al d¨ªa siguiente ya est¨¢ en Granada. Detr¨¢s de su voz se oye en el tel¨¦fono el rumor de la ciudad. Est¨¢ en el Zaid¨ªn, de camino a casa de sus padres. Deja de hablarme y es que se ha parado a saludar a un amigo del barrio. El roce con los varios idiomas que ha ido aprendiendo sin gran esfuerzo a lo largo de los a?os no ha mitigado la cadencia entre dulce y quejumbrosa, muy rica en diminutivos, del habla granadina. Ahora va a comer con sus padres y su hermana y esta noche celebrar¨¢ el cumplea?os de su amiga Conchita Cort¨¦s con otros veteranos de sus antiguas aventuras musicales en Granada. Les gustan los bares rec¨®nditos de cervezas y tapas, el Provincias, en un callej¨®n a espaldas de la plaza Bib-Rambla, la Tana, el Kiki, junto al mirador de San Nicol¨¢s.
El pasado d¨ªa 30 dirigi¨® por primera vez a la Filarm¨®nica de Viena. Dice que no siente v¨¦rtigo en medio de todo lo que le est¨¢ sucediendo, el despliegue de una carrera internacional que lo ha situado en pocos a?os entre los directores j¨®venes m¨¢s celebrados del mundo. ¡°Llevo toda mi vida dedicado a esto. No tengo la sensaci¨®n de que todo haya ido demasiado r¨¢pido¡±, dice sonriendo, sin arrogancia y sin incertidumbre, con la naturalidad con que recuerda las cosas pr¨®ximas y lejanas de su vida, consciente de su tes¨®n y de sus facultades, de lo que ha hecho hasta ahora, de lo que tiene por delante. Ha grabado un disco muy bien recibido con dos sinfon¨ªas de Mendelssohn, la tercera y la cuarta. El cr¨ªtico Pablo L. Rodr¨ªguez me dice que Mendelssohn es uno de esos compositores con los que Heras-Casado tiene una afinidad natural. ¡°Ya ha dirigido como invitado a las mejores orquestas, en los mejores teatros¡±, dice Rodr¨ªguez. ¡°El siguiente paso ser¨ªa convertirse en titular de una gran orquesta y quedarse en esas los a?os suficientes para modelarla a su medida, asentarse en una base s¨®lida¡±.
Acaba de cumplir 38 a?os. Est¨¢ reci¨¦n casado y ser¨¢ padre por primera vez dentro de unos meses. Yo imagino que no tardar¨¢n mucho en ofrecerle dirigir la Filarm¨®nica de Nueva York o alguna otra orquesta de esa categor¨ªa, instituciones veteranas y s¨®lidas pero ancladas desde hace mucho tiempo en una inercia solemne, necesitadas de un liderazgo joven que les devuelva la plenitud y las abra a un p¨²blico nuevo, a m¨²sicas m¨¢s aventuradas, a la urgencia de lo inusitado y lo necesario. Heras-Casado dice que le gustan sobre todo los compositores fronterizos, los que trabajaron entre el final de un mundo y el comienzo de otro, en las grandes fracturas donde la tradici¨®n se rompe y al mismo tiempo se rehace: Stravinski y Mahler, el Beethoven que lleva al l¨ªmite el legado del clasicismo y lo retuerce, Sch?nberg y los suyos, Var¨¨se, Boulez, el innovador radical que fue Monteverdi. El universo de la m¨²sica es tan suculento y tan ilimitado como el espect¨¢culo del mundo, y tan gozoso de vivir. En el acto de creaci¨®n colectiva de una gran obra musical hay esa fraternidad civil que Beethoven celebra en los coros finales de la Novena sinfon¨ªa. El poder singular de la m¨²sica, dice Pablo Heras-Casado, est¨¢ en su naturaleza simult¨¢nea de pura abstracci¨®n cerrada sobre s¨ª misma y estremecimiento f¨ªsico y emocional inmediato. Dirigiendo un coro de aficionados en Granada a los 17 a?os o a la Filarm¨®nica de Viena a los 38, instal¨¢ndose durante unos d¨ªas en cada ciudad y en cada mundo a los que llega como si fuera a quedarse siempre, esa misma pasi¨®n ha sostenido su vida entera.
elpaissemanal@elpais.es
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