La letrina letrada
En Corea y Jap¨®n el inodoro inteligente lleva d¨¦cadas campeando en los ba?os. Sin embargo, en Occidente no se impone
Llevo a?os esper¨¢ndolo, temi¨¦ndolo, y no llega. Desde aquel d¨ªa en que lo conoc¨ª, en Corea, lo espero, lo temo, y no aparece.
El hotel, en pleno centro de Se¨²l, era supermoderno, lujoso y apretado. Mi habitaci¨®n no era una habitaci¨®n sino una m¨¢quina perfecta de limpiarse y dormir. Mi habitaci¨®n ten¨ªa el espacio justo para una buena cama ¨Cuna tremenda cama¨C y un ventanal con cielo, los edificios, una monta?a al fondo. Ten¨ªa l¨¢mparas varias, un espejo gigante, enchufes, conexiones y, por todas partes, las pantallas: mi habitaci¨®n rebosaba de pantallas. Estaba, por supuesto, la gran pantalla del televisor, junto a la ventana, compitiendo con la ventana, venciendo a la ventana. Y la pantalla t¨¢ctil de la temperatura, y la pantalla t¨¢ctil de la mesita de luz que manejaba luces, cortinas, televisor, relojes varios, tel¨¦fono, mensajes, y la pantalla t¨¢ctil de la caja fuerte y la pantalla t¨¢ctil de la balanza del ba?o y, sobre todo, la pantalla muy t¨¢ctil que operaba el inodoro.
Yo no estaba preparado para la cultura del inodoro inteligente, la letrina letrada. Quiz¨¢ por eso tard¨¦ d¨ªas en aprender a manejar su pantallita ¨Cy s¨®lo termin¨¦ de conseguirlo cuando entend¨ª que no ten¨ªa que manejarla realmente: que alcanzaba con sentarme o pararme y dejar que la inteligencia del inodoro hiciera. Aun as¨ª, la pantallita ten¨ªa funciones que no pude entender ¨Csilver, kids, auto¨C para cumplir con dos contenidos b¨¢sicos: limpiar la taza del retrete, limpiarme el ulterior.
Me fui enviciando: sentarse era aventura. Por supuesto, tampoco consegu¨ªa entender la diferencia entre la funci¨®n cleansing y la funci¨®n bidet, pero no me daba por vencido. Prob¨¦, pens¨¦, experiment¨¦: las dos echaban un chorrito preciso ¨Cque se pod¨ªa redireccionar con la funci¨®n nozzle position y tornar juguet¨®n con la funci¨®n moving. Pero nada me impresion¨® m¨¢s ¨Ccarcajada cuando la descubr¨ª¨C que la funci¨®n dry: un soplo de aire fresco tibio perfectamente dirigido a eso que el maestro Quevedo supo denominar, con elocuencia y modestia y filol¨®gica cordura, el ojete.
Desde entonces esper¨¦ y tem¨ª su irrupci¨®n. En Corea, en Jap¨®n, el inodoro inteligente lleva dos o tres d¨¦cadas campeando en tantos ba?os y, sin embargo, en Occidente no se impone. Cada tanto chequeo; por ahora, el desembarco sigue sin suceder. Me tranquiliza, me sorprende.
No s¨¦ qu¨¦ tradicionalismo de la deyecci¨®n los mantiene a raya, pero me alivia. Soy de otro pozo, sapo viejo: tanta modernidad me turba ¨Cy no puedo dejar de preguntarme, v¨ªctima como soy de mis prejuicios, si el noble arte de higienizarse el tal merecer¨¢ tanta tecnolog¨ªa, tanto seso. Me contesto, cada vez, tras madura reflexi¨®n, que s¨ª, que claro, que todo lo merece, s¨®lo que cuesta acostumbrarse. Y no me convenzo: me quedo pensando en esta forma de la modernidad que consiste en rizar el rizo de lo conocido, persistir en el matiz de lo que no lo necesita ¨Cpara vender algo m¨¢s, algo distinto. ?Hasta qu¨¦ punto, me pregunto, la m¨¢quina que lat¨ªa bajo mis nalgas esos d¨ªas fue, digamos, una met¨¢fora de la banalidad de cierta forma de progreso? ?Hasta qu¨¦ punto puede ser, me insisto, la s¨ªntesis de esos avances que nos dieron una red incre¨ªble de comunicaci¨®n para llenarla de culos pajareros, robots complejos para lavar los platos, televisores 4D para tertulias de tercera? Pienso en no contestarme. Pero me digo que si todos compartieran mi cortedad de miras seguir¨ªa escribiendo estas palabras con mi pluma de ganso. Peleador como soy, me pregunto si acaso era peor. Peleador, me contesto que s¨ª. Peleador, me pregunto hasta qu¨¦ punto vale la pena tanta t¨¦cnica, tanta imaginaci¨®n, si no sirve para cagar mejor. Peleador, esbozo dos o tres respuestas y me aburro. Peleador pero cansado, tecleo control+G, guardo estas tonter¨ªas, las env¨ªo.
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