Plegarias
Uno tiene que soportar que la vida mande siempre en la obra, y nunca que la obra mande en la vida salvo para acallarla
La pel¨ªcula Capote, como ocurre con algunas obras de ficci¨®n cuando en ellas se entromete la vida, mejora con la autodestrucci¨®n de Philip Seymour Hoffman, el actor que da vida al protagonista. Su descalabro pone en perspectiva el del propio Capote, al que la pel¨ªcula exhibe ba?ado en alcohol y sin poder vocalizar mientras se desespera por el retraso de la ejecuci¨®n de los dos asesinos de A sangre fr¨ªa,otra obra que mejora cuando se sabe que est¨¢ hecha de vida y ficci¨®n: m¨¢s incre¨ªble la primera que la segunda (¡°si suspenden la condena me muero¡±, dec¨ªa el autor, pendiente del punto final; ¡°le quiero y le he querido siempre¡±, le dice a Capote uno de los condenados camino a la horca).
A sangre fr¨ªa pudo referirse tambi¨¦n, como t¨ªtulo, a la relaci¨®n entre dos amigos de la infancia, Truman Capote y Harper Lee, que acaba de morir despu¨¦s del primer p¨¢rrafo. ?l ¡°ten¨ªa el pelo blanco como nieve y pegado a la cabeza lo mismo que si fuera plum¨®n de pato¡±, escribi¨® ella en Matar a un ruise?or, en donde uno de los ni?os est¨¢ inspirado en su amigo. Tuvieron finales distintos.
Capote fue circular: en uno de sus primeros cuentos escrito a los 11 a?os, que no sab¨ªa que se iba a publicar, se burlaba de sus vecinos de Monroeville, Alabama. En su ¨²ltimo libro el escritor desnuda con crudeza sus ¨²ltimas amistades de alta sociedad en un intento que defini¨®, humildemente, proustiano. Esta obra, Plegarias atendidas, s¨ª la quer¨ªa publicar, pero muri¨® antes de acabarla.
Despu¨¦s de Matar a un ruise?or Harper Lee se march¨® de la literatura. El a?o pasado se public¨® una novela in¨¦dita, tan anterior a Matar a un ruise?or como parte de ella, la materia prima de la que sali¨® su obra maestra. Era un making off, la vida que hab¨ªa detr¨¢s de la historia de Atticus Finch. En la decepci¨®n de la cr¨ªtica se adivin¨® una ¨²ltima lecci¨®n que empeque?ec¨ªa su figurita de anciana llena de cautelas: la discreci¨®n art¨ªstica ha de ser a¨²n m¨¢s extrema que la personal.
Uno escribe de las cosas que pasan pero no puede escribir para que pasen cosas, ni puede provocar cosas para escribir de ellas, y tiene que soportar que la vida mande siempre en la obra, y nunca que la obra mande en la vida salvo para acallarla. Pero puede tener un poder gigantesco, como el que tuvo Lee en Matar a un ruise?or; un poder, el de inmiscuirse en la sociedad, que no tuvo Capote con tanta intensidad en ninguna de sus obras. Siendo sin embargo un escritor mayor, un artista tan consciente de s¨ª mismo que sacrific¨® al ser humano para alimentarse de ¨¦l: sin vida detr¨¢s, su obra se resinti¨®.
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