Paraguas para dos

Llueve. No tengo paraguas. Siempre me ha parecido que con estos trastos hay solo dos opciones: comprar uno barato que pierdas ese mismo d¨ªa; comprar uno caro que pierdas ese mismo d¨ªa. Yo siempre he sido muy de perder cosas. Mi madre me borr¨® de judo despu¨¦s de que en la primera clase perdiera el quimono, en la segunda, la toalla, y en la tercera me viniera muy arriba y olvidara la bolsa entera en el vestuario. En mi temporada de cadete en el equipo de balonmano del Pare Manyanet tuve tres dorsales: 7, 17 y 19. No por superstici¨®n o desmedida ambici¨®n num¨¦rica, sino porque perd¨ªa las camisetas y me daban otra con un n¨²mero que estuviera libre. No pude participar en el ¨²ltimo partido de la temporada porque ya no ten¨ªan ning¨²n dorsal de dos cifras que darme. Una pena, pues jug¨¢bamos contra los pijos del Liceo Franc¨¦s, y aquello siempre promet¨ªa sangre, sudor y venganza por todo lo que nos hab¨ªan hecho Proust, Voltaire y esas palabras con dos acentos.

Como en el caso de los paraguas, con las parejas solo hay dos opciones: una mala que se va en un mes; o una buena que se va en un mes. De joven ¨Cla juventud, para estos menesteres, puede alargarse hasta los 40-, prefieres la mala, porque asegura an¨¦cdotas y un final traum¨¢tico. Adem¨¢s, te da siempre la -muchas veces falsa pero siempre agradecida- convicci¨®n de que todo fue culpa suya. La buena, en cambio, es la que deseas cuando empiezas a apreciar que querer bien es tan gratificante como ser bienquerido. Estar con ella es como tener paraguas: igual lo pierdes esta tarde, pero mientras lo tuviste no te mojaste.