Cinco a?os es una vida entera para los ni?os
Desde el comienzo de la guerra en Siria, 3,7 millones de ni?os sirios han nacido en medio del conflicto y siguen creciendo dentro de su pa¨ªs o como refugiados, conociendo nada m¨¢s que violencia
Cuando se cumplen cinco a?os de este violento conflicto sirio, no puedo parar de pensar en lo que he visto en mi trabajo como representante de Unicef en Siria. Pienso en todos los ni?os que han tenido que huir de sus casas a la fuerza, en aquellos que nunca han visto el interior de una clase, en los que han perdido a sus familiares y en los que se fueron a sus camas con hambre, sed y fr¨ªo. Me estremezco cuando me acuerdo de las visitas a la antigua ciudad de Homs, donde es casi posible escuchar el sonido de los susurros de las miles de personas que en alg¨²n momento llamaron a esa zona su "hogar".
Cinco a?os es una vida entera para muchos ni?os. Durante estos cinco a?os, 3,7 millones de ni?os sirios han nacido en medio de la guerra y siguen creciendo dentro de su pa¨ªs o como refugiados, conociendo nada m¨¢s que la violencia.
Miro atr¨¢s y pienso en el tiempo que he vivido en Siria: 18 meses trabajando con un equipo de 200 personas dedicadas a proporcionar agua potable, atenci¨®n m¨¦dica, educaci¨®n, apoyo psicosocial y mucho m¨¢s a millones de ni?os en todo el pa¨ªs. Un equipo en el que sus propios miembros han sufrido la falta de agua y electricidad, la p¨¦rdida de sus hogares y seres queridos y, sobre todo, la p¨¦rdida de la Siria que recuerdan. Aun as¨ª, vienen a trabajar todos los d¨ªas, impecables y con una enorme sonrisa y compromiso. Pocas veces he podido ver tal maestr¨ªa de autocontrol y resistencia.
Pienso en las historias que escuch¨¦ de seres humanos rebajados a comer hierba y hojas
Cinco a?os es tambi¨¦n una vida entera para estos hombres y mujeres.
Durante mi estancia aqu¨ª he realizado incontables viajes al terreno, cruzando muchas veces l¨ªneas de conflicto. Pienso en Madaya, en los ni?os que vi y en las historias que escuch¨¦ de seres humanos rebajados a comer hierba y hojas. Pienso en Hassan, un chico de 16 a?os que muri¨® de hambre delante de nuestros ojos y me acuerdo de las palabras de mi colega Rajia despu¨¦s de que intentara resucitarle fren¨¦ticamente...¡±Se ha ido¡±.
Recuerdo mi visita al distrito de Sayedda Zainab despu¨¦s de que un ataque con mortero acabara con la vida de tres ni?os e hiriera a muchos m¨¢s. No puedo olvidar mi visita al hospital: atraves¨¦ una fila de ni?os heridos, todos ellos vestidos con ropa limpia, pero a cada uno le faltaba al menos alguna extremidad. Me acuerdo de un ni?o peque?o de ocho a?os que hab¨ªa perdido su brazo izquierdo, un ojo y una pierna. Me mir¨® fijamente a los ojos, con una mirada vac¨ªa pero a la vez intensa. Esa mirada atraves¨® mi coraz¨®n con una sola pregunta: ¡°?Por qu¨¦?¡±.
Me acuerdo de mi visita m¨¢s reciente a Al- Waer, un vecindario sitiado en Homs, a principios de mes, justo despu¨¦s del acuerdo de cese de hostilidades. En Al-Waer, pude ver a ni?os en las calles, caminando hacia la escuela bajo el sol y con el entusiasmo y la alegr¨ªa de un ni?o. Tan solo unos meses antes, estos mismos ni?os estaban escondidos en los s¨®tanos de sus edificios por miedo a los bombardeos. Vi c¨®mo los ni?os recib¨ªan clases de recuperaci¨®n en centros apoyados por Unicef para ponerse al d¨ªa en la educaci¨®n que se ha visto interrumpida con frecuencia en las zonas de conflicto. ¡°Podemos dormir bien¡±, eran las palabras que los ni?os utilizaron para expresar su felicidad por el fin de los bombardeos en su vecindario. Tambi¨¦n pude ver comida en los mercados despu¨¦s de m¨¢s de dos a?os de escasez. Se ha conseguido tanto con la breve tregua en los enfrentamientos...
Fue cuando llegamos a uno de los dos ¨²nicos hospitales operativos en la zona cuando surgi¨® la contradicci¨®n, la vida y la muerte. Un padre llev¨® a su hijo, que hab¨ªa sido disparado en la cara, y vimos c¨®mo los m¨¦dicos y enfermeras corr¨ªan a atenderle. El hospital opera ¨Cpese a haber sido bombardeado- a una capacidad m¨ªnima, utilizando instrumental quir¨²rgico antiguo y anestesia caducada, porque la entrada de nuevos suministros es denegada constantemente. Mir¨¦ la cara de ese padre, una cara cubierta por la desesperaci¨®n y la ira. Desesperaci¨®n por una guerra que le hab¨ªa robado a su hijo. Ira contra el mundo entero.
He sido testigo de esta mezcla de caos y esperanza en muchos sitios de Siria. Recuerdo mi ¨²ltima visita a Alepo, cuyo nivel de destrucci¨®n era inmenso. El sonido intenso de los bombardeos me recordaba que el edificio que ten¨ªamos enfrente pod¨ªa caer en cualquier momento. Pero tambi¨¦n estaba fascinada por los vestigios de la gloria de Alepo: la preciosa arquitectura, la resistencia y amabilidad de los ciudadanos, y los restaurantes y la fant¨¢stica comida que hicieron famosa a la ciudad.
Hab¨ªamos planeado ir al este de la ciudad, donde hay grupos de la oposici¨®n armada, para evaluar la situaci¨®n de los ni?os all¨ª. Nos hab¨ªan dado instrucciones para vestir todos de negro, ir completamente cubiertos y no usar maquillaje ni perfume. Durante tres d¨ªas hicimos gestiones para realizar la visita y durante tres d¨ªas fracasamos en nuestro intento de llegar a esa parte de la ciudad, debido a los intensos bombardeos. No pudimos llegar y ver a los ni?os. Me sent¨ª muy desanimada.
Los cr¨ªos representaban la resistencia, frente a las bombas y la destrucci¨®n
Y, sin embargo, cuando fui a dar seguimiento a nuestros proyectos en Alepo reviv¨ª la esperanza de la que hab¨ªa sido testigo en los ni?os. Representaban la resistencia, en contraste con las bombas y la destrucci¨®n. Como Saja, la ni?a de 12 a?os que perdi¨® una pierna y a sus mejores amigas en un bombardeo mientras jugaban al f¨²tbol. Ahora depende de unas muletas, y su ¨²nico deseo es ¡°que no haya m¨¢s guerras¡±. Como los ni?os que sol¨ªan llevar pesados cubos de agua desde los pozos alternativos de las comunidades cada vez que el agua es utilizada como arma de guerra; y sin embargo, siguen sonriendo y bromeando. Como los ni?os de Salah el Din, en Alepo, que van al colegio durante el d¨ªa y luego trabajan como mec¨¢nicos, soldadores o carpinteros para llevar pan a su casa. Como esas ni?as ambiciosas que siguen yendo a la escuela pese al riesgo de atraer el fuego de los francotiradores; esas ni?as valientes, que cada d¨ªa escogen que su determinaci¨®n y su pasi¨®n venzan al miedo.
Pienso en esos ni?os y en lo que hemos estado haciendo para devolverles una infancia normal, desde la provisi¨®n de agua a la rehabilitaci¨®n de pozos, de la construcci¨®n de cientos de aulas prefabricadas a la distribuci¨®n de material escolar, del apoyo psicosocial a los muros en las escuelas para proteger a los ni?os del fuego de los francotiradores.
Pero tambi¨¦n pienso en lo mucho m¨¢s que debemos hacer, con la ayuda de todos, y tenemos que hacerlo pronto. Este es el caos y la esperanza que los ni?os de Siria afrontan cada d¨ªa. Podemos darles mucho m¨¢s. Ellos no han perdido la esperanza, as¨ª que nosotros tampoco debemos hacerlo.
Hanaa Singer es la representante de UNICEF en Siria.
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