Regreso a Palomares
Hace 50 a?os, en la costa de esta localidad del sur peninsular cayeron cuatro bombas de EE UU. Volvemos con Paco Paredes, uno de los t¨¦cnicos nucleares que fue testigo
Era demasiado tarde para que llamaran a la puerta. Paco Paredes, su esposa y la hija de ambos ya hab¨ªan cenado. Pero un ch¨®fer de la Junta de Energ¨ªa Nuclear (JEN) rompi¨® la rutina familiar esa noche de enero de 1966.
¨CPaco, recoge tus cosas. Nos vamos ¨Cdijo el conductor.
¨C?D¨®nde?
¨CA And¨²jar y luego a Almer¨ªa.
¨C?A qu¨¦?
¨CNo te lo puedo decir.
¡°Est¨¢bamos acostumbrados al secreto, pero no al peligro¡±, recuerda medio siglo despu¨¦s Paco, que hoy tiene 86 a?os y la memoria llena de escenas de aquel invierno de 1966 que ha pasado a la historia de los accidentes nucleares. Su esposa se qued¨® llorando. ¡°Pero mi hija no se enter¨® de nada¡±. Paco viv¨ªa entonces con su familia en Villanueva de la Serena (Badajoz) y llevaba m¨¢s de una d¨¦cada trabajando como prospector para la JEN, un ente creado por la dictadura de Francisco Franco en 1951.
"Est¨¢bamos acostumbrados al secreto, pero no al peligro". Paco Paredes, t¨¦cnico de la JEN
Estaba adscrito a la f¨¢brica de uranio de And¨²jar y hacia all¨ª enfil¨® el Land Rover de la empresa. Por el camino fueron recogiendo a varios compa?eros que, como a Paco, la JEN ten¨ªa desperdigados entre Extremadura y Andaluc¨ªa.
Aquella noche no les dijeron el lugar concreto al que se dirig¨ªan, pero Paco intu¨ªa el destino final. Un par de aviones del Ej¨¦rcito de Estados Unidos hab¨ªan colisionado dos d¨ªas antes sobre una pedan¨ªa de Cuevas de Almanzora. Cuatro bombas termonucleares cayeron sobre ese rinc¨®n de la provincia de Almer¨ªa. Palomares estaba al final del camino, comprendi¨® Paco cuando el ch¨®fer le pidi¨® que recogiera sus b¨¢rtulos.
Lo primero que le pusieron por delante a los t¨¦cnicos de la JEN cuando llegaron a And¨²jar fue un escrito de confidencialidad. ¡°Era un documento muy exagerado. No pod¨ªamos hablar de nada con ning¨²n vecino de Palomares ni con nadie¡±.
¡°El secreto siempre rode¨® mi trabajo¡±, insiste Paco medio siglo despu¨¦s. En sus primeros a?os en la JEN, era un buscador de yacimientos de uranio. A lomos de una motocicleta Ossa o a pie recorr¨ªa los campos con su contador Geiger en busca de filones para Franco, que so?aba con generar electricidad y con tener su propia bomba nuclear. ¡°Al llegar a cualquier pueblo ten¨ªa que presentarme en el cuartel de la Guardia Civil para contar lo que iba a hacer. Muchas veces llegaban denuncias de los vecinos que ve¨ªan a un se?or con un aparato raro por el campo. A veces, el comandante ya sab¨ªa que iba y lo que har¨ªa. Est¨¢bamos buscando minas de uranio y no lo pod¨ªamos contar. Lo ten¨ªamos prohibido¡±.
Una quincena de t¨¦cnicos de la JEN llegaron a Palomares tres d¨ªas despu¨¦s del accidente. Y permanecieron all¨ª unos 40 d¨ªas trabajando con los soldados estadounidenses en la descontaminaci¨®n (fallida) de la zona. Los llevaron para trabajar en patrullas mixtas con militares norteamericanos para examinar los niveles de radiaci¨®n en las pedan¨ªas de Palomares y Villaricos. ¡°Nos dieron unos monos blancos y gorras. Y el qu¨ªmico [Emilio Iranzo, el responsable de la JEN encargado de la operaci¨®n] nos orden¨® que lo reconoci¨¦ramos todo, personas, gatos, perros, casas, pimientos, pepinos, tomates¡±. ¡°Los americanos dijeron que los espa?oles ten¨ªan que estar en primera l¨ªnea, sobre todo, porque el proceso ten¨ªa que ser cre¨ªble¡±, explica el investigador Rafael Moreno ¨Cautor del libro La historia secreta de las bombas de Palomares¨C sobre las patrullas mixtas que se formaron.
¡°?Pero esto qu¨¦ es? ?Qu¨¦ es esta rotonda? ?Y estas calles asfaltadas y esos edificios?¡±. Medio siglo despu¨¦s a Paco le cuesta creer que el lugar al que acaba de llegar sea Palomares. No hab¨ªa vuelto desde aquel invierno de 1966 y lo que conserva en su memoria no se parece en nada.
La descripci¨®n recogida en el informe Palomares Summary Report, elaborado en enero de 1975 por la Agencia de Defensa Nuclear de Estados Unidos, es un documento de 218 p¨¢ginas que constituye la principal gu¨ªa para conocer este accidente con armamento nuclear. ¡°El pueblo de Palomares se asienta en la costa sureste de Espa?a, en la provincia de Almer¨ªa. Es tan peque?o que no aparece en muchos mapas y no est¨¢ incluido en los censos. En el momento del accidente, su poblaci¨®n se estimaba en 2.000 personas aproximadamente. Bajo los est¨¢ndares norteamericanos, Palomares se consideraba un pueblo pobre¡±.
"Los americanos dijeron que los espa?oles ten¨ªan que estar en primera l¨ªnea para que la limpieza fuera cre¨ªble". Rafael Moreno, periodista e investigador
El siniestro de Palomares es un hijo no deseado de la guerra fr¨ªa entre EE UU y la URSS. Durante los a?os m¨¢s duros, el Ej¨¦rcito estadounidense mantuvo en el aire B-52 armados con bombas nucleares para atacar a Mosc¨² de forma inmediata. Y Espa?a, gracias a la cesi¨®n de Franco de varias bases a Estados Unidos, era una pieza clave en esta estrategia. El accidente se produjo durante una de las operaciones de repostaje que peri¨®dicamente realizaba el Ej¨¦rcito norteamericano sobre las cabezas de los vecinos de Palomares. Pero en aquella ocasi¨®n algo fall¨®: el B-52 ¨Cque portaba las cuatro bombas¨C y un avi¨®n nodriza que hab¨ªa partido minutos antes de la base de Mor¨®n de la Frontera (Sevilla) colisionaron en el aire.
Paco casi no espera a que se detenga el coche. Abre la puerta y se dirige hacia el primer vecino que encuentra en la calle. ¡°?D¨®nde est¨¢ la antigua escuela?¡±. Busca el primer recuerdo que conserva de su llegada a Palomares hace medio siglo. ¡°Lo primero que vi fue medio avi¨®n en la puerta del colegio. Si llega a caer cuando est¨¢n los ni?os jugando fuera, los mata a todos¡ Hab¨ªa trozos de avi¨®n por todas partes¡±.
Por fortuna, las cuatro bombas no explotaron y, milagrosamente, ning¨²n trozo de avi¨®n alcanz¨® a los habitantes de Palomares. Pero dos de los artefactos se rompieron al tocar el suelo y esparcieron varios kilos de plutonio por toda la zona. ¡°El problema fue el viento, que dispers¨® todas las part¨ªculas¡±, explica Paco, precisamente, en la calle 17 de Enero de 1966, el d¨ªa que el cielo ardi¨® en Palomares.
¡°Hab¨ªa llegado de vacaciones el 14 de enero y estaba en casa de mis suegros¡±, relata Juan Sabiote, un vecino que entonces estaba en la treintena. ¡°Ten¨ªa a mi ni?a de 16 meses en brazos y o¨ª un estruendo. Sal¨ª de la casa corriendo porque cre¨ª que los techos se ven¨ªan abajo. Ca¨ªan trozos de avi¨®n. Vimos muertos, vimos a la Guardia Civil¡±. Juan, con su gorra calada, habla sentado frente al tapete verde que utilizan en el hogar del jubilado de Palomares para jugar a las cartas. Mientras desgrana el relato, dos de sus compa?eros de partida se intercambian cartas por debajo de la mesa con disimulo.
Ni ¨¦l ni Paco se dan cuenta de las trampas porque est¨¢n demasiado ocupados en rescatar recuerdos. Finalmente, varios de los jugadores acompa?an a Paco hasta la antigua escuela. Juan Serrano, que entonces ten¨ªa 19 a?os, le explica que el trozo de avi¨®n que recuerda era un tren de aterrizaje. ¡°Era tan grande como aquella furgoneta¡±, dice mientras se?ala al coche que hay aparcado en la calle.
Cuando los t¨¦cnicos de la JEN llegaron a Palomares, en la zona ya hab¨ªa medio millar de soldados norteamericanos participando en la Operaci¨®n Broken Arrow (flecha rota), la denominaci¨®n utilizada por EE UU para los siniestros con armas nucleares. La primera preocupaci¨®n fue recuperar las bombas. Luego se comenz¨® a elaborar un mapa radiol¨®gico para fijar las zonas que estaban contaminadas. Paco fue jefe de una de las patrullas mixtas encargadas de elaborar ese plano. ¡°?bamos dos espa?oles y un americano¡±, rememora. Los estadounidenses portaban el contador Alfa y los t¨¦cnicos de la JEN anotaban lo que marcaba.
"Ca¨ªan trozos de avi¨®n por todas partes. Vimos muertos". Juan Sabiote, vecino
Paco recuerda la picaresca de algunos soldados norteamericanos. ¡°Descubrimos que hab¨ªan pinchado la membrana de la sonda del contador. Tuvimos que tapar el agujero con un chicle¡±. En un art¨ªculo publicado hace un par de a?os en la revista Axarqu¨ªa, el investigador Jos¨¦ Herrera Plaza, uno de los mayores conocedores de la historia del accidente de Palomares, relata escenas muy parecidas. Cuando habla del grupo de prospectores de la JEN ensalza su ¡°labor dura, arriesgada y mod¨¦lica¡±. ¡°Su honestidad y perseverancia impidi¨® que sus compa?eros norteamericanos hicieran trampas con las lecturas de los contadores Alfa¡±, apunta.
De aquellas lecturas depend¨ªan las indemnizaciones que iban a recibir los vecinos, los cultivos que se iban a destruir y las tierras contaminadas que los americanos ten¨ªan que llevarse. Estados Unidos traslad¨® a su territorio, finalmente, 4.810 bidones de 208 litros llenos de residuos, principalmente, tierra y cultivos. El Gobierno norteamericano calcula que se gast¨® unos siete millones de euros en indemnizaciones y en una comisi¨®n de seguimiento vigente hasta finales de la pasada d¨¦cada. ¡°Solo se llevaron un 5% de lo prometido¡±, resalta en su art¨ªculo Herrera Plaza. Atr¨¢s se dejaron 50.000 metros c¨²bicos de tierras contaminadas con plutonio, seg¨²n constat¨®, hace menos de una d¨¦cada, el Ciemat, el organismo p¨²blico heredero de la Junta de Energ¨ªa Nuclear.
Prueba de ello son las parcelas de Palomares que fueron valladas hace unos a?os por el Gobierno ante la presencia de radiactividad. La mayor de esas fincas est¨¢ a las afueras, flanqueada por dos balsas de riego y una plantaci¨®n de br¨®coli. Ese fue el lugar elegido por los militares para llenar los bidones que luego cargaron en sus barcazas en la playa de Palomares. ¡°Construyeron una carretera en dos d¨ªas¡±, recuerda Paco junto al vallado de esta finca, conocida como la zona 2 por la denominaci¨®n de la bomba que se localiz¨® all¨ª hecha a?icos.
Aquel torpedo ¨Ccomo lo llamaron los espa?oles¨C cay¨® a unos metros de la finca del padre de Jos¨¦ Portillo, que entonces ten¨ªa 29 a?os. ?l tambi¨¦n tiene marcado a fuego aquel 17 de enero en el que se les vino encima el cielo. ¡°Cuando llegu¨¦ a la parcela, vi a mi padre ech¨¢ndole de lejos tierra a varios hombres que estaban ardiendo¡±. Era parte de la tripulaci¨®n de los dos aviones. Murieron siete militares; cuatro de los tripulantes lograron sobrevivir.
En Palomares hab¨ªa ya 49 militares estadounidenses la misma tarde del accidente. Pero EE UU lleg¨® a desplegar en la zona hasta 650 soldados durante la operaci¨®n. En la playa de esta pedan¨ªa, junto a un antiguo molino, se instal¨® el llamado campamento Wilson. Paco y sus compa?eros se hospedaron en una pensi¨®n, pero durante el d¨ªa com¨ªan y descansaban entre las tiendas de campa?a de los norteamericanos. ¡°Ten¨ªan un campamento a todo confort¡±, recuerda Paco, que conserva dos decenas de fotograf¨ªas que se hicieron los t¨¦cnicos de la JEN con los soldados americanos. ¡°Los americanos nos daban de comer. Ten¨ªan de todo, carne, caf¨¦¡ Me hice amigo de un sargento que me regal¨® dos paquetes de tabaco rubio aunque yo no fumaba. Los militares latinos nos hac¨ªan de int¨¦rpretes¡±.
¡°?Qu¨¦ buenas palas trajeron, eh! ¡±, le espeta Jos¨¦ Portillo a Paco en esa misma playa. Jos¨¦, tras la marcha de los soldados, se qued¨® con seis de aquellas herramientas. Paco conserva una cucharilla de las que utilizaban para el rancho los soldados.
Atesora tambi¨¦n una colecci¨®n de escenas, sobre todo, relacionadas con el miedo que se apoder¨® de los vecinos. ¡°Nos dijeron que no le pod¨ªamos decir nada a la gente, pero un d¨ªa se me acerc¨® un cabo de la Guardia Civil de Palomares que hab¨ªa estado desde el primer momento ayudando. Me cont¨® que sus suegros viv¨ªan en Granada y me pregunt¨® si deb¨ªa mandar a sus dos hijos con ellos. Me dio pena y fui a medir a su casa. Era la que m¨¢s peligro ten¨ªa, daba alt¨ªsimo todo. La ropa, los armarios, la cama¡ Estaba todo impregnado. Su mujer, llorando, me pregunt¨® qu¨¦ pod¨ªa hacer. Y le recomend¨¦ que lavara todo con agua y que tirara la ropa¡±. Antes de marcharse, Paco le rog¨® al cabo que no dijera nada a nadie. Tem¨ªa las consecuencias de haber roto el secreto impuesto.
A partir de marzo de 1966 el Ej¨¦rcito estadounidense y la dictadura de Franco comenzaron a expedir certificados en los que se aseguraba que las tierras de Palomares y Villaricos estaban en condiciones similares a las de antes del siniestro. Se repartieron 856 escritos de este tipo. Tras 81 d¨ªas de trabajos, los soldados abandonaron Almer¨ªa, y a Paco y a sus compa?eros les dieron un reconocimiento verbal.
"Los americanos nos daban de comer. Ten¨ªan de todo, carne, caf¨¦". Paco Paredes
¡°El impacto del accidente a largo plazo en las relaciones entre EE UU y Espa?a ha sido probablemente peque?o. La ¨²ltima renegociaci¨®n cerrada en 1968 para el uso de las bases en Espa?a se hizo sin dificultades¡±, se indica en el informe de 1975 Palomares Summary Report. Pero, con la recuperaci¨®n de la democracia, comenzaron las reivindicaciones y la descontaminaci¨®n de Palomares entr¨® en una especie de bucle de la diplomacia entre Espa?a y Estados Unidos.
¡°Esta vez la cosa parece que va en serio¡±, dice Antonio Fern¨¢ndez Liria, alcalde de Cuevas de Almanzora. Se refiere al memor¨¢ndum para la descontaminaci¨®n de Palomares firmado entre Espa?a y EE UU el oto?o pasado. La limpieza correr¨¢ a cargo de Espa?a, para lo que se recurrir¨¢ a carpas de presi¨®n negativa y as¨ª evitar que se levanten las part¨ªculas radiactivas y se expandan. Del transporte, previsiblemente a trav¨¦s del puerto de Carboneras, y del dep¨®sito de los 50.000 metros c¨²bicos de tierra se har¨¢ cargo el Gobierno estado?unidense. Sin embargo, a¨²n no se ha cerrado el tratado definitivo. ¡°EE UU no quiere hacerlo con un Gobierno en funciones en Espa?a¡±, explica Fern¨¢ndez.
¡°La tierra la tra¨ªan aqu¨ª, al cementerio¡±, recuerda Paco junto a la valla de la zona 2. ¡°A nosotros nos colocaban en el borde con el medidor para detectar si las part¨ªculas sal¨ªan del per¨ªmetro por el viento¡±. Por suerte, aquellas part¨ªculas radiactivas que salieron de las bombas solo pod¨ªan da?ar si se inger¨ªan o se inhalaban. ¡°Recuerdo que nos tuvieron un d¨ªa entero haci¨¦ndonos orinar en unos recipientes. Nos hicieron los an¨¢lisis, pero a¨²n estoy esperando los resultados¡±, bromea Paco 50 a?os despu¨¦s.
La memoria de Paco guardar¨¢ para siempre los recuerdos de su participaci¨®n en uno de los principales accidentes con armas nucleares de la historia. Tambi¨¦n la de los vecinos de Palomares, aunque all¨ª siguen esperando. Los que viv¨ªan entonces, sus hijos y sus nietos conf¨ªan en que esta vez los Gobiernos cumplan. Y que la mancha radiactiva se borre por fin de la tierra y del nombre de su pueblo.
elpaissemanal@elpais.es
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