Los mendigos enfermos
La indiferencia es una forma sutil de racismo, no agresiva, pero s¨ª de vergonzosa aceptaci¨®n
No hay nada que me provoque m¨¢s asco que un grupo de varones burl¨¢ndose de una mujer. Asco, esa es la palabra. Por eso me he resistido estos d¨ªas a ver la escena de los hinchas del equipo holand¨¦s en la Plaza Mayor de Madrid tirando monedas al suelo a unas mendigas rumanas. Finalmente lo he hecho porque no pod¨ªa eludirlo para escribir sobre el asunto. Y s¨ª, es repugnante. Algo hay en el hooliganismo masculino que enlaza deporte de masas con ideolog¨ªa basura y que parece ser incontrolable por las fuerzas del orden. Por fortuna, hubo unos cuantos valientes que increparon a esta gentuza, porque valiente hay que ser para reprender a quien est¨¢ ciego de alcohol y arropado por el grupo. Lo que no acabo de comprender, leyendo lo aparecido sobre el suceso, es por qu¨¦ la polic¨ªa apart¨® a las muchachas de la escena y no a los tipejos que la hab¨ªan provocado. Tanto celo policial destinado a reprimir expresiones titiriteras y cu¨¢nta tolerancia con algo evidentemente amenazador.
Tengo la sospecha, puede que pecando de optimista o ingenua, de que estos comportamientos tan abiertamente racistas y a la luz del d¨ªa no nos caracterizan como pa¨ªs, pero tal vez es que pese sobre m¨ª lo que la cuesti¨®n de raza intervino en la Europa de la II Guerra Mundial. Xenofobia, racismo, falta de humanidad tambi¨¦n intervienen ahora en c¨®mo Europa est¨¢ negando la entrada de refugiados. Pero un art¨ªculo no puede tratar solamente de aquello en lo que tantos coincidimos: la escena fue vergonzosa, cierto, y debi¨¦ramos atrevernos a intervenir casi antes de que se persone la polic¨ªa. Hasta ah¨ª todos de acuerdo. Y lo podemos expresar con las mismas palabras de la alcaldesa Carmena, o con las de Miguel ?ngel Rend¨®n, el profesor gaditano que presenci¨® la escena junto a unos alumnos que sin duda se habr¨¢n llevado a casa una buena lecci¨®n de hasta d¨®nde puede ser infame el ser humano.
Pero este incidente me record¨® algunas otras cuestiones que a diario asaltan a una paseante contumaz como yo. Seguro que las reconocen. El centro de Madrid est¨¢ poblado de mendigos rumanos. Nuestras calles m¨¢s se?oriales tienen en casi cada esquina a un mendigo o a una mendiga. Y no todos son muchachas j¨®venes como estas que recog¨ªan c¨¦ntimos del suelo. Se trata de algo a¨²n m¨¢s doloroso y pat¨¦tico. Situados estrat¨¦gicamente a las puertas de los establecimientos de moda m¨¢s caros del barrio de Salamanca pasan el d¨ªa pobres de solemnidad de origen rumano, que se nos muestran con unos problemas atroces de salud y en ocasiones con aparatosas deformaciones f¨ªsicas. Hombres con mu?ones, mujeres con extremidades retorcidas como ramas de ¨¢rbol que soportan los rigores del fr¨ªo y dentro de poco del sol. Est¨¢ claro que no han llegado solos a esas aceras. Alguien los ha dejado all¨ª bien de ma?ana, alguien los ha repartido como si fueran mercanc¨ªa. Un coche o una furgoneta. Los mismos que a lo largo de la jornada pasan a hacer recuentos de las monedas que los viandantes hemos dejado en el cubilete del mendigo; los mismos que los recoger¨¢n para devolverlos, imagino, a alg¨²n poblado del extrarradio. ?D¨®nde duermen estos enfermos?
Eso sucede a diario, a la vista de todos, y estoy segura de que muchos ciudadanos se preguntan, como yo, c¨®mo puede darse este negocio de casi esclavitud sin que ning¨²n control humanitario tome cartas en el asunto. A las puertas del establecimiento de prensa y pan de mi barrio hay un pobre hombre sin piernas con un vaso de pl¨¢stico en la mano. Cuando pasas te da los buenos d¨ªas con la mirada perdida. Si le echas una moneda da las gracias como si fuera un mu?eco. Creo que son las ¨²nicas palabras que sabe en espa?ol y es probable que no sepa decir muchas m¨¢s en su lengua.
Cada ma?ana, por temprano que sea, all¨ª est¨¢ el pobrecillo, solo, sin capacidad para hablar con nadie, viendo la vida pasar como un perro que estuviera atado a su caseta. Por la tarde, se lo llevan.
?Nunca, nadie, en el Ayuntamiento o en las m¨²ltiples organizaciones que tan meritoriamente trabajan en asuntos de ayuda al inmigrante, se ha planteado enfrentar esta explotaci¨®n descarada de gente visiblemente desamparada? ?O tal vez tenemos tan interiorizada la figura del mendigo en la ciudad que ya no cabe preguntarse de qu¨¦ manera esos seres remotos han llegado hasta ah¨ª? La indiferencia es, aunque nos cueste reconocerlo, una forma sutil de racismo. No agresiva, como la de los hinchas holandeses, pero si de vergonzante aceptaci¨®n: esos seres no tienen que ver con nosotros, no los sentimos como propios. Son mendigos, lisiados, tienen problemas mentales, pero adem¨¢s est¨¢n en nuestro pa¨ªs de manera irregular. Su deformaci¨®n nos provoca tanta piedad como aprensi¨®n. Pero una vez que pasamos de largo hacemos por borrar de nuestra mente esta insoportable estampa medieval.
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