La importancia de poder irse
A ra¨ªz del ¡®Brexit¡¯, puede que tengamos que agradecer a los brit¨¢nicos su contribuci¨®n a politizar la Uni¨®n Europea. Se lo reconocer¨ªamos m¨¢s si se quedan que si se van y valorar¨ªamos m¨¢s que se quedaran pudiendo haberse ido
Todo lo que ha precedido a la convocatoria de un refer¨¦ndum sobre la permanencia de Reino Unido en la Uni¨®n Europea ha sido un c¨²mulo de dislates pol¨ªticos (demagogia, irresponsabilidad, vergonzosas concesiones) salvo en un aspecto: ha conseguido politizar un asunto que estaba dormido en la pl¨¢cida necesidad de los mecanismos indiscutibles. No llegan buenas noticias de Europa y por eso me permito llamar la atenci¨®n sobre una de ellas, aunque tal vez solo sea un efecto no pretendido de una mala decisi¨®n: que a partir de ahora va a haber menos excusas para situar las pol¨ªticas europeas en ese limbo que las proteg¨ªa de la decisi¨®n de los europeos. Vuelve la pol¨ªtica a la Uni¨®n Europea, aunque no sea gracias al dinamismo de sus instituciones sino inducida por la presi¨®n del populismo.
El m¨¦todo Monnet de la integraci¨®n burocr¨¢tica ha sido mec¨¢nico y furtivo, dominado por la necesidad. Lo pone de manifiesto el lenguaje de la integraci¨®n: despotismo benigno, integraci¨®n furtiva, desbordamientos, ampliaci¨®n irresistible, irreversibilidad¡ Los principales impulsores de la integraci¨®n, a derecha e izquierda, se han regido por un crudo determinismo que supon¨ªa que tras el desarrollo econ¨®mico se seguir¨ªan inevitablemente las deseadas mejoras institucionales. La estrategia principal de la integraci¨®n consist¨ªa en conceder una primac¨ªa a los procesos sobre los resultados y dar por supuesto que el ¨¦xito estaba garantizado. De ah¨ª la idea de irreversibilidad, la carencia de planes de contingencia o la ausencia de cualquier reflexi¨®n sobre un posible fracaso, de exit options en el caso de que las cosas fueran mal, algo especialmente visible en el caso de la moneda ¨²nica acordada como un compromiso irrevocable. No deja de ser una paradoja el hecho de que, mientras que el Tratado de Lisboa admit¨ªa por primera vez la posibilidad de que un Estado miembro se saliera de la Uni¨®n, la pertenencia a la Eurozona contin¨²e siendo irreversible. No se han dise?ado instrumentos apropiados para la gesti¨®n de las crisis, incrementando a veces el riesgo de crisis futuras a favor de las ventajas inmediatas en el corto plazo o dejando sin resolver una gran cantidad de problemas t¨¦cnicos e institucionales. Cuando ha habido alguna crisis, los l¨ªderes europeos no han sabido hacer otra cosa que convencer a sus electorados de que no hab¨ªa alternativa; su estrategia ret¨®rica consist¨ªa en remplazar el habitual optimismo absoluto por las visiones catastr¨®ficas de lo que suceder¨ªa si fracasaba la integraci¨®n o la uni¨®n monetaria. Este es el marco conceptual en el que se formula la llamada ¡°teor¨ªa de la bicicleta¡± de la integraci¨®n europea, de acuerdo con la cual la integraci¨®n no debe pararse, especialmente en tiempos de crisis. (Aunque, como dec¨ªa Ralf Dahrendorf: ¡°Yo voy en bicicleta muy a menudo en Oxford, y si dejo de pedalear no me caigo; me basta con poner el pie en el suelo¡±).
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Todo ello ha tenido su l¨®gica y no voy a discutir a estas alturas ni su conveniencia hist¨®rica ni la bondad de sus resultados; me ce?ir¨¦ m¨¢s bien a cuestionar su utilidad futura. La fundamental de sus limitaciones tiene que ver con el hecho de que un sistema dise?ado para minimizar las decisiones no puede hacerlas completamente superfluas, entre otras cosas porque siempre hay decisiones impl¨ªcitas, del mismo modo que la t¨¦cnica esconde siempre alguna motivaci¨®n pol¨ªtica. En los a?os sesenta y setenta, en la era del ¡°consenso permisivo¡±, cuando sus principales policies estaban alejadas de los problemas diarios de la gente, el proyecto europeo parec¨ªa no necesitar el favor expreso del p¨²blico. En el contexto actual, bien diferente, el tipo de discurso que aparentemente resulta m¨¢s movilizador (apelar a la necesidad con que los procesos llevan a los fines establecidos, completar lo que se puso en marcha, insistir en que no hay otra posibilidad¡) es, precisamente, el que resulta m¨¢s irritante para la ciudadan¨ªa.
En la UE no se han dise?ado instrumentos apropiados para la gesti¨®n de las crisis
Conflictos como el que se plantea abiertamente con el Brexit est¨¢n volviendo a situar el proyecto europeo en un ¨¢mbito de libre decisi¨®n. La integraci¨®n es una opci¨®n libre y no la inevitable consecuencia de un proceso que escapa de nuestro control.
Deber¨ªamos pensar a Europa como una realidad contingente aunque estemos convencidos de que es el mejor proyecto para los ciudadanos que la componen. La Europa que podr¨ªa ser de otra manera es, por las mismas razones, la que no est¨¢ condenada al ¨¦xito, como nos lo ha puesto de manifiesto la crisis, tras decenios de pl¨¢cida necesidad. No tiene ning¨²n sentido una teor¨ªa y una praxis de la integraci¨®n que no haya imaginado siquiera la posibilidad de un fracaso, que no se plantee la posibilidad de retrocesos e incluso de procesos de desintegraci¨®n. Sustituir el convencimiento de que todo cambio es necesariamente a mejor por la contingencia de que las cosas pudieran ir a peor es la ¨²nica perspectiva que nos permite volver a situar los proyectos pol¨ªticos en el ¨¢mbito de la libertad.
Que las decisiones no sean adoptadas con facilidad las hace propiamente pol¨ªticas
No dispongo de una f¨®rmula m¨¢gica para conseguir la plena democratizaci¨®n de Europa, pero quisiera hacer una propuesta modesta de democratizaci¨®n centrada en el tipo de discurso que hemos de mantener. Comencemos pues abandonando ese lenguaje funcionalista, de lo irresistible y de las necesidades imperiosas sin apenas un tipo de discurso que apele a nuestra libre disposici¨®n sobre el futuro. Las pr¨¢cticas de la Uni¨®n Europea, que por un lado son consensuales y graduales, mediante ajustes procedimentales, por otro constituyen tambi¨¦n un sistema que favorece las decisiones disimuladas o encubiertas, democr¨¢ticamente no autorizadas, a veces bajo la forma de no-decisiones o de sumisi¨®n a objetividades t¨¦cnicas. Incluso el fed¨¦rate o perece de Alterio Spinelli puede ser cierto,? pero habla el lenguaje de la coacci¨®n. Todo nuestro l¨¦xico es pura necesidad; nada de esto habla a la libre decisi¨®n de la ciudadan¨ªa; es material inflamable en manos de los populistas que buscan motivos para denunciar una conspiraci¨®n de las ¨¦lites.
Frente a estas formas de rendici¨®n ante una supuesta necesidad hist¨®rica, el ¨²nico imperativo democr¨¢ticamente aceptable es que Europa tiene que ser politizada. Desde este punto de vista, la existencia de conflictos, cuestionamientos y tensiones no deber¨ªa considerarse como un s¨ªntoma de que la pol¨ªtica est¨¢ funcionando mal, sino como una oportunidad de politizaci¨®n. Que las decisiones no sean adoptadas ni aceptadas con facilidad es lo que hace de ellas decisiones propiamente pol¨ªticas, m¨¢s all¨¢ de los expedientes t¨¦cnicos indiscutibles.
Puede que un d¨ªa tengamos que agradecer a los brit¨¢nicos su contribuci¨®n a politizar la Uni¨®n Europea. Se lo reconocer¨ªamos m¨¢s si se quedan que si se van, y valorar¨ªamos m¨¢s que se quedaran pudiendo haberse ido.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador ¡°Ikerbasque¡± en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Acaba de publicar el libro La pol¨ªtica en tiempos de indignaci¨®n (Galaxia-Gutenberg).
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