M¨¢quina y laberinto de cosas
El arte de Vargas Llosa es el de desmontar y luego volver a armar cada pieza de cada obra
La ruptura provocada por los escritores del boomtuvo como beneficiarios m¨¢s inmediatos a quienes pertenec¨ªamos a la generaci¨®n inmediatamente posterior. Eran maneras de contar novedosas que abrieron nuevas compuertas en la estructura narrativa y en las formas del lenguaje, un fen¨®meno que no se daba en la lengua castellana desde los tiempos del modernismo.
Otros art¨ªculos del autor
Garc¨ªa M¨¢rquez ense?aba que la f¨¢bula que viv¨ªa en nuestra memoria era inagotable, y que se pod¨ªan contar las mentiras m¨¢s desproporcionadas con rostro imperturbable; pero la fuerza de su influencia convirti¨® a no pocos incautos en imitadores sin remedio. Hab¨ªa que cuidarse mucho de aquella trampa mortal del realismo m¨¢gico, en la que se arriesgaba quedar atrapado.
Para Carlos Fuentes la novela era un sustituto de la historia p¨²blica, m¨¢s all¨¢ del presupuesto de Alejandro Dumas de que la realidad es s¨®lo el clavo donde se cuelga la novela; entraba en todos los resquicios de la historia, y pod¨ªa suplantarla, de modo que la novela se leyera como si fuese la historia misma. Y de Cort¨¢zar aprendimos que la literatura era un mecano para armarse de las m¨¢s dis¨ªmiles maneras, el juego de brincar sobre los n¨²meros trazados con tiza en las baldosas convertido en metaf¨ªsico; y al final terminaba mostrando que en el fondo de su esp¨ªritu l¨²dico habitaba un poeta solitario.
Mario Vargas Llosa, el menor en edad de estos cuatro evangelistas que ense?aban la buena nueva de que una narrativa distinta y novedosa era posible, marc¨® de manera eficaz, y sin obviedades, las nuevas maneras de escribir. Su estilo, m¨¢s de medio siglo despu¨¦s, sigue siendo el de un cronista de hechos.
Uno pod¨ªa pasar por sus ense?anzas sin marcas y sin huellas, y la experiencia al abrir alguno de sus libros fundamentales, empezando por La ciudad y los perros, era la de ingresar en un taller de escritura particular, un solo maestro y un solo alumno entregado al ejercicio de desmontar cada biela, cada resorte del mecanismo para darse cuenta de c¨®mo estaba construido, y luego volverlo a armar. ¡°Esa m¨¢quina de laberintos y cosas¡± de que habla Cervantes en El Quijote.
Una carpinter¨ªa minuciosa, de ajustes y ensamblajes precisos, que no era nunca arbitraria
La experiencia de enfrentarse a un libro donde los acontecimientos se articulaban de manera simult¨¢nea perteneciendo a espacios y tiempos diferentes nunca fue compleja para el lector novicio, como puede parecer, y se volv¨ªa atractiva por los misterios a desentra?ar. ?Qui¨¦n era realmente el Jaguar, el cadete de la escuela Leoncio Prado? Lo sabr¨ªamos a su debido tiempo, como en las novelas policiacas; pero su identidad estaba all¨ª desde antes, escondida en el acertijo.
Una carpinter¨ªa minuciosa, de ajustes y ensamblajes precisos, que no era nunca arbitraria. El aprendiz sab¨ªa que la novela se presentaba como una propuesta matem¨¢tica donde una de las reglas era la repetici¨®n ordenada de los procedimientos; una experiencia desusada, pero donde el escritor demostraba que ejerc¨ªa la responsabilidad de sostener la estructura sin arbitrariedades.
Se trataba de un acertijo, claro, pero con reglas. Una nueva manera de escribir, y tambi¨¦n una nueva manera participativa de leer, y que no teniendo antecedentes en la lengua, cautiv¨® desde entonces a no pocos lectores entre quienes buscaban el goce mismo de vivir dentro de una novela.
El registro de la experiencia narrada precisamente como cotidiana, como si fuera la realidad, ni siquiera su espejo, con personajes del entorno del novelista que en La ciudad y los perros entran en escena rob¨¢ndose las pruebas de un examen escolar, el m¨¢s com¨²n de los actos extraordinarios, para comenzar una novela de catadura juvenil.
Los personajes que encontraremos en La casa verde y en Conversaci¨®n en la catedral, son soldados, patronas de burdeles, prostitutas, m¨²sicos, agentes de polic¨ªa y periodistas gacetilleros, elevados a la categor¨ªa de h¨¦roes de novela, que hacen emerger de ellos mismos la ¨¦pica a su propia medida, y cuya suma total no formar¨¢ nunca una ¨¦pica superior para la historia, porque la historia termina siendo siempre la decepci¨®n y la frustraci¨®n.
Una literatura realista, que bien podr¨ªa ser la de Flaubert, armada de otra manera que tampoco era la de Faulkner. Si el lector no encuentra marcas en su escritura, tampoco ¨¦l las evidencia en cuanto a sus lecturas. La m¨¢quina de sus invenciones no dej¨® nunca de ser aleccionadora, y lo sigue siendo a trav¨¦s de un largo recorrido, que al llegar tan lejos, como ahora que celebramos sus ochenta a?os de vida, tampoco ha perdido nunca su energ¨ªa juvenil.
Sergio Ram¨ªrez es escritor.
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