Europa cierra la frontera
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El gran ¨¦xodo
Frontera de Eslovenia, Hungr¨ªa y Croacia.
En verano de 2015 comienza un ¨¦xodo sin precedentes hacia Europa. Los refugiados cruzan el Egeo desde Turqu¨ªa y remontan por los Balcanes hasta Alemania. Aterrizamos en Hungr¨ªa cuando Budapest decreta el cierre de sus fronteras, la ruta cambia hacia Croacia y los pa¨ªses de la zona Schengen empiezan a restringir la libre circulaci¨®n en el interior de la UE.
Un hombre toma de los brazos de su esposa al beb¨¦. El cr¨ªo, envuelto en una manta, llora el grito de los que han sido arrancados de la tierra. Un berrido que atraviesa la piel y se clava en el est¨®mago. El padre lo alza ante los antidisturbios que cierran el paso a un centenar de personas en este extremo de la estaci¨®n de tren de Tovarnik (Croacia), la primera en tierra europea. Uno de los polic¨ªas le miente en ingl¨¦s: ¡°Next train, all! I promise!¡±. Lo enga?a porque son demasiados. Y es imposible.
Un tren de mercanc¨ªas cruza chirriando. Hay un osito de peluche hinchado de lluvia sobre las traviesas. Un int¨¦rprete se pasea con un meg¨¢fono pidiendo calma. Los polic¨ªas tratan de contener el remolino. Para que no sigan avanzando por el pa¨ªs y se extiendan sin control por Europa. El hombre alza el beb¨¦ de nuevo con los ojos desorbitados: ¡°?D¨¦jame pasar! ?D¨®nde vamos a dormir? ?Bajo el fr¨ªo? ?Mi hijo est¨¢ enfermo! ?Quiz¨¢ muera!¡±. Y el agente, ante las c¨¢maras, se siente obligado: ma?ana, dice, le dar¨¢ cobijo. En su casa. Ma?ana: para entonces ser¨¢n otros miles.
El 25 de agosto, con las primeras oleadas de refugiados, la Oficina Federal de Migraciones alemana public¨® un mensaje en Twitter: acoger¨ªa a los sirios que lograran alcanzar su pa¨ªs. Internet se llen¨® de mensajes de amor a Angela Merkel, se multiplicaron las embarcaciones en el Egeo. Y los diarios alertaron: ¡°Peligra la libre circulaci¨®n en Europa¡±. Una fisura comenzaba a abrirse en el coraz¨®n de la Uni¨®n. Arrancaba en la frontera entre Grecia y Turqu¨ªa, remontaba los Balcanes, y se dirig¨ªa a Alemania por el Danubio. Grecia recibi¨® 25.000 personas en siete d¨ªas. Una crecida imparable. A final de 2015, sumaron 851.319 a trav¨¦s de sus islas, donde casi ninguno se quedaba. El Gobierno heleno, desbordado, les franqueaba el paso. Comenzaron los reproches, los cierres de fronteras interiores, los llamamientos a una solidaridad que hac¨ªa tiempo hab¨ªa desaparecido, tras a?os de hombres de negro y rescates. Durante la crisis del euro y los d¨ªas del Grexit, poco antes del gran ¨¦xodo, el ministro de Defensa griego, Panos Kammenos, pronunci¨® un oscuro discurso: ¡°Si Europa nos deja en la crisis, la inundaremos con migrantes¡±. Y los r¨ªos, finalmente, comenzaron a fluir.
pulsa en la fotoTovarnik, Croacia: un grupo de refugiados tratan de subir a uno de los escasos trenes que llegan sin previo aviso y con destino desconocido.Carlos Spottorno
Aquellos d¨ªas de final de verano, con la UE levantando muros, comienza este viaje. En la frontera blindada de Hungr¨ªa. El paso de R?szke, al sur del pa¨ªs, se ha transformado en una pared de antidisturbios y tanquetas. Un helic¨®ptero sobrevuela la zona. Y arranca una valla de separaci¨®n con Serbia que hace dos meses no exist¨ªa. Desde el lado europeo se observa la peor cara del continente: refugiados en camillas, agentes ensangrentados, piedras, concertinas y gas lacrim¨®geno. Una cortina de humo en el horizonte. La revuelta acaba con 29 inmigrantes detenidos. Al d¨ªa siguiente, simplemente, buscan otro camino. Encuentran una grieta en Tovarnik en la frontera entre Serbia y Croacia. Llueve, los senderos se convierten en barrizales y corre una brisa fr¨ªa bajo un cielo amenazador.
Comienza el oto?o y, bajo una bandera azul con estrellas, los reci¨¦n llegados construyen caba?as con pl¨¢sticos y cartones para guarecerse. El lugar parece la materializaci¨®n del desastre humano. Hace un rato se ha detenido un tren vac¨ªo y, por lo que queda en el suelo, se puede intuir el millar de personas lanz¨¢ndose al abordaje, los gritos y los tirones, la lucha cuerpo a cuerpo por acercarse a su destino, abandonando sus posesiones sobre las piedras de granito.
En la trasera de la estaci¨®n se abre un caminito entre cultivos. Huele a heces porque se ha convertido en el retrete. El sendero, en un kil¨®metro, se transforma en Serbia. Y de all¨ª llega un goteo incesante. Como si vinieran de dar un paseo, pero con su vida a cuestas. Lo que m¨¢s impresiona no son los varones j¨®venes, que son mayor¨ªa. Sino la cantidad de ni?os. A hombros de sus padres. Colgados en mochilas. Correteando. Una embarazada resopla en chanclas, con las manos sobre el vientre y fango hasta las rodillas.
En la estaci¨®n, se ve un muro donde cuelgan retratos de desaparecidos. Al lado, una familia se recuesta junto a un fuego. Uno de ellos, veintea?ero, habla ingl¨¦s. Dice que es el primer d¨ªa de fr¨ªo. Pronto llegar¨¢ el invierno. Vienen de Idlib, cerca de Alepo. Son 12 viajando juntos, vivieron un tiempo en Beirut, pero ahora all¨ª necesitan papeles, y L¨ªbano, dice el chico, ¡°is no good¡±. Sentencia: ¡°All Arabic countries, no good¡±. Luego muestra su carn¨¦ de estudiante de Econ¨®micas. Salieron hacia Europa hace cinco d¨ªas. Su destino: ¡°Alemania¡±. Y a?ade: ¡°No necesitamos dinero. Necesitamos¡¡±. No acaba la frase. Alza los brazos, qui¨¦n sabe si refiri¨¦ndose a un techo o a un cielo sin bombas.
La estaci¨®n se ha vuelto un hormiguero de gente enclaustrada. Muchos, quiz¨¢ 300, forman un revuelo ante unas vallas de contenci¨®n. Al otro lado se despliegan cuatro filas de polic¨ªas con casco y chalecos antibalas. No se trata de la frontera. S¨ª parece su materializaci¨®n. La l¨ªnea divisoria. Dentro o fuera de Europa. Un lugar donde se escucha el llanto de ni?os. Y gritos de auxilio. Y hay manos alzadas. Y rostros de asfixia. Y la lluvia comienza a hacer pesados y heladores los abrigos. Los agentes dan paso de dos en dos. El altavoz pide calma. A los polic¨ªas se les ve tensos. Entra una ni?a y mira atr¨¢s porque su familia sigue al otro lado. Llora entre los muslos de un antidisturbios. Los agentes gritan: ¡°?De dos en dos!¡±. Y un adolescente mira atr¨¢s: ¡°?Mi hermano!¡±. Contestan: ¡°?De dos en dos!¡±. Y entra una joven con un beb¨¦. Y solloza porque se ha dejado la mochila con los biberones. ¡°?Ah¨ª est¨¢!¡±, se?ala hacia el centenar de ojos. Sobre las cabezas, un cr¨ªo a hombros mira sereno la escena. Cuando le franquean el paso, el peque?o Ryat Ibrahim, de 5 a?os, sigue callado junto a sus hermanas, a los pies de su madre. Hanin es la mayor. Tiene 10 a?os. Y hace de int¨¦rprete, orgullosa. ¡°He aprendido ingl¨¦s en el colegio¡±. Con los ojos de color azul el¨¦ctrico, la cara sucia, las u?as pintadas de rosa, cuenta que dejaron su casa en Al Hasakah, a un paso de Irak y Turqu¨ªa, hace ocho d¨ªas. Llevan dos aqu¨ª. Han dormido en una tienda. Quieren ir a Suecia, donde su t¨ªa ha logrado asentarse. Su padre sigue en Siria. Ten¨ªan una farmacia. ¡°No pharmacy. Bomb¡±, dice, y los polic¨ªas le ordenan que prosiga.
Un poco m¨¢s adelante, los suben en autobuses. Desde una granja, un reba?o de ovejas observa la operaci¨®n con ojos bobos. Tras los veh¨ªculos se abre una explanada donde quedan tiendas vac¨ªas, meci¨¦ndose al viento, de los primeros que tomaron esta ruta y hoy se encuentran a las puertas de Eslovenia. En la pradera queda la caseta de M¨¦dicos Sin Fronteras. El jefe de la delegaci¨®n cuenta que ha enviado emisarios a distintas fronteras. Intentan prever movimientos. Llegaron desde R?szke. Y las rutas se extienden ahora como ra¨ªces. Seg¨²n sus informaciones, a los refugiados no los trasladan a Eslovenia, sino a Hungr¨ªa. Ni los conductores de autob¨²s conocen su destino: ¡°Un polic¨ªa les da un papelito y se ponen en marcha¡±.
Al lado, voluntarios centroeuropeos trajinan en unos tenderetes. Moritz, un alem¨¢n, cuenta que se han organizado a trav¨¦s de un grupo de Facebook creado por estudiantes de Viena. Son m¨¢s de 50. Han recibido donaciones, viajado hasta aqu¨ª y repartido comida, agua y ropa. Opina que la organizaci¨®n de los Estados est¨¢ resultando insuficiente.
Siguiendo hacia el centro del pueblo hay m¨¢s autobuses: 19 en total, todos llenos. Descienden refugiados para estirar las piernas y hacer sus necesidades. Por la acera hedionda se llega al Ayuntamiento de Tovarnik, cuyo edificio se encuentra frente a un tiovivo porque ma?ana celebran la fiesta local: matan el cerdo y lo asan, y abren las puertas de casa e invitan a los vecinos. El escudo del pueblo, grabado en las ventanas del Consistorio, lo forman dos espigas de trigo y un rastrillo. Atiende el vicealcalde, Jasmin Budinski, de 38 a?os, exhausto. Da el ¨²ltimo parte: 25.000 personas en cuatro d¨ªas (a ese ritmo sumar¨ªan 2,2 millones en un a?o). ¡°Nunca he visto nada similar¡±, confiesa. ¡°La UE no est¨¢ preparada para esto¡±.
Ellos se lo olieron. ¡°Cuando Hungr¨ªa comenz¨® a construir la valla, supimos que vendr¨ªan¡±. Muchos, en este pueblo de 1.700 personas, se han lanzado a ayudar. Destaca la aportaci¨®n del dentista, de origen sirio. Lleg¨® hace 30 a?os, se cas¨® con una local. Ha estado haciendo de int¨¦rprete calmando a la gente con un meg¨¢fono. Hoy, finalmente, se ha derrumbado ya sin voz en la garganta. El dentista cre¨ªa al principio que solo ven¨ªan de Siria. Pero los inmigrantes le dijeron: ¡°No te entendemos¡±. Porque vienen de Ir¨¢n, Afganist¨¢n¡ Solo el 20% son sirios, seg¨²n el vicealcalde (un 29%, seg¨²n Eurostat). A?ade que, en tiempos, los otomanos llegaron tambi¨¦n a la zona. Conservan algunas palabras. Igual que los edificios exhiben balazos de la guerra de los Balcanes. Vukovar, s¨ªmbolo de la contienda, est¨¢ aqu¨ª al lado. En los confines siempre acaban apareciendo cicatrices, ese eterno choque de civilizaciones.
Anochece en la estaci¨®n y las personas hablan en susurros. Huele a le?a. Las hogueras se multiplican. Los refugiados persisten ante las vallas. Empapados, una decena de hombres comienza a cantar y su balada suena melanc¨®lica y herida, y todos parecen enmudecer alrededor. Abo Walid abraza a su esposa. Explica que es una canci¨®n tradicional, la historia de una muchacha que huye de casa para vivir su primer amor. Luego Walid habla de la ¨²ltima bomba: cay¨® a 15 metros de su hogar, en Latakia. El Ej¨¦rcito Libre Sirio, cuenta, descarga ahora sobre la ciudad. Y all¨ª han empezado a desembarcar tambi¨¦n los rusos.
Entre la gente, surge un tipo cargado con ropa de abrigo para beb¨¦s. Quiere entregarla en mano. Cuenta que naci¨® en esta tierra. Formaba parte del Ej¨¦rcito croata. Lo dej¨® cuando supo que lo enviar¨ªan a la frontera para lidiar con los refugiados. Dice que llor¨® al verlos en televisi¨®n. Se?alando al campo, en la negrura, recuerda c¨®mo de ni?o, en la guerra, vivi¨® un tiroteo y se ocult¨® entre maizales. Se perdi¨®, pas¨® tres meses vagando. Ten¨ªa seis a?os. Cruza el umbral de la tienda de lona. En su interior hay una treintena de madres y ni?os. Se oye su respiraci¨®n tranquila. Duermen. Recuerda a un ¨²tero materno. Un espacio de paz en este sinsentido.
Diez d¨ªas despu¨¦s de esta escena, Vlad¨ªmir Putin acude a la Asamblea General de la ONU. Con el rublo y el petr¨®leo hundidos, y su econom¨ªa tocada por las sanciones tras la guerra en Ucrania, el presidente ruso habla de la situaci¨®n en Siria, en Libia, en Irak. Pregunta a Occidente: ¡°?Os dais cuenta ahora de lo que hab¨¦is hecho?¡±. Y propone una alianza, al estilo de la que derrot¨® a Hitler, para vencer al ISIS. ¡°Y as¨ª, queridos amigos, no ser¨¢n necesarios m¨¢s campos de refugiados¡±. Cuarenta y ocho horas m¨¢s tarde empieza a bombardear en Siria. El r¨ªo de refugiados se vuelve m¨¢s intenso. Y suenan ya de fondo los tambores de una nueva guerra fr¨ªa.
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El enemigo invisible
Frontera de Polonia, Lituania y Estonia.
Tras la anexi¨®n rusa de Crimea y el conflicto en Ucrania, la OTAN aprueba el mayor refuerzo desde la ca¨ªda de la URSS y redobla su presencia en el este de Europa. Entre tanques, barro y artiller¨ªa pesada de la Alianza, asoma los dientes una nueva guerra fr¨ªa. De Polonia a Estonia, un viaje a los confines donde resurge el miedo a Mosc¨² y los refugiados son otros: huyen de las viejas rep¨²blicas sovi¨¦ticas.
El soldado lituano apunta con el rayo l¨¢ser. Tres jets h¨²ngaros atraviesan el cielo. En la radio se oye: ¡°Bomba sobre el objetivo¡±. Hay instantes de silencio, como si esper¨¢ramos una explosi¨®n que no llega. Y de pronto suena un m¨®vil. Primero la vibraci¨®n. Luego la voz de Bruce Springsteen contra la guerra de Vietnam, contra todas las guerras: ¡°War! What is it good for? Absolutely nothing. Say it again!¡±. El uniformado cuelga y mira alrededor como si no fuera con ¨¦l. Llueve en los confines de Europa. En Lituania, a ocho kil¨®metros de Bielorrusia, 2.000 efectivos de nueve pa¨ªses de la OTAN juegan a la guerra contra un enemigo ficticio. No es Rusia, pero se le parece tanto que da miedo. Lo llaman ¡°Redland¡±. Viene del este. Y una milicia insurgente los apoya en la invasi¨®n de un territorio que les perteneci¨® en otro tiempo. Un capit¨¢n lituano aporta uno de los objetivos de este teatro: ¡°Mostrar que es mejor que no vengan nunca¡±.
Tras la ocupaci¨®n de Crimea y la guerra en Ucrania, en 2014, la OTAN se ha propagado en la frontera este de la UE. Se han multiplicado los ejercicios. Desplegado tanques. Aviones. Radares. De Rumania a Estonia, se han abierto cuarteles. Estados Unidos, Reino Unido y Canad¨¢ han aprobado desembarcos millonarios. Y el lenguaje se ha vuelto duro como la artiller¨ªa pesada. Si la anexi¨®n rusa de Crimea fue el primer caso de ¡°un pa¨ªs tomando una porci¨®n de otro desde la II Guerra Mundial¡±, la OTAN ha respondido con ¡°el refuerzo m¨¢s significativo desde la Guerra Fr¨ªa¡±. Hay 40.000 soldados listos para reaccionar de inmediato. ¡°La amenaza no es inminente, pero tenemos que estar seguros de que podemos defender a cualquier aliado¡±, asegura Alexander Versh?bow, vicesecretario general de la OTAN.
Los tiros de fogueo forman parte del nuevo escenario. Y en este pedacito de bosque lituano, donde se pasean mort¨ªferos Bradley estadounidenses y caen paracaidistas del cielo, todo el mundo se refiere a Rusia con un gesto hacia la arboleda. Tan cerca que basta para que uno entienda. Simulan la aplicaci¨®n del art¨ªculo 5 del tratado: un ataque contra un aliado es un ataque contra todos y activa la defensa colectiva. Uno de los oficiales explica el desencadenante de esta batalla ficticia: ¡°En el principio fue Donb¨¢s [la regi¨®n ucrania asediada por separatistas prorrusos]¡±.
pulsa en la fotoOficiales canadienses en el cuartel general del ejercicio Iron Sword, en Lituania.Carlos Spottorno
Lituania, como Ucrania, fue una de las primeras rep¨²blicas en saltar del barco sovi¨¦tico en 1991. Pero, a diferencia de Kiev, los pa¨ªses b¨¢lticos pasaron de ser la linde occidental de la URSS a convertirse en la frontera este de la UE y aliados fervorosos de la OTAN. Para esta gente, hablar del pasado significa rememorar fantasmas muy reales. A Mantas Adomenas, de 43 a?os, le gusta comparar aquella vida sovi¨¦tica con el libro 1984: ¡°Tal cual era, as¨ª de gris¡±. Su abuelo, partisano, pas¨® a?os escondido en estos campos por donde circula la camioneta. El veh¨ªculo brinca y Adomenas, experto en fil¨®sofos presocr¨¢ticos y miembro del Parlamento lituano, cuenta que ha venido al ejercicio Iron Sword para defender su bandera. ¡°Tras los eventos de Ucrania¡±, dice, se alist¨® en la Guardia Nacional, un grupo de voluntarios del Ministerio de Defensa con mucho predicamento en el este. ¡°Ucrania ha sido un catalizador¡±, prosigue. ¡°Hemos de estar preparados. Son capaces de cualquier cosa¡±.
La camioneta se detiene. Adomenas desciende con torpeza. Y bajan tres supervisores estadounidenses de un salto. Un rato antes, en el cuartel general, escuchaban las explicaciones de un oficial lituano en la sala de ¡°operaciones psicol¨®gicas¡±, donde simulan la propaganda del enemigo ficticio, ¡°los separatistas¡±, que editan un diario pro-Redland (¡°los malos¡±), toman rehenes y matan a los l¨ªderes de la resistencia. Y su emblema es un ¨¢guila bic¨¦fala.
Por caminos de barro, uno de los supervisores dice: ¡°Aprendimos mucho de Crimea¡±. Hay tanques vigilando el paso. Checos camuflados. Brit¨¢nicos al final del sendero. En el bosque surge el ¡°centro de mando t¨¢ctico¡± y un oficial explica: ¡°La misi¨®n es destruir al enemigo. Recuperar el territorio de un pa¨ªs de la OTAN¡±. Sobre una loma, el teniente coronel Johnny Evans lidera un batall¨®n de 700 estadounidenses reci¨¦n aterrizados en el este: ¡°Es un sue?o trabajar con nuestros aliados para disuadir una agresi¨®n rusa¡±.
Esa noche comienzan los disparos. Se oyen r¨¢fagas en la oscuridad, mientras algunos militares lituanos comparten un trago en la base y exhiben sin tapujos su visi¨®n sobre Rusia. De entrada, recomiendan visitar el museo del genocidio en Vilna, una antigua prisi¨®n del KGB, con sus salas de tortura intactas. Dicen conocer los planes expansionistas del viejo imperio. Existe un patr¨®n: Chechenia, luego Georgia. Despu¨¦s, Ucrania¡ Y ah¨ª est¨¢n ellos, los lituanos, encajonados entre Bielorrusia y Kaliningrado, un enclave que Rusia conserva desde 1945. Son un obst¨¢culo insignificante. ?Qui¨¦n les asegura que las tropas del Kremlin no cruzar¨¢n un d¨ªa, igual que en Crimea? ¡°?Si vienen los rusos, pelear¨¦ hasta la ¨²ltima gota de mi sangre!¡±, exclama por la ma?ana Gintas Mauricas mientras conduce hacia las trincheras. Aparca junto a los Bradley, donde soldados estadounidenses visten un peto con sensores. Sus rifles no disparan munici¨®n. Emiten un l¨¢ser. Si los alcanzan, sonar¨¢ una alarma. Se reparten por el follaje. Apuntan a los ¨¢rboles. Silencio. ¡°?Has o¨ªdo algo?¡±. En alguna parte debe de andar el enemigo invisible.
Mientras, un poco m¨¢s al norte, en Letonia, las cabezas pensantes de la OTAN repelen otra invasi¨®n desde zona rusa (¡°Bothnia¡± en la ficci¨®n) y simulan el despliegue del Cuerpo de Reacci¨®n R¨¢pida desde una base a¨¦rea cerca de Riga, la capital. Unos 1.700 soldados de 21 pa¨ªses circulan entre sacos terreros y concertinas. El d¨ªa de acceso a la prensa, el ejercicio Arrcade Fusion ha concluido. El staff destruye documentos clasificados y los generales se explican ante los medios: ¡°Hemos venido para mostrar que estaremos preparados en tiempos de necesidad¡±. Han puesto a prueba, por ejemplo, los flamantes cuarteles de la franja este, donde la OTAN no cuenta con bases permanentes.
Junto a la pista de aterrizaje, en el interior de unos tr¨¢ileres, ocho tipos escrutan pantallas. Lo llaman Proyecto DARS; a¨²n en fase de pruebas. Forma parte de la filosof¨ªa de desembarco ¡°rotatorio¡±: han llegado en camiones desde Italia. Se han conectado a la red de defensa y cruzan la informaci¨®n con la que proporciona el AWACS, un avi¨®n con un inmenso radar. En 2014 comenz¨® a coser la frontera rusa. Ahora vuela entre Lituania y Letonia. ¡°Nosotros tenemos un l¨ªmite¡±, dice un capit¨¢n. ¡°El AWACS lo aumenta 250 millas¡±. Casi hasta Mosc¨². Esta ma?ana detectaron un avi¨®n militar ruso bordeando el espacio a¨¦reo europeo. Fueron a su encuentro los jets h¨²ngaros. Siete d¨ªas despu¨¦s, Turqu¨ªa derrib¨® un caza ruso tras una maniobra similar en la frontera siria. Los de aqu¨ª despegan de Kaliningrado.
Ese enclave es una rareza hist¨®rica de la II Guerra Mundial. El ¨²nico territorio de Mosc¨² en el B¨¢ltico donde las aguas no se hielan en invierno. Su salida m¨¢s directa al Atl¨¢ntico. Una plaza militarizada. Fue la capital de Prusia Oriental. Y all¨ª naci¨®, pens¨® y muri¨® Kant. Hoy, el ap¨¦ndice linda con Polonia, Letonia y Lituania. El a?o pasado, el Kremlin asegur¨® que responder¨ªa a la presencia de la OTAN desplazando all¨ª misiles capaces de llegar a Berl¨ªn. Un mes despu¨¦s, Polonia levant¨® torres de vigilancia en su linde con Kaliningrado. A los pies de una de las torres, de 50 metros, sopla un viento fr¨ªo. Y la teniente Aleksandrowicz, guardia de fronteras polaca, asegura: ¡°No tienen relaci¨®n con la situaci¨®n con Rusia¡±. Sus c¨¢maras t¨¦rmicas, dice, solo detectan cruces ilegales. Pero apenas hay casos. Los ¨²ltimos: una familia de Armenia.
Aqu¨ª los refugiados son otros y cuentan historias del viejo imperio y del expansionismo de Putin. En la ciudad polaca de Biala Podlaska, a las puertas de Bielorrusia, se ha habilitado un centro donde aguardan tayikos, georgianos, uzbekos¡ La mayor¨ªa de sus 160 internos son musulmanes de antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas. En una habitaci¨®n se encuentra un tractorista checheno llamado Islam. Tras dos guerras, con Putin en el Kremlin, su pa¨ªs volvi¨® a depender de Mosc¨² en 2003. El tractorista tiene ojeras. Sus cuatro hijas miran desde la cama. Prefiere evitar la pol¨ªtica. Habla fugazmente de encapuchados que entran en las casas y se llevan a la gente. ¡°No sabemos qui¨¦nes son¡±, dice. ¡°Solo sabemos que hablan ruso¡±. Y describe as¨ª las puertas de Europa: ¡°Una frontera del mundo peligroso al mundo seguro¡±.
Atravesamos esa barrera hacia Lviv (Ucrania), a un paso de Polonia. Lleva horas cruzar: el mundo sin Schengen; conviene no olvidarlo. Y hasta un cafet¨ªn, entre t¨¦ y baklavas, llegan ecos de la guerra. Benver Bekizov viene de Yalta, en Crimea. Es un refugiado t¨¢rtaro. Escap¨® tras la anexi¨®n de Mosc¨² y la paliza que le dio un grupo de prorrusos. Huy¨® con su familia ¡°lo m¨¢s lejos que se puede estar de Rusia sin salir de Ucrania¡±. Y quiz¨¢ desde aqu¨ª puedan llegar a la UE.
En Lviv viven 3.500 desplazados de Crimea; y otros 8.000 huidos del frente en el este. La guerra en Ucrania no es un juego. Hasta diciembre, seg¨²n la ONU, hab¨ªan muerto 9.100 personas, y la situaci¨®n era ¡°altamente inflamable¡± a pesar del alto el fuego. Seg¨²n el miliciano Maryan Havryliv, ¡°no ha habido un d¨ªa sin disparos¡±. Muestra en su m¨®vil c¨®mo le qued¨® el rostro tras ser apaleado en el Euromaid¨¢n: una masa sanguinolenta. Era fot¨®grafo. Repuesto, march¨® al este. Se uni¨® a un batall¨®n de voluntarios. Regresa ma?ana. Y se despide: ha de informar a unos padres de que su hijo ha muerto en la batalla. Fuera caen las primeras nieves.
A trav¨¦s de carreteras heladas se llega a una antigua base sovi¨¦tica a 15 kil¨®metros de Polonia. Aqu¨ª desembarcaron en verano 300 militares de Estados Unidos y 150 canadienses para formar a soldados ucranios. Resulta raro ver a los americanos en tanquetas de la Guerra Fr¨ªa. Sus operaciones han pasado inadvertidas. Al poco de llegar, Rusia comenz¨® los bombardeos en Siria. Y los medios de comunicaci¨®n dejaron de mostrar inter¨¦s. ¡°Ucrania dej¨® de existir¡±, dice un canadiense. Y compara la situaci¨®n con una gran partida de ajedrez: ¡°Este pa¨ªs es solo una casilla¡±.
A media ma?ana, soldados ucranios salen de dos en dos a la trinchera, toman una granada, quitan la anilla y la lanzan. ?Bum! El comandante canadiense explica que muchos de sus 140 alumnos vienen de Donb¨¢s. ¡°El plan es que regresen al frente¡±. A su lado, el mayor ucranio Bruttsky da su visi¨®n sobre esta guerra: ¡°Es como una barrera: Rusia a un lado; Europa al otro. Luchamos para mantener esto¡±. Y desde aqu¨ª uno intuye c¨®mo Mosc¨², en su zona de influencia, mueve tambi¨¦n sus peones.
Hay un lugar en Estonia donde esa barrera se manifiesta de forma perfecta. Dos fortalezas cara a cara. Rusia frente a Europa. Y un r¨ªo en medio. El ¡°precipicio entre dos mundos¡±, lo describe el ministro de Defensa estonio. En Narva, la ciudad que queda en la UE, el 95% de sus 60.000 habitantes son de origen ruso. A medio camino entre Tallin y San Petersburgo, sigue en pie una estatua de Lenin, todas las avenidas parecen confluir en el paso fronterizo y se suceden hileras de bloques sovi¨¦ticos. ¡°Es un pa¨ªs dentro de un pa¨ªs¡±, dice una oficial de fronteras.
¡°Hay que recordar qui¨¦n la reconstruy¨®¡±, cuenta Roman mientras pesca en el lago Peipus, al sur de la ciudad. Sobre la superficie helada asoma el general invierno. El pr¨ªncipe ruso Alexander Nevsky fren¨® aqu¨ª la invasi¨®n teutona del siglo XIII y Eisenstein rod¨® una pel¨ªcula de aquella batalla sobre el hielo cuando Hitler lustraba sus botas.
En la orilla europea, Roman lanza el sedal al agujero. Pica un pez y boquea en el hielo. ?l es ruso. Reside en Narva. Trabaja en la central el¨¦ctrica. Sus padres se instalaron despu¨¦s de 1945. La mayor¨ªa de sus habitantes hab¨ªan muerto o huido. Llegaron de toda Rusia y, al caer la URSS, se quedaron. Por si acaso, el Gobierno estonio organiz¨® aqu¨ª el desfile de independencia tras estallar la guerra en Ucrania. Tanques estadounidenses marcharon a unos metros de Rusia. El pescador, tras la charla, saca una botella de aguardiente y lo sirve en vasos con una inscripci¨®n: CCCP.
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La ¨²ltima frontera
Frontera de Finlandia.
Finlandia se ha convertido en el final de trayecto para miles de refugiados. Como si fuera una met¨¢fora de toda Europa, este pa¨ªs de cinco millones de habitantes, paradigma del Estado del bienestar, se enfrenta a un desaf¨ªo desconocido: integrar los inmigrantes que comienzan a llegar hasta el punto m¨¢s extremo de la UE.
Cuando el morro del avi¨®n pasa besando Rusia, desde lo alto se ve la l¨ªnea divisoria en el bosque. Y una larga fila de camiones. En ese atasco termina Europa. La nave da media vuelta y regresa a la base de la Guardia de Fronteras en Helsinki. Planea sobre el B¨¢ltico y se ve el hielo craquelado ah¨ª abajo. Equipada con radares y visores t¨¦rmicos, la tripulaci¨®n cuenta c¨®mo han fotografiado submarinos y fragatas rusas, parte de su funci¨®n como vigilantes de la frontera exterior m¨¢s larga de la UE: 1.340 kil¨®metros con Rusia. Tambi¨¦n han viajado al Mediterr¨¢neo bajo el paraguas de la agencia europea Frontex. A enfrentarse a un drama hasta hace poco lejano. Hablan del d¨ªa en que avistaron una patera en M¨¢laga; de patrullas en Lampedusa; ahora mismo una embarcaci¨®n del cuerpo se dirige a Grecia. ¡°Hay mucha presi¨®n en el sur¡±, dice Kenneth Rosenqvist, al mando del equipo. ¡°Los pa¨ªses no pueden con ello. Nuestra obligaci¨®n es ayudar, si tenemos los recursos¡±.
Algo empez¨® a cambiar hace poco. En octubre, los refugiados comenzaron a entrar en Finlandia desde Suecia. Llegaron 32.150. Y de golpe esta naci¨®n de 5,4 millones de habitantes se convirti¨® en la cuarta de la UE con mayor proporci¨®n de solicitantes de asilo; y en la que mayor incremento registr¨® con respecto a 2014: un 822%. Sin necesidad de mecanismos de redistribuci¨®n, un sistema ancestral los condujo hasta un territorio donde el PIB per capita casi duplica al griego, se codea con el germano, y cuentan con uno de los mejores sistemas educativos del mundo. ¡°Lo hemos estado esquivando mucho tiempo¡±, prosigue el guardia de fronteras. ¡°Ahora ya no tenemos opci¨®n. Su integraci¨®n causar¨¢ tensiones. Lo veremos en el futuro¡±. Y mientras el avi¨®n sigue rumbo a un sol p¨¢lido, las fisuras en el hielo se extienden por todas partes como una met¨¢fora.
Diez ni?os salen a la calle, cubiertos con monos de esqu¨ª y pasamonta?as. Pisan la nieve. La cogen con las manoplas. Se la lanzan. Los rega?an en un idioma que no entienden, y se colocan en fila. Dejan atr¨¢s el vaho de su respiraci¨®n y el edificio de la escuela. Remontan calles algodonadas y a 24 grados bajo cero. Un hilillo de luz en el horizonte. Son cerca de las dos de la tarde y anochece en la ¨²ltima frontera. M¨¢s all¨¢, solo Rusia o el ?rtico. Estos cr¨ªos han cruzado una decena de pa¨ªses hasta llegar aqu¨ª. Slav Shokri, por ejemplo, que tiene siete a?os, sali¨® de Alepo cuando ten¨ªa tres, vivi¨® otros tres en Turqu¨ªa, y en octubre cruz¨® el Egeo en una balsa. A miles de kil¨®metros de all¨ª, en la habitaci¨®n que comparte hoy con sus padres y hermanos, en un viejo hospital para tuberculosos en Siilinj?rvi, hay un recorte de peri¨®dico en la pared. Dice: ¡°Personas en busca de un lugar seguro empiezan el colegio esta semana¡±. En la foto, aparece ella en su nuevo pupitre. Esta ma?ana, el profesor de Educaci¨®n F¨ªsica le ha ense?ado a colocarse los patines de hielo. Y sus padres, en la estancia, explican qu¨¦ significa Europa para ellos: ¡°Futuro para nuestros hijos. Derechos humanos. El lugar donde estas cosas son reales¡±.
pulsa en la fotoUno de los reclutas, Niko Peltoniemi, se enfrenta a su primera noche a la intemperie a 30 grados bajo cero.Carlos Spottorno
El padre no olvida un solo pa¨ªs en su recuento: ¡°Grecia. Macedonia. Serbia. Hungr¨ªa. Austria. Alemania. Suecia. Finlandia¡±. Complet¨® el viaje en 26 d¨ªas con los dos hijos mayores. Su esposa sali¨® despu¨¦s con otros cinco hijos y rememora una Hungr¨ªa blindada, y el desv¨ªo por Croacia. Atravesaron un pueblo fronterizo. Con estaci¨®n de tren. No recuerda su nombre. Tovarnik, quiz¨¢: ¡°Hab¨ªa muchas tiendas, y est¨¢bamos todos mezclados. Pasamos mucho fr¨ªo¡±. El d¨ªa que se reencontraron, en Finlandia, Slav, la menor de los hermanos, se lanz¨® sobre su padre y rompieron a llorar en este mismo cuarto. Llevaban dos meses sin verse. La madre se pasa un pa?uelo por los ojos. La estancia, con los cr¨ªos en la escuela, se encuentra en silencio. En un poyete junto a la ventana se entrelazan una bandera finlandesa y otra kurda.
Cerca de all¨ª, una pintada indica que nos acercamos a otro centro de acogida: ¡°Refugees out!¡±. El edificio es un antiguo asilo. Aqu¨ª duermen 130 varones, en su mayor¨ªa iraqu¨ªes. Y acaba de comenzar la clase de fin¨¦s. Profesoras voluntarias sonr¨ªen a hombres de piel tostada. ¡°Min? tanssin [me gusta bailar]¡±, dice la maestra, mueve los hombros y los chicos r¨ªen. ¡°Min? maktustaa [yo viajo]¡±, y ya no r¨ªen tanto. Muchos cargan con un ¨¦xodo aterrador. Muestran escaras terribles. Pero, a diferencia de los europeos, hablan de la UE como si fuera un solo pa¨ªs: ¡°A free country¡±.
Mientras los j¨®venes juegan al pimp¨®n, Naji Habeeb, un exbombero iraqu¨ª, cuenta que dej¨® su tierra el d¨ªa que le propusieron unirse a una milicia. ¡°Ten¨ªa dinero¡±, dice. ¡°Y trabajo¡±. Juha Huttunen, directivo en la organizaci¨®n que gestiona el centro, le propone ser bombero voluntario. El iraqu¨ª se cuadra: ¡°Estoy listo¡±. En la ONG, le han estado dando vueltas a este tipo de ideas. Podr¨ªan retirar nieve de casas aisladas: tendr¨ªan algo que hacer y los locales lo ver¨ªan con buenos ojos. Pero en este pa¨ªs garantista, siempre a falta de un permiso, cuesta arrancar iniciativas. Huttunen confiesa que les ha pillado con el pie cambiado. ¡°Somos un pa¨ªs arbusto¡±, dice. Aislados, protegidos por la naturaleza y el idioma, antes de la oleada resid¨ªan 220.000 extranjeros; tantos como desembarcaron en Grecia en octubre.
¡°Es el mayor reto desde la II Guerra Mundial¡±, seg¨²n ?Katja Hedberg, experiodista del Savon Sanomat, hoy empleada en la ONG. Tras aquel conflicto, Finlandia perdi¨® tres pedazos que hoy pertenecen a Rusia; 400.000 personas abandonaron su hogar. ¡°Y los acogimos¡±. Muchos comparan ambas situaciones. Tambi¨¦n en Europa. Pero tras la violenta Nochevieja en Colonia, la tensi¨®n ha crecido. En Alemania se pas¨® del ¡°Refugees welcome¡± al ¡°Rapefugees unwelcome (juego de palabras entre violaci¨®n y refugiado)¡±. Aqu¨ª, montraron un curso sobre g¨¦nero. Y un somal¨ª, casado con una n¨®rdica, explic¨® a los extranjeros que el sexo forzado significa c¨¢rcel. Tambi¨¦n si se trata de tu esposa. Se han incendiado centros. Y creado patrullas ciudadanas de est¨¦tica neonazi. Hijos de Od¨ªn es la m¨¢s conocida. La esperanza, a juicio de Hedberg, est¨¢ en la escuela: ¡°Hace 100 a?os ¨¦ramos un pa¨ªs pobre. Todo lo hemos conseguido con la educaci¨®n. Seas rico o pobre, aqu¨ª todos van al colegio¡±.
Poco a poco, ces¨® el flujo de entradas desde Suecia, a medida que se cerraban las fronteras interiores de la UE. Pero en noviembre se produjo otro hecho ins¨®lito: llegaron por el c¨ªrculo polar. Desde Rusia. La ruta ¨¢rtica, bordeando el mar de Barents, sol¨ªa preocupar a Noruega (parte de la zona Schengen; no de la UE). Cuando Oslo ech¨® el cierre, buscaron otro camino. Y lo hicieron a bordo de bicicletas.
El extremo norte, en invierno, es un lugar inh¨®spito y crepuscular, donde los pueblos se publicitan: ¡°En mitad de ninguna parte¡±. En Ivalo, situada en el paralelo 68, y a 40 kil¨®metros de Rusia, se encuentra la base militar m¨¢s al norte de la UE. Y esta ma?ana, un centenar de reclutas ha salido sobre esqu¨ªs, con mochilas, un fusil al cuello y acarreando trineos. Han elegido voluntariamente este destino para realizar el servicio militar. La mayor¨ªa es de Laponia; ser¨¢ su primera noche a la intemperie. A 30 grados bajo cero, cavan en la nieve y arman tiendas con ramas. Se forman como vigilantes de la frontera en el norte. En tiempos dif¨ªciles, acudir¨ªan los primeros al muro. ¡°Muchos vienen buscando su l¨ªmite¡±, cuenta Mikko Heikkil?, comandante de la compa?¨ªa, mientras conduce hacia el escondrijo de la tropa. ¡°Y lo encuentran¡±.
El recluta Simonen Jere, de 18 a?os, tiene escarcha en las pesta?as. Nacido en Nuorgam, el pueblo m¨¢s al norte de Finlandia ¨Cy de la UE¨C, dice que no se siente europeo: ¡°Soy escandinavo¡±. En invierno trabaja despiezando renos. En verano, hace de gu¨ªa para pescadores. Dice: ¡°Esta compa?¨ªa es famosa por su dureza. Quer¨ªa ponerme a prueba. Veo esto como una tradici¨®n. Aunque muchos hablan ahora de si se podr¨ªa contrarrestar un ataque ruso, como hace 70 a?os¡±.
Rusia y Finlandia. Asunto complejo. El pa¨ªs no es miembro de la OTAN. Pero ha empezado a pens¨¢rselo. Ha incrementado su gasto militar un 8,9%, intensificando su colaboraci¨®n con la Alianza. Y el a?o pasado, el Gobierno envi¨® una carta a un mill¨®n de reservistas explicando d¨®nde acudir si son llamados a filas. En el B¨¢ltico, una de sus fragatas avis¨® con cargas de profundidad a un submarino sospechoso. Y mencionar todo esto parece desenterrar fantasmas. A¨²n levanta ampollas un discurso de su ministro de Defensa de 2007, cuando enumer¨® las tres principales amenazas para Finlandia: ¡°Rusia, Rusia, Rusia¡±.
En palabras del comandante Heikkil?: ¡°Las cosas han cambiado tras el conflicto en Ucrania. El problema de Rusia es que quiere convertirse en un h¨¦roe global¡±. En su despacho, cuelga un retrato del mariscal Mannerheim, que lider¨® con ayuda nazi a los finlandeses frente al Ej¨¦rcito rojo; y un mapa con las fronteras previas a la guerra. Se ve c¨®mo Alakurtti, localidad cercana, formaba parte de Finlandia. Hoy es rusa. Y el a?o pasado, Mosc¨² reactiv¨® all¨ª una base abandonada; form¨® parte de un mastod¨®ntico ejercicio ruso, que moviliz¨® a 80.000 tropas por su frontera oeste, del mar Negro al Polo. Un coronel finland¨¦s visit¨® la base hace poco, bajo el marco de la OSCE; 24 horas antes de entrevistarnos con ¨¦l, recibi¨® ¨®rdenes de cancelar el encuentro.
Lo m¨¢s cerca que uno puede llegar a Alakurtti sin salir de la UE es la tranquila localidad de Salla. Aqu¨ª est¨¢ el paso fronterizo que los rusos cruzan para visitar la casa de Santa Claus, en Rovaniemi. Y aqu¨ª comenz¨® ese extra?o fen¨®meno: el primer inmigrante en bicicleta apareci¨® en noviembre. Luego fueron centenares, la mayor¨ªa afganos. Pero de hasta 30 nacionalidades. Se prohibi¨® la entrada a pedales. Enseguida buscaron otra f¨®rmula. ¡°Las cosas pueden ser muy extra?as¡±, dice Matti Pekkala, al frente del puesto fronterizo, mientras mira un viejo Volga con el motor encendido. Ya no los apagan, por si no pueden volver a arrancarlos. El veh¨ªculo est¨¢ hecho trizas, todo sujeto con celo. Matr¨ªcula de Murmansk. Han reconvertido el parking en un cementerio de chatarra sovi¨¦tica. Quedan una treintena de tartanas cubiertas de nieve. Un raro museo de las migraciones. Igual que las balsas pinchadas en Lesbos, los pesqueros podridos en Lampedusa, las escaleras artesanas en la valla en Melilla. De ?frica al ?rtico, estos objetos explican los confines de Europa.
En los d¨ªas m¨¢s crudos del invierno, han entrado de este modo cerca de un millar de personas. Los seis ocupantes del Volga han llegado a la barrera, han bajado del coche y han sacado sus pasaportes sin decir una palabra. Vienen de Punjab, una regi¨®n india colindante con Pakist¨¢n. Y en la estancia donde aguardan a que comience el proceso de asilo, les recibe un folleto tur¨ªstico: sonr¨ªe Pap¨¢ Noel bajo una aurora boreal entre caracteres cir¨ªlicos.
Cuando a¨²n era verano, un alcalde ultraderechista en la frontera de Hungr¨ªa hab¨ªa defendido el muro europeo: ¡°Sus sue?os destruyen nuestros sue?os¡±. A 2.500 kil¨®metros de all¨ª, resuenan todav¨ªa sus palabras mientras llega un Lada con dos nigerianos y una familia afgana.
Carlos Spottorno ha contado con la Ayuda Fundaci¨®n BBVA a Investigadores Y Creadores Culturales 2015. La Fundaci¨®n BBVA no se responsabiliza de opiniones y comentarios incluidos en el proyecto.
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