Los a?os del linchamiento
Ocurre a menudo, los que se deshacen en elogios pasan al desprecio absoluto
Las chicas como yo quer¨ªan ser Chrissie Hynde. Las chicas como yo se cortaban la melena a capas y se pintaban el p¨¢rpado de un negro rotundo. Cerraban la puerta del cuarto del ba?o con cerrojo y bailaban Don¡¯t Get Me Wrong. Si hablo de las chicas como yo es porque creo que Chrissie Hynde fue una figura admirada por aquellas j¨®venes que no nos conform¨¢bamos con participar sino que aspir¨¢bamos a mandar. Eso es lo que me trasmit¨ªa aquella canci¨®n suya, Brass in Pocket, que se convirti¨®, a pesar de que su autora se rebela ante ese hecho, en el himno de una generaci¨®n de chicas.
Si ella consigui¨® a los 27 a?os ser l¨ªder de una banda, cuando era un terreno vedado a las mujeres, yo a la misma edad, una d¨¦cada despu¨¦s, dirig¨ªa mi programa en Radio 3. A veces, el realizador pinchaba esa canci¨®n y yo sent¨ªa una especie de inyecci¨®n de seguridad que me hac¨ªa superar mis miedos. Ahora lo llaman ¡°empoderamiento¡±, pero me resisto a usar el palabro y, por lo que le he le¨ªdo en entrevistas, la cantante huye como de la peste de ese tipo de lenguaje y de haberse convertido en un s¨ªmbolo. Esta mujer, que detestaba la ropa sexy para subirse a un escenario, impuso un estilo: el de la int¨¦rprete que no quiere atraer a los hombres ense?ando las tetas.
Mucho ha cambiado la cosa, hoy, Rihanna o Beyonc¨¦ tratan de ¡°empoderarnos¡± moviendo el culo. Lejos de m¨ª la intenci¨®n de censurar ni los culos ni a sus propietarias, pero la feminista Hynde estaba hecha de otra pasta. Si siempre hab¨ªa sido tosca con la prensa, el a?o pasado sus escasas ganas de agradar se transformaron en un cabreo negro. Vino a cuento su libro, Reckless. My Life as a Pretender, en el que hace balance de sus a?os liderando esa banda. Por un p¨¢rrafo de no m¨¢s de cuatro l¨ªneas quien hubiera sido ejemplar pas¨® a ser repudiada. Contaba Hynde que de muy jovencita acud¨ªa a los conciertos de rock en Cleveland, brujuleando entre los t¨ªos que se mov¨ªan alrededor de las bandas; en una de esas, bastante pedo, se fue con cinco de ellos a una casa abandonada. Y ah¨ª ocurri¨® la cosa. En su relato nunca aparece la palabra ¡°violaci¨®n¡±, porque ella cuenta haberlo vivido como una consecuencia l¨®gica de su temeridad y de las drogas. El linchamiento a la cantante fue inmediato. Todas las entrevistas se vieron empa?adas por lo que se consideraba una inaceptable culpabilizaci¨®n de la v¨ªctima. Al entrevistador de la radio p¨²blica americana le respondi¨® desabridamente: ¡°Yo estaba hablando de las drogas y la insensatez¡±.
Estos d¨ªas pasados, al periodista americano Gay Talese le ocurri¨® algo parecido. Estaba hablando en Boston ante, hasta ese d¨ªa, rendidos admiradores de sus reportajes, cuando alguien le pregunt¨® si se hab¨ªa sentido influido por alguna mujer en la singular manera de elegir sus historias period¨ªsticas. Este hombre de 84 a?os dijo que no, y explic¨® que cuando ¨¦l era joven las mujeres cultivadas no se sent¨ªan c¨®modas con canallas o delincuentes, que eran los tipos que a ¨¦l le interesaban. A?adi¨® que entonces admiraba m¨¢s a las mujeres como escritoras de ficci¨®n. A partir de ah¨ª se li¨®.
El hombre, ajeno a Twitter, volvi¨® a su casa en Manhattan ignorando que un batall¨®n considerable de odiadores llevaba 24 horas afirmando que no volver¨ªan a leer un puto reportaje de este hombre al que se le hab¨ªa visto el plumero. Ocurre a menudo, los que se deshacen en elogios pasan al desprecio absoluto: #novolverealeertemasgaytalese. Cierto es, lo tengo observado, que a nuestros periodistas j¨®venes no se les suele escapar el nombre de una mujer cuando se les pregunta por sus influencias. Y eso ocurre incluso con algunos que te han declarado su deuda en la intimidad. Ay. Pero el se?or Talese es octogenario y hablaba de otro tiempo, argumentaba una circunstancia sociol¨®gica y no desde?aba de ninguna manera a las mujeres. Lo que m¨¢s le doli¨® al venerable anciano es que una colaboradora del Times, tras hacerse un selfie con ¨¦l, escribiera: ¡°Es inevitable, tus ¨ªdolos siempre te decepcionan¡±.
Toda esta pol¨¦mica est¨¦ril solo sirvi¨® para obviar el verdadero acontecimiento de la semana: que el viejo Talese ha publicado un reportaje magn¨ªfico en The New Yorker, escrito a lo largo de d¨¦cadas, sobre un tipo que adquiri¨® un motel en Denver para espiar a sus clientes mientras manten¨ªan relaciones sexuales. Un reportaje de suspense donde ambos, el voyeur y el periodista, parecen rondar el delito. Pero como ancianos que son, viven ya con todos sus delitos prescritos. El pobre Talese (a todos nos duele ser vapuleados), declar¨®: ¡°Las redes sociales son malvadas. Lo que me ocurri¨® en Boston es vergonzoso, con toda esa basura flotando por ah¨ª sobre m¨ª que no es cierta¡±. As¨ª es, s¨®lo nos falta obligar a los viejos a escribir su propia vida a nuestra manera.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.