Sosos, feos y en retroceso: una topograf¨ªa cr¨ªtica de los espacios p¨²blicos en la era digital
Por Pablo S¨¢nchez Chill¨®n.
Si nadie le pone remedio, en una decena de a?os, los espacios p¨²blicos de muchas ciudades, especialmente en los pa¨ªses emergentes de Asia, ?frica y Am¨¦rica, desaparecer¨¢n para siempre, engullidos por nuevas l¨®gicas de crecimiento desordenado, privatizaci¨®n, ausencia de normativa de protecci¨®n o cuando no, de pura desidia colectiva, privando a los futuros habitantes de estas ciudades de uno de los pilares fundamentales de la vida comunitaria y la socializaci¨®n urbana. Y esto no lo digo yo, sino los solventes autores del Informe presentado por ONU-Habitat hace unos d¨ªas en Barcelona, en la conferencia tem¨¢tica de H¨¢bitat III sobre Espacio P¨²blico.
Este inquietante pron¨®stico, que pone ¨¦nfasis en un proceso de urbanizaci¨®n brutal en lugares como China o India, incide, en todo caso, en el alarmante retroceso que los espacios de aprovechamiento comunitario est¨¢ sufriendo en estos pa¨ªses al calor del pragmatismo pol¨ªtico (provisi¨®n eficiente de viviendas para la poblaci¨®n que emigra en masa a las ciudades), la urbanizaci¨®n descontrolada y la privatizaci¨®n del espacio compartido, cuyo testimonio m¨¢s elocuente tal vez lo constituyan las denominadas gated communities (comunidades cerradas), y que est¨¢n dando como resultado la supresi¨®n total de los espacios p¨²blicos o su producci¨®n estandarizada y acr¨ªtica, bajo criterios de pura funcionalidad a los que acompa?a, no pocas veces, una delirante impostura est¨¦tica y deshumanizadora.
En cualquier caso, el inc¨®modo augurio de ONU-Habitat, basado en elementos cuantitativos (metros cuadrados de espacios p¨²blicos en retroceso), pasa por alto la preocupante realidad que acontece en nuestras ciudades europeas, acostumbradas a ser utilizadas como modelo de buen urbanismo (t¨®mese, por todas, la deificada ¡°Ciudad Mediterr¨¢nea¡±), y que enfrentan ya, en el orden cualitativo, nuevos retos y problemas que apuntan al empobrecimiento de nuestra vida en comunidad. ?Qu¨¦ tal si desde la atalaya del buen urbanismo occidental hacemos un poco de autocr¨ªtica sobre el estado de nuestras ciudades?
Durante muchos a?os, al calor del reinado del autom¨®vil y de la voraz urbanizaci¨®n del territorio ¨C, y mientras los espacios centrales de nuestras ciudades incurr¨ªan en una delirio ic¨®nico y est¨¦tico (pongamos el ejemplo de las singulares rotondas de Vigo, cuyo pol¨¦mico ep¨ªgono lo constituye la recientemente inaugurada ¡°Barco-rotonda¡±), las periferias urbanas se llenaron de enormes espacios p¨²blicos no pisables y de lugares de transici¨®n totalmente hostiles al disfrute ciudadano y que conduc¨ªan a ninguna parte, incapaces de cumplir una m¨ªnima funci¨®n de escenario propicio para el encuentro personal.
Sea, por ejemplo, bajo la reproducci¨®n ubicua del dise?o de las denostadas Plazas Duras barcelonesas (enormes e inh¨®spitas extensiones de cemento sin arbolado ni mobiliario urbano), las desoladoras explanadas del Complejo Azca en Madrid (espacios comunes h¨ªper-vigilados y dise?ados bajo l¨®gicas de producci¨®n privada y en los que la sola imagen de un ni?o jugando con un bal¨®n provoca una desasosegante inquietud), los escenarios de h¨ªper-realidad que caracterizan los mastod¨®nticos Centros Comerciales (donde conviven, acr¨ªticamente, la est¨¦tica de la Venecia de las g¨®ndolas con la de la Invernalia de Juego de Tronos) o a trav¨¦s del hisp¨¢nico e irrepetible fen¨®meno de las Rotondas que tachonan nuestro territorio (magistralmente catalogadas por el proyecto Naci¨®n-Rotonda y que se convierten en lugares inaccesibles para el peat¨®n) el espacio p¨²blico urbano, como lugar de alteridad, intercambio y socializaci¨®n ha ido perdiendo calidad y esencia, volvi¨¦ndose prescindible por irrelevante.
Al proceso de erosi¨®n cualitativa de los espacios compartidos de las ciudades europeas, ha venido a sumarse en los ¨²ltimos tiempos, la irrupci¨®n de la tecnolog¨ªa como factor de transformaci¨®n de los par¨¢metros bajo los que se organiza la convivencia urbana, afectando, tambi¨¦n, al dise?o y utilizaci¨®n individual y colectiva de los lugares en los que ¨¦sta se produce, y que ha dado lugar, por ejemplo, al desuso y obsolescencia de las cabinas telef¨®nicas o los buzones de correos en nuestras ciudades.
As¨ª, ante un m¨¢s que evidente cambio de comportamiento de nuestra ciudadan¨ªa h¨ªper-tecnologizada que ha hecho de la conectividad permanente y la accesibilidad digital un nuevo atributo de la condici¨®n del morador urbano (cuando no, una servidumbre contempor¨¢nea), los espacios p¨²blicos, anta?o lugares propicios para el est¨ªmulo sensorial y la sublimaci¨®n de las esencias de las diversas comunidades urbanas que integran la ciudad, est¨¢n comenzando a perder su car¨¢cter de lugares de encuentro y socializaci¨®n espont¨¢nea, convirti¨¦ndose en no pocos casos en meros deambulatorios por los que transita (de un punto A a un punto B) una legi¨®n de zombies enganchados a una vibrante pantalla digital en un estado de inducida distracci¨®n total, indiferentes a la calidad, la belleza o la identidad del entorno urbano que les rodea.
Aunque la evaluaci¨®n del impacto de la tecnolog¨ªa en nuestra sociedad es materia f¨¦rtil para la lucha entre nuevos Montescos y Capuletos, (y cuando no fundamento de recurrentes visiones apocal¨ªpticas de quienes a?oran un idealizado y buc¨®lico entorno urbano ¡®pre-internet¡¯), parece evidente, con s¨®lo levantar la vista de nuestro tel¨¦fono, que nuestras ciudades est¨¢n sufriendo en sus propias carnes las alteraciones de los patrones de conducta de sus moradores, con efectos sobre elementales criterios de movilidad o seguridad vial y ciudadana (los zombies chocan con objetos y personas o pueden ser v¨ªctimas de un atropello) pero incidiendo tambi¨¦n, con id¨¦ntica intensidad, sobre cuestiones que ata?en a la planificaci¨®n, el dise?o y las decisiones sobre la necesaria jerarquizaci¨®n de los espacios p¨²blicos de la ciudad. ?Para qu¨¦ vamos a gastar presupuesto municipal en embellecer lugares p¨²blicos que nadie mira? ?Invertimos en columpios o en dotar a las plazas de una potente conectividad wifi? Y as¨ª hasta generar encendidos debates entre pragm¨¢ticos tecn¨®logos contempor¨¢neos y nost¨¢lgicos del balanc¨ªn.
En todo caso, aunque tal vez interese poco a quienes han hecho de la interpretaci¨®n de los h¨¢bitos de consumo y acci¨®n de los denominados Millennials una rentable profesi¨®n y medio de vida, hay datos que mueven a la reflexi¨®n sobre lo que est¨¢ pasando con nuestros espacios p¨²blicos, y en ¨²ltima instancia, con nuestra sociedad urbana. Sirva como muestra el reciente estudio del departamento de alergolog¨ªa del hospital de Gotemburgo que conclu¨ªa que nuestros ni?os de entre 5 y 12 a?os pasan ya menos horas al d¨ªa al aire libre que los presos comunes, y en concreto, un m¨¢ximo de 30 minutos al d¨ªa frente a los 60 minutos de los que disfrutan los reclusos. Desde luego, las causas ser¨¢n diversas, coyunturales y hasta justificables, pero parece probable que pasado el estado de severa contrici¨®n parental que estos datos suelen generar, estudios como el aludido podr¨¢n ser usados en el futuro como fundamento emp¨ªrico por quienes defiendan un modelo de ciudad menos abierto que el actual, y en el que la creciente irrelevancia de los espacios p¨²blicos y una l¨®gica de pragmatismo funcional (no se usan) los convierta en una suerte de bisuter¨ªa urbana prescindible, indigna de recibir, acaso, inversi¨®n presupuestaria municipal.
Frente a esta tendencia, y m¨¢s all¨¢ del impacto y la efectividad de otras iniciativas de corte m¨¢s cl¨¢sico que inciden en facilitar procesos de dise?o participativo de las ciudades, en la reserva de espacios para huertos urbanos, en la peatonalizaci¨®n temporal o la celebraci¨®n de eventos diversos en nuestras ciudades, puede que la supervivencia de los espacios p¨²blicos urbanos pase por la acci¨®n y el impulso de quienes invocando sus valores esenciales en la conformaci¨®n y dinamizaci¨®n de nuestras comunidades no renuncian a incorporar a la experiencia de uso y apropiaci¨®n de estos espacios novedosos enfoques de dise?o y autoproducci¨®n, y nuevas capas sem¨¢nticas y propiedades inspiradas en nuestra vida tecnol¨®gica y convencional, apostando por din¨¢micas de juego, reinterpretaci¨®n del mobiliario urbano, interacci¨®n de usuarios, hackeo de espacios e infraestructuras y visualizaci¨®n del entramado invisible que conecta las dos realidades (f¨ªsico-digital) que inciden hoy sobre nuestra vida urbana en comunidad, mediante experiencias tan diversas y estimulantes como la de los 21 Balan?oires en Montreal, Invisible Playground en Berl¨ªn o el reciente Hack for Urban Fitness desarrollado por el MIT de Boston, por citar algunas de las m¨¢s relevantes (?Qui¨¦n dijo que las Ciudades Inteligentes ten¨ªan que ser aburridas?)
De la convergencia h¨ªbrida entre estos dos planos en los que se desdobla la cualidad de ciudadan¨ªa en el siglo XXI y su incidencia en el espacio p¨²blico compartido, nacer¨¢, sin duda, el enriquecimiento de la experiencia de apropiaci¨®n colectiva de nuestras plazas p¨²blicas, el refuerzo de su longevidad y su capacidad para fomentar el sentimiento de pertenencia del individuo al lugar y la comunidad en la que se radica, en una ¨¦poca en la que todo fluye menos el territorio.
Si no queremos salir pronto, muy pronto, en un informe pesimista de alg¨²n organismo internacional tendremos que ponernos ya manos a la obra.
Pablo S¨¢nchez Chill¨®n. Abogado. Especialista en Asuntos Urbanos y Editor del blog Urban 360?
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