A bordo de la quinta flota estadounidense
EL portaviones apareci¨® de repente por la peque?a ventanilla sucia y rayada del baqueteado bimotor Grumman C-2 A Greyhound. Realmente, y de acuerdo con el t¨®pico, parec¨ªa un sello. Asustaba pensar que hab¨ªa que aterrizar all¨ª. La visi¨®n conjuraba im¨¢genes de Midway, el Mar del Coral, Leyte: portaviones descubiertos en el ancho oc¨¦ano y atacados desde el aire por osados aviadores que luego sufr¨ªan terribles accidentes al estrellarse sus aparatos vac¨ªos de combustible o averiados por el fuego antia¨¦reo enemigo al tratar de aterrizar en sus propios nav¨ªos. Coraje, fuego y dolor. Intent¨¦ llamar la atenci¨®n de mi vecino de asiento, un piloto de San Diego que regresaba de permiso, pero resultaba dif¨ªcil porque ¨ªbamos inmovilizados con cinturones de seguridad de arn¨¦s, llev¨¢bamos cascos, auriculares para evitar en lo posible el ensordecedor ruido de las h¨¦lices y grandes gafas de protecci¨®n. Adem¨¢s el tipo ¨Cvaliente mortal¨C se hab¨ªa dormido. Iniciamos el descenso hacia el USS Harry S. Truman?(CVN-75), que se encontraba en misi¨®n de combate, adoptando ¨¢ngulos inquietantes. Las aguas del golfo P¨¦rsico rielaban, unas veces abajo, otras arriba, como un espejo encantado y quebradizo.
El vuelo desde la base de Bar¨¦in ¨Cel reino insular aliado de EE UU¨C hab¨ªa sido brusco, por decirlo suave. En realidad todo era rudeza, como corresponde a un ej¨¦rcito desplegado en zona de conflicto para librar una guerra sin tregua contra un enemigo despiadado. El teniente de la US Navy Ian M. McConnaughey hab¨ªa pasado a recogernos muy temprano en el hotel para ir hasta la base.
Tras atravesar varios puestos de seguridad con soldados armados hasta los dientes y atrincherados detr¨¢s de sacos terreros ¨Cun ambiente digno de Homeland?y Restrepo¨C llegamos hasta las instalaciones de vuelo, que la Marina llama The Beach, La Playa, como a cualquier otro lugar de tierra firme. All¨ª hubo que pasar un buen rato haciendo lo que mejor se les da a todos los ej¨¦rcitos del mundo: esperar. En la cantina de la base proyectaban para desayunar La caza del Octubre Rojo. La pel¨ªcula se interrumpi¨® para emitir un anuncio del cementerio de Arlington. En una pared se ve¨ªa un cuadro con fotos de personal que no correspond¨ªan al empleado del mes, sino a la cadena de mando estado?unidense en Bar¨¦in. Entr¨® uno de los centinelas de la base, una jovencita rubia con mirada decidida y uniforme de camuflaje, que pidi¨® un caf¨¦ sin soltar un momento su M16.
pulsa en la fotoUn operario de cubierta da indicaciones a un F-18 biplaza. De fondo, La Isla, la torreta del portaviones.Guillermo Cervera
Un teniente de 26 a?os llamado Rob Roy (?!) y vestido con mono de vuelo adornado con las insignias de los Rawhides, el escuadr¨®n VRC-40 de Greyhounds del portaviones, ofreci¨® un cursillo acelerado de supervivencia en esos aparatos cuya misi¨®n ¨Cen la Marina todo son siglas¨C es COD (carrier onboard delivery), o sea, llevar cualquier cosa ¨Cincluidos nosotros¨C de La Playa al barco y viceversa. ¡°Es muy excitante, ya ver¨¦is. Aterrizar en un portaviones resulta de lo m¨¢s intenso¡±, anim¨® tras advertir de la fort¨ªsima, tremenda sacudida que deb¨ªamos esperar cuando el gancho del aparato aferrara el cable en la cubierta y el avi¨®n se detuviera de golpe. Explic¨® tambi¨¦n que hab¨ªa que salir r¨¢pido y ordenadamente del aeroplano pues del Harry S. Truman?¡°est¨¢n despegando continuamente los F-18 Hornet y Super Hornet que van a Siria, Irak y Afganist¨¢n, y vuelven¡±. Van con bombas y vuelven sin, claro. Roy acab¨® sus instrucciones quit¨¢ndose las Ray-Ban y extrayendo de un bolsillo en la pernera del mono una serie de escudos de tela de su escuadr¨®n que ofreci¨® a cinco d¨®lares cada uno.
Caminamos por la pista en fila india hasta el avi¨®n equipados como si fu¨¦ramos a pilotarlo nosotros mismos. ¡°No se hagan ilusiones, esto no est¨¢ hecho para pasajeros, sino para carga¡±, inform¨® el piloto antes de situarse a los mandos. No iba a haber carrito de bebidas. El aterrizaje fue una ordal¨ªa dominada por los en¨¦rgicos gritos de ¡°?Go, go, go!¡± del aviador. Se arremolinaban en la cabeza las im¨¢genes de los viejos cazas Hellcat pas¨¢ndose de frenada en el Enterprise?durante la batalla de Guadalcanal. El trallazo al engancharnos en la cubierta del Truman fue salvaje, inenarrable. Ya est¨¢bamos.
Descendimos como marines por el port¨®n trasero y su rampa para encontrarnos en medio de un mundo alucinante, un tr¨¢fago de gente ataviada de colores en funci¨®n del servicio que prestaban, aviones y helic¨®pteros. Todo parec¨ªa girar alrededor mientras tratabas de poner orden en el aluvi¨®n de im¨¢genes y sensaciones envueltas en adrenalina y olor a combustible de alto octanaje. Recortada contra el cielo azul estaba la alta torreta de la sobreestructura (The Island, La Isla, en lenguaje de la US Navy), con el puente de mando, los m¨¢stiles y radares. Un gran 75 pintado de blanco figuraba en la base y la ominosa inscripci¨®n ¡°Beware of jets blast propellers and rotors¡± (cuidado con las h¨¦lices y las turbinas). Un estruendo sordo lo dominaba todo: el ruido de los reactores que despegaban. ¡°The sound of freedom¡± (el sonido de la libertad), lo llaman. Cruzaron ante el sol tres F-18 en formaci¨®n. Pasamos ante una fila de cazabombarderos estacionados, grises y amenazadores. De repente baj¨¢bamos por una escalerilla y se hizo oscuro.
En una habitaci¨®n aguardaban los cicerones y guardianes, los oficiales Timothy Pietrack y Candice Tresch. Tras ellos nos adentramos en un laberinto de corredores y compuertas, cambiando una y otra vez de nivel. El Truman?por dentro es un verdadero hormiguero de acero por el que circulan constantemente, cruz¨¢ndose en la mir¨ªada de intersecciones, los m¨¢s de 5.000 tripulantes del portaviones. Es un mundo claustrof¨®bico, opresivo, industrial, al que en general no llega la luz del exterior. Con cierta p¨¢tina carcelaria, la pesadez ambiental del confinamiento.
El Truman?es uno de los orgullos de la US Navy. Materializaci¨®n imponente del poder¨ªo imperial estadounidense, se vincula a la historia naval del pa¨ªs y especialmente a la tan prolija y violenta de los portaviones no solo con la disciplina y la memoria, sino con sus dos cicl¨®peas anclas, que pertenecieron al viejo USS Forrestal. La bandera de batalla del Truman?luce dos ca?ones cruzados y la contundente leyenda ¡°Give¡¯em hell¡±, algo as¨ª como ¡°dales el infierno¡±, que suena muy bestia dada la condici¨®n guerrera del portaviones, pero que en realidad es un homenaje al 33? presidente de EE UU que le ha dado nombre, Harry S. Truman. El presidente fue saludado con esa frase, que se usa para animar a emplearse a fondo y duro en algo, en una campa?a electoral (¡°Give them hell, Harry!¡±).
En la primera imagen, un miembro del equipo verde de operaciones descansa en cubierta. En la segunda, varios tripulantes hacen pesas en el hangar del buque bajo racimos de bombas almacenadas.?
En el hangar, un gigantesco espacio en el coraz¨®n del buque, debajo de la cubierta de vuelo, se guardan y se reparan los aviones y helic¨®pteros. En el techo se almacenan colgados en grandes cantidades las bombas y misiles de los F-18. Se puede contemplar el mar a trav¨¦s de las inmensas aperturas de los ascensores. En el horizonte navegaba uno de los destructores de escolta del Truman. El hangar era un hervidero de actividad. Numerosos operarios estaban encaramados a los aparatos y pululaban sobre sus pieles de acero. Estirando el brazo pod¨ªas acariciar el morro de un Hornet esperando que no te mordiese. El hangar es tambi¨¦n un inmenso gimnasio: hay por todas partes bicicletas est¨¢ticas, cintas de correr, steppers, pesas¡ Todo el que no est¨¢ de servicio est¨¢ haciendo ejercicio. Una sorprendente combinaci¨®n entre Fighter Wing y Body Factory. Un musculoso afroamericano realizaba flexiones en una colchoneta casi debajo de un Super Hornet que luc¨ªa en el tim¨®n de cola la calavera y las tibias de una de las escuadrillas. Otros emblemas son el pu?o con un rayo y el le¨®n alado o grifo de los Pukin¡¯ Dogs (la mujer de un piloto dijo que la imagen le parec¨ªa la de un perro vomitando y a los aviadores les encant¨® el apelativo). Frente al perfil anguloso y definitivamente amenazador de los escualos a¨¦reos dormidos, muchos con bombas dibujadas en el fuselaje que contabilizaban las numerosas misiones de bombardeo, pas¨® una mujer de la limpieza armada con una fregona. Las mujeres son numerosas a bordo, alrededor del 15%, y las hay en todos los puestos, incluso pilotos, aunque ah¨ª la proporci¨®n cae a menos del 5%.
Pietrack guio a trav¨¦s de inacabables tramos de escalerillas hasta el puente de mando del Truman, en las alturas de La Isla. Amplios ventanales arrojaban unas vistas espectaculares de la cubierta de vuelo con los reactores despegando y aterrizando atronadoramente. Era como estar en un fotograma particularmente intenso de Top Gun. Alguien carraspe¨®. En una butaca giratoria se encontraba un hombre maduro vestido bastante informalmente ¨Ccomo en general todo el mundo en el barco¨C con la camiseta de cuello alto del equipo verde y sobre el pecho la inscripci¨®n CCSG 8, las siglas de commander carrier strike group 8, comandante del grupo de ataque de portaviones 8, del que el Truman?es el buque insignia. Resultaba sorprendente que el contralmirante Bret C. Batchelder, pues era ¨¦l, tuviera tiempo para la prensa mientras dirig¨ªa las operaciones de combate de la flota contra el Estado Isl¨¢mico (ISIS). Nativo de Colorado, profusamente condecorado incluso con una Estrella de Bronce, Batchelder ha sido piloto de F-18 con m¨¢s de 5.000 horas de vuelo, 100 misiones de combate y 1.100 aterrizajes en portaviones. ?Jop¨¦!, era como encontrarse frente a una mezcla de William Halsey, el gran jefe de los portaviones de la II Guerra Mundial (¡°Look at that big bastard burn!¡± [?mira c¨®mo arde ese cabr¨®n!]), y el Maverick de Tom Cruise.
Explic¨® que el grupo 8 que comanda lo componen el Truman, un crucero de clase Ticonderoga y cuatro destructores. Record¨® que el Truman, apodado Lone Warrior y botado en 1996, es el octavo de los portaviones de clase Nimitz, de propulsi¨®n nuclear (lleva dos reactores), lo m¨¢s poderoso que tiene la Armada estadounidense, el pu?o de hierro de los mares (hasta que entren en servicio los nuevos superportaviones de clase Ford). Un verdadero coloso del tama?o de un edificio de 25 pisos. El Truman?mide 333 metros de largo y 78 de ancho, puede cargar 90 aviones (especialmente los Hornet y Super Hornet que han sustituido como caza naval a los F-14 Tomcat de Top Gun)?y la superficie de su cubierta de vuelo es de 1,8 hect¨¢reas. Desplaza 97.000 toneladas y navega hasta a 30 nudos (56 kil¨®metros por hora).
¡°Estamos aqu¨ª para contribuir a la seguridad en la zona y garantizar el tr¨¢nsito libre del comercio¡±, se?al¨® el CCSG 8 con la confianza en uno mismo que da estar sentado a los mandos de un portaviones. Destac¨® ¡°la flexibilidad y agilidad¡± del Truman?y sigui¨® enumerando caracter¨ªsticas del nav¨ªo. Al preguntarle directamente por las operaciones de combate ¨Cde las que todo el mundo a bordo se mostr¨® eufem¨ªstico y muy reticente a entrar en detalles¨C, dijo que actualmente las estaban efectuando contra objetivos en Irak y Siria. ¡°La t¨ªpica misi¨®n de los pilotos es ir all¨ª y volver¡±. Bombardeando. ¡°S¨ª, pero no solo. Hay misiones de reconocimiento, de apoyo, de escolta¡¡±.
¡°La misi¨®n del portaviones es proyectar poder¡±, continu¨® el contralmirante. ¡°No es ¨²nicamente una tarea militar. Se trata tambi¨¦n de infundir respeto. Hay un aspecto diplom¨¢tico e incluso de relaciones p¨²blicas¡±. En ese momento despeg¨® un Super Hornet con un estr¨¦pito inenarrable.
Despu¨¦s de la comida ¨Cse sirven 18.000 diarias, men¨²s muy simples de aspecto poco apetitoso¨C, subimos a la cubierta de vuelo para ver de cerca los despegues y aterrizajes de los ¡°p¨¢jaros¡±. Inmediatamente apareci¨® el primer F-18 como salido de la nada. Enfil¨® el portaviones balanceando las alas y se dej¨® caer sobre la pista, extraordinariamente cerca; fue como sentir la llegada de un drag¨®n, el trueno de su rugido y su aliento de fuego. El gancho de la cola qued¨® atrapado por uno de los cuatro gruesos cables de acero extendidos sobre la cubierta, que cedi¨® unos metros hasta que fren¨® al aparato y luego regres¨® a su posici¨®n inicial con un tremendo latigazo capaz de partirte en dos. Vista de cerca, la maniobra resulta de una brutalidad tremenda. A pesar de la apariencia de irrealidad que provoca el aislamiento visual y auditivo, la sensaci¨®n de peligro es estremecedora ¨Cen agosto pasado, un caza se incendi¨® en la cubierta, el piloto se eyect¨® y ¨¦l y un marinero resultaron malheridos¨C; tambi¨¦n la excitaci¨®n. Despegaron dos F-18 casi al un¨ªsono, lanzados por sendas catapultas de ra¨ªl. Estas, capaces de poner a los aviones de 0 a 250 kil¨®metros por hora en dos segundos, funcionan con pistones de vapor y dejan en el aire nubes blancas que tardan en disolverse creando extra?os efectos ¨®pticos. De la cubierta hab¨ªan brotado unos grandes escudos ¨Clos JBD, jet blast deflectors¨C para proteger a los operarios de los escapes de los reactores. Despeg¨® un tercero. Y un cuarto. Una turbulenta org¨ªa de metal y poder. La escuadrilla se junt¨® en el aire, dando pasadas sobre el portaviones como una bandada de inmensos, terribles vencejos.
En la base de La Isla se encuentra el cuarto de control de la cubierta, donde, sobre una mesa, los operarios desplazaban unos avioncitos como en las pel¨ªculas de la II Guerra Mundial. Es un entorno estresante. ¡°Nunca hay rutina y tenemos d¨ªas de mucha presi¨®n, y momentos muy din¨¢micos con muchos jets?en el aire¡±, explic¨® el sargento Josua Clarke. A la pregunta de si los pilotos acostumbran a hacer acrobacias sobre el Truman, como Maverick, Clarke respondi¨®: ¡°A veces. Lo que no hay en esta campa?a son dogfights, combates a¨¦reos, y prevalecen las misiones de ataque aire-tierra. El ISIS no tiene aviones, que sepamos¡±.
Otro tema es el sexo a bordo. ¡°No lo hay¡±, zanj¨® el teniente Pietrack pegando un respingo. ?Cinco mil personas de ambos sexos con una media de edad de 22 a?os y embarcados durante meses y no hay sexo? ¡°Hay muy pocos romances a bordo, de hecho est¨¢n prohibidas las efusiones amorosas. Hombres y mujeres trabajamos como un equipo de iguales y se mantiene la profesionalidad en todo momento¡±. En el portaviones, hombres y mujeres duermen separados. La mariner¨ªa en grandes dormitorios.
De nuevo al puente, para una conversaci¨®n con el capit¨¢n del Truman, Ryan B. Scholl, de 50 a?os, que adem¨¢s de mandar el portaviones es piloto naval. ¡°Somos una base flotante, capaz de responder a cualquier desaf¨ªo con rapidez y contundencia y, en nuestra condici¨®n de buque insignia, la punta de lanza de esta fuerza de combate¡±, explic¨®. ¡°Esa es nuestra primera responsabilidad, pero yo tambi¨¦n la tengo con toda la gente a bordo. De alguna manera son mis chicos. Y he de ayudarlos a crecer personal y profesionalmente¡±. El Truman?parecer¨¢ un crucero o una ciudad flotante, pero es un arma. ¡°Una gran arma o un medio de diplomacia¡±, puntualiz¨®. ¡°Podemos provocar destrucci¨®n o llevar la paz¡±.
Hab¨ªa ca¨ªdo la noche. Pero la actividad no se deten¨ªa en el portaviones. En el hangar, las luces anaranjadas creaban raros efectos en los aviones aparcados. Pas¨® un hombre en bermudas haciendo footing?entre los aparatos. Otro saltaba a la comba¡ El entretenimiento en el portaviones es limitado: televisi¨®n (el canal de la flota), m¨²sica, juegos, ejercicio f¨ªsico. No hay cobertura de Internet a bordo. Existe una biblioteca con 1.200 libros.
El teniente Pietrack condujo hacia una de las citas estrella de la visita: con un aut¨¦ntico top gun, uno de los pilotos del Strike Fighter Squadron (VFA) 25, una de las escuadrillas de caza del Ala 7 embarcada en el Truman. La VFA-25 es conocida como The Fist of the Fleet, el pu?o de la flota. El encuentro era en el local de la escuadrilla. Un peque?o pterod¨¢ctilo pend¨ªa del techo y en una pared colgaba un panel con los apodos de los aviadores del grupo (los usan en las comunicaciones por radio): Decaf, Buddy, Schwarma, Macho¡ El capit¨¢n Winston Scott, afroamericano de Texas, vest¨ªa mono de vuelo. En la escuela Top Gun, explic¨®, realiz¨® el curso de Adversary, y le ha quedado como apodo, aunque el mote oficial es Stoner. ¡°Era el bad guy, practicando t¨¢cticas del adversario¡±, explic¨® con una sonrisa muy blanca, ¡°como Tom Cruise¡±. En la habitaci¨®n colgaba un p¨®ster del actor en el filme y Scott pos¨® encantado junto a ¨¦l. Scott pilota Super Hornet, ¡°que es mucho m¨¢s avi¨®n que los de la pel¨ªcula¡±. En la ¡°t¨ªpica misi¨®n¡±, detalla, vuelan sobre Irak y Siria. ?Y c¨®mo es? ¡°Como cualquier trabajo. A veces el vuelo dura seis horas. Hay mucha camarader¨ªa. Eso es muy importante entre pilotos. Es un trabajo peligroso, pero lo hacemos juntos. Somos profesionales¡±. Son muy conscientes del poder de sus aviones. ¡°Oh, s¨ª, y de nuestra responsabilidad, poner el foco en la misi¨®n y mantenerte a salvo¡±. M¨¢s all¨¢ de la misi¨®n, el objetivo, la terminolog¨ªa, su trabajo mata a personas, all¨¢ abajo. ¡°Hacemos lo que nos dicen. Normalmente estamos muy ocupados para pensar en eso. No pienso mucho en ello¡±.
Para el viaje de vuelta, al d¨ªa siguiente, nos dirigieron a un helic¨®ptero Seahawk. La fiesta iba a ser completa. En un asiento se acomod¨® un nadador de combate, con gafas de bucear y snorkel. Indic¨® que la puerta deb¨ªa permanecer abierta todo el viaje. El helic¨®ptero despeg¨® con el ruido multiplicado de una avispa en un vaso. Lo hizo sin que sonara la Cabalgata de las valquirias. Se elev¨® impetuosamente sobre la cubierta. El Truman?volvi¨® a quedar reducido al tama?o de un sello y luego el mar se lo trag¨®, con sus aviones y sus marineros, con todo su orgullo y su violencia, como si nunca hubiera estado ah¨ª. Give¡¯em hell.
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