Cela cumple cien a?os
Me gustar¨ªa que ese estilo de escritor que con chuler¨ªa exhibe su poder y lo ejerce, desapareciera
Menos mal que mi padre no fue una celebridad. Lo digo en serio. Encuentro realmente dif¨ªcil ser hija de un se?or al que nadie tose, del que un gran n¨²mero de personas piensa que es un genio, que posee la capacidad de despertar en los dem¨¢s m¨¢s miedo que respeto y que, de alguna manera, por muy justo que un hombre reconocido trate de ser, oscurece la biograf¨ªa de los hijos, hasta convertirlos de por vida en hijos de. Hay tantos ejemplos de adultos frustrados por haberse criado bajo la sombra de un padre ilustre que crece la sospecha de que dado que para ser artista hay que estar dotado de un ego a prueba de bombas y cr¨ªticas es complicado que dos naturalezas similares convivan en paz bajo el mismo techo. Hablo de padres, s¨®lo de padres en este caso. Hay un buen n¨²mero de memorias de hijos de artistas que condenan o salvan a sus progenitores c¨¦lebres. Ah¨ª est¨¢ la del hijo de Saul Bellow, la de la hija de John Cheever o la de Styron, la de la hija de Chaplin, o tristes testimonios, como el del nieto de Picasso que se quit¨® la vida. Tambi¨¦n existen recuerdos felices, por supuesto, los que las hijas de Mark Twain contaron de ese padre; menos mal, porque para los amantes de Twain es una alegr¨ªa saber que quien ilumin¨® nuestra ni?ez fue tambi¨¦n el hombre m¨¢s amado por sus ni?as. En cualquier caso, reitero, no debe de ser f¨¢cil.
No debi¨® de ser sencillo ser el hijo de Camilo Jos¨¦ Cela, no ya por c¨®mo fuera en la intimidad sino por todo lo que represent¨® su figura. Cela era algo m¨¢s que un escritor, era una autoridad en un pa¨ªs que se limpi¨® de intelectuales y, luego, ya en la Transici¨®n, fue el anciano novelista que convivi¨® mal con los j¨®venes que ven¨ªan pis¨¢ndole los talones y no lo reconoc¨ªan ni como padre literario ni como figura ejemplar. Aun as¨ª, Cela Conde, su ¨²nico hijo, trata de mostrarnos, como es natural, lo mejor de su progenitor, y ahora, en el centenario de su nacimiento, publica una biograf¨ªa, Cela, piel adentro, reedici¨®n que incluye la correspondencia hasta ahora in¨¦dita que el escritor mantuvo con su primera mujer. Es muy leg¨ªtimo el inter¨¦s del hijo por humanizar al padre, por demostrar que no era ese devorador de ni?os que cre¨ªan algunos y dar a conocer aquellos primeros tiempos en que sus padres se amaban y se lo dec¨ªan por escrito.
Las vidas suelen ser largas. Tan largas que a veces, como escrib¨ªa Javier Mar¨ªas en un art¨ªculo del que no recuerdo el t¨ªtulo, s¨®lo queda en la memoria colectiva un tercer acto que borra todo lo anterior. Pero se da el caso de que la biograf¨ªa de Cela es controvertida casi desde que comienza a ser p¨²blica y que sigue si¨¦ndolo, tozudamente, hasta la hora en que una nueva generaci¨®n de escritores, ya en democracia, irrumpi¨® para quedarse. Muy en pose de gobernador civil, no quiso que nadie le disputara el puesto. Sus palmeros, tuvo unos cuantos muy activos en la prensa escrita, le jaleaban los insultos que profer¨ªa contra Julio Llamazares, Javier Mar¨ªas o Mu?oz Molina, por poner los tres ejemplos m¨¢s conocidos, a los que despreciaba por escrito o a los que, maniobrando, trataba de borrar del mapa. Algo sabe Juan Cruz de todo esto. Por eso, ha sido especialmente c¨®mica y elegante la columna que al centenario ha dedicado Llamazares, sin pretensi¨®n de hacer sangre, recordando eso s¨ª que la efem¨¦rides del viajero a la Alcarria coincide con el a?o que las Naciones Unidas han dedicado a las legumbres. No tan elegante fue su hagi¨®grafo Francisco Umbral, que esper¨® a que el amigo muriera para lanz¨¢rsele a la yugular. A Cela se le celebra por su tremendo talento para el insulto: lo han hecho y lo hacen de vez en cuando en los suplementos literarios. Es algo que definen como muy espa?ol. Y luego dejan caer en el ejemplo de Quevedo. Todo muy repetido. Por mi parte, deseo que Cela tenga una nueva vida para los estudiantes que ni lo conocieron ni lo recuerdan, para que puedan leer de manera inocente sus libros sin que su bronca imagen, sus exabruptos y sus gracias dudosas interfieran en la percepci¨®n de su literatura.
Y tambi¨¦n me gustar¨ªa que ese estilo, al parecer tan patrio, del escritor que con chuler¨ªa exhibe su poder y lo ejerce, maniobra para eliminar a sus enemigos e insulta en p¨²blico a aquellos con los que se atreve, que esas maneras de intelectual pendenciero, desaparezcan de una vez, porque si vivimos en un pa¨ªs que padece el virus del amiguismo, de las corruptelas o del tr¨¢fico de influencias (tambi¨¦n en cultura), no es menos frecuente el aplauso a los chulos de verbo populista, a los que algunos lectores aplauden como si fueran los ¨²nicos que dicen las grandes verdades. Y mire usted, pues no.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.