El infierno de los celos
HACE UNAS semanas presentaron a la prensa con gran alharaca el Smarttress, ese colch¨®n fabricado por una empresa gallega que, supuestamente, es capaz de detectar las infidelidades. A m¨ª la noticia me lleg¨® en un e-mail?publicitario y al principio pens¨¦ que era una broma o quiz¨¢ el anuncio de una comedia, porque no pod¨ªa concebir que alguien hiciera en serio esa gansada digna de ganar un premio Ig Nobel, que, como saben, son esos galardones concedidos en Estados Unidos por una revista de humor cient¨ªfico a los 10 inventos o proyectos de investigaci¨®n m¨¢s disparatados del a?o. Pero no. Lo mir¨¦ con atenci¨®n, lo le¨ª con minucia buscando la trampa, y nada. Era todo cierto. Incluso escogieron presentar la cosa el 13 de abril, que por lo visto es el D¨ªa Internacional del Beso, seg¨²n recalcaban (qu¨¦ d¨ªas m¨¢s raros hay, pardiez), para redondear la tonter¨ªa.
El colch¨®n funciona, ya lo habr¨¢n le¨ªdo, conectado a una aplicaci¨®n del tel¨¦fono. Posee unos sensores que detectan los movimientos raros que se producen sobre su superficie (que digo yo que ser¨¢n con cierto ritmillo) y mandan la informaci¨®n al m¨®vil. Y as¨ª, puedes estar en una reuni¨®n de trabajo en mitad del d¨ªa y recibir la notificaci¨®n de que tu colch¨®n se ha activado (propietarios de perros y gatos proclives a subirse a la cama abstenerse). Hasta ahora, como ver¨¢n, lo he contado todo con mucho recochineo y entre risas y burlas, como si se tratara de una mentecatez liviana. Y desde luego esa fue mi primera impresi¨®n. Pero luego lo pens¨¦ un poco m¨¢s y empec¨¦ a espeluznarme.
Porque imaginen por un momento a qu¨¦ gente va dirigido este producto: a alguien tan terriblemente obsesionado, tan alucinado por el temor a una infidelidad, tan alterado por los celos, que, cuando sale de casa, se tortura imaginando que su pareja retoza cual conejo sobre la cama com¨²n. Alguien que es capaz de llevar su ofuscaci¨®n hasta el extremo de comprar un colch¨®n nuevo sin que su c¨®nyuge sepa que est¨¢ trucado, y de colgar toda su vida, su salud mental y su futuro de una aplicaci¨®n que mirar¨¢ con ansiedad creciente durante todo el d¨ªa, quiz¨¢ semana tras semana o mes tras mes, hasta la presunta confirmaci¨®n de sus sospechas o, lo m¨¢s probable, hasta reventar. Visto as¨ª, de cerca, el asunto no tiene la menor gracia.
Y es que el tema aqu¨ª no es la infidelidad, sino la terrible enfermedad de los celos, una dolencia mental violentamente destructiva, porque acaba con la convivencia, convierte tu vida en un infierno y a veces puede desembocar en el asesinato del amado, como bien nos muestra Otelo, el perfecto arquetipo de esta ag¨®nica obcecaci¨®n. Los celos no tienen nada que ver con la realidad objetiva; son un abismo interior en el que uno cae, un agujero negro de la conciencia de tal densidad que, al igual que los agujeros negros del universo, no te dejan escapar jam¨¢s. Y es que al celoso o celosa, como buen obsesivo alucinado, nada le es bastante. Pongamos que el sujeto adquiere el colch¨®n y luego se va a trabajar o de viaje con el ojo pegado a la pantalla. Da igual que el Smarttress no se menee lo m¨¢s m¨ªnimo durante una semana, un mes, un a?o. Esa prueba, o esa falta de pruebas, jam¨¢s sacar¨¢ de su agon¨ªa a un celoso o una celosa, porque siempre pensar¨¢ que la pareja se ha dado cuenta de la trampa, o que el aparato no funciona, o que no le ha sido infiel en ese tiempo pero s¨ª antes, o que su c¨®nyuge est¨¢ realizando la actividad amorosa en otra parte, fuera de la casa, o fuera de la cama, quiz¨¢ en el suelo, en el sof¨¢, en la alfombra, en la ba?era. Y esa tortura le har¨¢ cavilar m¨¢s y m¨¢s en lo que le atormenta, le har¨¢ imaginar a¨²n m¨¢s v¨ªvidamente todos los detalles de su infierno, y lamentar¨¢ no poder colocar sensores por toda la casa, tambi¨¦n en las alfombras, tambi¨¦n en los sillones. Tal vez la empresa de colchones est¨¦ preparando una gama de productos subsidiarios.
Total, que es un invento morboso, pernicioso, que s¨®lo puede dar alas al dolor. Es como ofrecerle cerillas a un pir¨®mano. Por cierto, que inquieta un poco pensar a qui¨¦n se le ha podido ocurrir semejante idea: se dir¨ªa que hay que haber sufrido el tormento de los celos para ingeniar algo as¨ª. Le recomendar¨ªa un terapeuta.
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