A m¨ª no
EN 2014 sali¨® en ingl¨¦s una antolog¨ªa de empalagoso t¨ªtulo en la que se me hab¨ªa invitado a colaborar. Como la causa era buena (conseguir fondos para una ONG muy antigua y estimular la lectura de poes¨ªa), me prest¨¦ de buen grado pese al dichoso t¨ªtulo ¨CPoems That Make Grown Men Cry, o Poemas que hacen llorar a hombres adultos¨C, eleg¨ª el m¨ªo y expliqu¨¦ brevemente por qu¨¦ me conmov¨ªa al cabo de unos siglos. Entre los participantes, numerosos escritores (Ashbery, Harold Bloom, Richard Ford, Franzen, Follett, Heaney, Le Carr¨¦, McEwan, Rushdie y T¨®ib¨ªn entre ellos), pero tambi¨¦n cineastas (J.J. Abrams, Bonneville ¨Cel padre de Downton Abbey¨C, Branagh, Colin Firth, Jeremy Irons, Loach o el admirable Stanley Tucci). Ahora me llega el volumen complementario ¨CPoemas que hacen llorar a mujeres adultas¨C, con la misma mezcla y buen n¨²mero de cantantes y actrices (Joan Baez, Claire Bloom, Julie Christie, Judi Dench, Annie Lennox, Emily Mortimer, Vanessa Redgrave, Joss Stone y la inevitable Yoko Ono, que, oh sorpresa, escoge unos versos de John Lennon, en fin). La antolog¨ªa se abre con la elecci¨®n de la actriz Natasha McElhone, un poema escrito en el siglo VIII en Irlanda y que hab¨ªa o¨ªdo, incompleto, en una de mis pel¨ªculas favoritas, The Dead o Dublineses, de Huston, pero hab¨ªa olvidado. All¨ª lo recita el personaje Mr Grace, interpretado por Se¨¢n McClory, un habitual de John Ford, y lo titula ¡®Promesas rotas¡¯, que no s¨¦ si se corresponde con el irland¨¦s ¡®Donal Og¡¯, como se lo llama en el libro. Tanto en ¨¦l como en la pel¨ªcula est¨¢ en la versi¨®n inglesa que de la pieza hizo Lady Gregory (1852-1932), amiga de Yeats, y en espa?ol vendr¨ªa a decir as¨ª:
¡°Es anoche tarde cuando el perro hablaba de ti;
de ti hablaba la agachadiza en su marisma profunda.
Eres t¨² el p¨¢jaro solitario que recorre los bosques;
y ojal¨¢ carezcas de compa?era hasta que me encuentres.
Me prometiste, y me dijiste una mentira,
que te me aparecer¨ªas donde las ovejas se juntan;
te lanc¨¦ un silbido y trescientas voces,
y no encontr¨¦ all¨ª nada m¨¢s que un cordero balando.
Me prometiste algo que para ti era dif¨ªcil,
un barco de oro bajo un m¨¢stil de plata;
doce villas cada una con su mercado,
y un magn¨ªfico patio blanco a la orilla del mar.
Me prometiste algo que no es posible,
que me regalar¨ªas guantes de piel de pez;
que me regalar¨ªas zapatos de piel de p¨¢jaro;
y un vestido de la seda m¨¢s cara de Irlanda.
Cuando voy a solas al Pozo de la Soledad,
all¨ª me siento y sufro mi pesar;
cuando veo el mundo y no veo a mi mozo,
el que tiene un tono ambarino en el pelo.
Fue aquel domingo cuando te di mi amor;
el domingo anterior al Domingo de Pascua
y yo de rodillas leyendo la Pasi¨®n;
y mis dos ojos te daban amor para siempre.
Mi madre me ha dicho que no te hable hoy,
ni ma?ana, ni el domingo tampoco;
escogi¨® mal momento para decirme eso;
fue cerrar la puerta tras el robo en la casa.
Mi coraz¨®n est¨¢ tan negro como el negror del endrino,
o como el negro carb¨®n del herrero en la fragua;
o como la suela de un zapato que holl¨® salas blancas;
fuiste t¨² quien cubri¨® mi vida de esa oscuridad.
Me has arrebatado el este, me has arrebatado el oeste;
me has quitado lo que est¨¢ ante m¨ª y lo que est¨¢ tras de m¨ª;
me has quitado la luna, me has quitado el sol;
y mi temor es grande a que me hayas quitado a Dios¡±.
No s¨¦. Pens¨¦ que val¨ªa la pena darlo a conocer en mi lengua, si es que no se ha traducido ya en alguna ocasi¨®n y yo lo ignoro, este poema, ¡®Donald Og¡¯. Aunque s¨®lo sea porque es del siglo VIII, del que nuestra imaginaci¨®n poco sabe, como del VII o del IX, esos siglos oscuros en los que parece que casi nada hubo ni se escribi¨® casi nada. Al menos alguien escribi¨® estos versos sencillos y misteriosos, que no s¨¦ si ¡°hacen llorar¡±, pero que no dejan indiferente. A m¨ª no.
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