Euromill¨®n
Debemos combatir la m¨ªstica que suele establecerse alrededor de la escritura. Pero sin negarla. ?Qu¨¦ decir de ese loco que se empe?a en escribir una novela? F¨ªjense en ¨¦l: acaba de regresar del trabajo, o de salir de la cama, y se sienta frente al ordenador dispuesto a levantar una primera frase. Y la levanta, s¨®lo que al releerla se da cuenta de que es la frase la que le ha levantado a ¨¦l. La tacha por banal, por improductiva, por t¨®pica. Toma aire, observa sus dedos, dispuestos en forma de garra sobre el teclado, y vuelve a consumar otra oraci¨®n inane.
Nadie le obliga a sufrir de este modo, excepto la idea loca de escribir una novela. Si se le apareciera el diablo, le ofrecer¨ªa el alma a cambio de esa frase fundacional en cuyo vientre deber¨ªa engendrarse el resto de la historia. Como el diablo no aparece, contin¨²a trabajando por su cuenta. Para que algo suceda dentro de la escritura, piensa, es preciso arar el lenguaje con una herramienta mental distinta a la que se emplea para hablar o para escribir prospectos farmac¨¦uticos.
He aqu¨ª que, como hombre de su tiempo, juega al Euromill¨®n, que consiste en que tu columna de n¨²meros coincida con la que sale el d¨ªa del sorteo. En la b¨²squeda desesperada de una analog¨ªa, se le ocurre que, despu¨¦s de todo, una novela no es m¨¢s que el resultado de colocar una palabra detr¨¢s de otra en la confianza de que ese orden verbal coincida con el que los lectores tienen en el lado oscuro de su alma. Escribir, reflexiona, se parece a la loter¨ªa, una loter¨ªa en la que, para exponerte a ganar, debes aceptar de entrada una p¨¦rdida enorme de energ¨ªas. Nuestro hombre abandona su escritorio, sale a la calle y se dirige al despacho de Apuestas y Loter¨ªas del Estado. Suerte, amigo.
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