?Qu¨¦ Europa queremos?
El proyecto europeo est¨¢ en un aprieto: es dif¨ªcil avanzar y da miedo retroceder. En algunas pol¨ªticas necesitaremos m¨¢s integraci¨®n, en otras menos; y seguramente habr¨¢ que establecer m¨¢s diferencias entre los miembros
Zarandeada por diversas crisis, hac¨ªa tiempo que no ve¨ªamos a Europa tan d¨¦bil y dividida. La gran crisis financiera internacional iniciada en Estados Unidos no tard¨® en convertirse en una crisis existencial para el euro y para la integraci¨®n europea en su conjunto. Seguramente, fuera mala suerte que la primera gran prueba a la que tuvo que enfrentarse esa joven divisa coincidiera con el peor estallido de una burbuja financiera desde 1929. Con todo, los europeos estaban totalmente desprevenidos: su moneda carec¨ªa de las instituciones y la legitimidad pol¨ªtica que deb¨ªan sustentarla. Durante un largo periodo se neg¨® la verdadera naturaleza de la crisis, achac¨¢ndola a la laxitud fiscal (algo bastante cierto en Grecia, pero seguramente no en Espa?a o Irlanda); a continuaci¨®n, en nombre de la austeridad, se aplic¨® una combinaci¨®n err¨®nea de pol¨ªticas que agrav¨® y prolong¨® la recesi¨®n. La eurozona lo ha pagado caro: ha perdido producci¨®n y puestos de trabajo, pero ha visto incrementarse las disparidades econ¨®micas y la fragmentaci¨®n pol¨ªtica, a escala nacional y europea.
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La implosi¨®n de los vecinos de Europa es un ejemplo m¨¢s de mala suerte (?cu¨¢ntos van?), conjugada con a?os y a?os de pol¨ªticas fallidas, que les ofrec¨ªan incentivos para ser ¡°como nosotros¡±. Son pa¨ªses con instituciones d¨¦biles y pol¨ªticos corruptos, encuadrados en la categor¨ªa de perdedores de la globalizaci¨®n. En concreto, el mundo ¨¢rabe debe elegir de nuevo entre la dictadura y el Estado fallido, mientras la frustraci¨®n acumulada se convierte en fanatismo religioso. Las placas tect¨®nicas se desplazan y Europa acusa los temblores. Esa implosi¨®n nos est¨¢ trayendo a multitud de refugiados e inmigrantes, y tambi¨¦n a terroristas que hacen causa com¨²n con los nacidos aqu¨ª. Entretanto, el poder blando anhelado por Europa se ha convertido en algo dif¨ªcil, quiz¨¢ imposible de conjugar con la en¨¦rgica Rusia de Putin. Parece que el mundo exterior ni siquiera est¨¢ dispuesto a permitirle a Europa que entre elegantemente en decadencia.
A las sucesivas crisis europeas de los ¨²ltimos a?os se ha a?adido un problema de m¨¢s larga duraci¨®n: la creciente dificultad que conlleva compaginar los mercados globales con las democracias nacionales cuando el crecimiento es (como mucho) reducido y las desigualdades internas aumentan. La globalizaci¨®n y el cambio tecnol¨®gico tienen efectos dispares, que el neoliberalismo no ha hecho m¨¢s que agravar. Los perdedores de nuestros pa¨ªses no suelen distinguir entre globalizaci¨®n e integraci¨®n europea, con lo que el ascenso del nacionalismo y del populismo han ido parejos a una paulatina erosi¨®n del apoyo popular a la integraci¨®n europea. Con la crisis, esas tendencias se han acentuado.
La uni¨®n no debe malograrse: es demasiado importante, y no solo para los pa¨ªses miembros
Europa ha ido poniendo parches. Es natural, dado lo lento y engorroso que es el proceso decisorio en una UE que, compuesta por un centro y una amplia gama de intereses, no ha dejado de incorporar nuevos miembros. Hasta ahora, despu¨¦s de la reciente sucesi¨®n de grandes crisis y un debilitamiento de su legitimidad todav¨ªa m¨¢s prolongado, la UE y la eurozona han salvado los muebles. Ha sido algo sorprendente para toda clase de agoreros, dentro y fuera del continente, y desde luego no es un logro desde?able. Pero el proyecto de integraci¨®n regional no ha salido indemne. Europa est¨¢ en un aprieto: es dif¨ªcil avanzar y da miedo retroceder. Entre una y otra posibilidad, hay una desventurada e inestable situaci¨®n. Y con frecuencia parece que Europa espera resignada a que llegue el pr¨®ximo accidente, que ojal¨¢ no sea el Brexit a finales de este mes.
Los desaf¨ªos son enormes y nadie puede realmente hacernos creer que las respuestas ser¨¢n sencillas o f¨¢ciles de aplicar. ?C¨®mo se puede recuperar el dinamismo en unas econom¨ªas europeas mayormente l¨¢nguidas (afortunadamente, Espa?a no es una de ellas, por lo menos hoy en d¨ªa)? Y, algo todav¨ªa m¨¢s dif¨ªcil, ?c¨®mo se puede conjugar el crecimiento con la inclusi¨®n social y el objetivo del crecimiento sostenible? ?C¨®mo mejorar las perspectivas de las generaciones m¨¢s j¨®venes en unas sociedades europeas enormemente endeudadas y envejecidas? ?Y cu¨¢nto espacio quedar¨¢ para los inmigrantes? ?C¨®mo podemos hacer m¨¢s eficaz, m¨¢s democr¨¢tica y, por tanto, m¨¢s leg¨ªtima, la gobernanza de Europa (y del euro)? ?C¨®mo conjugar el ascenso del nacionalismo con la necesidad, siempre creciente, de gestionar colectivamente la globalizaci¨®n? ?C¨®mo responder a la enorme diversidad que habita en su seno y defender los intereses y valores comunes en un mundo inestable, que cambia con rapidez y en el que Europa podr¨ªa ser (aunque a¨²n no lo sea) uno de los grandes actores?
Y si el lector piensa que la lista no es lo suficientemente larga, puede probar con otra, en este caso dedicada a c¨®mo volver a encerrar en la botella al genio de las finanzas para evitar otra gran crisis en un futuro no tan lejano.
En algunas pol¨ªticas necesitaremos m¨¢s integraci¨®n, en otras, menos, y seguramente habr¨¢ que establecer m¨¢s diferencias entre los miembros. El debate deber¨ªa centrarse en qu¨¦ clase de Europa queremos, no en si favorecemos una mayor o menor integraci¨®n, que es un debate ya viejo. Tambi¨¦n deber¨ªamos echarle m¨¢s imaginaci¨®n al asunto. Algunas de las premisas en las que durante d¨¦cadas se ha asentado la integraci¨®n europea han cambiado, as¨ª que hay que adaptarse.
Bruselas es un estupendo chivo expiatorio para nuestros pol¨ªticos m¨¢s irresponsables
Ahora el proyecto europeo suscita m¨¢s divisi¨®n. Al mismo tiempo, en muchos pa¨ªses europeos se ha iniciado un gran proceso de realineamiento pol¨ªtico cuyo fin no est¨¢ pr¨®ximo: quiz¨¢ la sucesi¨®n de pol¨ªticas fallidas lo haga inevitable, pero tambi¨¦n ser¨¢ desordenado y, en algunos lugares, desagradable. Y podr¨ªa volverse todav¨ªa m¨¢s desagradable y peligroso para la democracia. Como tantas otras veces, Bruselas es un estupendo chivo expiatorio para nuestros pol¨ªticos m¨¢s irresponsables.
El proyecto europeo no debe malograrse: es demasiado importante, y no solo para los europeos. Su destino lo determinar¨¢ en gran medida la evoluci¨®n interna de cada pa¨ªs europeo, seguramente m¨¢s en unos que en otros. En lugar de denunciar sin m¨¢s a los populistas y los nacionalistas xen¨®fobos, ser¨ªa mucho m¨¢s constructivo comenzar a afrontar las causas del descontento popular, tanto nacionales como europeas.
Loukas Tsoukalis es profesor de Integraci¨®n Europea en la Universidad de Atenas y director del principal laboratorio de ideas griego (ELIAMEP). Este mes publica In Defence of Europe. Can the European Project Be Saved? (Oxford University Press).
Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
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