Comprar en Ikea
Podemos convierte su programa en objeto de comercio, lo banaliza.
Lucille Ball dec¨ªa de s¨ª misma: ¡°Yo no soy graciosa. Lo que soy es valiente¡±. Efectivamente, era una artista valiente que a trav¨¦s del humor caracteriz¨® un momento de la sociedad estadounidense. Lucy Ball ten¨ªa cuidado en no confundir humor y banalizaci¨®n. Utilizaba la risa para acercarse a problemas que de otra forma hubieran sido dif¨ªcilmente abordables en esas circunstancias. Por ejemplo, romp¨ªa continuamente los estereotipos de la mujer norteamericana de los a?os 50, pero no intent¨® hacer las cosas menos importantes de lo que eran.
La diferencia entre una cosa y la otra es fundamental cuando se trata con pol¨ªticos o cuando los pol¨ªticos intentan atraer a sus votantes. Un pol¨ªtico con sentido del humor o un pol¨ªtico enfrentado a un buen humorista suelen proporcionar momentos gloriosos. Un pol¨ªtico empe?ado en simplificar todo o un periodista o conductor de un programa de entretenimiento que trivializa las cosas importantes no tiene ninguna gracia. M¨¢s bien, los dos resultan inquietantes.
?Qu¨¦ de malo tiene intentar acercar la figura de un pol¨ªtico a los ciudadanos, intentar humanizarle? ?Qu¨¦ hay de criticable en el intento de hacer un programa electoral algo legible y atractivo? Seguramente nada. Salvo que, en muchas ocasiones, lo que se logra no es acercar al personaje o sus ideas, sino desposeerles de responsabilidad, quitar importancia a las consecuencias de sus actos.
En esta campa?a, quiz¨¢s por el cansancio que supone su repetici¨®n, se riza el rizo.
El programa electoral de Podemos presentado imitando el cat¨¢logo de ventas de unos grandes almacenes tiene ese problema. Sus autores han tenido una idea brillante que seguramente pasar¨¢ a los libros dedicados al an¨¢lisis de consumidores y mercados. La idea es brillante porque consigue quitar riesgo al programa de un partido que se define de izquierdas y que afronta una campa?a contraria basada en el miedo. ?C¨®mo va a ser peligroso algo que se compra en un cat¨¢logo de Ikea? ?C¨®mo va a ser arriesgado votar a un candidato que tiene exactamente el aspecto limpio y familiar que el joven que aparece comprando estanter¨ªas Billy?
La otra cara de la apuesta comercial de Podemos es precisamente esa: convierte su programa en objeto de comercio, lo banaliza. Cierto que aparece entero, junto a una memoria econ¨®mica, al final del folleto, pero parece dif¨ªcil que el objetivo de ese cat¨¢logo pol¨ªtico sea que se lean las p¨¢ginas finales, sino que se vea y se asimile la idea central: nada de esto es tan importante como para que usted se preocupe.
La necesidad de banalizar la pol¨ªtica no es nueva ni atribuible a los expertos de Podemos. En los medios de comunicaci¨®n tiene una presencia aplastante. En esta campa?a electoral, quiz¨¢s por el cansancio que supone su repetici¨®n, se riza el rizo. Nada tiene importancia. ?C¨®mo la va a tener si son ni?os quienes preguntan? ?C¨®mo va a tener importancia quien sea el presidente si todos saltan y bailan? Aunque quiz¨¢s resulte curioso que Rajoy se explique tan bien con ni?os y tan mal con adultos.
Muchos creen que toda esa banalizaci¨®n, en el fondo, es intrascendente, porque los ciudadanos no se dejan tomar el pelo. Pasa en todos lados, afirman. Pero no es cierto. Tiene consecuencias y no es igual en todo el mundo. Los pol¨ªticos norteamericanos acuden a programas donde hacen tambi¨¦n cosas est¨²pidas, pero donde se les plantean, en tono humor¨ªstico, preguntas dif¨ªciles o se les toma el pelo sin contemplaciones, algo que aqu¨ª es impensable. Ni all¨ª, ni en Alemania, no digamos en Suecia, se podr¨ªa considerar tan intrascendente la acusaci¨®n formal de que un partido se ha financiado ilegalmente durante d¨¦cadas como para permitir al principal responsable de ese partido sobrevivir pol¨ªticamente a una entrevista. Eso pasa aqu¨ª. Claro que, al mismo tiempo, aqu¨ª los partidos incorporan fil¨®sofos a sus listas. Estupenda contradicci¨®n.
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