La Feria
?Cu¨¢l ser¨¢ la firma que acabe con las firmas, ese t¨ªtulo postrero que alguien me pasar¨¢ cuando est¨¦ levant¨¢ndome para partir: ¡°el ¨²ltimo, por favor¡±?
Cuando mi hijo Amador era peque?o, le encantaba verme firmar en la Feria del Libro. Le impresionaba que estuviese detr¨¢s del mostrador, donde cre¨ªa que solo se situaban las personas con autoridad. Un d¨ªa los ni?os de su clase rivalizaron sobre la importancia de la profesi¨®n de sus pap¨¢s: ¡°El m¨ªo es m¨¦dico, el m¨ªo ingeniero, el m¨ªo general¡¡±. Amador, triunfante, proclam¨®: ¡°?El m¨ªo es el due?o de la Feria del Libro!¡±. Despu¨¦s, a los catorce o quince a?os, segu¨ªa gust¨¢ndole asistir a mis sesiones de firmas, pero aprovechaba para azuzarme un poco con los nombres de los m¨¢s vendidos en la Feria, entre los que invariablemente estaban (?y siguen estando!) dizque escritores a los que yo no leer¨ªa ni en peligro de muerte. ¡°?Es lo que le gusta a la gente! ¡ªcomentaba guas¨®n¡ª. Papi, ?t¨² est¨¢s seguro de que esto de la democracia¡?¡±.
Hace ya cuarenta y seis a?os que vengo a firmar a la Feria del Libro. La he visto cambiar de ubicaci¨®n, de tama?o, de modelo. Antes era un mercadillo callejero, ahora es un zoco interminable. Pero aqu¨ª seguimos busc¨¢ndonos los de siempre, lectores y escritores. A lo largo de las ediciones, se repiten los mismos personajes. La peque?aja que no tiene libro pero me ofrece un cuadernito con imperio inocente: ¡°?F¨ªrmame aqu¨ª!¡±. El se?or caviloso que me pregunta el precio de un libro muy gordo de otro autor. Y la guapa que no sabe que quiz¨¢ escribo para ella: llega, mira el mostrador, luego a m¨ª, hace una leve mueca y pasa de largo. ?Cu¨¢nto durar¨¢ a¨²n la Feria del Libro hasta hacerse virtual, pasando de este parque c¨¢lido y familiar a la web? Y a m¨ª, ?cu¨¢ntas ferias me quedan? ?Cu¨¢l ser¨¢ la firma que acabe con las firmas, ese t¨ªtulo postrero que alguien me pasar¨¢ cuando est¨¦ levant¨¢ndome para partir: ¡°El ¨²ltimo, por favor¡±?
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