Las humanidades fabrican in¨²tiles
Lo humano ahora es distinto: hemos pasado de la especulaci¨®n y el inter¨¦s por el saber a la constataci¨®n de que podemos vivir sin Cervantes o Vel¨¢zquez, pero no sin dinero
Las humanidades fabrican in¨²tiles, todo el mundo lo sabe. Por eso, averg¨¹¨¦ncense de sus hijos, de las amistades que se hayan podido formar o est¨¦n form¨¢ndose en alguna de esas disciplinas??? intempestivas. Avergonc¨¦monos todos de esta persistencia que mantienen algunos en lo que ya no es civilizado: hoy, ahora, ya mismo, la ¨²nica manera de no ser un salvaje es perseguir el ¨¦xito, y su medida no es otra que la cantidad de monedas y billetes que se puedan acumular con la mayor presteza posible. ?Qu¨¦ produce un fil¨®sofo o un historiador del arte, qu¨¦ riqueza genera para s¨ª o para la sociedad? Ya hemos comprobado que si algo avanza a contrapelo del negocio es que ese algo es intrascendente. Por otro lado, el pensamiento pol¨ªtico, independientemente de su color, pone su ¨¦nfasis sin dilaci¨®n, su centralidad misma, en el deseo econ¨®mico de las personas civilizadas y, ?acaso puede equivocarse el pensamiento pol¨ªtico tan rotundamente?
Todos contamos en la familia o entre nuestros amigos con este tipo de gente que se desliga inconscientemente (esperemos) de la civilizaci¨®n, que persisten en lo que ¨²nicamente son vestigios para despreocupados. Aceptemos de una vez por todas que las humanidades son un conjunto de disciplinas desfasadas, accesorias e intrascendentes, ¨²tiles para lo in¨²til (el doble de in¨²tiles por tanto), encargadas de adherir a lo esencial de la cultura sutilezas innecesarias: hemos asumido para nuestro bien que la cultura s¨®lo es tal en cuanto no implica esfuerzo y que nada tiene que ver con reflexiones abstrusas sobre asuntos que no resultan rentables. Ya basta de esa tendencia arcaica que consiste en ocuparse de bagatelas hist¨®ricas, como hacen estos nuevos salvajes, de desentra?ar las variaciones que una palabra haya podido sufrir desde que fue utilizada por primera vez, de hacerse preguntas sobre un cuadro que tiene tres colores y medio. Lo humano ahora es distinto: hemos pasado de la especulaci¨®n y el inter¨¦s por el saber a la feliz y necesaria constataci¨®n de que en pleno siglo XXI podemos vivir sin Cervantes o Vel¨¢zquez, pero no sin dinero.
El mito del buen salvaje se materializa de alguna forma en ellos y nosotros,desde la cumbre de la evoluci¨®n, los aceptamos con la condescendencia que nos merece cualquier rec¨®ndita tribu. Les hemos dejado actuar y sentirse respaldados (puede que m¨¢s de lo necesario) porque sabemos que podemos extinguirlos,
hundir su vida selv¨¢tica, quemar sus chozas de raz¨®n y rasgar sus vestimentas de palabras en el instante que nos convenga. ?Qu¨¦ es hoy nuestra historia sino la t¨¢cita batalla contra el pensamiento que no genera riquezas inmediatas? Esta conflagraci¨®n es un enterramiento tolerado y ya nadie se enga?a o asusta al constatarlo. Nuestro tiempo, un tiempo en el que tintinean las fortunas y no cesa
la producci¨®n, no est¨¢ para cargar con las veleidades del conocimiento, con esta retah¨ªla de enamorados de lo que ha muerto.
Estos ni?os y ni?as de la imprenta que a¨²n parecen avanzar a cuatro patas no sabr¨¢n ponerse en pie por s¨ª mismos y discurrir al paso b¨ªpedo que marca la civilizaci¨®n. Por ello es fundamental reconducirlos, hacerlos virar hacia el futuro lo antes posible, y trabajar para que no surjan de nuevo en nuestros sistemas educativos. Se hace obvio entonces que no parece suficiente reducir las horas de
estas asignaturas en los colegios. Ante todo, ser¨ªa necesario comunicar al alumnado, desde el comienzo de su educaci¨®n, las razones por las que semejante tipo de disciplinas resultan perniciosas para el devenir de nuestras sociedades y para su propio destino. La elaboraci¨®n de un breve Manual contra las Humanidades, en el que se argumentase implacablemente contra ellas, se torna? insoslayable mientras ¨¦stas pervivan. As¨ª, en pocas generaciones podr¨ªamos arrancarle??? definitivamente la voz a lo extempor¨¢neo. Si existe un deber pol¨ªtico para nuestro tiempo, social tambi¨¦n, es el de inspirar un modo de vida que permita la supervivencia de nuestros valores y caprichos, unos valores y caprichos que son el dorado fruto de dar cumplimiento a nuestras pragm¨¢ticas aspiraciones.
Un estudiante de humanidades, una investigadora perteneciente a cualquiera de estas periclitadas disciplinas, al igual que sus docentes en trance de ser merecidamente fosilizados, est¨¢n m¨¢s cerca del museo que del bien com¨²n.
En todo caso, lo m¨¢s vergonzoso para nosotros es que tanto ellas como ellos, los j¨®venes de hoy, herederos del salvajismo que hoy representan las humanidades, persisten con vano estoicismo en mantenerse in¨²tiles, recorridos siempre por esa determinaci¨®n que s¨®lo tienen en los ojos los locos y los inconscientes, en mostrarse optimistas a pesar de que dif¨ªcilmente podr¨¢n encontrar un trabajo de lo suyo, sabiendo que probablemente se hayan esforzado para nada. As¨ª que si pueden abofet¨¦enlos, s¨¢quenlos ya de su sue?o infantil e in¨²til y p¨®nganlos a vivir para el ¨¦xito. Luego congrat¨²lense, porque con ese acto civilizatorio ya podr¨¢n ustedes considerarse absolutamente civilizados.
Alejandro Prada V¨¢zquez es investigador de la Universidad de Oviedo.
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