El que lo sabe todo
Qu¨¦ pena que los dilemas morales hayan desaparecido. Siempre tenemos claro el veredicto
Hace tres meses viaj¨¦ a Palma de Mallorca para asistir a una sesi¨®n del juicio N¨®os. Mi visita estaba justificada por el compromiso de escribir una cr¨®nica que nunca cumpl¨ª. Y no porque no encontrara el asunto de inter¨¦s, al contrario: tras escuchar toda una ma?ana al examigo de Urdangarin, el apodado Pepote, pens¨¦ que los mimbres de aquel juicio eran oro puro como para desperdiciarlos en un art¨ªculo. Para el ejercicio de la informaci¨®n ya est¨¢n los periodistas, que van relatando con rigor y conocimiento de esta causa y de muchas otras lo que el juicio da de s¨ª. Pero a m¨ª aquel ambiente me llen¨® la cabeza de p¨¢jaros. La culpa la tuvo en parte el periodista Andreu Manresa, que ahora dirige la televisi¨®n balear, pero que ha ido cubriendo las visitas de la Casa Real a Palma desde aquellos tiempos en que a nadie se le ocurr¨ªa esbozar una cr¨ªtica a los movimientos de Juan Carlos I, hasta ese extra?o d¨ªa en que I?aki Urdangarin, ya imputado, tuvo el cuajo de hospedarse en Marivent y echarse unas carrerillas matinales por los jardines del palacio, ante la mirada estupefacta de los reporteros. Fue seguramente su ¨²ltima carrera por terreno mon¨¢rquico.
Ah¨ª, en todos esos cambios paradigm¨¢ticos en la Espa?a de los ¨²ltimos 30 a?os, ah¨ª, estaba Manresa, convirti¨¦ndose, a fuerza de cr¨®nicas desde la isla, en un s¨®lido periodista. Y ahora yo lo ten¨ªa enfrente, cenando los dos en Portixol, uno de esos establecimientos cl¨¢sicos de la Palma burguesa donde bien pudieran haberse dado cita Urdangarin, Pepote, el socio Diego y las se?oras de los tres, en ese pasado reciente en que hasta so?ar se ve¨ªa compensado con dinero p¨²blico.
Fue durante aquella cena frutal, en un d¨ªa laborable en que el restaurante languidec¨ªa por estar casi vac¨ªo, cuando comenc¨¦ a fantasear no con una cr¨®nica sino con una serie de ficci¨®n, una serie en la que el personaje central que vertebrara esta historia psicol¨®gica-judicial fuera un periodista, sabueso como un detective, que conociera como nadie los secretos de ese espacio algo claustrof¨®bico que es una isla; un periodista al estilo del comisario Brunetti de Donna Leon en Venecia. Al fin y al cabo, Venecia y Palma son dos ciudades que se repliegan en s¨ª mismas para protegerse de la invasi¨®n tur¨ªstica y acaban siendo ricas en secretos susurrados entre los nativos. Un periodista sabio que observara al estilo del Maigret de Simenon los movimientos de unos y otros, los abrazos y los desplantes, que fuera unas veces receptor de chismes y otras alguien a quien conviene evitar. El protagonista de la serie que comenz¨® a crecer en mi imaginaci¨®n es alguien que lleva a?os observando a ese advenedizo elevado a duque, al experto en desplegar banalidad y simpat¨ªa por los restaurantes que albergaban a veraneantes selectos. Ah¨ª est¨¢n los personajes: el duque arribista; su fiel escudero Pepote, que m¨¢s tarde, arrepentido, declarar¨¢ que si facilit¨® contactos al acusado no fue por dinero sino por sentido del deber, y el socio Torres, que se huele el negocio en cuanto tiene al duque por alumno e imagina el t¨¢ndem perfecto: uno cavila la estrategia y el otro aporta la posici¨®n social y el encanto. Y, claro est¨¢, la mujer del duque, la infanta enamorada que nos resulta enigm¨¢tica por no llegar a saber si act¨²a con astucia o ignorancia.
En estos tiempos en que todos sentenciamos al imputado mucho antes de que se siente ante el juez, me tranquilizaba imaginar esta historia regida por las normas de la ficci¨®n, utilizar solo los recursos psicol¨®gicos, sin juzgar, penetrando, a trav¨¦s de la mirada de nuestro periodista, en la mente del codicioso insustancial, de su mujer enamorada y enajenada, del socio caradura. Todos ellos inseparables en los tiempos de bonanza y traicioneros en cuanto la cosa se pone fea. Y al otro lado, la ley, los hombres de la ley, el juez y el fiscal, dos pesos pesados que han compartido procesos y viven mecidos por la honorabilidad social en la peque?a ciudad serena. Dos hombres que se acaban enzarzando en una pugna paralela: uno sostiene la culpabilidad de una princesa y el otro defiende su inocencia. Unos dicen que el juez est¨¢ presionado por el sentir popular; otros, que el fiscal favorece a la Infanta. Pero la guionista de esta historia no ha de respaldar ni la tesis del uno ni la del otro. Es m¨¢s, debe provocar un dilema moral en el espectador. Qu¨¦ pena, por otra parte, que los dilemas morales hayan desaparecido de la vida real. Todos tenemos siempre claro nuestro veredicto.
Terminamos nuestra cena y fuimos caminando hasta el coche. Manresa, un caballero, me dej¨® en el hotel. Yo le dije: ¡°Eres el que lo sabe todo, tendr¨¢s que escribir un libro cuando esto acabe¡±. Aunque pensaba: ¡°Eres el protagonista de mi pel¨ªcula, la que desde esta noche ronda en mi cabeza¡±.
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