Lo contraproducente
Aparte de resultarme estomagantes, siempre he desconfiado de los cursis, lo mismo que de los melodram¨¢ticos, los hist¨¦ricos, los quejumbrosos. Por fr¨ªvolo que suene en esta ¨¦poca plagada de injusticias, el estilo cuenta e influye. Desde que hace mucho volvieron a proliferar los mendigos, uno se ve abordado por tantos en cualquier trayecto que no le queda sino ¡°elegir¡± a cu¨¢les ayuda, ya que a todos ser¨ªa imposible. Me doy cuenta de que no me acabo de creer a los m¨¢s chillones y exagerados, a los que est¨¢n de rodillas o tirados, entonando una letan¨ªa de desdichas de forma machacona. Lejos de m¨ª suponer que mienten, pero sus aparatosas escenificaciones me son contraproducentes, y me siento m¨¢s inclinado a rascarme el bolsillo ante aquellos m¨¢s pudorosos y sobrios, los que conservan un ¨¢pice de entereza o de picard¨ªa en medio de su infortunio. De hecho me conmueven m¨¢s los que no se esfuerzan por lograrlo que los aspaventeros que proclaman su desesperaci¨®n. Otro tanto sucede con las im¨¢genes de los refugiados por toda Europa: los hay muy dignos y pacientes, que piden con tono y gesto serenos, y sus miradas ensimismadas y tristes apelan a nuestra compasi¨®n con mayor eficacia (sigo hablando por m¨ª) que los desgarrados aullidos de otros, que los arrebatados y exhibicionistas. No digo que ¨¦stos no padezcan, claro, pero, al no tener reparo en explotar su padecimiento, consiguen que, aun siendo verdadero, parezca falso, una suerte de representaci¨®n. En suma, cuanto m¨¢s grita alguien ¡°Ay ay ay qu¨¦ dolor¡±, m¨¢s tiende uno a pensar, quiz¨¢ injustamente: ¡°Ya ser¨¢ para menos¡±.
Tengo observado que los cursis no s¨®lo resultan empalagosos, sino que con frecuencia esconden a individuos aviesos, sin apenas escr¨²pulos. En el articulismo es muy detectable. Los prosistas capaces de las m¨¢s lacrimosas ?o?er¨ªas suelen ser tambi¨¦n los que se muestran m¨¢s soeces, mezquinos y zafios, seg¨²n les pille el d¨ªa. A veces alcanzan una inveros¨ªmil mezcla de las dos cosas, groser¨ªa y edulcoramiento. Son los que escriben necrol¨®gicas dirigi¨¦ndose al muerto, m¨¢s ocupados en que se vea lo destrozados que est¨¢n ellos que en hacer el elogio del fallecido. O bien en relatar cu¨¢nto los apreciaba el difunto de turno (¡°Me dio un premio¡±, ¡°Me felicit¨® por mi obra¡±, cosas as¨ª).
Hoy hay elecciones, y una posible manera de orientarse a la hora de votar, m¨¢s all¨¢ de las ideolog¨ªas, es fijarse en los estilos, en esa cursiler¨ªa y ese dramatismo de los que vengo hablando, en la falta de sobriedad. Creo que Rajoy y su partido aprendieron hace ya a?os la lecci¨®n de lo contraproducente, cuando el a¨²n Presidente imagin¨® a una tierna ni?a a la que deseaba toda suerte de males (los que ¨¦l trajo en cuanto tuvo el poder), y eso se le volvi¨® en contra con gran virulencia. Todav¨ªa no han aprendido esa lecci¨®n, en cambio, los representantes de Unidos Podemos, a los que no se les ha ocurrido otra ?o?ez que poner en su logo un corazonzuelo con colorines, hablar de ¡°sonrisas¡± y decir que ¡°nosotros nos tocamos mucho, nos queremos¡± (?aargg!, como se le¨ªa en los antiguos tebeos). Claro que todo esto poco tiene de sorprendente si se recuerda el texto de su gran mentor Monedero ante la agon¨ªa de Hugo Ch¨¢vez: ¡°He amanecido con un Orinoco triste pase¨¢ndose por mis ojos¡±. Luego ven¨ªa una ristra de demagogias lacrim¨®genas, del tipo: ¡°Ch¨¢vez en la se?ora que limpia. Ch¨¢vez de la abuela que ahora ve y de la que ahora tiene vivienda. Ch¨¢vez de la poes¨ªa rescatada, de los negros rescatados, de los indios rescatados¡±, etc. Y a¨²n insist¨ªa con su met¨¢fora: ¡°He amanecido con un Orinoco triste pase¨¢ndose por mis ojos y no se me quita¡± (despu¨¦s de tanto paseo fluvial no s¨¦ c¨®mo no acab¨® anegado Monedero entero).
No quiero sacar conclusiones, y siempre hay excepci¨®n a la regla, pero la experiencia me ha ense?ado que las personas capaces de expresarse tan imp¨²dicamente (¡°M¨ªrenme qu¨¦ sensible y po¨¦tico soy, m¨ªrenme c¨®mo lloro y me estremezco y vibro¡±) a menudo tambi¨¦n lo son de la m¨¢s absoluta falta de piedad. La ni?a de Rajoy y los Orinocos de Monedero son dos caras de la misma moneda, a mi parecer. Y, siento decirlo, pero al o¨ªr o leer estas sensibler¨ªas, no puedo nunca dejar de acordarme del mon¨®logo del futuro Ricardo III en Enrique VI?de Shakespeare, sobre todo de los siguientes fragmentos: ¡°Vaya si s¨¦ sonre¨ªr, y asesinar mientras sonr¨ªo; y lanzar ?bravos! a lo que aflige mi coraz¨®n; y humedecer mis mejillas con l¨¢grimas artificiales. Ahogar¨¦ a m¨¢s marinos que la Sirena; matar¨¦ a m¨¢s mirones que el basilisco; enga?ar¨¦ con m¨¢s astucia que Ulises. A mi lado le faltan colores al camale¨®n, y el criminal Maquiavelo es un aprendiz. Y si s¨¦ hacer todo esto, ?quia!, ?c¨®mo no voy a arrancar una corona?¡±
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