La pol¨ªtica cultural entre dos miedos
Hay muchas formas de ser muleta del poder; una de ellas es la fiera resistencia orgullosa que no acepta componendas
Parece un diagn¨®stico un¨¢mime que la noche del 26J cerr¨® un ciclo para Podemos. Aunque faltan datos para hacer la radiograf¨ªa completa de las razones por las que un mill¨®n de votos escaparon por el probable sumidero de la abstenci¨®n, las reacciones inmediatas oscilaron entre la necesidad de la autocr¨ªtica y el orgullo. No son excluyentes, pero s¨ª plantean una distinta lectura de lo ocurrido desde la pregunta de qu¨¦ tipo de expectativas hab¨ªan fracasado.
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Si el 15M mostr¨® al R¨¦gimen del 78 como un incumplimiento de contrato, el 26J, con la victoria del PP, lo revel¨® como una suerte de adicci¨®n al pasado, donde la amenaza difumin¨® los matices ideol¨®gicos en un duro plebiscito sobre lo viejo o lo nuevo. Es como si el ciclo agotado se hubiera desarrollado entre dos temores. El primero, el de un consenso fraguado por el miedo al pasado franquista. Segundo, el del miedo a lo nuevo. La amenaza de Podemos punzaba nervio: las inercias de un cuerpo social acostumbrado a un modelo sociocultural que, pese a estar en crisis, daba calor frente a las tiritonas de la incertidumbre. Ese nuevo consenso del miedo se ha restablecido fr¨¢gilmente en cierto sentido tras el 26J a costa de desequilibrar la antigua correlaci¨®n de debilidades en un bloque de orden m¨¢s desinhibido -"o nosotros o el experimento"-, pero sin capacidad de interpelaci¨®n a nuevos sectores emergentes.
El 26J ha sido para el PP una demostraci¨®n de fortaleza, pero tambi¨¦n de ¡°bunkerizaci¨®n¡± c¨ªnica: "que al menos nuestros politicos corruptos nos salven del peligro populista". Si fisuras causadas en estos a?os de recortes se han resuelto en una sutura normalizadora en lugar de abrirse a un experimento colectivo es por efecto de poderosas inercias, la extremada desproporci¨®n entre las fuerzas, pero tambi¨¦n de posibles errores hist¨®ricos en la disputa cultural. En esta transici¨®n del clima tropical de la Blitzkrieg al clima templado de la larga marcha por las instituciones se est¨¢ hablando mucho de esta tarea. Lancemos una mirada larga m¨¢s all¨¢ del orgullo del resultado y no caigamos en viejas trampas.
Teresa Vilar¨®s ha hablado del "mono del desencanto" aludiendo a la cultura de la Transici¨®n y sus "enganches" tras la desaparici¨®n del dictador. Toda pedagog¨ªa pol¨ªtica debe por eso comprender el estado de adicci¨®n al que se enfrenta una poblaci¨®n escindida y enfrentada a una crisis de creencias: para superar el "mono" de lo bueno viejo que se revela como caduco, es est¨¦ril apelar a un ¨²nico discurso aguerrido que subraye lo totalmente rupturista, una gram¨¢tica incomprensible para el cuerpo habituado a sus rutinas.
En este contexto merece la pena plantear la supuesta "mala polarizaci¨®n" que, seg¨²n algunas cr¨ªticas, se desarroll¨® en campa?a. Frente a un adversario que luch¨® a vida o muerte, sacando votos de las piedras, Podemos habr¨ªa optado por una campa?a "desdentada". Se trata de un debate recurrente, que tiene que ver tambi¨¦n con las relaciones con el PSOE y entronca con conflictos hist¨®ricos en Izquierda Unida. La tesis, sucintamente desarrollada: nuestros males proceder¨ªan de la cultura pol¨ªtica de la Transici¨®n en la medida que el ¡°carrillismo¡±, buscando a toda costa el reconocimiento del establishment existente, practic¨® un funambulismo ideol¨®gico en su obsesi¨®n por proyectar una imagen m¨¢s amable. Cierto: el eurocomunismo fue una ilusi¨®n que termin¨® haciendo de necesidad virtud, pero sus limitaciones al enfocar el problema de "la alianza entre las fuerzas del trabajo y la cultura" no han sido tampoco superadas por una izquierda poco habituada a salir de los espacios de resistencia.
El 26J ha sido para el PP una ¡°bunkerizaci¨®n¡± c¨ªnica: "que al menos nuestros politicos corruptos nos salven del peligro populista"
El problema del paralelismo entre estas "dos amabilidades" desdentadas, injusto, dadas las diferencias y el cambio de ¨¦poca, es que sigue sin enfocar correctamente el reto cultural emergente. En El cura y los mandarines, Gregorio Mor¨¢n escribe algo importante sobre la potencia hegem¨®nica en la transici¨®n: "No se hace hegemon¨ªa con las novedades. Se hace encabezando las aspiraciones de la mayor¨ªa de esa masa cr¨ªtica que surge tras padecer los a?os del c¨®lera y necesita cierta benevolencia hacia s¨ª misma". En otras palabras: no se puede luchar contra el poder domesticador del miedo solo sacando los dientes u optando por una posici¨®n intransigente respecto a esa mayor¨ªa social indignada, pero que no quiere tampoco ser rega?ada. ?Falta decir m¨¢s la verdad? Puede, pero si preferimos dar lecciones a nuestro pueblo antes de parecernos a ¨¦l y crecer culturalmente junto a sus deseos nos quedaremos otra vez con nosotros mismos.
Si no absorbemos e incorporamos en un sentido hegem¨®nico las sensibilidades recuperables de otros discursos culturales y optamos por una radical confrontaci¨®n por miedo a "mimetizarnos", perderemos la larga guerra de posiciones. Hay muchas formas de ser muleta del poder, una es la fiera resistencia orgullosa que no acepta componendas. En la campa?a de las europeas arriesgamos con la canci¨®n Golpe Maestro de Vetusta Morla, un grupo independiente, pero influyente en sectores generacionales amplios. La noche del 26J escuchamos en la Plaza del Reina Sof¨ªa El pueblo unido jam¨¢s ser¨¢ vencido de Quilapay¨²n. Un himno que, perm¨ªtaseme el apunte personal, escuch¨¢bamos de peque?os cuando mi padre, militante del PCE, buscaba socializarnos pol¨ªticamente, pero que hoy suena gastado y dif¨ªcil de resignificar para las nuevas generaciones. Al oirlo esa noche algunos levantaron con orgullo el pu?o, otros se mostraron indiferentes ante una ¨¦pica que habla de otras experiencias.
El problema es que ese gesto tambi¨¦n apunta a una cuesti¨®n abierta: no tenemos a¨²n el horizonte cultural que nos sirva para contrarrestar el miedo. Nuestra herencia debe conectar con experiencias mayoritarias que vayan m¨¢s all¨¢ del radio de acci¨®n de la militancia tradicional de izquierda y sus gustos est¨¦ticos. Por eso, simplificar el problema como una confrontaci¨®n entre hipsters blanditos y malotes "macarras" de La Tuerka deja de lado un debate m¨¢s complejo y necesario sobre las dif¨ªciles tensiones entre cultura, historia, hegemon¨ªa y resistencia. Si el outsider ha venido para quedarse, ?c¨®mo parecernos culturalmente a nuestro pa¨ªs sin dar miedo a nuestros posibles compa?eros de ruta y ampliar nuestras opciones est¨¦ticas?
Germ¨¢n Cano es profesor de filosof¨ªa de la Universidad de Alcal¨¢ de Henares
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